jueves, 28 de mayo de 2015

Una más entre la multitud





9 de mayo

Desde hace muchos días me faltan las palabras. Me he negado a escuchar al corazón.

A veces, me atraganto con ellas pero se apoderó de mí el silencio.

Las busco desesperadamente. Ansío que vuelvan a brotar como la hierba con las primeras lluvias por los dos años de la histórica sentencia que condenó a prisión al genocida Ríos Montt. Pero no encuentro palabras sino lágrimas y lloro como debe llorarse: a cántaros. Cataratas, amazonas, torrentes de agua salada fluyen de mis ojos, sin embargo, no es la alegría por aquel 10 de mayo irrepetible sino la rabia la que me domina al recordar el indignante fallo de la corte de la impunidad que ordenó la anulación del proceso el día 13.

Lloro porque no es el mío ninguno de los rostros de las fotografías del 25 de abril ni soy una de las encadenadas. También porque estoy lejos y empieza a crecer dentro de mí algo muy parecido a la esperanza; tengo miedo de volver a sentir que si se empuja un poco más, Marco Antonio podría tener un pedacito de esta fiesta.

Lloro pero celebro la renuncia de “la R” empujada por la marejada de gente que inundó las calles.

16 de mayo

Cierro los ojos y veo multitudes.

Aquel junio del 44 en tonos sepia estalla en el colorido de una plaza repleta de gente indignada, desafiante, movida por el ansia de respirar aire fresco.

Entonces, como ahora, no había partidos ni organizaciones políticas representativas y legítimas, pero en muy poco tiempo se logró la renuncia del dictador, la caída del régimen militar, la implantación de un gobierno provisional, elecciones libres, una nueva constitución, un presidente digno, nuevos partidos, y, con todo eso, se inició la construcción de un país nuevo.

Ojalá que la historia se repita para que, mediante una justicia justamente impartida (es imperativo recalcarlo en nuestras circunstancias), ocupemos el lugar que nos corresponde; por lo tanto, los ladrones y asesinos estarán en la cárcel y no en el gobierno.

Guatemala se reencuentra con su historia en esta nueva primavera.

23 de mayo

Ignoro cuál va a ser el nombre que se le dará en los libros de Historia a estas jornadas que está protagonizando la sociedad guatemalteca, que ojalá sean escritos por otras y otros vencedores, no por los de siempre, los que la han hecho a balazos, a punta de látigo, con la sangre y el dolor infligidos impunemente a los más discriminados.

Ya era hora de que esta sociedad enmudecida por un genocidio, por 45 000 desapariciones forzadas, por el autoritarismo y el terrorismo desplegados por las camarillas oligárquicas y militares, se manifestara en contra de un estado de cosas que ha sumido a las mayorías en el hambre, la miseria y la injusticia y convertido la institucionalidad estatal y el país entero en una cloaca inmunda.

Ojalá que nada sea igual después de esta oportunidad para la democracia, los derechos humanos y la justicia. En consignas se clama por reformas. Queremos una constitución nueva que responda a realidades y derechos que no han cabido nunca. Urge cambiar las leyes que han servido de trampolines para las alimañas que se han lucrado robando a manos llenas. Queremos jueces/as, diputados/as, policías y funcionarios y funcionarias públicas capaces, honrados y comprometidos con el bien común; incorruptibles, sin precio, honestos, transparentes. Queremos decencia en el poder ejecutivo. ¿Será mucho pedir que el palacio, el congreso y los tribunales dejen de ser un circo nausebundo, un mercado asqueroso en el que todos se venden y cualquier cosa puede ser comprada.

Veo las fotos, los videos, leo las columnas que nos llaman a hacer del nuestro un país gobernado por personas honradas. Aplaudo este movimiento ciudadano en contra de los delincuentes y saqueadores del Estado y me sumerjo en el río desbordado que anega la plaza. Me empapo con la lluvia y con mi hermano recorro aquellas calles que fueron nuestras en históricas jornadas de lucha; siento la dureza del asfalto bajo las plantas de mis pies, vibro con la multitud, soy una más entre las decenas de millares de compatriotas que reclaman a gritos de #RenunciaYa la salida de “el señor presidente”.

