(Traducciones al portugués y al inglés en
http://todaysblogal.blogspot.com/2012/07/la-audiencia-de-rio-negro.html)
La audiencia de Río Negro, los
días 19 y 20 de junio, fue precedida por una ceremonia maya en la Corte
Interamericana de Derechos Humanos dirigida por un guía espiritual. En un
irregular semicírculo, “occidentales” e indígenas, hombre y mujeres, asistimos
a un ritual hermoso en un idioma que no entiendo, el maya achí, salpicado de
vocablos en español como abogado, jueces, Corte, valor y fortaleza. Además de
nosotrxs, una brisa caliente y húmeda y un alto ficus acompañaron la ceremonia.
El sol en su cénit, quemante, alumbró el momento desde un cielo despejado,
celeste y transparente. Al centro, el fuego, las candelas de colores, las
flores, las ofrendas (azúcar, tabaco, chocolate, mirra y pom), todo envuelto en
la nube fragante del incienso que se quemó en una vasija hecha de barro
guatemalteco, rojo, extraído de una tierra empapada de sangre.
Reunión de familiares y sobrevivientes de las víctimas de las masacres |
A lo largo de una tarde y una
mañana, las voces de testigos -Jesús Tecú Osorio y Carlos Chen Osorio- y
peritos -Michael Mörth y Rosalina Tuyuc- pintaron en el recinto judicial un
retablo hecho de mil historias de miseria y profundo sufrimiento. La niña
violada a los cinco años, el niño esclavizado por el militar que se lo robó
después de haber matado a su familia, la madre que llevaba a su bebito envuelto
en un rebozo amarrado a la espalda donde quedó la mitad del pequeño cuerpo de
su hijo mientras la otra rodó al suelo tras el machetazo del soldado, las
jóvenes mujeres sometidas a servidumbre sexual, el hermano mayor que vio cómo
ahorcaban a su hermano menor, las casas quemadas, las cosechas destruidas, los
animales muertos, casi 500 personas masacradas –hombres, mujeres, niños, niñas,
personas mayores-, la tierra ancestral, inundada y, bajo el agua, sepultados,
los lugares sagrados, el bosque que les proveía de medicinas y otros medios de
vida, las flores, las abejas, los pájaros de todos los colores, con sus cantos,
los huesos de sus abuelos y abuelas, la vida del pueblo de Río Negro.
Por todo eso, nos dijeron, lxs
maya-achís –las víctimas- le piden perdón a la tierra, la madre primero ahogada
en sangre –de la que recibió toneladas de las casi 500 víctimas de las
matanzas- y luego en agua, que debió haberse tornado púrpura al anegar el
territorio.
La gente que sobrevivió a las
masacres sucedidas una tras otra en los primeros años de la década de los
ochenta en esta localidad del norte del país, se asentó en la que es
considerada una zona roja, sin escuela ni servicio de salud, donde “los caminos
son barrancos”, como dijo uno de los testigos. La insultante y absurda paradoja
es que no tienen electricidad, después de que fueron masacrados para construir
una hidroeléctrica.
¿Y la justicia? Mal, muy mal. El
peritaje del experto añadió a este retablo de dolores multiplicados, profundos,
la persistencia del pueblo en invocarla y sus repetidos choques contra un muro
de piedra y de cemento. La infranqueable, maldita, impunidad.
En la voz pausada y suave de Rosalina
Tuyuc fluyeron las verdades de las víctimas acerca de como la muerte física
reiterada innumerables veces puede traer consigo la muerte cultural del pueblo
indígena. Del genocidio al etnocidio hay un recorrido trágico plagado de
innumerables pérdidas de referentes de identidad y pertenencia como la
desaparición o el asesinato de las personas ancianas, las madres –las
transmisoras del idioma y las costumbres ancestrales-, los padres que ya no
estuvieron para enseñar a trabajar a sus hijos varones. Desde esta perspectiva,
el territorio es el escenario en el que se despliega la vida de la comunidad,
el lugar en el que enrollan las hebras multicolores del tiempo y se teje la
continuidad del pasado con el presente y el futuro en el interminable círculo
de la historia. Este lugar con dimensiones materiales, físicas, espirituales,
mágicas, el sitio de la realización de la vida, donde el pueblo maya - achí de
Río Negro era lo que había sido y sería siempre, se perdió para siempre bajo el
agua.
El hilo de la identidad también
se ha perdido con el traslado a otros lugares para conservar lo único que les
quedó tras las matanzas, la vida. Las personas sobrevivientes se vieron
obligadas a transformarse, a dejar de ser, a camuflarse, a convertirse en otros
y otras disfrazándose, dejando de hablar su idioma, de usar su nombre y sus
vestimentas hermosas, coloridas, hacer a un lado sus prácticas culturales y
ocultar su lugar de nacimiento. Y ni que decir de los niños y niñas que fueron “extraídos”
de su entorno territorial, identitario y familiar para apropiárselos
indebidamente por militares o darlxs en adopción. Allí estuvo Dominga Sic, la
niña que perdió a toda su familia y fue llevada a los Estados Unidos. Ahora, una
mujer, ni siquiera habla español, mucho menos la lengua de sus ancestros.
