miércoles, 30 de octubre de 2013

La desaparición forzada de personas, incluyendo niños y niñas, un crimen in-am-nis-tia-ble



En Guatemala, la desaparición forzada de personas fue un crimen planificado, sistemático y masivo, una política de Estado ejecutada por sus agentes que actuaron directamente, como parte de estructuras represivas, o indirectamente con el consentimiento de las autoridades. En aquel tiempo tan cercano histórica y emocionalmente, no eran cosas las que se desaparecían. Fueron decenas de miles de personas, entre ellas niños y niñas, como mi hermano Marco Antonio.

No obstante la gravedad y magnitud de los hechos, los impulsores de la impunidad y la amnistía para genocidas, torturadores y desaparecedores y sus cómplices y simpatizantes de saco y corbata, ejerciendo distintas formas de violencia simbólica niegan que la desaparición forzada es un crimen imprescriptible y continuado. Este delito se sigue perpetrando mientras la víctima no aparezca viva o muerta, provocando un sufrimiento que se prolonga indefinidamente en las familias de las personas desaparecidas y en el entorno social. De ello no tengo más evidencia que el paso de mi vida sin mi hermano desaparecido, marcado por la incertidumbre, el dolor, la angustia de su ausencia permanente y sin final previsible a menos que se haga justicia. Si multiplico mi experiencia y la de mi familia por todos los casos contabilizados, la huella de dolor y miedo de la desaparición forzada en Guatemala es incalculable.

Por eso, es un crimen de lesa humanidad, tal como está establecido por las leyes internacionales de derechos humanos y la jurisprudencia de las cortes nacionales y regionales, como la Corte Interamericana de Derecho Humanos. De esa forma, se reconoce la gravedad extrema de un delito que daña profundamente a quien la padece, a su familia y otros grupos de pertenencia y a la sociedad entera, en vista de que “(…) crea una red de víctimas que se extiende más allá de las personas directamente sometidas a esa violación de los derechos humanos”[i]

Cuando se trata de niños y niñas, según el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias, “La desaparición forzada (…) constituye una exacerbación de la vulneración de los múltiples derechos protegidos por la Declaración sobre la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas y una forma extrema de violencia contra los niños”. Esto es así, continúa el GT, debido a “La falta de madurez física y mental de los niños, así como su dependencia con respecto a los adultos… [que] los coloca en una situación de especial vulnerabilidad.” De acuerdo con la Declaración, este crimen causa graves sufrimientos a la víctima y a su familia y “los niños víctimas de desapariciones forzadas sufren un daño particularmente grave (…)” porque, además de violar múltiples derechos, lesiona gravemente la integridad física, mental y moral de niños y niñas, que sufren “sentimientos de pérdida, abandono, miedo intenso, incertidumbre, angustia y dolor (…).” Suponiendo que no son asesinados, el daño ocasionado se prolonga después de los 18 años.

En su Observación General, el GT recoge tres tipos de afectaciones por la desaparición forzada en niños y niñas: 1. son víctimas directas; 2. nacen de madres en cautiverio, desaparecidas, y son desaparecidos por sus apropiadores que cambian su identidad para ocultar su origen e impedir que sean ubicados por sus familias legítimas; o, 3. sufren la desaparición forzada de la persona o personas de las que dependen (madre, padre, tutor/a) y la estigmatización social que esta trae consigo, la que puede ahondar el trauma psicológico y emocional. 

En nuestro país, se calcula que un 11 % de las personas desaparecidas fueron menores de edad, de acuerdo con las cifras aportadas tanto por el informe “Guatemala Nunca Más”, del REMHI, como por “Guatemala : memoria del silencio”, de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Se trataría de unos 5 000 niños y niñas aproximadamente que fueron víctimas directas, cuyos casos se mantienen sumidos en el silencio y en la impunidad.

Esto sucedió pese a que en todas las circunstancias y más aún en contextos de conflicto armado, los niños y niñas deben ser sujetos de la protección especial del Estado, que está obligado a “(…) adoptar las medidas adecuadas para prevenir las desapariciones forzadas de niños o de sus padres (…) ayudar a los padres que buscan a niños desaparecidos (…) o a los niños que buscan a su padres desaparecidos (…) y el Estado debe garantizar su protección y su supervivencia, así como dar prioridad a las medidas destinadas a promover la reunificación familiar.” 

