domingo, 30 de septiembre de 2012

Sigue la cuenta regresiva hacia el día maldito


15 de septiembre

Migraña, de esas que no alivian las lágrimas ni las pastillas. A lo lejos suenan los redoblantes de las bandas escolares que le ponen ritmo y sabor caribeños a los desfiles. No sé si Marco Antonio desfiló ese día, hace 31 años, portando la bandera nacional porque era el abanderado del colegio.

Hace un par de semanas, por quinta vez en todo este tiempo, mi hermano se apareció en mis sueños. Tenía unos cinco años, era un niñito con frío, sin camisa. Lo abracé para que entrara en calor y volvió su rostro hacia mí. Sonreía.

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16 de septiembre

Dos y treinta de la mañana; insomne, me asomo a la ventana. Salto por el balcón y salgo a una madrugada fría. Deambulo por las calles cerradas por la neblina. Las luces del alumbrado público son pálidas estrellas terrenales. Me siento en el cordón de la acera y espero en el silencio de esa hora un amanecer que no llegará nunca.

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17 de septiembre

En esta fecha, hace 31 años, fue la última vez que vi a Marco Antonio en condiciones normales. Llegué a mi casa un mediodía, con una falda negra y mis sempiternas sandalias amarillas con tacón de cuña, con las que seguramente era descrita en mi ficha de la G2 según las bromas de los compas. Comimos, hablamos, sonreímos. Me pidió su regalo de cumpleaños, quería un equipo de sonido. Con una cinta métrica constatamos que había dado un estirón y ya estaba cambiando de voz. Cuando hubo que hacer la ficha antropométrica para la búsqueda e identificación de sus restos, estaba absolutamente segura de que en el momento en que Marco Antonio fue capturado, el 6 de octubre, medía 1,69 m. 

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18 de septiembre

Ya entendí. Si no lloro, no duermo. También tengo que hacer algo de ejercicio para aflojar el cuerpo, de lo contrario acostarme es como poner una piedra en una tabla.

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No nos pasó a nosotros solamente. Lo sucedido a las 45 000 personas desaparecidas y sus familias les pasó a todos los guatemaltecos y guatemaltecas y nos sigue pasando, hasta hoy.
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23 de septiembre

“Faltan trece días para que se cumplan trece años”. Su gesto, el de un hombre agonizante en la cama de un hospital josefino hace 18 años, es el de un padre que perdió la esperanza de encontrar a su niño, a Marco Antonio. El hombre agonizante es mi padre, que decidió no continuar viviendo tras entender que ya no volvería a verlo con vida. El arma que acabó con su cuerpo –porque espiritualmente ya estaba muerto- fue su corazón cargado de angustia y de dolor infinitos por la pérdida de su hijo, pero también de rabia, impotencia y asco ante la cobardía de un puñado de militares terroristas que se ensañaron con las personas más débiles, con los niños y las niñas, las mujeres, las ancianas y ancianos, las poetas inermes, los escritores, las maestras y profesores, el estudiantado universitario, las artesanas y los tejedores, los sembradores y las cuidadoras de la naturaleza.

Mi padre era contador, un hombre prolijo y perfeccionista, con una letra hermosa, de quien daba gusto ver los libros en los que llevaba las contabilidades de sus clientes. Sus últimos trece años menos trece días, contó los días, las horas, los minutos y los segundos transcurridos tras la captura y desaparición de su hijo, midió la profundidad del abismo que se abrió en su pecho, contó una a una las mentiras de los criminales y decidió morirse un 23 de septiembre para no continuar sumando ausencia.

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Hoy acompañé a mi madre al cementerio para dejarle unas flores al jinete de estrellas que descansa en un mausoleo blanco, idéntico a todos los demás, coronado por una pequeña imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa de la que era devoto. Éramos dos mujeres de pie frente a su tumba, bajo un sol que nos caía a plomo quemándonos las lágrimas antes de que brotaran de los ojos mientras lo recordábamos intensamente, monologando. Yo le pedí ayuda y compañía, apoyo para saber cómo seguir. Mi madre, con la desesperación que se adueña de ella tras casi 31 años de no saber de su niño, le reprochaba no haber vuelto a decirle dónde está. “Su espíritu ya es libre, él sabe dónde está Marco Antonio, ¿por qué no viene a decírmelo?” Desolada, no pude decirle ni una palabra.

Saber dónde está, recuperar sus restos –a estas alturas, pensar que está con vida es impensable, “estaría quizá ciego, enloquecido”- es una necesidad vital para mi madre, es como el aire. El año pasado le escribí al Señor Ministro de la Defensa suplicándole que nos den la información para saber qué le sucedió y ubicar lo que quede de él. El silencio es la respuesta, un silencio que se ha extendido por estos 31 años, que pesa como la losa de una tumba sin nombre.

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26 de septiembre

Cuarto aniversario de la muerte de Mauro. Los médicos le diagnosticaron un cáncer. Pero yo creo que murió de tristeza ante la destrucción de tantas vidas a manos de los militares fascistas, terroristas. Su cuerpo está enterrado en la Suiza italiana, donde está su querida familia –Ximena, Salvatore y Luciano- pero su corazón vibra en cada foto que tomó. Son imágenes de fuego en las que plasmó su mirada sensible, solidaria, comprometida. Con su trabajo de años, configuró la memoria gráfica de las luchas, movilizaciones, desvelos y protagonistas de los setentas y ochentas en una Guatemala por la que estuvo dispuesto a dar su vida. Y la dio.

