domingo, 30 de septiembre de 2012

Sigue la cuenta regresiva hacia el día maldito


15 de septiembre

Migraña, de esas que no alivian las lágrimas ni las pastillas. A lo lejos suenan los redoblantes de las bandas escolares que le ponen ritmo y sabor caribeños a los desfiles. No sé si Marco Antonio desfiló ese día, hace 31 años, portando la bandera nacional porque era el abanderado del colegio.

Hace un par de semanas, por quinta vez en todo este tiempo, mi hermano se apareció en mis sueños. Tenía unos cinco años, era un niñito con frío, sin camisa. Lo abracé para que entrara en calor y volvió su rostro hacia mí. Sonreía.

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16 de septiembre

Dos y treinta de la mañana; insomne, me asomo a la ventana. Salto por el balcón y salgo a una madrugada fría. Deambulo por las calles cerradas por la neblina. Las luces del alumbrado público son pálidas estrellas terrenales. Me siento en el cordón de la acera y espero en el silencio de esa hora un amanecer que no llegará nunca.

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17 de septiembre

En esta fecha, hace 31 años, fue la última vez que vi a Marco Antonio en condiciones normales. Llegué a mi casa un mediodía, con una falda negra y mis sempiternas sandalias amarillas con tacón de cuña, con las que seguramente era descrita en mi ficha de la G2 según las bromas de los compas. Comimos, hablamos, sonreímos. Me pidió su regalo de cumpleaños, quería un equipo de sonido. Con una cinta métrica constatamos que había dado un estirón y ya estaba cambiando de voz. Cuando hubo que hacer la ficha antropométrica para la búsqueda e identificación de sus restos, estaba absolutamente segura de que en el momento en que Marco Antonio fue capturado, el 6 de octubre, medía 1,69 m. 

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18 de septiembre

Ya entendí. Si no lloro, no duermo. También tengo que hacer algo de ejercicio para aflojar el cuerpo, de lo contrario acostarme es como poner una piedra en una tabla.

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No nos pasó a nosotros solamente. Lo sucedido a las 45 000 personas desaparecidas y sus familias les pasó a todos los guatemaltecos y guatemaltecas y nos sigue pasando, hasta hoy.
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23 de septiembre

“Faltan trece días para que se cumplan trece años”. Su gesto, el de un hombre agonizante en la cama de un hospital josefino hace 18 años, es el de un padre que perdió la esperanza de encontrar a su niño, a Marco Antonio. El hombre agonizante es mi padre, que decidió no continuar viviendo tras entender que ya no volvería a verlo con vida. El arma que acabó con su cuerpo –porque espiritualmente ya estaba muerto- fue su corazón cargado de angustia y de dolor infinitos por la pérdida de su hijo, pero también de rabia, impotencia y asco ante la cobardía de un puñado de militares terroristas que se ensañaron con las personas más débiles, con los niños y las niñas, las mujeres, las ancianas y ancianos, las poetas inermes, los escritores, las maestras y profesores, el estudiantado universitario, las artesanas y los tejedores, los sembradores y las cuidadoras de la naturaleza.

Mi padre era contador, un hombre prolijo y perfeccionista, con una letra hermosa, de quien daba gusto ver los libros en los que llevaba las contabilidades de sus clientes. Sus últimos trece años menos trece días, contó los días, las horas, los minutos y los segundos transcurridos tras la captura y desaparición de su hijo, midió la profundidad del abismo que se abrió en su pecho, contó una a una las mentiras de los criminales y decidió morirse un 23 de septiembre para no continuar sumando ausencia.

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Hoy acompañé a mi madre al cementerio para dejarle unas flores al jinete de estrellas que descansa en un mausoleo blanco, idéntico a todos los demás, coronado por una pequeña imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa de la que era devoto. Éramos dos mujeres de pie frente a su tumba, bajo un sol que nos caía a plomo quemándonos las lágrimas antes de que brotaran de los ojos mientras lo recordábamos intensamente, monologando. Yo le pedí ayuda y compañía, apoyo para saber cómo seguir. Mi madre, con la desesperación que se adueña de ella tras casi 31 años de no saber de su niño, le reprochaba no haber vuelto a decirle dónde está. “Su espíritu ya es libre, él sabe dónde está Marco Antonio, ¿por qué no viene a decírmelo?” Desolada, no pude decirle ni una palabra.