Con suma crueldad, en lugar de proteger a los niños y niñas, en esos años se les trató “como objetos susceptibles de apropiación”, con lo cual se vulneraron su dignidad y su integridad personal. El Estado guatemalteco fue promotor y ejecutor de las desapariciones forzadas de niños/as y adultos/as. Para ello, abatió la institucionalidad de justicia y pasó por encima de su propia legalidad garantizando así la impunidad de los perpetradores materiales e intelectuales.

El Estado guatemalteco no solamente no garantizó la protección especial a los niños y niñas para evitar que sufrieran la desaparición forzada en carne propia, sino también los instrumentalizó haciéndoles víctimas de este crimen atroz para infligir un durísimo castigo a sus familiares debido a sus  actividades o creencias. Con ello, violó los derechos humanos de las personas desaparecidas, adultas o menores, e incurrió en responsabilidad internacional, lo que trae consigo nuevas obligaciones: hacer justicia y resarcir los daños mediante una serie de reparaciones.

En los casos de niños y niñas desaparecidos, en la formulación de las reparaciones se toman en cuenta el interés superior del niño así como “la perturbación del desarrollo físico, emocional, moral, intelectual y social de los niños víctimas de desaparición forzada [que] tiene consecuencias a largo plazo para ellos y sus sociedades”, en razón de su dependencia de los adultos, los efectos de la desintegración familiar, su potencial vulnerabilidad y las amenazas a su desarrollo y a su vida. 

El reconocimiento y las acciones relativas a la realización de los derechos a la verdad y la justicia forman parte de las reparaciones para los niños y niñas víctimas de desaparición forzada y sus familias. En ese sentido, en la actualidad, el Estado guatemalteco continúa violando los derechos de las personas desaparecidas, incluyendo a los niños y niñas, y de sus familias al negarles “el derecho absoluto a conocer la verdad” sobre su paradero. Este derecho no solamente pertenece a los/las directamente afectados/as, sino a la sociedad en su conjunto dada la magnitud y trascendencia de los daños. Al respecto, la Declaración establece que el Estado está obligado a buscar e identificar a las personas desaparecidas, una obligación mayor cuando se trata de niños/as. Para cumplirla, debe crear instituciones adecuadas, entre ellas un banco de datos genéticos, como se estableció en la sentencia de reparaciones proferida por la Corte Interamericana en el caso de mi hermano. Esto haría posible identificar sus restos o posibilitar la recuperación de su identidad y el reencuentro con su familia legítima.

En el conjunto de las reparaciones, la justicia es una obligación ineludible para el Estado. La investigación judicial y científica del paradero de niños/os o de personas adultas debe ser inmediata y eficaz, de manera que se les ubique rápidamente con vida o sin ella y se evite la prolongación del sufrimiento. Esta debe contar con “la autorización y los recursos necesarios (…) las debidas garantías de protección y de seguridad a quienes participan en la investigación, entre ellos los familiares de las víctimas, los testigos y el personal de la administración de justicia.” Asimismo, “Los Estados han de garantizar el pleno acceso y a capacidad de actuar de los familiares de las víctimas en todas las etapas de la investigación y del enjuiciamiento de los responsables. Esas investigaciones deben hacerse como una obligación del Estado, y no deben considerarse como una responsabilidad de la familia de la víctima.” Sus resultados deben ser conocidos por la sociedad entera, no solamente los relativos a los hechos sino “en particular los responsables de ellas.”

Es imposible describir lo que significa que nos borren a un niño o a una niña de la vida. En mis escritos ya agoté el diccionario del dolor. Hoy, junto con mis vocablos gastados, tengo la rabia y el sufrimiento renovados, pero también la razón, porque cuando reclamamos justicia como familiares de personas desaparecidas estamos reclamando derechos, estamos ejerciendo nuestra ciudadanía. No se vale que se nos acuse de confrontadores o de polarizar la escena política en una sociedad que no supera la polarización en asuntos muy centrales como el acceso a oportunidades para todxs, la desnutrición de un alto porcentaje de la población infantil, el trabajo semi esclavo, el amontonamiento de la riqueza en un extremo minoritario y la miseria en otro[ii].

Las demandas de justicia para las víctimas de los terroristas de Estado se mantienen firmemente en medio de discursos manipuladores en los que veladamente se llama a una reconciliación con impunidad y el negacionismo abierto y los ataques de odio. Como hermana de un niño desaparecido, considero que no es posible la paz en Guatemala sin una solución justa a este y a todos los conflictos que se mantienen vigentes. 

