El 22 de mayo de 1979, Día del
Estudiante, en el 59 aniversario de la Asociación de Estudiantes
Universitarios, fui capturada por la policía junto con un grupo de estudiantes
de la Universidad de San Carlos. Esa tarde me encontraba en la escuela “Niños
de Noruega”, en La Limonada, donde acababa de obtener una plaza de maestra de
grado, algo que era negado a quienes no éramos afines al gobierno. Esto fue
posible gracias a que la señora Marina Coronado de Noriega, integrante del
Frente Unido de la Revolución, el partido de Manuel Colom Argueta, había
conseguido fondos en Noruega para construir el edificio y, al entregárselo al
Ministerio, puso como condición que se nombrara a las personas que ella propuso.
Eso, más la asistencia del embajador del país nórdico a una reunión con el
coronel Clementino Castillo, el ministro de Educación, hizo el milagro. El caso
es casi no teníamos alumnado por lo avanzado del ciclo lectivo, de manera que el
director me dio permiso para retirarme y agarré camino para el Cementerio
General. Quería unirme al homenaje a Oliverio, secretario general de la AEU, asesinado el 20 de octubre de 1978.
Al llegar a las puertas del Cementerio, avanzada la tarde, me encontré con
un nutrido grupo en el que se destacaban las compañeras y compañeros del
Secretariado de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) Héctor
Interiano, Hugo Morán, Iduvina Hernández, Alfredo Baiza, Iván Alfonso Bravo,
Julio Estrada y Aura Marina Vides Alemán. Con mantas alusivas, coronas y ramos
de flores en las manos, atravesamos la amplia entrada del Cementerio, pese a
que el lugar estaba lleno de radiopatrullas de la Policía Nacional. Con un
megáfono, alguno de los jefes policiales nos instaba a no entrar porque, de
hacerlo, nos decía, nos iban a capturar. Sin hacer caso de las advertencias, se
organizó una columna y emprendimos la caminata hacia la tumba de Oliverio,
situada casi al final del Cementerio.
Al llegar, había dos pájaros azules –
las camionetas de la PN llamadas así por el azul oscuro del que estaban
pintadas- llenas de hombres de civil, posiblemente miembros de la temible
policía judicial. La policía nos cercó. Iván Alfonso se subió encima de un
mausoleo y se dirigió a los tipos diciéndoles algo así como “compañeros
policías, nosotros venimos aquí en forma pacífica, estamos ejerciendo un derecho
constitucional de manifestación, no estamos molestando a nadie ni entorpeciendo
el tráfico…” No lo dejaron terminar el discurso, lo agarraron y lo metieron al pájaro azul. Inmediatamente, nos
ordenaron formar una fila para subir a la camioneta, no sin antes registrar las
bolsas y los maletines que portábamos.
En ese momento, a la orilla del abismo, sopesé mis opciones. Algunos
compañeros se habían escondido en el barranco, pero al recordar su profundidad
y su topografía cortada casi a filo, sumé esto a la posibilidad de caerme y, temerosa,
me uní a la fila para subirme al vehículo policial. Otros/as lograron eludir la
detención sumándose a la gente que asistía a un funeral o se metieron a los
nichos vacíos y pasaron allí la noche, igual que quienes se habían escondido en
el barranco. Fuimos muchas las personas capturadas; ya no recordaba el número
exacto, pero Iduvina Hernández, dirigente de la AEU, publicó la cifra en su
facebook: 46, cuarenta hombres y seis mujeres (Auri Vides, Iduvina, Betty, dos
muchachas que nunca habíamos visto, que me parecieron muy raras, y yo).
Además de la dirigencia de la máxima asociación estudiantil universitaria
también detuvieron a directivos/as de asociaciones estudiantiles de facultades
y escuelas de la Universidad de San Carlos y estudiantes comunes y corrientes,
como quien esto escribe. Entre los nombres de los detenidos, viendo fotos y con
la ayuda de Marylena Bustamante y Raúl Figueroa, recordé los de O. Pélaez,
Eugenio Cap Yes (Shelito), Alfredo Terreaux, M. Mota, el Gordo Alvarado, el
“Monstruito” y R. Quiñónez.
Iván Alfonso Bravo, semioculto por M. Mota, Iduvina, Julio Estrada y Héctor Interiano |
En el trayecto, tuvimos que masticar papeles “comprometedores” -amplia categoría
que podía incluir hasta el cuento de La
Caperucita Roja- y quienes tenían cargos en la AEU o en las asociaciones se
comieron los carnets que los acreditaban como tales. Jóvenes y bromistas, con el
humor de esos tiempos en los que aún tratábamos de reírnos de la muerte,
Alfredo Baiza proclamó que “de ahora en adelante, los carnets de la AEU deberán
ser impresos en champurradas”, propuesta que fue celebrada con alegres carcajadas.