Soy una más entre la multitud con mi hambre de decencia en la gestión pública pero también con los mismos sueños con los que un mayo de otro tiempo me uní a los movimientos políticos y sociales que pugnaban por un país distinto.

Soy una más en el hormiguero que ha colmado las calles y los parques en toda Guatemala. Mi voz se eleva para gritar el asco que nos causan y cantar nuestro himno con un fervor distinto.

Soy parte de esta primavera porque estoy harta de que nos gobiernen criminales, porque exijo justicia para Marco Antonio y todas las víctimas de los militares genocidas, asesinos, torturadores y desaparecedores que deben responder por el dolor causado.

No hay que olvidar que las estructuras represivas clandestinas son las que siguen empleando para delinquir. Como se ha visto, los militares de la sininteligencia, los G2, están entre los narcotraficantes, los tratantes de personas, los robacarros, los sicarios, los contrabandistas, los defraudadores fiscales, empezando por el presidente. Sus nombres saltan como malos recuerdos en los casos del IGSS y de La Línea.

Participo en esta explosión de dignidad clamando por un país democrático en el que no haya nadie más grande que las leyes, donde el sol y el aire penetren en todos los rincones del poder, sin ejército y sin sabandijas que se enriquezcan descaradamente mientras los niños y niñas mueren de hambre.

Quiero un país sin cuarteles, sembrado de bibliotecas, escuelas y hospitales, con un buen gobierno, sin gente miserable y semiesclava en las grandes plantaciones oligárquicas.

Quiero un país de niños y niñas felices, sin hambre, con escuela, con futuro.

Quiero un país sin machos, con hermanos, padres, esposos, en fin, hombres sin temor a relacionarse con las mujeres como iguales, que respeten nuestro cuerpo, nuestra dignidad y derechos, sin madres de diez años, asesinatos atroces ni violencia en contra de mujeres, niños y niñas.

Quiero un país sin racismo ni discriminación, hecho por ciudadanos y ciudadanas que se asuman como iguales, en el que los pueblos indígenas sean protagonistas respetados de sus propios procesos, en sus territorios, defendiendo y cuidando la tierra y la naturaleza libremente.

Quiero una Guatemala donde los ricos no sean abusivamente ricos, paguen impuestos, buenos salarios y respeten los derechos de trabajadores y trabajadoras.

Quiero un país sin miedo, en el que se pueda caminar por cualquier parte, regido por el respeto a la vida, en el que no se imponga ni se acepte nunca más la “normalidad” de la violencia ni impere la ley del más fuerte; donde nadie pregunte “¿en qué estaba metido?” o si la niña era puta cuando maten a alguien. 

Quiero un país en el que cada muerte violenta convoque a la solidaridad y la justicia y no al repudio a la víctima.

Quiero un país que acoja en su historia y su memoria cotidiana a las víctimas del terrorismo estatal: a los desaparecidos y desaparecidas, a los asesinados por el odio contrarrevolucionario, a los pueblos masacrados por el racismo, que no borre jamás los testimonios de los hombres y las mujeres ixiles y de Sepur Zarco, que no niegue la humanidad de las víctimas, capaz de reconocerse en lo sucedido a los más débiles y a los perseguidos, que les haga justicia para hacer realidad el nunca más proclamado por monseñor Gerardi.

Quiero un país que nos acompañe en la búsqueda de los desaparecidos y desaparecidas, que comprenda nuestro sufrimiento y que les haga justicia.

Quiero un país en el que no sea normal robar y gobernar, matar y ser presidente, ser narco y candidato, donde la silla presidencial, la curul, la silla del juez y el magistrado no sean más las plataformas de negocios privados.

Por fin, después de tanto miedo y tanta muerte, el silencio fue roto. Creían habernos puesto de rodillas para siempre pero ahora, con una voz potente la sociedad guatemalteca demanda un alto a la corrupción,  exige justicia y que los criminales se larguen ojalá para siempre de los puestos públicos.

Sueño con que nos apoderemos de la historia para hacer un país nuevo, digno, que no sea arrastrado por los criminales a los estercoleros, en el que la paz, la libertad, la seguridad, los derechos y el bienestar no sean vocablos carentes de sentido, sino hermosas realidades pensadas, sentidas, vividas y construidas por manos ciudadanas.