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Entrada en el blog de Raúl Figueroa Sarti (http://raulfigueroasarti.blogspot.com/2012/09/el-26-de-septiembre-en-nuestra-memoria.html):

"El 26 de septiembre de 1972, en la zona 7 de la ciudad de Guatemala, miembros de la Policía Nacional, capturaron a ocho personas de las cuales siete pertenecían a la Comisión Política del PGT, la que no pertenecía a dicha organización fue liberada. Hasta la fecha se desconoce el paradero de las víctimas. Víctimas identificadas: Bernardo Alvarado Monzon, Raul Alvarado, Hugo Barrios Klee, Miguel Angel Hernandez, Fantina María Pola Rodríguez Padilla de de León, Mario Silva Jonama, Carlos René Valle Valle, Natividad Franco."


Hubo protestas y huelgas en Guatemala para exigir su aparición con vida, hubo presión internacional de parte de los trabajadores/as de todo el mundo, partidos de izquierda, gobiernos, y el gobierno militar de Arana mantuvo su decisión de desaparecer a la dirigencia comunista. Estas personas forman parte de las decenas de millares de víctimas de desaparición forzada en Guatemala para las que debemos continuar demandando justicia


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27 de septiembre

Hace 31 años Emma fue detenida en un retén militar en Santa Lucía Utatlán. Escucho al compañero que con su explicación sobre el sonido me devuelve al ahora, sacándome de la choza donde la retuvieron tras bajarla de la camioneta Galgos. Allí permaneció varias horas mientras la trasladaban al cuartel de Quetzaltenango. En ese lugar –una casa de pueblo, a unos cientos de metros de la carretera Interamericana, sin comida ni agua, atada de los pies y las manos- aguardaba lo peor. Su intento de cortarse con una lata oxidada fue infructuoso.

Dejo a un lado los recuerdos, tengo que concentrarme en las explicaciones. Por la tarde, es mi cuerpo el que llora. Con escalofríos y dolores provocados por la fiebre, me digo a mí misma “esto no es nada comparado con lo que mi hermana estaba padeciendo hace 31 años”.
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28 de septiembre

Hace 63 años se fundó el partido de los trabajadores y trabajadoras guatemaltecas, el PGT. El enemigo no descansó hasta lograr aniquilarlo asesinando o desapareciendo a dirigentes y militantes ensañándose con ellos/as y sus familias, como los nazis que, basados en el llamado derecho de sangre –jus sanguinis-, mataban a miembros de la familia cuando no podían matar a quien era originalmente su objetivo.

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30 de septiembre

La muerte nos roza con su aliento y estremece el mundo nuevamente. Hoy sepultaron a Jonathan, un joven de 29 años, amigo de mis hijos, que murió el viernes 28 en un accidente automovilístico. Trato de encontrarle alguna lógica a este hecho mientras intento consolar a mis hijos, dos muchachos que, por primera vez, viven en su propia piel una tragedia. Me resulta inevitable asociarla con la partida prematura y violenta de una pléyade de jóvenes hombres y mujeres asesinados en Guatemala por los terroristas de Estado. Pero no se trata de eso ahora. Ha sido la azarosa muerte, la implacable e igualadora muerte, la que se llevó a este joven querido, y no un plan perverso, maquinado por seres humanos para destruir a otros seres humanos. Como sea, me duele la pérdida de un joven bueno, trabajador, decente, buen hijo y buen amigo, me duele el llanto en los ojos de mis hijos y me duele su madre.

Jonathan era ingeniero electromecánico, pero ser un profesional no le libró de las largas jornadas laborales que excedían el tiempo establecido por la ley y no le dejaban tiempo para el descanso ni para sus actividades personales. Trabajaba de lunes a sábado y los  domingos por la mañana, estaba agotado. Eso quizá explique por qué se accidentó. Me pregunto si será una víctima más de la explotación laboral, con horarios de los que solo se sabe la hora de entrada, pero no la de la salida, agudizada sobre la base de la aplicación de las concepciones neoliberales del trabajo y la falta de empleo de calidad. Estas son variables que seguramente no se toman en cuenta al medir los riesgos de accidentes de tránsito.

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Hay algo que no deja de darme vueltas en la cabeza y es el asunto de que “un soldado no pide perdón”. Pero si lo que ellos hicieron no tiene perdón, que no se molesten en pedirlo. Los militares guatemaltecos, terroristas estatales, fueron como los nazis al materializar su intención de “acabar con la semilla” con la eliminación de familias y pueblos completos, la muerte de mujeres embarazadas, las violaciones y la esclavitud sexual a las que sometieron a las prisioneras.

En nuestro caso, la cobarde detención y desaparición de Marco Antonio por la G2 del ejército guatemalteco, no nos interesa que los perpetradores nos pidan perdón. Lo que exigimos es justicia y que nos digan qué le hicieron y quiénes y que nos devuelvan sus restos para sepultarlos dignamente.

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Los criminales cobardes, que no dan la cara ni asumen su responsabilidad por sus delitos, quisieron arrancar la vida de raíz, pero allí está Guatemala, resistiendo y afrontando las “nuevas” formas del despojo.

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