Otro de los frecuentes chistes macabros era “¿ya le diste la foto a Mauro?”, nuestro
querido Mauro Calanchina, maravilloso fotógrafo y diseñador, un
revolucionario, quien hizo los afiches de denuncia y homenaje de casi todos los
compañeros y compañeras que fueron asesinados o desaparecidos en ese tiempo y
dejó el testimonio gráfico de esa tarde.
En los pájaros azules, nos
trasladaron al Segundo Cuerpo de la Policía Nacional, situado en la 11 avenida
y 4ª. calle de la zona 1, donde nos mantuvieron en el patio separadas de los
varones. En el cuartel policial, pedí permiso para ir al baño y me fijé en que
había un teléfono público. Algunos compañeros se acercaron con disimulo para
ocultarme de la vista de los custodios y llamé a mi amiga MG para pedirle que
me fuera a sacar de allí; lo que menos quería era que mis papás se dieran
cuenta para no afligirlos. Estando al teléfono, les pedí a los compas que
juntaran todas las monedas de cinco centavos –el costo de una llamada de tres
minutos- y me fueran pasando los nombres de toda la gente detenida. Me
comuniqué con alguien en la Universidad, a donde la noticia ya había llegado; se
prepararon listas y se buscó auxilio legal para presentar hábeas corpus. Mientras
tanto, nos ficharon. Además de llenar nuestros datos a mano, un mecanógrafo
también los iba tomando, junto con las huellas y las fotos.
La condición para soltarnos era que, pese a que éramos mayores de edad,
tenía que llegar alguien de la familia (el padre, la madre, la abuela, un tío).
Casi me echo a llorar cuando no quisieron liberarme a pedido de mi prima ni de
MG. Logré salir hasta que llegaron mis padres y firmaron un papel en el que se
hicieron responsables de mí y de mis actividades, pero hubo gente que se las
vio a palitos porque sus familiares vivían en el interior o fuera del país. Además
de lo que se pueda decir en cuanto al irrespeto a nuestros derechos y condición
ciudadana, toda la situación era un absurdo total desde el momento en que no
nos querían dejar entrar al Cementerio.
Esa noche, presa en el segundo cuerpo de la policía nacional, dirigida por
el criminal Germán Chupina Barahona, no recuerdo haber tenido miedo. No estaba
sola y fueron circunstancias diferentes, si se comparan con las que terminaron
en asesinato y desaparición forzada, no sin antes haber pasado por el horror de
la tortura.
Un año y un mes después, en junio del 80, ocurrió la detención masiva y
posterior desaparición de dirigentes sindicales, hombres y mujeres, en la sede
de la Central Nacional de Trabajadores, que fue seguida en agosto por la
detención desaparición de sindicalistas y profesores de la Escuela de Orientación
Sindical de la USAC en la finca Emaús. Ante estos hechos, alguna vez pensé que
nosotros hubiéramos podido ser el primer grupo desaparecido en la oleada
terrorista de los setentas y ochentas, en ese momento en escalada.
Como un cometa, que ilumina el cielo breve y fugazmente, así fue la
generación de los setentas en la escena política guatemalteca. Muy pocos de los
cientos de jóvenes hombres y mujeres involucrados en las luchas populares y
revolucionarias de entonces lograron sobrevivir a la embestida mortal. De esa
tarde, no son muchos los nombres que se quedaron retenidos en mi memoria, pese
a que no quedé conforme hasta haberlos dado todos por teléfono. Del
Secretariado de la AEU sobrevive Iduvina, una mujer inclaudicable, a quien
admiro y respeto por sus convicciones y su postura firme y frontal contra la
injusticia. Los demás fueron aniquilados/as en un lapso de cinco años, como
Iván Alfonso, asesinado en marzo del 80; Auri Vides, cuyo cuerpo apareció a finales de
noviembre de 1981; Alfredo Baiza y Julio Estrada, ambos desaparecidos en 1984,
sus casos figuran en el Diario Militar; Hugo Morán fue asesinado. Ya en el 78, las
fuerzas represivas de la dictadura luquista habían matado a Oliverio y
desaparecido a su sucesor, Antonio Ciani. Algunos/as, muy pocos/as, salieron al
exilio. Sentí cada pérdida hasta lo más profundo de mi ser. Con cada golpe, mi
corazón fue endureciéndose.
