viernes, 30 de noviembre de 2012

Amor en dolor transfigurado




Amor de mi vida, Marco Antonio, hermano de mi alma, mi niño desaparecido, niño victimizado, niño truncado, tronchado de raíz, un árbol arrancado cuando apenas nacía, brutalmente ocultado de la vida para perderlo en el oscuro abismo de la muerte. Mi niño sin nombre, sin lápida, sin adioses ni abrazos. Niño de mi corazón, borrado por la perversidad de los hombres sin alma, de los infrahumanos sin rostros y sin nombres, siniestros embajadores del mal, Xibalbá entre nosotros. Amor transfigurado en el dolor de golpes infligidos con saña por hombres sin piedad, ciegos a las lágrimas y al implorante gesto de su madre, sordos a su grito de angustia, al llanto que se extiende por treinta y un años que no cesa aunque riamos y sigamos enteras, asidas a la vida, buscándolo...

Amor de mi vida, amor triste, profundo, desgarrante, amor que busca al niño desaparecido, amor que extiende sus manos al vacío en busca de promesas, de humo, de la nada. Amor que no lo encuentra, hermano de mi alma, pese a la terquedad centuplicada día a día, no lo olvido, no quiero, aunque me muera. Ya no encontré su vida, su latido. Quiero encontrar su muerte, saber el minuto exacto en el que se detuvo su pulso, el segundo en el que cayeron una a una sus células como estrellas marchitas, pisoteadas por los seres venidos del averno. Quiero saber el día, la hora y el minuto en el que sus manos dejaron de abrirse para tomar el mundo al que despuntaba apenas, a sus catorce años, diez meses y seis días.

Quiero saber quiénes lo hicieron. Quiero verlos, saber si tienen alma. Saber si tienen ojos y si pueden mirarme. Saber si tienen boca y si pueden decirme qué hicieron con usted. ¿En qué altar de miseria, de huesos y de sangre colocan las ofrendas bestiales a sus dioses? ¿Qué líquido espeso y oscuro circula por sus venas? Quiero saber cómo pueden dormir y respirar, pensar y deglutir, el general, el coronel, el que fue ministro de la defensa, el que dirigió la G2, el del estado mayor presidencial, el teniente que ejecutó las órdenes de muerte, el oficial que comandó cuarteles, el que tiró las bombas. Los hijos de Caín, pequeños engendros de la muerte, afincaron sus remedos de humanidad sobre el fango y la sangre, sobre el fuego asesino que consumió los ranchos, que exterminó a las flores, los niños, las mujeres, en medio del silencio, sin tregua, sin piedad, salvajemente, que se lo llevaron a usted, hermano de mi alma. Bestias nauseabundas, repulsivas, tocadas por lo horrible, dadores del dolor, perpetradores de la herida, portadores del mal, destructores de sueños, de luces y de estrellas, enterradores, verdugos, repartidores de la muerte, no de la que se acerca sigilosa y debe arrebatarnos dulcemente el aliento, sino de la otra muerte: aquella que aparece de pronto entre el humo y el fuego de las balas o en el ritual macabro de bayonetas raspantes y puñales helados degollando los sueños.

¿Dónde están sus despojos, hermano de mi alma, mi niño tan amado con un amor que duele, con abrazos que ni siquiera lograron alcanzarlo, con caricias resecas que no lo tocan nunca? Ni un pedazo de usted volví a ver, ni un dedito. ¿Dónde está? ¿Qué le hicieron? ¿Cuánto tiempo sufrió? ¿Fue demasiado horrible? Preguntas y preguntas. Es lo que me satura, hermano de mi alma, estaré llena de ellas hasta encontrar certezas.

Felicidad de mi niñez y de mis años jóvenes, el amor más grande y ahora apenas sé cómo era porque no vivió lo suficiente. Es todo tan injusto. Trato de recordarlo, dibujo la forma de sus manos, recupero entera su mirada y su risa es un cascabel en mis oídos pero tan solo encuentro de nuevo a la tristeza. Su recuerdo se esfuma en una maraña de dolores y tiempo que ha pasado hora tras hora, año tras año, borrando sus huellas en mi vida.

