Pronto será Navidad y ya entramos
en la burbuja de amor, paz y felicidad. Eso que para muchísima gente se traduce
en una orgía de consumo, para otras personas es una festividad de reafirmación
religiosa o una ocasión para compartir con la familia, sin que alguna de las
opciones sea excluyente de las otras y sus infinitas combinaciones y variantes.
Como lo he dicho en otros
escritos, amo estas fiestas. En mi adolescencia, me dejaba llevar por el fervor
religioso; después, por el ambiente y las tradiciones; y, más adelante, por los
niños y niñas de la familia, para quienes creábamos una atmósfera de alegría
con los infaltables tamales, el nacimiento, los juegos y los regalos que no
podían abrir mientras no hubieran representado “La Caperucita Roja” con unos
títeres de guante que, en algún rincón de la casa, esperan las manitas de otros
niños y niñas para recuperar la vida.
Convertida en hermana de un niño
desaparecido, también festejé la Navidad sin el nacimiento hecho por sus manos en
tristes celebraciones en las que, bajo las piedras, compartimos los momentos amables
destilados de la voluntad de luchar y de vivir. Esperando su regreso
infructuosamente, pasaron diez años, veinte años, 33 años… Y aquí sigo,
buscando sus huesos, el eslabón que le falta a mi vida, y exigiendo justicia.
En el exilio, mi Navidad y
Guatemala se hicieron una sola cosa, un remolino de emociones y sentimientos en
los que prevalece la añoranza del olor a pino, manzanilla e incienso flotando
en el aire helado de diciembre, el cielo de los azules infinitos, el estallido
de los “cuetes”, el sabor de los tamales de Mamaíta y la alegría de abrazar a
personas muy queridas.
Pese a que en la Navidad añoro todo
aquello de lo que fui privada, en mi casa, donde el amor mantiene el fuego vivo y la vida retoña en otras vidas amadas, habrá fiesta. El 24 de diciembre a la medianoche, sintiendo el frío de los
diciembres de mi infancia, recordando los abrazos repartidos por doquier a los
parientes, amigos/as o vecinos/as y evocando a mi hermano y su existencia fugaz junto con los 42 jóvenes que aún falta por encontrar en México, en mí se re-creará la
alegría de la tierra y de la gente que celebra, resiste y resguarda la vida a
contracorriente de las decisiones y los haceres de la muerte.
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