Héctor Interiano, Aura Marina Vides y Hugo Morán, rodeados de policías nacionales y judiciales |
Hoy, evoco con admiración, lealtad y cariño a las compañeras y compañeros
que fueron arrebatados de la vida inermes e indefensos. Están en la
intemporalidad de mi recuerdo tan jóvenes y hermosos como entonces, la mayoría
ni siquiera llegó a cumplir los 25 años. No me cabe duda de que el nuestro
sería un país distinto si no se hubiera producido la matanza.
Y sobre los criminales, me pregunto, ¿habrá suficiente agua en el mundo
para lavar la sangre de sus manos? Más allá de la cárcel, que aún no han
conocido pero visceralmente espero que lo hagan porque no creo en el infierno,
¿habrán sido castigados por la vida? ¿Sienten culpa? ¿Cierran sus ojos y ven los
rostros de estxs jóvenes que detuvieron, torturaron, desaparecieron o asesinaron
sin piedad? ¿Se han arrepentido alguna vez de haber matado tanto?
No lo sé y seguramente no lo sabré nunca, pero hoy quiero imaginarlos
atormentados por la culpa y deseando, quizá, retroceder el tiempo para actuar
de un modo diferente, como yo lo hago a veces cuando pienso en que, como
luchadorxs ciudadanxs que éramos en ese momento, no nos defendimos más que con
la palabra.
Las fotos son de Mauro Calanchina, ¡Gracias, Ximena!
Lucky querida, apenas empezaba la barbarie en ese entonces, aún estaban entre nosotros entrañables compañeros que cobardamente fueron asesinados por los peores hijos de Guatemala, y sus manos no podrán ser lavadas ni con agua bendita, porque estoy segura se retiraría al ver tanta maldad humana. Te abrazo con todo mi corazón.
ResponderEliminarMarylena Bustamante.
Gracias a ti Lucky, por Prohibirnos Olvidar.
ResponderEliminarEstoy segura que no hay agua suficiente para lavar las manos de los asesinos. Lo que hay suficiente es memoria y amor por todas y todos nuestros muertos y desaparecid@s que siguen clamando Justicia!!! Lo que hay es dignidad y fuerza para seguir preguntando donde están?
Tenemos la verdad y seguiremos luchando y exigiendo Justicia!!!
Te abrazo
Ximena
Leyendo un poco sobre le perfil del escritor, me uno a la lucha solidaria, por el rescate de los miles de patojos desaparecidos durante el genocidio oligárquico de Guatemala. Por el que todos decimos, GUATEMALA NUNCA MÁS.
ResponderEliminarCon lágrimas de recuerdo doloroso admiro tu valor, en los años 79 me fui del país, retorné a finales del 81, sin amigos, sin compañeros de lucha,como escribes: "Como un cometa, que ilumina el cielo breve y fugazmente, así fue la generación de los setentas en la escena política guatemalteca. Muy pocos de los cientos de jóvenes hombres y mujeres involucrados en las luchas populares y revolucionarias de entonces lograron sobrevivir a la embestida mortal".
ResponderEliminarA mis 60 años y a la par de mis hijos, hay que seguir luchando, no hay que permitir acciones en contra de esa juventud que ahora protesta por causas justas, hay que apoyarlos en nombre de esa juventud de los 70's. Abrazos solidarios
Rodrigo Pérez
Lu, hay muchos recuerdos de este momento. En la foto también está Julio Estrada Illescas. También fueron detenidos los hermanos Pereira... quienes conversaban en el lugar y alguien para callarlos les dijo "muchá, platiquen cuando estén presos". Yo recuerdo la impotencia y rabia que sentíamos quienes no estábamos ahí por diversas circunstancias. A mí me tocó trabajar un afiche con Luis Colindres, nuestro querido Güicho también asesinado posteriormente, y nos tuvimos que quedar en la U. Ahí estábamos en Económicas cuando usted llamó diciendo: Aquí Lucrecia Molina desde el segundo cuerpo... cómo olvidar esos momentos, esa llamada, esa lista de nombres... esa prepotencia y autoritarismo. Cómo olvidar a los amigos y amigas que ahí quedaron... Gracias por seguir haciendo este esfuerzo por la memoria colectiva, porque sé lo duro que es para usted hacerlo. La quiero montones!
ResponderEliminarMuchas gracias por sus comentarios. Abrazos.
ResponderEliminarQue bonito esta todo esto. Me gusta mucho. La justicia a veces tarda, pero siempre llega y hace pagar lo justo. Es la justicia divina, de esa no puede escapar nadie.
ResponderEliminarSu sacrificion no fue en vano sigamos adelante y transformemos nuestra patria. Si se puede y lo vamos hacer
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