Unas
fotos, su pequeño radio de baterías que aún funciona, sus certificados de
estudios y el diploma de la primaria, la patineta anaranjada, un librito de
cuentos gastado por el tiempo en el que escribió su nombre con un lápiz. No es
posible que solo sea eso lo que nos quedó de usted si lo amábamos tanto. Junto
con su fe de edad, es toda la evidencia material de su breve paso por el mundo.
Eso
y la memoria amorosa de su vida tan corta. Eso y el enorme vacío de su ausencia
que no lo llenaría ni toda el agua de los mares. En ese abismo me hundo en
octubre al descender la escalera al infierno.
Hermano
mío, dolor de mi alma, quiero decirle hoy que jamás lo olvidamos. Al principio,
lo esperábamos. Los primeros diez años me aferré ciegamente a su regreso. Ahora
lo buscamos. Nunca he dejado de preguntar qué fue de usted, a dónde lo
llevaron, en qué lugar fue sepultado, si lo hicieron. ¿Alimentaría con su
cuerpo la furia de un volcán o la fuerza del mar? ¿Lo hicieron navegar por
algún río?
Son preguntas absurdas para quien no conoce la horrible realidad
construida en mi país por una horda de criminales profundamente crueles,
desalmados, que mataron, torturaron y desaparecieron a decenas de miles de
personas, incluyendo niños y niñas, como usted, mi hermano, Marco Antonio.
Me
he abierto paso por la vida llevándolo conmigo siempre, amada carga, herida
abierta en el costado, amor en dolor transfigurado y, sin embargo, amor.
Cada
vez que pienso en usted me duele recordar tan poco de su vida tan corta. Es un
dolor inagotable que me colma, que no acaba. Jamás terminará, ni aunque yo
muera.
Cada
vez que me acerco a mis abismos interiores quisiera sentir algo más que la
tristeza infinita y este dolor interminable, profundo, que me oprime el pecho y
se anuda en mi garganta. Hoy en conmemoración de su vida, ojalá sea el amor el
que me tome, el que ilumine su recuerdo y no esta rabia que me ahoga.
La
última vez que lo vi, minutos antes de que se lo llevaran los malditos (pude
haber sido yo, debí haber sido yo y es la culpa la que habla), usted estaba
feliz porque nuestra hermana se les había escapado del cuarte.
Muy poco nos
duró esa dicha. En un afán inútil, quisiera borrar de mi existencia y de la
suya el minuto exacto en el que llegaron los engendros del averno a la casa y
lo sacaron para siempre de su vida y la mía.
Todo
se volvió oscuro y frío, se desdibujó el mundo y se impuso la muerte.
¿Podré
hallarlo? He vivido para eso y para la justicia y ahora, para mi desaliento,
Guatemala ha sido convertida en el cuartel mundial de la impunidad.
Pasan
los años. Su vida se diluye en la mía como la tinta en el agua. Mientras más
vivo, más leve me parece su huella y cuanto más me alejo de sus años tan
jóvenes, su figura se agranda en mi paisaje, como una montaña que lo domina
todo.
Camino
por la memoria y en cada esquina encuentro cuchillos afilados, dardos amargos,
impaciencia. Me cubro bajo la sombra de la desesperanza.
¿A
dónde fueron su olor y su voz? ¿Dónde se apagó su mirada? ¿Dónde están sus
huesos que me aguardan? ¿Podré reconocer los jirones de su ropa?
*****
Destejida
camino hacia la música. Dejo un rastro de sangre. Me fundo con la luz de la
mañana. Me sumerjo en la voz de la cantante… Besos, ternura, qué derroche de
amor, cuánta locura. Hundo los pies en el suelo húmedo y suelto, arriba las
copas de los árboles derraman su luz verde amarillenta sobre esta porción del
mundo.
Quiero
estar en la música, sentirla como si fuera lo único y lo último. Nada existe
más allá de este minuto. Sus manos se desplazan velozmente en el aire, bajan y
suben sobre los bongós siguiendo el ritmo. Trato de asirme a ese momento con
todas mis fuerzas, quizá así lograría olvidar quien soy, de donde vengo y que
no puedo ir hacia ninguna parte.
Casi
lo consigo.
De
pronto, la suave luz de la mañana se quiebra. El mundo se deshace ante mis ojos
que ya no pudieron contener la catarata de las lágrimas.
No
sé qué hacer y estoy desesperada.
Quiero
escarbar la tierra con los dientes,
quiero
apartar la tierra parte a parte
a
dentelladas secas y calientes.
Quiero
minar la tierra hasta encontrarte
y
besarte la noble calavera
y
desamordazarte y regresarte.
Volverás
a mi huerto y a mi higuera:
por
los altos andamios de las flores
pajareará
tu alma colmenera
Elegía
a Ramón Sijé
Miguel
Hernández
Quisiera
escarbar la tierra con los dientes, la tierra que lo guarda, ojalá. Quisiera ir
a tocar las puertas de sus casas, sacarlos de sus camas. Quisiera derribarles
los cuarteles, convertir sus muros y puertas en cenizas y horadar el suelo
hasta encontrarlo. Ay, hermano.
Quisiera
que nos vieran, que fueran capaces de sentir el dolor y la angustia que
sembraron. Quisiera que sintieran horror por lo que hicieron (¿cómo pudieron,
madre de mi alma?). Quisiera que se vieran a sí mismos como los ven mis ojos: criminales.
Quisiera preguntarles si recuerdan al niño que le arrebataron a mi madre hace
33 años. Ella sigue esperando y abrazando al vacío.
*****
Sin
embargo siempre hay un sin embargo, un contrapeso, una luz que seguir y que nos
ilumina, un cabo suelto que debe ser atado, un camino cerrado que hay que
sobrevolar. Seguir buscándolo es lo que nos sostiene. La justicia es la utopía
que se aleja y nos define el rumbo.
Lo quiere, su hermana
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