Y sin embargo, amor en dolor transfigurado, indescriptible amor que me traspasa, que vivirá mientras yo esté viva. Eso es usted, amado hermano mío. Soy un tesoro que guarda su memoria, los pequeños retazos de recuerdos. Lejos, también, mi país vive en mí. Soy un triste santuario iluminado con pájaros y flores.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Las olvidadas




Artículo 3. Toda mujer tiene derecho a una vida libre de violencia, 

tanto en el ámbito público como en el privado. 



Las que resistieron el cautiverio, las torturas, los interrogatorios, los ataques sexuales cuando convirtieron sus cuerpos en territorio dominado. Las que aguantaron hambre y sed durante días y días con sus noches y no les importó, porque estar en manos de ellos, los militares y los agentes de la G2, era como si ya estuvieran muertas. 

Por cada Alaide, Myrna, Rogelia, Marlene, Yolanda, Irma, María, E. Guadalupe, Menchi, Marilú, Auri, Magaly, Betza, Aracely, Glenda, Rosaura, Cándida, Rosa María, Marilyn, Angela, Lucrecia, por cada mujer o niña que fueron hechas prisioneras, desaparecidas o asesinadas cuyos nombres conozco, hubo miles de perseguidas, acosadas, violentadas por el poder que les quitó la libertad, la vida, la tierra o, en el menor de los males, el derecho a vivir en su país. Aquellas que llevaban la vida en su vientre o que fueron forzadas a dejar a sus hijos/as, con la mirada cargada de futuro vislumbraron un mundo diferente y quisieron construirlo con sus manos.

Las que no hablaron. Las que jugaron el perverso juego de los torturadores sacándoles ventaja, porque no confesaron jamás dónde estaban los libros, los programas de lucha, los planes de trabajo. No delataron a nadie. Sellaron sus labios y su suerte y conocieron lo peor de los seres humanos en los incontables días de horrible cautiverio. Y las que hablaron porque no soportaron la tortura. No sé qué es estar allí, por eso no las juzgo.

Amordazadas, cegadas con una asquerosa venda, engrilletadas, sin comer ni beber, golpeadas, violadas por bestias con apariencia humana tantas veces que perdieron la cuenta. Son la verdad que sigue aprisionada en el cuartel para resguardo de la impunidad de los criminales terroristas de Estado. 

¿En qué pensaban? ¿Qué sentían? ¿Cómo pudieron resistir, no darse por vencidas, cuando les trituraban el cuerpo y el espíritu? A lo mejor sus almas escaparon de sus cuerpos doloridos y salieron del cuartel a buscar el agua, el alimento, el sueño y la vida que les eran negados por hombres perversos e infinitamente crueles.

Cierra los ojos. Sueña con flores, flores, flores… de todas las formas y todos los matices. En la lejanía, árboles altos movidos por el viento, habitados por pájaros de variados plumajes, cantando en cada madrugada de cada uno de los miles de días que le quedaban por vivir.

Sabían dónde estaban, dónde y cuándo las habían detenido y quiénes lo habían hecho. Sabían en qué manos había caído, manos llenas de sangre de los torturadores, los desaparecedores, los asesinos, los señores de la muerte, el miedo y el dolor. Hasta ese inframundo sin leyes y sin dios, nuestro abrazo no podía alcanzarlas.

La que bebió el agua apenas necesaria para apagar la brasa de la sed y mantener la llama de la vida, sueña con cristalinas fuentes de agua fría que le ahogan la sed, ríos enormes, caudalosos, o arroyuelos discurriendo tranquilos, susurrantes, agua cayendo desde grandes alturas repartiendo la vida a sus verdes orillas.

Afuera, nuestra verdad estaba hecha de preguntas, incertidumbre y miedo. Una verdad basada en las pesadillas recurrentes de gente que desaparecía y se perdía para siempre en un infinito laberinto de oscuridad y de dolores. 

Por cada mujer o niña desaparecida o asesinada, aún hay madres, abuelas, hermanas, amigas, familias enteras, en cuyas vidas se prolongan el sufrimiento y el inconcluso duelo, una forma de tortura psicológica.