Saber dónde está, recuperar sus restos –a estas alturas, pensar que está con vida es impensable, “estaría quizá ciego, enloquecido”- es una necesidad vital para mi madre, es como el aire. El año pasado le escribí al Señor Ministro de la Defensa suplicándole que nos den la información para saber qué le sucedió y ubicar lo que quede de él. El silencio es la respuesta, un silencio que se ha extendido por estos 31 años, que pesa como la losa de una tumba sin nombre.

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26 de septiembre

Cuarto aniversario de la muerte de Mauro. Los médicos le diagnosticaron un cáncer. Pero yo creo que murió de tristeza ante la destrucción de tantas vidas a manos de los militares fascistas, terroristas. Su cuerpo está enterrado en la Suiza italiana, donde está su querida familia –Ximena, Salvatore y Luciano- pero su corazón vibra en cada foto que tomó. Son imágenes de fuego en las que plasmó su mirada sensible, solidaria, comprometida. Con su trabajo de años, configuró la memoria gráfica de las luchas, movilizaciones, desvelos y protagonistas de los setentas y ochentas en una Guatemala por la que estuvo dispuesto a dar su vida. Y la dio.

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Entrada en el blog de Raúl Figueroa Sarti (http://raulfigueroasarti.blogspot.com/2012/09/el-26-de-septiembre-en-nuestra-memoria.html):

"El 26 de septiembre de 1972, en la zona 7 de la ciudad de Guatemala, miembros de la Policía Nacional, capturaron a ocho personas de las cuales siete pertenecían a la Comisión Política del PGT, la que no pertenecía a dicha organización fue liberada. Hasta la fecha se desconoce el paradero de las víctimas. Víctimas identificadas: Bernardo Alvarado Monzon, Raul Alvarado, Hugo Barrios Klee, Miguel Angel Hernandez, Fantina María Pola Rodríguez Padilla de de León, Mario Silva Jonama, Carlos René Valle Valle, Natividad Franco."


Hubo protestas y huelgas en Guatemala para exigir su aparición con vida, hubo presión internacional de parte de los trabajadores/as de todo el mundo, partidos de izquierda, gobiernos, y el gobierno militar de Arana mantuvo su decisión de desaparecer a la dirigencia comunista. Estas personas forman parte de las decenas de millares de víctimas de desaparición forzada en Guatemala para las que debemos continuar demandando justicia


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27 de septiembre

Hace 31 años Emma fue detenida en un retén militar en Santa Lucía Utatlán. Escucho al compañero que con su explicación sobre el sonido me devuelve al ahora, sacándome de la choza donde la retuvieron tras bajarla de la camioneta Galgos. Allí permaneció varias horas mientras la trasladaban al cuartel de Quetzaltenango. En ese lugar –una casa de pueblo, a unos cientos de metros de la carretera Interamericana, sin comida ni agua, atada de los pies y las manos- aguardaba lo peor. Su intento de cortarse con una lata oxidada fue infructuoso.

Dejo a un lado los recuerdos, tengo que concentrarme en las explicaciones. Por la tarde, es mi cuerpo el que llora. Con escalofríos y dolores provocados por la fiebre, me digo a mí misma “esto no es nada comparado con lo que mi hermana estaba padeciendo hace 31 años”.
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28 de septiembre

Hace 63 años se fundó el partido de los trabajadores y trabajadoras guatemaltecas, el PGT. El enemigo no descansó hasta lograr aniquilarlo asesinando o desapareciendo a dirigentes y militantes ensañándose con ellos/as y sus familias, como los nazis que, basados en el llamado derecho de sangre –jus sanguinis-, mataban a miembros de la familia cuando no podían matar a quien era originalmente su objetivo.