No es posible que los responsables del genocidio y la desaparición forzada de 45 000 personas pretendan escabullirse de la justicia con base en maniobras sucias y en interpretaciones interesadas de una Corte Constitucional que nos avergüenza ante el mundo y nos niega el derecho de acceder a la justicia invocando amnistías ilegales. El proceso de construcción de un Estado de Derecho democrático requiere la independencia de poderes y esta debe garantizarse evitando no solo las injerencias públicas sino también las privadas, sin desmanes caciferos ni violencia polarizadora de los defensores y simpatizantes de los presuntos criminales. En el caso de genocidio y en todos los casos por venir, por un país distinto, en el espíritu de los jueces/as y magistrados/as debe prevalecer el más alto sentido de la justicia.



[i] Todos los entrecomillados son de la Observación general sobre los niños y las desapariciones forzadas, aprobada por el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias en su 98º. Período de sesiones (31 de octubre a 9 de noviembre de 2012). La Observación está en http://www.ohchr.org/Documents/Issues/Disappearances/GC/A-HRC-WGEID-98-1_sp.pdf.
[ii] Para ilustrar la afirmación, “el 77.3 por ciento de la riqueza de Guatemala está concentrada en los dos quintiles socioeconómicos más altos, mientras que los dos quintiles más pobres apenas acumulan el 10.6 por ciento de la misma (The World Bank, 2011)”, en http://www.unicef.org.gt/1_recursos_unicefgua/publicaciones/Rezago%20municipal%202011.pdf

martes, 15 de octubre de 2013

Che, si no te hubieran matado…

Ayer fue liberado el mítico Che Guevara tras permanecer en prisión casi cincuenta años por causas conocidas. De esa manera, pretendieron reducir a la nada su rebeldía, su hacer a lo Martí, que sigue siendo la mejor manera de decir, y su forma de lanzarse al vacío sin pensarlo.





Salió caminando de la cárcel con sus escasas pertenencias: una pipa, un libro, miles de páginas de un diario escrito pacientemente a lo largo de todo ese tiempo, sus botas, su boina estrellada y una sonrisa a prueba de infortunios.

Como una pompa de jabón, una ilusión o la neblina de las madrugadas, pareció deshacerse en el aire. Ahora, el Che ejemplo se dedica a predicar en calles y parques, en sus esquinas rotas bajo faroles que alumbran débilmente esta noche de injusticias que parecen eternas. Siempre está rodeado de muchachas, muchachos y unos cuantos nostálgicos de antes. Palomas y niños se posan en sus hombros.



El Che sonríe. De sus labios, a borbotones, fluye su ideario intocado. Más vivos que nunca él y sus ideas.

domingo, 6 de octubre de 2013

A 32 años de la desaparición forzada de Marco Antonio Molina Theissen

40.12 la detención y posterior desaparición forzada de Marco Antonio Molina
Theissen fue ejecutada por efectivos del ejército guatemalteco,
presuntamente como represalia por la fuga de su hermana Emma Guadalupe
Molina Theissen del Cuartel Militar “Manuel Lisandro Barillas”, y como castigo
para una familia considerada por ellos como “enemiga”;[i]

6 de octubre de 2013. Despierto. Es otro 6 de octubre, el 33 contando desde el día cero. Me aplastan estos 32 años sin mi hermano, arrebatado violenta y perversamente de la vida, sin justicia. Me aplasta el regodeo de los hombres sin alma, sin remordimientos, sin conciencia de su crueldad infinita.

27 de septiembre de 1981. 7:00 am. A esa hora, hace 32 años, se había iniciado la tragedia. Mi hermana ya había sido capturada por el ejército. Al pasar por un retén militar, a la altura de Santa Lucía Utatlán fue detenido el autobús de la empresa Galgos en el que se conducía de la capital a Quetzaltenango y sucedió una cosa inusual. Al registrar a la gente, le tocaron el cuerpo, lo que casi nunca hacían con las mujeres, y le encontraron documentos de una organización opositora. La apartaron del grupo y, con dificultad, convenció a sus captores de que viajaba sola, de que no conocía al muchacho que iba sentado a su lado y logró que lo dejaran ir. A partir de ese momento, fue detenida ilegalmente por hombres que no tenían facultades legales para proceder de esa forma.