Son la vida, la memoria y la
lealtad a la sangre las que alientan su profunda necesidad de justicia y,
agrupadxs en la Asociación para el Desarrollo Integral de las
Víctimas de la Violencia en las Verapaces, Maya Achí (ADIVIMA), les impulsaron
a acudir al sistema interamericano de derechos humanos para lograr lo que
nuestro país es incapaz de darnos a las víctimas del terrorismo de Estado: la
restitución de nuestra dignidad y el respeto a nuestros derechos y condición
humana y ciudadana mediante la justicia y el reconocimiento a la verdad de lo
sucedido.
Toda acción tiene una reacción igual
o contraria y en esta historia, estuvo en la voz y en la actuación del agente
del ilustrado Estado de Guatemala, como se dice en el lenguaje de las
audiencias. Mis oídos se sintieron lastimados por la desafiante negativa
proferida por el representante estatal, Antonio Arenales Forno, a la acusación de genocidio pronunciada
por el firme y valeroso abogado que representa a las víctimas, Édgar Pérez. La intervención
del agente estatal no quedó allí. Haciendo de la sala de audiencias del alto
tribunal interamericano una tarima política, reinterpretó la Convención
Americana sobre Derechos Humanos de acuerdo con los intereses políticos prevalecientes
en Guatemala a partir de enero, sermoneó a la Corte poniendo en duda su
facultad para tipificar los crímenes de Estado y la conminó a declararse
incompetente en este caso por ser anterior a la aceptación de la competencia
del Tribunal. No contento con esto, afirmó -con esa voz que pareciera no querer
salir de su garganta- que las mujeres y hombres maya – achís sentados al otro
lado de la sala no habían llegado allí por voluntad y decisión propias, sino
“instigadxs” por las organizaciones de derechos humanos y la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, asegurando que les movía el interés de
obtener una alta indemnización monetaria.
En su discurso no se olvidó de
fustigar a la Fiscal General por su pertenencia a una familia “subversiva”; se
refirió a que en el “enfrentamiento armado” –eufemismo con el que buscan
encubrir el genocidio y el terrorismo de Estado, de la misma forma en que han
prostituido la expresión “conflicto armado interno”- hubo tantas muertes de uno
como del otro lado, además de que eran indígenas matándose entre sí en el
típico escenario de la Guerra Fría, la URSS vs. EEUU. El agente estatal estaba
tan dirigido a negar el genocidio, que en la intervención de uno de los jueces
creyó oír la palabra y, en lugar de responder su pregunta, le recordó nuevamente
que la Corte no tiene competencia para conocer este caso ni pronunciarse al
respecto. Es más, en su criterio, la Corte no debería conocer ningún caso
porque no es parte de un sistema penal, sino que debe dejarlos en la
jurisdicción interna que allí el Programa Nacional de Reparaciones se ocupará
de estos asuntos.
También fue parte del discurso
estatal de corte contrainsurgente la amnistía otorgada mediante la Ley de
Reconciliación Nacional de 1996. En su sesgado punto de vista, son improcedentes los procesos penales emprendidos en
los casos mencionados. Es más, dicha ley ni siquiera debió haber excluido la
desaparición forzada porque aún no estaba tipificada en el ordenamiento
jurídico en el momento de su promulgación. Esta postura es compartida por
los sectores interesados en mantener la impunidad de los criminales terroristas
de Estado, como los militares, entre ellos el ex jefe de Estado Efraín Ríos
Montt, amparado provisionalmente por la Corte Constitucional al invocar la
validez de esa ley en las causas que se le siguen en el genocidio ixil y la
masacre de Las Dos Erres.
Al terminar la audiencia, aún
asombrada por lo oído, los sentí al pasar a mi lado como cuando se cae al
vacío. Me retiré de la sala de audiencias del alto tribunal de derechos humanos
con la impresión de que todos los caminos a la verdad y la justicia confluyen
hacia un solo punto: el abismo de la impunidad y la versión contrainsurgente de
esa etapa trágica de la historia guatemalteca que brotó de la lastimada
garganta del representante estatal.
Escuchar las pretensiones de ese
poder aplastante, respirar el aire envenenado con alientos racistas,
manipuladores, cargado de odio, que busca destruir las esperanzas de justicia y
de encontrar la verdad sobre lo sucedido a Marco Antonio, me hizo sentir que
estaba cerca de algo que me sobrepasa, que no entiendo, algo sucio, peligroso,
oculto, secreto, que no puede ser expuesto a la luz pública.
Pero aún sin esperanza no me daré
por vencida. Se lo debo a mi hermano, se lo debo a mi padre y a mi madre, se lo
debo a la sangre centenares de miles de veces derramada.
Vídeos de la audiencia de Río
Negro en la Corte Interamericana de Derechos Humanos:
Otros enlaces:
La historia de Dominga Sic: Denese
Becker recupera su memoria
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