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30 de septiembre

La muerte nos roza con su aliento y estremece el mundo nuevamente. Hoy sepultaron a Jonathan, un joven de 29 años, amigo de mis hijos, que murió el viernes 28 en un accidente automovilístico. Trato de encontrarle alguna lógica a este hecho mientras intento consolar a mis hijos, dos muchachos que, por primera vez, viven en su propia piel una tragedia. Me resulta inevitable asociarla con la partida prematura y violenta de una pléyade de jóvenes hombres y mujeres asesinados en Guatemala por los terroristas de Estado. Pero no se trata de eso ahora. Ha sido la azarosa muerte, la implacable e igualadora muerte, la que se llevó a este joven querido, y no un plan perverso, maquinado por seres humanos para destruir a otros seres humanos. Como sea, me duele la pérdida de un joven bueno, trabajador, decente, buen hijo y buen amigo, me duele el llanto en los ojos de mis hijos y me duele su madre.

Jonathan era ingeniero electromecánico, pero ser un profesional no le libró de las largas jornadas laborales que excedían el tiempo establecido por la ley y no le dejaban tiempo para el descanso ni para sus actividades personales. Trabajaba de lunes a sábado y los  domingos por la mañana, estaba agotado. Eso quizá explique por qué se accidentó. Me pregunto si será una víctima más de la explotación laboral, con horarios de los que solo se sabe la hora de entrada, pero no la de la salida, agudizada sobre la base de la aplicación de las concepciones neoliberales del trabajo y la falta de empleo de calidad. Estas son variables que seguramente no se toman en cuenta al medir los riesgos de accidentes de tránsito.

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Hay algo que no deja de darme vueltas en la cabeza y es el asunto de que “un soldado no pide perdón”. Pero si lo que ellos hicieron no tiene perdón, que no se molesten en pedirlo. Los militares guatemaltecos, terroristas estatales, fueron como los nazis al materializar su intención de “acabar con la semilla” con la eliminación de familias y pueblos completos, la muerte de mujeres embarazadas, las violaciones y la esclavitud sexual a las que sometieron a las prisioneras.

En nuestro caso, la cobarde detención y desaparición de Marco Antonio por la G2 del ejército guatemalteco, no nos interesa que los perpetradores nos pidan perdón. Lo que exigimos es justicia y que nos digan qué le hicieron y quiénes y que nos devuelvan sus restos para sepultarlos dignamente.

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Los criminales cobardes, que no dan la cara ni asumen su responsabilidad por sus delitos, quisieron arrancar la vida de raíz, pero allí está Guatemala, resistiendo y afrontando las “nuevas” formas del despojo.

viernes, 21 de septiembre de 2012

La desaparición forzada de personas (4) Doctrina de seguridad nacional y terrorismo de Estado


La doctrina de seguridad nacional fue aplicada de acuerdo con las condiciones específicas de cada país. En muchos países latinoamericanos se constituyeron Estados fuertes, verticales, militares, despreciativos de las normas democráticas, anticivilistas, que eliminaron la independencia de poderes sometiendo a los organismos legislativo y judicial al ejecutivo, controlado éste último por una cúpula militar que actuó con base en medidas de excepción[i]. Para restaurar el orden, el ejército recurrió al estado de excepción, por medio del cual reemplazó el orden jurídico existente por todas las formas de la arbitrariedad.

Todo esto se tradujo para las sociedades latinoamericanas en el sojuzgamiento de amplios sectores de la población a partir del empleo de métodos terroristas como la tortura, los asesinatos políticos, las desapariciones forzadas y otras formas de conculcación de los derechos civiles y políticos. Estas fueron prácticas ejercidas por las fuerzas armadas y los grupos paramilitares que actuaron bajo su absoluto control y dirección.

FEDEFAM, en su V Congreso realizado en 1984[ii], al analizar los mecanismos de la puesta en práctica de la doctrina de seguridad nacional en el continente, concluyó en que "...los gobiernos represores para imponerse y subsistir han tenido que organizar un fuerte aparato represivo para acallar toda voz de disenso e instaurar un verdadero terror en las poblaciones, quebrando toda posibilidad de lucha o solidaridad." (FEDEFAM, vol. III, agosto 1987, pp. 15).