Mi hermana menor en ese tiempo era casi una niña. Pequeña y asustada, estuvo todo el día tirada sobre el piso de tierra de una choza situada a unos 100 metros de la carretera. Afuera, la vida brillaba en los maizales tostados por el sol del altiplano, sentía el olor del bosque, la rodeaba un bello paisaje que no miró más. Con un zarpazo, había sido sustraída del mundo y llevada al territorio de la muerte, un submundo de horror construido en la clandestinidad, regido por hombres desalmados que no dudaron en actuar salvajemente para atacar y destruir a gente indefensa. Aún engrilletada, buscó la forma de evadirse. Sabía que al haber caído en ese laberinto letal de intolerancia y odio, su vida ya no le pertenecía.

(Ese 27 de septiembre fue domingo. Yo no cabía en mi pellejo. Se apoderó de mí una inquietud distinta, malsana. Sin saber qué pasaba, salí a caminar en un intento vano de calmarme. Con los ojos de la memoria me veo deambulando sin rumbo por las calles de Xela, sin lograrlo.)

Por la tarde, fue trasladada a la base militar de Quetzaltenango Manuel Lisandro Barillas. Antes de encerrarla en una de las barracas que hacía las veces de prisión clandestina, fue el festín de los soldados que volvían borrachos al cuartel. Se desmayó.

Sola y desprotegida, prisionera en un lugar secreto, apartada de la vida, totalmente indefensa, ocultada de nuestra vista, lejos de todo fue colocada en un lugar completamente ajeno al mundo regido por la ley y la justicia. Lejos de nuestro amor y nuestro abrazo, muy poco pudimos hacer contra la avalancha de odio que la aplastó durante nueve días.

Afuera, impotentes, silenciadxs, perseguidxs, la buscábamos. Durante los nueve días en los que fue retenida ilegalmente en el cuartel, como animal herido olfateé el aire para encontrar su rastro, quise hallar el camino que podría haber tomado libremente para hallarla sana y salva (se enfermó y está en un hospital o en la casa de alguien era mi fantasía predilecta). Pese a que de una extraña manera estaba segura de que ellos la tenían, infructuosamente recorrimos hospitales y preguntamos por ella en las empresas de autobuses que hacían el recorrido entre la capital y Xela. La única certeza que teníamos era que había abordado alguno de ellos. Una noticia nos llevó hasta las puertas de La Verbena (botados cual basura, habían encontrado tres cuerpos de mujeres jóvenes que respondían a su descripción). Temblorosa escuché que ya las habían identificado.

De Guatemala a Quetzaltenango, el territorio era un mapa en mi cabeza y la ponía en mil lugares en los que estaba bien. Me negaba a imaginármela en sus garras. Pero la búsqueda no nos llevó a ninguna parte. Íbamos de frustración en frustración, sin tiempo para detenernos a tomar aire, sin desmayo. Nadie sabía nada. Nadie había visto nada. Nadie nos dijo nada. Como siempre.

28 de septiembre de 2013. Me detengo a las puertas de mi infierno no quisiera recordar más lo sucedido en esos días. No quisiera ni suponer cómo fueron para ella, atrapada, vejada, humillada, atacada en su dignidad como mujer y como ser humano por perversos infrahumanos que intentaron convertirla en delatora. Son días de durísimas rememoraciones. Se remueven los dolores del alma que aguijonean el cuerpo. Estoy en un cuarto oscuro. Las ráfagas de luz iluminan retazos muy tristes de mi vida. Recuerdo, rememoro, re – vivo con cada una de mis células, con cada uno de mis pensamientos, dormida o despierta repaso cada maldito día.

27, 28, 29, 30 de septiembre; 1, 2, 3, 4, 5 de octubre. Casi nueve días. 202 horas. 12 120 minutos. Casi un millón de segundos pasó mi hermana en ese lugar en el que fue sometida a las torturas y otros tratos inhumanos, crueles y degradantes, como los define la Convención Internacional Contra la Tortura. ¿Por qué, si había cometido un delito según las leyes restrictivas de los derechos ciudadanos que proscribían a las agrupaciones opositoras revolucionarias, no fue consignada ante un tribunal?

5 de octubre de 2013. Hace 32 años mi hermana escapó del cuartel. Indoblegable, su impulso vital le permitió aprovechar la insólita oportunidad que se le presentó cuando la dejaron sola y pudo zafarse los grilletes debido a que había perdido por lo menos la cuarta parte de su peso.

