9 de mayo
Desde hace muchos días me faltan las
palabras. Me he negado a escuchar al corazón.
A veces, me atraganto con ellas pero
se apoderó de mí el silencio.
Las busco
desesperadamente. Ansío que vuelvan a brotar como la hierba con las primeras
lluvias por los dos años de la histórica sentencia que condenó a prisión al
genocida Ríos Montt. Pero no encuentro palabras sino lágrimas y lloro como debe
llorarse: a cántaros. Cataratas, amazonas, torrentes de agua salada fluyen de
mis ojos, sin embargo, no es la alegría por aquel 10 de mayo irrepetible sino
la rabia la que me domina al recordar el indignante fallo de la corte de la
impunidad que ordenó la anulación del proceso el día 13.
Lloro porque no es
el mío ninguno de los rostros de las fotografías del 25 de abril ni soy una de las
encadenadas. También porque estoy lejos y empieza a crecer dentro de mí algo
muy parecido a la esperanza; tengo miedo de volver a sentir que si se empuja un
poco más, Marco Antonio podría tener un pedacito de esta fiesta.
Lloro pero celebro
la renuncia de “la R” empujada por la marejada de gente que inundó las calles.
16 de mayo
Cierro los ojos y veo multitudes.
Aquel junio del 44
en tonos sepia estalla en el colorido de una plaza repleta de gente indignada,
desafiante, movida por el ansia de respirar aire fresco.
Entonces, como
ahora, no había partidos ni organizaciones políticas representativas y
legítimas, pero en muy poco tiempo se logró la renuncia del dictador, la caída
del régimen militar, la implantación de un gobierno provisional, elecciones
libres, una nueva constitución, un presidente digno, nuevos partidos, y, con
todo eso, se inició la construcción de un país nuevo.
Ojalá que la
historia se repita para que, mediante una justicia justamente impartida (es
imperativo recalcarlo en nuestras circunstancias), ocupemos el lugar que nos
corresponde; por lo tanto, los ladrones y asesinos estarán en la cárcel y no en
el gobierno.
Guatemala se
reencuentra con su historia en esta nueva primavera.
23 de mayo
Ignoro cuál va a
ser el nombre que se le dará en los libros de Historia a estas jornadas que
está protagonizando la sociedad guatemalteca, que ojalá sean escritos por otras
y otros vencedores, no por los de siempre, los que la han hecho a balazos, a
punta de látigo, con la sangre y el dolor infligidos impunemente a los más
discriminados.
Ya era hora de que
esta sociedad enmudecida por un genocidio, por 45 000 desapariciones forzadas,
por el autoritarismo y el terrorismo desplegados por las camarillas
oligárquicas y militares, se manifestara en contra de un estado de cosas que ha
sumido a las mayorías en el hambre, la miseria y la injusticia y convertido la
institucionalidad estatal y el país entero en una cloaca inmunda.
Ojalá que nada sea
igual después de esta oportunidad para la democracia, los derechos humanos y la
justicia. En consignas se clama por reformas. Queremos una constitución nueva
que responda a realidades y derechos que no han cabido nunca. Urge cambiar las
leyes que han servido de trampolines para las alimañas que se han lucrado
robando a manos llenas. Queremos jueces/as, diputados/as, policías y funcionarios
y funcionarias públicas capaces, honrados y comprometidos con el bien común;
incorruptibles, sin precio, honestos, transparentes. Queremos decencia en el
poder ejecutivo. ¿Será mucho pedir que el palacio, el congreso y los tribunales
dejen de ser un circo nausebundo, un mercado asqueroso en el que todos se
venden y cualquier cosa puede ser comprada.
Veo las fotos, los
videos, leo las columnas que nos llaman a hacer del nuestro un país gobernado
por personas honradas. Aplaudo este movimiento ciudadano en contra de los delincuentes
y saqueadores del Estado y me sumerjo en el río desbordado que anega la plaza.
Me empapo con la lluvia y con mi hermano recorro aquellas calles que fueron
nuestras en históricas jornadas de lucha; siento la dureza del asfalto bajo las
plantas de mis pies, vibro con la multitud, soy una más entre las decenas de
millares de compatriotas que reclaman a gritos de #RenunciaYa la salida de “el
señor presidente”.