Además, "...la represión está sólidamente estructurada e internacionalizada (...) es masiva (...) se instrumentan métodos represivos en forma selectiva que (...) suelen ser usados ampliamente para incrementar el terror (...) se ejerce coartando las libertades de expresión, movilización y organización (...) abarca desde los presos políticos, el exilio, la censura, hasta brutales torturas, vejaciones, asesinatos, secuestros y la instauración de un nuevo tipo de represión: la detención desaparición de personas (...) llega a extremos de genocidio, haciendo desaparecer poblaciones (...) en su totalidad o de etnocidio cuando aplicaron la política de destrucción total o de migraciones masivas de poblaciones (casos de Guatemala y Perú), en un evidente intento de romper los lazos culturales tradicionales (...) ha implementado un verdadero terrorismo de Estado para extirpar las luchas populares (...) está tan enraizado (el aparato represivo) que aún países que inician un proceso democrático se encuentran con enormes dificultades para desmantelarlo. La persistencia del aparato represivo debilita el poder político". (FEDEFAM, Op. Cit., pp. 15).

El carácter internacional de la represión se manifestó en la coordinación de las fuerzas armadas de país a país mediante organismos como el Consejo de Ejércitos Centroamericanos -CONDECA-, por ejemplo. Estos les permitieron intercambiar información, realizar operativos conjuntos, etc. Esto explica también cómo se dieron las desapariciones forzadas en cualquier país latinoamericano, sin importar la nacionalidad de la víctima.

La desaparición forzada y la guerra de baja intensidad

La guerra de baja intensidad es una versión modernizada, más pragmática y más objetiva, de la guerra contrainsurgente.

En la segunda mitad de la década del setenta, fundamentalmente después del triunfo revolucionario en Nicaragua, las fuerzas hegemónicas norteamericanas principiaron a aplicar esta nueva concepción de guerra en búsqueda de resultados efectivos contra los movimientos insurgentes en algunos de los países centroamericanos y contra el Estado revolucionario nicaragüense.

La GBI es producto de la experiencia norteamericana en Vietnam, país en el que los Estados Unidos aplicaron una estrategia basada en aspectos político-militares que resultaron inadecuados para hacer frente a una guerra de liberación nacional librada en todos los planos.

Esta concepción se alimentó de todas las doctrinas militares previas, que ofrecían soluciones fragmentadas y cortoplacistas a los conflictos que se presentaban en los diferentes países bajo la dominación norteamericana. Además, se basó en el estudio de los movimientos insurgentes para utilizar contra ellos sus mismas tácticas.

A partir de la concepción de la GBI, en las áreas de interés geopolítico para los EEUU prevaleció como interés máximo la seguridad estadounidense y se dio paso al montaje de proyectos contrarrevolucionarios a escala regional. Su gran objetivo, dicho de una manera muy simple, era neutralizar el apoyo de la población civil a cualquier fuerza revolucionaria, gobernante o insurgente, ejecutando todo tipo de acciones deslegitimadoras dirigidas a anular su eficacia. Si bien en su esencia prevalecen los elementos políticos sobre los militares y para los Estados Unidos la participación de sus tropas puede tener un "perfil mucho más bajo", en su aplicación práctica para nuestros pueblos sus efectos no fueron de baja intensidad. Esto se explica dado que la aplicación de esa nueva doctrina de guerra de ninguna manera significó dejar de lado el terrorismo de Estado al interior de cada país.

Así, se implementaron respuestas coherentes y coordinadas en el nivel regional ante la aparición del fenómeno revolucionario nicaragüense para contrastar en el imaginario el "totalitarismo" gobernante en ese país con las "democracias" del resto de Centroamérica. 