Incansablemente buscamos su rastro, preguntamos, recorrimos los lugares por los que solían transitar. Cada día escudriñábamos las páginas de los diarios con temor de encontrarnos con la fatal noticia de sus cuerpos abandonados en cualquier parte como si fueran cualquier cosa. 

Se fugaron con la luna que emergió tímida, atrás del horizonte. Con ella, se fueron a lo más alto envueltas en nubes que opacan su resplandor. Sienten la noche cálida mientras caminan, libres bajo los altos árboles mirando las estrellas. Estarán vivas mientras digamos sus nombres en voz alta y recordemos sus vidas, mientras continuemos demandando justicia.

Sin justicia para las víctimas del terrorismo de Estado, no habrá paz en nuestro país. La violencia en contra de las mujeres se prolonga hasta el día de hoy; tristemente, solo en lo que corresponde al femicidio, Guatemala ocupa el segundo lugar en cantidad de mujeres asesinadas en una lista de 44 países.

“Con una tasa anual de 93 asesinatos de mujeres por cada millón de habitantes, Guatemala es el segundo país, después de El Salvador, donde se registran más femicidios, según un estudio de la ONU.”

sábado, 10 de noviembre de 2012

Los que siguen viviendo en el pasado


Hace un año, a partir de la elección de un militar como gobernante de Guatemala, se han venido observando el reforzamiento – envalentonamiento y las manifestaciones escritas y públicas de sectores fascistas ligados con el terrorismo de Estado que asoló el país en una época muy reciente. Con sus opiniones fuertemente teñidas de anticomunismo y sus señalamientos retorcidos y falsos, pretenden imponer una versión en blanco y negro del genocidio. Es una versión muy conveniente, en ellas los presuntos criminales son los buenos y los opositores/as y las víctimas, los malos

Para muestra, varios botones: las demandas inconsistentes y burdas en las que decenas de personas –algunas de ellas con una trayectoria de décadas en la oposición política- han sido acusadas penalmente de delitos atribuibles a las organizaciones político militares de izquierda en los sesentas y setentas; los comentarios cargados de odio y amenazas vertidos en columnas periodísticas o hechos a ciertos/as columnistas de prensa; y, etiquetar como asesinos/as, torturadores/as y terroristas a hombres y mujeres que fueron precisamente el blanco de sus acciones.

Situados por completo en el pasado, inmersos en una lógica contrainsurgente, sus posturas y relatos continúan ciñéndose a la doctrina de seguridad nacional que moldeó no solo sus cabezas, sino que también rigió las actuaciones del Estado guatemalteco, su ejército y demás fuerzas de “seguridad” durante los años de la guerra fría. Desde esa perspectiva, tras la contrarrevolución de 1954, la conflictividad política y social del país se enmarcó en el enfrentamiento entre el Oeste (Estados Unidos y el mundo libre, capitalista y cristiano) y el Este (la Unión Soviética y los países del bloque socialista, comunista y ateo). De esta forma, el origen de dicha conflictividad no había que buscarlo en los problemas estructurales de Guatemala, sino en la implantación de “ideas exóticas” producto de la intervención de Cuba y la URSS con la complicidad de la oposición política local. Esta, según la DSN, pasaba a ser concebida como enemiga del Estado y la sociedad, la patria, contraria a los valores cristianos, a la familia y un largo etcétera, entre eso una dieta que incluía niños en el menú.

En ese contexto confrontativo y autoritario, fuertemente militarizado, la seguridad nacional se constituyó en el primer objetivo del Estado y su defensa era ineficaz en democracia y con respeto a los derechos humanos. Así se justificó la puesta en marcha de regímenes de fuerza, de mano dura, dirigidos a "eliminar las amenazas contra el orden establecido" y "evitar que el país cayera en las garras del comunismo internacional" mediante la persecución y el aniquilamiento del enemigo. Puesto en práctica en Guatemala entre 1954 y 1996 y llevado a extremos desquiciados en los ochentas, el enemigo estaba constituido por cualquier persona que desafiara al poder en cualquier ámbito. 