Soy una más entre
la multitud con mi hambre de decencia en la gestión pública pero también con
los mismos sueños con los que un mayo de otro tiempo me uní a los movimientos
políticos y sociales que pugnaban por un país distinto.
Soy una más en el
hormiguero que ha colmado las calles y los parques en toda Guatemala. Mi voz se
eleva para gritar el asco que nos causan y cantar nuestro himno con un fervor
distinto.
Soy parte de esta
primavera porque estoy harta de que nos gobiernen criminales, porque exijo
justicia para Marco Antonio y todas las víctimas de los militares genocidas,
asesinos, torturadores y desaparecedores que deben responder por el dolor
causado.
No hay que olvidar
que las estructuras represivas clandestinas son las que siguen empleando para
delinquir. Como se ha visto, los militares de la sininteligencia, los G2, están
entre los narcotraficantes, los tratantes de personas, los robacarros, los
sicarios, los contrabandistas, los defraudadores fiscales, empezando por el
presidente. Sus nombres saltan como malos recuerdos en los casos del IGSS y de La
Línea.
Participo en esta
explosión de dignidad clamando por un país democrático en el que no haya nadie
más grande que las leyes, donde el sol y el aire penetren en todos los rincones
del poder, sin ejército y sin sabandijas que se enriquezcan descaradamente mientras
los niños y niñas mueren de hambre.
Quiero un país sin
cuarteles, sembrado de bibliotecas, escuelas y hospitales, con un buen
gobierno, sin gente miserable y semiesclava en las grandes plantaciones
oligárquicas.
Quiero un país de
niños y niñas felices, sin hambre, con escuela, con futuro.
Quiero un país sin
machos, con hermanos, padres, esposos, en fin, hombres sin temor a relacionarse
con las mujeres como iguales, que respeten nuestro cuerpo, nuestra dignidad y
derechos, sin madres de diez años, asesinatos atroces ni violencia en contra de
mujeres, niños y niñas.
Quiero un país sin
racismo ni discriminación, hecho por ciudadanos y ciudadanas que se asuman como
iguales, en el que los pueblos indígenas sean protagonistas respetados de sus
propios procesos, en sus territorios, defendiendo y cuidando la tierra y la
naturaleza libremente.
Quiero una
Guatemala donde los ricos no sean abusivamente ricos, paguen impuestos, buenos
salarios y respeten los derechos de trabajadores y trabajadoras.
Quiero un país sin
miedo, en el que se pueda caminar por cualquier parte, regido por el respeto a
la vida, en el que no se imponga ni se acepte nunca más la “normalidad” de la violencia
ni impere la ley del más fuerte; donde nadie pregunte “¿en qué estaba metido?”
o si la niña era puta cuando maten a alguien.
Quiero un país en el que cada
muerte violenta convoque a la solidaridad y la justicia y no al repudio a la
víctima.
Quiero un país que
acoja en su historia y su memoria cotidiana a las víctimas del terrorismo
estatal: a los desaparecidos y desaparecidas, a los asesinados por el odio
contrarrevolucionario, a los pueblos masacrados por el racismo, que no borre
jamás los testimonios de los hombres y las mujeres ixiles y de Sepur Zarco, que
no niegue la humanidad de las víctimas, capaz de reconocerse en lo sucedido a
los más débiles y a los perseguidos, que les haga justicia para hacer realidad
el nunca más proclamado por monseñor Gerardi.
Quiero un país que
nos acompañe en la búsqueda de los desaparecidos y desaparecidas, que comprenda
nuestro sufrimiento y que les haga justicia.
Quiero un país en
el que no sea normal robar y gobernar, matar y ser presidente, ser narco y
candidato, donde la silla presidencial, la curul, la silla del juez y el
magistrado no sean más las plataformas de negocios privados.
Por fin, después
de tanto miedo y tanta muerte, el silencio fue roto. Creían habernos puesto de
rodillas para siempre pero ahora, con una voz potente la sociedad guatemalteca demanda
un alto a la corrupción, exige justicia
y que los criminales se larguen ojalá para siempre de los puestos públicos.
Sueño con que nos
apoderemos de la historia para hacer un país nuevo, digno, que no sea arrastrado
por los criminales a los estercoleros, en el que la paz, la libertad, la
seguridad, los derechos y el bienestar no sean vocablos carentes de sentido,
sino hermosas realidades pensadas, sentidas, vividas y construidas por manos
ciudadanas.
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