En ese marco se realizaron los procesos electorales en El Salvador en 1982 y Guatemala en 1986, sin que eso significara el abandono del poder real por parte de los respectivos ejércitos ni que dejaran de recurrir a las prácticas represivas. Una fachada ajustada a ciertas prácticas democráticas, como las elecciones, les dio un mayor margen en la política interna para continuar con las guerras contrainsurgentes.




[i] Simón A. Lázara, Desaparición forzada de personas, doctrina de la seguridad nacional y la influencia de factores económico-sociales, en La desaparición, crimen contra la humanidad. Grupo de Iniciativa por una Convención Internacional sobre la Desaparición Forzada de Personas, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Buenos Aires, octubre 1987, pp. 41.
[ii] Resoluciones del IV Congreso de FEDEFAM.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Llegó septiembre con su renovada carga de tristezas


1º. de septiembre

De nuevo, inevitablemente, llegó septiembre con su renovada carga de tristezas y la inconsciente cuenta regresiva. Pero septiembre también atesora los recuerdos que me quedan de sus últimos días con nosotros. Idéntica a mí misma, me veo en un espejo de humo, sal y lágrimas. El tiempo pasa y se acumula como el polvo en las casas vacías. El dolor es una ola que, incesante, se abate sobre mi alma.
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3 de septiembre

Hace treinta y un años menos un septiembre, pese a mis sentimientos, el mundo siguió girando y los relojes y los calendarios continuaron su marcha implacable. Los años se acumularon sobre mi espalda y echaron capas de olvido en una sociedad que, por terror o por complicidad, optó por la brutal indiferencia ante un crimen que dejó secuelas impensables y poco conocidas en las 45 000 familias de las víctimas y en el país entero, que continúa postrado por la violencia y las dificultades de acceso a la justicia y al bienestar de las mayorías desposeídas.
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5 de septiembre

Treinta septiembres sin usted, mi hermano, treinta septiembres duros, imposibles, en los que, aunque no lo quiera, todo queda en suspenso y lo que se impone en mi vida es su ausencia. Empezó el trigésimo primer septiembre y me pregunto cómo llegué hasta aquí, como pude salir del abismo en que me hundí ese día maldito, cómo caminé, hablé, respiré, y, en fin, cómo seguí viviendo si mi alma estaba muerta.

Muchas cosas pasaron, querido  hermano mío, tan presente en este dolor vivo, en las lágrimas que cuelgan renuentes de mis pestañas, en este amor que me sigue impulsando a buscar su rastro en la arena del tiempo, a seguir haciendo preguntas sin respuesta.
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6 de septiembre

Lo peor de septiembre son las noches, esos minutos en los que, desprendiéndome de la rutina, quiero dar paso al descanso. Pongo la cabeza sobre la almohada, apago la luz, y aparece un viejo conocido: el insomnio. Pero no viene solo, viene con el ahogo, el sollozo apagado, la tristeza. Ni siquiera estoy pensando en usted, hermano, que pronto cumplirá 31 años de haber sido detenido ilegalmente por la G2 y desaparecido hasta hoy y que, en noches como esta, pareciera que estará perdido para siempre.
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7 de septiembre

¿A qué aferrarte, Adriana, amiga triste, cuando sentís que el aire no quiere llegar a tus pulmones? La esperanza es solo un espejismo, una ilusión, un artilugio, al que recurrimos para darle algún sentido al día – tras – día sin tus hijas, sin mi hermano. Quisiera darte aliento, quisiera que mi abrazo te alcanzara. Es frustrante no tener otra cosa que palabras, gotas de lluvia en el tejado, que enlazo para expresarte mi solidaridad.
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No lo entiendo. Me saco pedazos de mierda de la boca. Me lavo los dientes. El espejo me devuelve la imagen de la joven que fui, con la piel tersa y el cabello muy largo, cuando dudaba si podía decir de mí misma que ya era una mujer. Era joven, pero no tenía miedo.
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9 de septiembre