La alegría nos duró muy poco.

6 de octubre de 1981. 1 pm. Detención ilegal y desaparición forzada de Marco Antonio Molina Theissen, mi hermano.

Pero hoy quiero soñar, quiero suponer que todo fue distinto.

Entonces, digamos que usted no estaba allí, hermano de mi alma, dulce recuerdo amado. Estaba en otra parte, no en ese lugar y ese momento en el que usted mismo se puso una mordaza para callar lo que muy bien sabía: el paradero de su hermana. Tampoco estaba su madre. Los dos iban tomados de las manos huyendo hacia la vida, caminando sobre un prado verde donde nacían las flores más hermosas y las copas de los árboles dejaban entrever trozos del cielo más azul, como jamás lo había visto. Digamos que nunca pasó nada, que los engendros salidos del abismo nunca llegaron a la casa con sus armas de grueso calibre para enfrentar a una madre y su hijo y arrebatárselo de los brazos. Mamá no abrió la puerta, esa misma por donde nos arrojaron al infierno, porque no estaba allí incrédula, aterrada, mirando a los tres infrahumanos que irrumpieron en ese lugar sagrado, inviolable según la Constitución, y en nuestras existencias marchitándolas.

Ellos no entraron nunca en nuestra casa y no la recorrieron arrastrando a mi madre con un arma apuntándole a su cabeza buscando armas, libros y subversivos. Allí jamás hubo otra cosa que gente soñadora, flores y luz entrando a borbotones por las amplias ventanas que daban a un corredor que no conoció pasos de botas militares.

Digamos hasta el cansancio que no se lo llevaron nunca junto con mi aliento vital, que usted no fue arrojado como basura a la parte trasera de un pick up con placas oficiales, a plena luz del día, que su madre jamás corrió tras ese carro gritando sollozante, agitando los brazos, suplicando bajo un sol implacable que también cerró los ojos y que se negó a ver la inmensa tragedia que empezaba. Desde ese día, desde esa hora maldita, en que ojalá nada de esto hubiera sucedido, su mirada luminosa fue velada por el dolor.

Ojalá no estuviera aquí, 32 años después, escribiendo a empellones una verdad tan dura mientras afuera un cielo muy oscuro se deshace a torrentes. Ojalá usted y yo, nuestros padres y hermanas, estuviéramos en otro lugar, más allá de la vida y de la muerte, donde ellos no pudieran alcanzarnos. Allí Marco Antonio ya no tiene 14 años, diez meses y seis días. Es un hombre de más de cuarenta años con una vida que se bebió en tragos muy largos, en la que no hay historias tristes de cómo nos salvamos de morir acribillados ni cómo lo que quedó de nosotros pudo salvarse huyendo de la patria, una palabra que describía un profundo amor al suelo y a la gente entre la que nacimos.

Ojalá nuestras vidas estuvieran hechas tan solo de momentos hermosos, de sueños realizados, de dulces memorias. 32 años después, lo busco hermano mío y me busco a mí misma, en la vigilia y en los sueños, adentro de mí misma, en las pesadillas, en el fondo de mi alma, en cada lugar donde pongo la mirada cada vez que voy a Guatemala. Por más de tres décadas he estado dando vueltas en laberintos oscuros, interminables pasillos judiciales, tocando puertas que no abre nadie. Parece no haber salida ni respuestas.

Y aquí estoy sin usted, apenas conteniendo el ahogo que me provocan los recuerdos atroces, haciéndome preguntas para lo que jamás encontraré respuestas -¿cómo pudieron detenerlo y desaparecerlo si tan solo era un niño? ¿De qué clase de material están hechos sus captores, sus torturadores?-. Hoy no soy otra cosa que una tumba vacía que espera sus restos. La luz del sol no alcanza a iluminar el sitio en que me encuentro. Mi corazón es una hoguera de furia, un torbellino de tristeza.

Mañana seré otra vez su hermana, la que se esfuerza cada día por seguir entera para continuar exigiendo juicio y castigo para los responsables y que nos devuelvan lo que dejaron de su cuerpo para sepultarlo dignamente. Le juro que no descansaré hasta conseguirlo.