Así, metieron en el mismo saco a trabajadores/as que se organizaban para mejorar sus condiciones laborales; intelectuales, profesores/as y estudiantes que se alejaron de la línea de pensamiento impuesta desde arriba; al campesinado y los pueblos indígenas que luchaban por su derecho a la tierra, que es lo mismo que su derecho a la vida; a catequistas, sacerdotes y religiosas que se involucraron en procesos de mejoramiento de las condiciones de vida en las zonas rurales y urbanas o en las organizaciones revolucionarias; a cooperativistas, periodistas que sí informaban sobre lo que en realidad estaba sucediendo; y, por supuesto, a militantes de las agrupaciones de centro e izquierda, legales o ilegales, armadas o no. Toda la gente que soñaba y accionaba por construir un país distinto, con justicia, igualdad, libertad y derechos para todos, se convirtió en un blanco de sus ataques letales, pero también la que estaba cerca -sus familias-, la que se enteraba, la que de vez en cuando participaba en una manifestación o en una huelga... Con el más mínimo acto o decisión se cruzaba la línea invisible que dividió a la población en “amiga” o “enemiga”.

Es este planteamiento el que resurge con fuerza en las manifestaciones de la derecha fascista, anticomunista y anti lo que sea -antihumanas- porque desde estas posturas de lo que se trata es de etiquetar cualquier tipo de discurso crítico de comunista, aunque no lo sea, con tal de ligarlo al pasado y recurrir a los únicos argumentos que son capaces de esgrimir: las mismas sinrazones contrainsurgentes, manipuladoras y mentirosas de antaño que dieron lugar al genocidio más grande del hemisferio occidental. A esto se agrega que ahora, en un acto de prestidigitación -una operación de guerra psicológica, como las de sus años dorados- las acusaciones de terrorismo, tortura y asesinatos se dirigen a quienes otrora eran precisamente el blanco de esas actuaciones perpetradas por ellos mismos. 

Con su retorcida e ideologizada campaña, los sectores fascistas alineados con los perpetradores del genocidio, la desaparición forzada y la tortura de decenas de millares de guatemaltecos y guatemaltecas, no tiene otro objetivo que perpetuar la impunidad y el silencio que continúan existiendo alrededor de estos crímenes. La difusión de versiones amañadas y mentirosas de hechos deleznables, junto con el amedrentamiento de la población, persigue mantener los privilegios de los presuntos criminales, sus familias y sus allegados, porque además de ensangrentar al país, se enriquecieron mediante el saqueo de las arcas nacionales y el despojo de tierras y propiedades de los perseguidos y aniquilados.

En tal sentido, así como está prohibida la ideología nazi en Alemania y en otros países europeos, en Guatemala se debería prohibir legalmente la difusión de las ideas ligadas a la doctrina de seguridad nacional y las prácticas políticas asociadas con ellas, con base en el elevadísimo costo humano y social que significó su implantación: el sacrificio despiadado de doscientas mil vidas de personas asesinadas o desaparecidas y la cauda de violencia y sufrimiento que continúa aquejando a la sociedad guatemalteca. Además, estas voces, que vienen desde el pasado, revictimizan a las víctimas, mueven los hilos del terror que atraviesan de arriba abajo la vida de nuestro país, atentan contra la paz, incitan a la violencia y reproducen una versión falsificada de la historia reciente. Si se analiza esta situación desde la óptica de los derechos, estos sectores cavernarios y fascistas tienen los de pensar y decir lo que les dé la gana, pero como mínimo hay expresiones que entran en el catálogo de delitos del código penal, como las injurias y calumnias, las amenazas, el hostigamiento, que al constituirse como tales deben ser perseguidos penalmente de oficio por las instituciones establecidas para tales efectos.

Teniendo como caja de resonancia a los medios, los hombres que siguen viviendo en el pasado, aferrados a un estado de cosas en el que pudieron acallar las voces disidentes exterminándolas y aterrorizándolas, no quieren enterarse que a partir de 1996 se echó a andar un proceso en el que ciertamente aún prevalecen las promesas sobre las realidades, pero que ha impuesto las formalidades democráticas de las que el ejercicio de los derechos políticos y civiles es un aspecto fundamental.

