Los ojos de los enterrados se cerrarán juntos
el día de la justicia, o no
se cerrarán.
Miguel Ángel Asturias
No se ha inventado aún el instrumento para medir el impacto y duración
de los efectos de la desaparición forzada.
Es imposible medir cuán
prolongado e intenso es el dolor que causa perder de esa manera a una persona
amada. Sé del paso del tiempo por los surcos en mi piel, por el cabello que emblanquece, pero los relojes y los calendarios no me han servido nunca para sentir que
han pasado miles de días, casi 400 meses convertidos en los increíbles 33 años transcurridos
desde que nos arrancaron a Marco Antonio. Para el dolor, es hoy. Ese dolor no
sabe de presente, pasado ni futuro.
El instante en el que esto
sucedió es una marca imborrable. Ser hermana de un niño desaparecido es una
seña de mi identidad, una sombra pegada a mi sombra, ineludible memoria de un
hecho que sigue sucediendo cada segundo que mi hermano continúa perdido.
Incrustado en mi pecho, ese
instante late como otro corazón que registra su ausencia. La medida del tiempo
es solo un referente inútil que delimita los linderos del territorio de las
pesadillas, tortura perpetua que sueño dormida y despierta, feliz, desesperada,
hambrienta, caminando bajo la lluvia helada o un sol quemante, perdida o
hallada, enamorada u odiando.
La desaparición forzada es una mordiente
pesadilla sufrida a ojos abiertos, en carne viva siempre. Instante multiplicado
por millones de instantes anegados por la pérdida. Granos de arena fina en
torbellino que se me mete en los ojos, gotas de lluvia fría deslizándose sobre
mi piel estremecida, cerrada oscuridad en la que camino buscando a tientas,
buscando siempre, también perdida. Sin fecha de caducidad, eso siempre está en
mí. Eso soy. No tengo escapatoria.
¿Estoy loca? Desde una maraña de
sentimientos huracanados que periódicamente se desbocan y hacen que surjan las
eternas preguntas: ¿dónde está?, ¿qué le hicieron?, le escribo a una
fotografía, a un recuerdo extendido por el cielo, por mi vida y por cada una de
mis horas aunque no lo recuerde intencionadamente, aunque haya días en los que
no quisiera recordarlo.
¿Estoy sola en mis evocaciones,
en esta indignación que me aprieta la garganta asfixiándome?
No estoy loca ni sola. Ahora no.
Además de mi madre y hermanas, hoy son miles las personas que salen a las
calles del mundo para demandar la aparición con vida de los 43 estudiantes
normalistas de Ayotzinapa.
Esa irrupción de verdades
largamente silenciadas, inmensas, deslumbrantes, crueles como relámpagos que en
plena oscuridad alumbran la cara deforme del monstruo que nos domina y que
pretende callarnos, ha dado a luz un hermoso abrazo universal. Por eso, quizá a
partir del 26 de septiembre de 2014 se comprenda que la desaparición forzada no
solamente arrasa con la vida de las víctimas directas y sus familias, también
destruye la convivencia social al vaciar de contenido los conceptos y
principios que le dan sentido y cohesión a nuestras sociedades.
Ojalá que al dejar de ser una
experiencia privada, el dolor por los jóvenes estudiantes desaparecidos se
convierta en un factor empujado por las multitudes para erradicar para siempre
este flagelo de México y el planeta entero.
Ojalá que la indignación y el repudio a la manera atroz en la que fue asesinado y se pretendió desaparecer a uno de los 43 también sirvan para repudiar lo sucedido en la región hace treinta y cuarenta años y robustezca y haga realidad el ¡¡nunca más!! que exigimos las familias de los desaparecidos/as.
(Que Alexander Mora Venancio descanse en paz, una paz que sin piedad le fue arrebatada junto con su vida. Este muchacho 19 años que apenas dejaba atrás sus edades infantiles, estudiante de primer año de magisterio rural en la escuela de Ayotzinapa, merece la justicia al igual que sus demás compañeros.)
Ojalá que la indignación y el repudio a la manera atroz en la que fue asesinado y se pretendió desaparecer a uno de los 43 también sirvan para repudiar lo sucedido en la región hace treinta y cuarenta años y robustezca y haga realidad el ¡¡nunca más!! que exigimos las familias de los desaparecidos/as.
(Que Alexander Mora Venancio descanse en paz, una paz que sin piedad le fue arrebatada junto con su vida. Este muchacho 19 años que apenas dejaba atrás sus edades infantiles, estudiante de primer año de magisterio rural en la escuela de Ayotzinapa, merece la justicia al igual que sus demás compañeros.)
Y aún pido más.
Quiero soñar que el abrazo
solidario y la indignación nos alcanzarán para cobijar a los desaparecidos y
desaparecidas de todos los tiempos y todos los países, que el amor que se mueve
también cubrirá a aquellos/as que pesan en nuestras almas desde hace décadas,
para rememorar sus nombres y alimentar su búsqueda.
Quiero soñar que el clamor por la
aparición con vida de los jóvenes de Ayotzinapa no se olvidará de que los 43 estudiantes
desaparecidos no son un hecho aislado. Ellos se suman a decenas de miles de seres
humanos que permanecen con los ojos abiertos aguardando justicia.
Que nunca mas se repita esta historia y muchas, que dejaron Dolor en las Familias Guatemaltecas. por eso este 21 de Junio día de la Desapariciones Forzada. un saludo y abrazo solidarios a los Familiares.
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