[i] Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del 4 de mayo de 2004 http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_106_esp.pdf

viernes, 4 de octubre de 2013

La masacre de Alaska



“Nosotros no íbamos armados. Solo nuestra vara que es el símbolo de autoridad”
Carmen Catán, representante de los 48 Cantones en declaraciones a la prensa[i]

Un confuso incidente ocurrido ayer entre campesinos de los 48 cantones de Totonicapán, y las fuerzas de seguridad, dejó como saldo preliminar 7 manifestantes muertos, otros 32 heridos, además de 8 soldados del Ejército heridos y 3 vehículos quemados.

Ramas de pino quebrándose. Granizo. Pedradas. Balazos. En mis oídos resuenan los disparos. El chasquido seco de las balas me revienta los tímpanos. Caigo en un remolino. Me hundo. Las agujas de los relojes giran al revés, velozmente. El tiempo retrocede. Por un instante congelado -que ya dura más de 500 años- el pasado es presente y es futuro (ojalá no…).Vacía, en el vacío, sin forma y sin sustancia, otra vez incompleta, inacabada, como si me faltaran un brazo o una pierna, mutilada.

Protesta – rebeldía - ejercicio de derechos ciudadanos / – gritos – odio racista calibre 5.56. Otravezlamuerte. Otravezelmiedo. Una masa informe de espaldas se dispersa desordenadamente. Rojas, verdes, amarillas, multicolores espaldas. Espaldas rebozos. Espaldas perrajes. Cabezas oscuras con sombreros. Pies caites. Pies heridos. Pies zapatos huyendo. Casi medio centenar de personas –ciudadanas y ciudadanos, seres humanos con derechos- caen abatidas por el peso del tiempo que no pasa y que deja agujeros en sus cuerpos.

(Floto en el azul, no hay mariposas. Los ayes saturan mis oídos. La neblina se tiñe, otra vez, de rojo carmesí. De nuevo un río de lágrimas. Capas y capas de dolor se acumulan, el suelo es una esponja empapada de sangre. “No es la mía, pero sí es la de los míos. Me duele”. De mis ojos transparentes, casi líquidos, se deslizan las lágrimas.)

Según lo dicho por una mujer autoridad del Cantón Xantún: ”… el pueblo de Totonicapán entiende que tiene derechos, haber ido a manifestar por defender la carrera de magisterio era un deber, ya que las reformas al magisterio profundizan la exclusión y le niega oportunidades a los estudiantes, padres, madres y comunidades enteras. Se fue a manifestar, por los cambios a la constitución, ya que en el artículo 66 manipulan con un juego de palabras, que expone a las comunidades y pueblos a perder su autonomía en las tierras comunales. Se manifestó por la privatización y el alza a las tarifas de la energía eléctrica que tiene endeudada y sin el servicio a personas de distintas comunidades, desde hace once años que se viene negociando las tarifas de energía eléctrica con la empresa y no hay respuesta”.[ii]

Me torturo leyendo los comentarios a una de las tantas notas de prensa sobre este hecho repudiable de parte de cualquier persona en cualquier parte del mundo, menos en mi país. ¡Qué fácil les resulta a algunos inhumanos poner etiquetas y negar la dignidad de un ser humano para reducirlo a cosa asesinable!

Ni los muertos ni quienes estuvieron con ellos ese día eran revoltosos, ni provocadores, no estaban manipulados, no eran confrontadores... Nosotros no somos indios somos maíz, somos padres y madres que nos dimos cuenta que debemos defender nuestros derechos y el derecho de nuestros hijos…”[iii]. Entre los fallecidos debe de haber habido alfareros magníficos, agricultores, carpinteros, panaderos, comerciantes, músicos, poetas, pensadores, prodigiosos cuidadores del bosque, del agua y de la tierra. Sus pies hollaron los campos totonicapenses, esos de fotografía de postal, infinitamente verdes. Sus vidas tan preciadas, tan únicas, fueron segadas por el autoritarismo y el odio racista, sus existencias terminaron en una muerte ominosa.

Las víctimas – ciudadanas (masa multicolor enfrentada a un manchón verdeolivo) no fueron los violentos, sino los de siempre: los inermes, los que se enfrentaron a armas de grueso calibre con “piedras y palos”. Ciudadanos tan solo, gente que creyó que su derecho a la libertad de expresión sería respetado.

(Totonicapán, Monte Olivo, La Puya, Barillas, San Rafael, San Juan Sacatepéquez… Floto en la neblina ensangrentada, fría. Respiro un aire verde olivo, húmedo y pesado, hediondo a pólvora y cuartel.)

