Ayer fue liberado el mítico Che Guevara tras permanecer en prisión casi cincuenta años por causas conocidas. De esa manera, pretendieron reducir a la nada su rebeldía, su hacer a lo Martí, que sigue siendo la mejor manera de decir, y su forma de lanzarse al vacío sin pensarlo.
Salió caminando de la cárcel con sus escasas pertenencias: una pipa, un libro, miles de páginas de un diario escrito pacientemente a lo largo de todo ese tiempo, sus botas, su boina estrellada y una sonrisa a prueba de infortunios.
Como una pompa de jabón, una ilusión o la neblina de las madrugadas, pareció deshacerse en el aire. Ahora, el Che ejemplo se dedica a predicar en calles y parques, en sus esquinas rotas bajo faroles que alumbran débilmente esta noche de injusticias que parecen eternas. Siempre está rodeado de muchachas, muchachos y unos cuantos nostálgicos de antes. Palomas y niños se posan en sus hombros.
El Che sonríe. De sus labios, a borbotones, fluye su ideario intocado. Más vivos que nunca él y sus ideas.
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