Así, se entiende universalmente que ya no son motivo para marcar a alguien como enemigo el sostener posturas políticas de izquierda, de centro, de derecha, con todas sus variantes y combinaciones posibles; defender los derechos humanos; expresar verbalmente o por escrito opiniones críticas; manifestarse en contra del gobierno, la oligarquía y el ejército; salir a la calle a plantear demandas; organizarse y luchar para defender la tierra, la naturaleza y otros derechos de los pueblos indígenas; exigir el cumplimiento de los derechos de las mujeres, la diversidad sexual; demandar justicia por parte de las víctimas del genocidio, la desaparición forzada, la tortura y otros crímenes.

NO SON DELITO todas estas y muchas otras prácticas y demandas populares. Son manifestaciones legítimas del ejercicio de ciudadanía garantizadas constitucionalmente y protegidas por los tratados internacionales de derechos humanos, por mucho que les pese, y se desarrollan en un espacio conquistado mediante las luchas y la resistencia de los sectores más desfavorecidos de nuestro país. 

Tales avances son ciertamente lentos, tímidos, endebles, pero avances al fin, y deben ser defendidos contra los vientos y mareas neoliberales, autoritarias, extractivistas y militaristas, criminalizadoras de la protesta social, y contra los ataques de los cavernícolas que siguen viviendo en el pasado. Deben ser fortalecidos y traducidos en una institucionalidad democrática vigorosa que haga realidad la existencia, al menos, de un Estado de Derecho en nuestro país.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Los desaparecidos y desaparecidas están en todas partes

Cada 1 y 2 de noviembre, días de los santos y de los difuntos, días de fiesta en Guatemala, mi corazón es un jardín y mi vida entera un ramo de flores para adornar la inexistente tumba de mi hermano, mi niño desaparecido por la G2 del ejército el 6 de octubre de 1981. Para hallar lo que queda de él, que está en alguna parte, para saber qué fue de ese milagro que era su existencia, lo seguimos buscando.

Me asomo por todas las esquinas y pronuncio despacio, letra a letra, su nombre y lo uno a los nombres de los 45 000 mujeres y hombres, niños y niñas que fueron sometidos a este tormento cruel infligido por hombres despiadados.

Dando vuelta a las piedras, recorro veredas, caminos, carreteras; desciendo a los abismos y vuelo hacia las cumbres buscándolos. Interrogo a las nubes y a los árboles, al poste de la esquina, a las puertas cerradas, a las ventanas cegadas por el horror, que los vieron pasar cuando se los llevaron “con rumbo desconocido”.

Inútilmente le pregunto a la gente que vio para otro lado, que se vendó los ojos, a la que quedó paralizada por el miedo y a la que aplaudió los crímenes de los terroristas de uniforme, a la que tapó sus oídos y no quiso saber de nuestra angustia, a la que selló sus labios hasta ahora.

Navego por las venas y arterias de la patria rastreando sus huellas en el agua.

Me adentro en el océano, tan vasto, que recibió sus cuerpos, y subo a los cráteres de todos los volcanes que alimentaron sus entrañas de fuego con sus vidas.

Cada grano de arena, cada ráfaga de viento, cada mota de polvo, cada rayo de luz, cada brizna de hierba, se aprendieron sus caras para reconocerles por si ven sus cuerpos insepultos que, sin descanso, permanecen con los ojos abiertos aguardando justicia. Mi tierra está cruzada por entero por los pasos de quienes, portando un dolor infinito, les buscamos.

Triste manera de persistir la de los desaparecidos y desaparecidas, aprisionados en el recuerdo de los cuartos intactos, vacíos de su presencia, con su vida entera reducida a un momento, ese, tan horrendo, de su detención, que se tragó su historia, su potencial y su futuro.

Pero también, hermano, es mi alma la que conserva su amor y su recuerdo. A veces soy la tumba de su sangre, sus huesos y su carne; a veces soy su vida no vivida; soy su dolor pero también disfruto las que debieron ser sus alegrías.

Hoy llevaré coronas de ciprés cuajadas de claveles rojos a las puertas de todos los cuarteles, allí es donde están los cementerios clandestinos, allí es donde se vuelven imposibles todos los esfuerzos por encontrarlo.

La madre tierra cobija sus huesos, les abraza. Me lo devolverá si lo sigo buscando.