Su insolencia, su arrogancia, su falta de honor y dignidad al repetir “un soldado no pide perdón” son ofensivas. De azul y blanco, con fotografías de personas queridas, honestas, comprometidas, que ensucian con sus manos, marcharon exigiendo juicios justos para sus padres, abuelos, sus compañeros de armas, los genocidas, torturadores, desaparecedores, la escoria que, cobardes, no quiere asomarle la cara a la justicia. Son ombres sin honor, así, sin hache. Les falta la dignidad que les sobró a mi padre y mi madre cuando el chafa de la G2 les dijo en el Palacio Nacional “entiendo su sufrimiento, mi perro se acaba de morir”. Mi madre tuvo que detener al padre del niño desaparecido, mi hermano, para que no se le fuera encima al tipo que llevaba el uniforme en un gancho porque no se atrevía a caminar por la calle vestido con traje militar. (Noticias y comentarios, aquí)
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11 de septiembre

Jamás he visto a Adriana. No sé si podría reconocerla si me cruzara con ella alguna vez, teniendo en mi retina su imagen de las fotografías. De ellas, retengo especialmente una, la de la joven gloriosamente veinteañera. La otra es la de una mujer que, tras una vida entera atravesada por la tragedia, cierra los ojos mientras se aferra a una calavera.

Adriana abraza la muerte mientras aguarda el reencuentro con sus hijas. Glenda y Rosaura, fueron detenidas ilegalmente y desaparecidas por el ejército guatemalteco en un día maldito de un año maldito, el mismo en que la G2 arrebató a Marco Antonio de la vida. Ese 11 de septiembre las pequeñas niñas de Adriana, de 10 y 9 años, fueron tomadas por una horda de criminales junto con su padre y su familia: su hermana Rosaura, de apenas año y medio de nacida, su esposa y su cuñada.

Desde entonces, con pocos días de diferencia, Adriana y yo junto con 45 000 familias –quizás muchas más, ese es un dato que talvez nunca se precise- habitamos en la misma dimensión, la del dolor infinito, la del silencio. Intemporales, ingrávidas y transparentes, el corazón nos pesa y a ella, ahora, su impresionante, descomunal, insondable sufrimiento, la arrastra al abismo del no ser.
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Mi corazón abraza a una niña que se hizo mujer sin su madre, apuñalada por el odio.
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¡En la buena y en la mala, con Chile está Guatemala! Esa era una más de nuestras consignas en las manifestaciones públicas tras el golpe militar que derrocó a Salvador Allende, dándole vuelta a la acuñada en el país sudamericano después de la intervención estadounidense de 1954, cuando chilenos y chilenas gritaban solidarios “¡En la buena y en la mala, Chile está con Guatemala!”.
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12 de septiembre

Hay milagros que no tienen explicación. Uno de ellos es como una madre -mi madre, Adriana y miles más en Guatemala y en todo el continente- puede sobrevivir después de un hecho tan atroz como la desaparición forzada de sus hijos o hijas. Nadie lo sabe, pero allí están y silenciosamente, mientras roen sus puños despacito, aguardan.
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13 de septiembre

Caminamos sobre arenas movedizas, sobreviviendo a la desesperanza pero con mucha rabia y convicción, sabedoras de que otras generaciones tomarán las banderas de la verdad y la justicia para nuestras niñas y niños desaparecidos. 
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28 años y siete meses de la detención ilegal y desaparición forzada de Emil, el hermano de Marylena, que donde quiera que vaya lleva su imagen en el pecho, como un tatuaje de dolor impreso sobre su corazón.
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Hay sufrimientos y sufrimientos. El de las familias de las personas desaparecidas no concluye sino con nuestra propia muerte. Se reedita cada año en los aniversarios, se atraviesa doloridamente por los cumpleaños, navidades y todas las ocasiones en que, felices, deberían estar a nuestro lado.

El dolor no se entiende. Si no se siente en carne propia o si se huye de él, parece una locura. En mi indeseable condición de hermana de un niño desaparecido, no puedo evitar estar impregnada de sufrimiento; hay días, especialmente en septiembre, en que me siento extraña, desquiciada. Me sumerjo en mí misma, disimulo, sonrío, aunque respire por la herida. La gente no quiere saber de tragedias ajenas y menos si sucedieron hace treinta o cuarenta años. En aquellos años de grave postración social, las personas a las que les asesinaron a un hijo, una hija, expresaban alguna conformidad ante el hecho diciendo que por lo menos no se los habían desaparecido, que habían podido darle sepultura.