El personal militar fue emboscado y agredido con piedras y palos. Un camión militar fue quemado, afortunadamente el personal logró evacuar antes, resaltó.

Humo y niebla. Visibilidad reducida. Mentiras, encubrimientos. Los responsables de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y las garantías constitucionales bailaron la danza de las mentiras y las tergiversaciones. Se enmascararon y dijeron “yo no fui”. Se encubrieron mutuamente. Manipularon los hechos. El funcionario indicó que en casos de manifestaciones civiles, los miembros de la Policía y del Ejército portan equipo de protección como casco, pechera, botas y granadas lacrimógenas. Aseguró que los contingentes son revisados para que no porten armas letales. Daban pena las excusas, pero hay gente que les apoya, es esa misma que cree que las víctimas son culpables de lo que les sucede y que los tiempos son los de antes porque los kaibiles de ahora son los kaibiles de antes, esos que se pasean con las manos llenas de sangre.

En el discurso oficial, las víctimas son las responsables por su inconformidad, por su insumisión, por su desobediencia, por optar por sacudirse el yugo de siglos, arribar al siglo XXI y asumir su derecho a tener derechos, su derecho al respeto a su dignidad.

Recuerdo lo escrito por un columnista de prensa cuando ocurrió la tragedia y pienso que el dolor no es de izquierda, que es humano, que tampoco estoy jubilosa diciéndole a alguien “te lo dije”. No se llevó agua a ningún molino con las muertes injustas de las personas ejecutadas extrajudicialmente el 4 de octubre en Totonicapán ni se hizo un “aprovechamiento gozoso e indecente de este tipo de muertes”[iv] ¿Cuántos tipos de muertes habrá en su visión de mundo? ¿Qué le lleva a afirmar tales cosas? Estas fueron muertes de personas indígenas, de los que bajan del cerro a tamborazos, los históricamente invisibilizados, los hombres y mujeres que están en todas partes pero no quieren verlos ni escucharles. Los que Pedro de Alvarado no acabó. Los/las que resisten. 


Sin embargo, elPeriódico publica en su portada la foto de un soldado que empuña su fusil mientras es atacado por vecinos.

Pero ahora hay celulares, cámaras, feisbuc, blogs, las noticias literalmente volaron y derribaron las versiones oficiales, las manipulaciones y las falsedades. Así, la verdad de los hechos se abrió paso. Jorge Puac, uno de los protestantes, aseguró que las autoridades “nos atacaron intencionalmente, nosotros estábamos manifestando pacíficamente cuando llegaron los soldados y nos atacaron, y nos empezaron a disparar sin compasión”, comentó.

Las armas que portaban los soldados el 4 de octubre no solamente estaban cargadas con balas. Sus cañones vomitaron el odio, el racismo, la indiferencia, el desconocimiento, la marginación y la explotación, condiciones a las históricamente se ha sometido a los pueblos indígenas.


Junto con la denuncia se exigió justicia. Fueron impactantes las imágenes de la dignidad de los hombres y mujeres maya k´ichés que están al frente de las alcaldías indígenas de Totonicapán y la de los militares detenidos y enjuiciados, aunque el proceso siga “en pausa” por las maniobras de los imputados y sus defensores. Pese a las dificultades, lo bueno es que nuestros hermanos Ixiles no se quedaron con los brazos cruzados al igual que nosotros[v].

Repitamos sus nombres para que no los olvidemos: Rafael Nicolás Batz Menchú, Santos Nicolás Hernández Menchú, de la comunidad de Pasajoc; José Eusebio Puac Barreno, Jesús Francisco Puac Ordóñez y Jesús Baltazar Cayax Puac, de la comunidad de Chipuac, Arturo Félix Sapón Yax, de la comunidad de Panquix.




[i] A menos que se diga lo contrario, esta y las restantes citas son de la noticia publicada por elPeriódico en http://www.elperiodico.com.gt/es/20121005/pais/218834/?tpl=54 el 5/10/12.
[ii] Totonicapán informa, https://www.facebook.com/TotonicapanInforma
[iii] Totonicapán informa
[iv] Sin ánimo de servirle de caja de resonancia, aquí está el enlace a la nota del columnista: http://www.elperiodico.com.gt/es/20121008/opinion/218927/?p=74&tpl=54
[v] Totonicapán informa.