Son muchas las facetas de estas experiencias diversas, tantas como personas tocadas brutalmente por un crimen atroz que trato de explicar de mil modos distintos para abrir los corazones de quienes no las entienden, de quienes no las han vivido, para que aunque sea en su fuero interno, apoyen la terquedad, la insistencia, la dignidad, con la que desde aquí, desde la dimensión a la que fuimos condenadxs, continuamos reclamando investigación, juicio y castigo para los desaparecedores, los torturadores, los genocidas, los perpetradores del terrorismo de Estado, los asesinos de poetas, los quemadores de libros, los fascistas que han destrozado ese trozo de azules y de verdes que es la patria.
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14 de septiembre

Desfile de faroles a las seis de la tarde. Con luces en sus manos, niños, niñas, hombres con bebés en los brazos, mamás empujando carruajes, abuelos y abuelas llevando a sus nietxs de la mano, caminan desordenadamente tras una banda desafinada que toca cumbias en lugar de marchas militares a cuyo ritmo se mecen los cuerpos y ondean las banderas rojo, blanco y azul. Hacen un alto y le cantan el japi berdey a la patria en su cumpleaños.

Nadie lleva el paso, nadie marcha alzando los brazos a la altura del hombro ni mueve los pies siguiendo el golpeteo del redoblante, nadie viste uniforme ni tiene la cabeza cubierta por kepis ni ostenta adornos militaroides en sus pechos. Tampoco se escuchan voces de mando ni aires marciales. Es un carnaval caribeño el que circula en todas las calles del país en el que vivo, a diferencia de los desfiles de mi lejana infancia en los que nos formábamos en líneas muy rectas, tomábamos distancia y nos poníamos en posición de firmes al saludar a la bandera. En esto, y en muchas otras cosas, se abre un abismo entre un país sin ejército y otro dominado por el talón de hierro de un ejército que masacró a su propia gente.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La desaparición forzada de personas (3)


Desaparición forzada y doctrina de seguridad nacional

La doctrina de la seguridad nacional, la guerra de baja intensidad y las desapariciones forzadas formaron parte de la geopolítica norteamericana en el hemisferio occidental. Según Helio Gallardo "el fenómeno de las desapariciones forzadas se da en el marco de la guerra contrainsurgente que se desata en América Latina en la década del sesenta, guerra contrainsurgente que se inscribe al interior de la guerra fría (conflicto este-oeste) gestada tras la Segunda Guerra Mundial  (…) el principal motor de las desapariciones forzadas es la geopolítica norteamericana en el área" según el conferencista. (Conferencia de Helio Gallardo en ACAFADE, 1988).

En esta visión geopolítica (que es asumida como propia por sectores locales en los países latinoamericanos, en particular las fuerzas armadas) se encuentran otros antecedentes, como el totalitarismo, el nazismo, el fascismo y las experiencias contrainsurgentes derivadas de las guerras francesas en Indochina y Argelia. 

La doctrina de seguridad nacional, una doctrina guerrerista

La DSN es una doctrina de guerra que parte de la concepción de que existe un enfrentamiento entre el este y el oeste; que la democracia es débil para defender la "seguridad nacional" -la que coloca por encima de los derechos de las personas- y que la seguridad nacional es amenazada no sólo por un enemigo externo sino también por uno interno, separado por una imprecisa y arbitraria frontera ideológica. (S.a. "La Desaparición Forzada en Colombia", sf, pp. 4)

Otro elemento para comprenderla es que "...en cuanto ideología dominante para un proyecto de Estado y sociedad, reposa en dos vertientes: la imagen de la existencia de una crisis, por una parte, y la afirmación del rol militar como factor de restauración del equilibrio, para que esa restauración abra el paso al nuevo proyecto ajustado a los intereses económicos de la transnacionalización y la concentración del poder y la riqueza. La restauración neoconservadora expresó un objetivo básico: fundar un Nuevo Orden Político, mientras una esmerada operación de cirugía represiva basada en los métodos de la contrainsurgencia, eliminaba a los 'enemigos del sistema'". (Simón A. Lázara, “Desaparición forzada de personas, doctrina de la seguridad nacional y la influencia de factores económico-sociales”, en La desaparición, crimen contra la humanidad, del Grupo de Iniciativa por una Convención Internacional sobre la Desaparición Forzada de Personas, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Buenos Aires, octubre 1987, pp. 41).

Ejércitos latinoamericanos, ejércitos de ocupación

En términos muy generales, la doctrina de seguridad nacional fortaleció el proceso de militarización en América Latina, surgido en un marco de crisis de la hegemonía norteamericana al concretarse una alternativa revolucionaria en Cuba. Las condiciones políticas internas en algunos de los países –como Guatemala- también llegaron a niveles de crisis, predominando el descontento popular ante las injusticias prevalecientes, las movilizaciones constantes, la radicalización de sectores de la población que optaron por la lucha armada ante el cierre de los espacios políticos y el incremento de la represión, etc.

En ese contexto los ejércitos (modernizados, profesionales, capacitados en las escuelas militares norteamericanas, como la tristemente célebre Escuela de las Américas) pasaron a ser la única opción para recuperar el orden social, concebido como el mantenimiento del sistema político y económico existente. Dentro de esta lógica, el ejército se situó por encima de la sociedad, como la encarnación de los intereses nacionales, con una contraparte responsable de todos los males sociales, un enemigo subversivo. Esta concepción fue compartida por todos los sectores hegemónicos en el poder y control del Estado. (Lázara, Op. Cit., pp. 41).

La frontera ideológica

Según la doctrina de seguridad nacional, no existe un frente de guerra en el sentido tradicional. El enemigo (la subversión, el comunismo internacional...) se encuentra en cualquier lado, está inmerso en el seno de la población. El conflicto se expresa por parte de la oposición no sólo en el terreno militar, sino también en lo ideológico, político o cultural; de esta manera, el poder configuró las actividades en esos campos tan peligrosas como las acciones militares y las combatió militarmente, utilizando métodos violentos.

Así los ejércitos latinoamericanos rompieron con la concepción tradicional de defensa del territorio y la soberanía, para convertirse en virtuales ejércitos de ocupación en sus propios países, representando y defendiendo intereses ajenos y hasta contrarios a los de sus propios pueblos en un supuesto combate contra el comunismo internacional.

Subordinando la política a la razón de Estado, las personas fueron calificadas de acuerdo con una clasificación maniquea de "amigo" o "enemigo". Toda la actividad del Estado en función de su seguridad se dirigió contra aquellas calificadas como enemigas con una declaración de guerra total y sin considerar ningún límite legal o ético para su actuación.

La difusión del terror mediante brutales hechos represivos fue acompañada de sucesivas campañas de control ideológico; con ellas se pretendió infundir en la población la creencia en la existencia real de un enemigo, de tal manera que esta lo asuma como suyo también. En distintos ámbitos –la iglesia, los medios de comunicación- expresiones como "los delincuentes subversivos", “narcoterroristas", "come niños" y otros temas -como la socialización de la propiedad individual, de las mujeres y la eliminación del matrimonio y la familia, formaron parte de estas campañas. Otra faceta de la campaña terrorista de estado fue la aparición de cadáveres con señas de torturas, en una perversa combinación de sutilezas y hechos atroces.

La perpetración de actos criminales por parte del poder, el temor a un cambio revolucionario en las capas medias, la radicalización de las derechas y la búsqueda de una salida a la crisis, entre otros elementos, contribuyeron a generar un consenso favorable a las actuaciones de los militares. En una mezcla de terror, insensibilidad y complicidad, se llegó a ver en los excesos represivos algo necesario, y amplios sectores sociales legitimaron su accionar.