sábado, 28 de diciembre de 2013

Una Navidad con Gaby en el corazón (una carta para su madre y su padre)

"Dad palabra al dolor.
El dolor que no habla,
gime en el corazón
hasta que lo rompe."
(Shakespeare)

Navidad. Es una hermosa mañana de diciembre. Con el corazón lastrado, sumerjo la mirada en el azul puro de un cielo transparente. La luz enciende resplandores en las hojas de las azaleas y hace que la grama brille con todos los matices del verde. El silencio apenas es roto por el zumbido de una abeja y el rumor del viento que abanica los árboles.

Rodeada de vida y de belleza, no consigo despegar los pies del suelo ni desatar el alma de esta pena. Gaby murió. Pienso y siento a su padre, Raúl, mi amigo desde hace tantos años, y a su madre, Rosario, con quien comparto la búsqueda y la lucha por nuestros hermanos desaparecidos. Con furia y con tristeza me rebelo ante la muerte por llevarse a su niña, tan joven, tan plena y hermosa, tan llena de futuro. En este diminuto y verde paraíso salpicado de lilas, fucsias, amarillos, rosados y naranjas, le reclamo a la vida por injusta y a la muerte por cruel y despiadada. 

Con todo mi ser me uní a su ruego y a la espera, a veces desesperada, a veces esperanzada, del milagro que se las devolviera. Ahora me doy cuenta que Gaby era el milagro. En sus escasos 29 años, les dio alegría y amor. Ella fue el consuelo y el refugio que necesitaron cuando se fue Amanda. La suya fue una vida muy corta pero se apresuró a dejar una honda huella, tan grande como el amor y la ternura que despertó en quienes la conocimos. Hija de sobrevivientes, sobreviviente ella misma, lo dio todo como maestra, como amiga, como miembro de una familia que ha sufrido el horror y sus secuelas de todas las maneras en que les fue infligido.

Tuve en mis manos un cuaderno que elaboró para ayudar a los niños y niñas a superar los miedos que les provoca estar hospitalizados. Está escrito con palabras que rezuman su amor por los pequeños/as que estaban a su cuidado, la responsabilidad con la que asumía su atención, la forma en la que se involucraba en la búsqueda de su bienestar.

¿A dónde te vas, muchacha dulce? ¿Con qué se va a llenar este agujero en el que se hunde el mundo? 

No soy capaz de experimentar el filo del dolor que ambos están sintiendo, junto con sus seres más cercanos y amados, tan solo suponerlo me devasta. Como madre, me asomé a sus destrozados corazones y tuve miedo; pero al abrazarte, Rosario, y escuchar tu promesa vital, sentí la fuerza de la mujer luchadora de siempre, el valor y la entereza compartidas con una estirpe de mujeres dignas, inavasallables, e, incrédula, escuché las palabras de consuelo que dijiste a quienes lloran a mares por tu hija. Tu mirada, Raúl, no podía ocultar tus sentimientos. Tu tristeza traspasó mis pupilas. Pero también son grandes tus reservas morales, tu fortaleza, y somos muchos/as quienes te queremos y estamos cerca sintiendo tu dolor inmenso para apuntalar tu alma.

Sé que no es suficiente pero, en mi impotencia, repito palabras de consuelo. Recurro a esos lugares comunes –y tan ciertos- como “ella les acompañará siempre” porque sí, porque es parte de sus cuerpos y sus almas, porque llevó su ADN impreso en cada célula y tuvo los gestos, la sonrisa, la voz, los ojos, la mirada, su manera de caminar, de ser, de sentir y de estar en el mundo iguales a los suyos. Y el amor, sobre todo, el amor que les dio y el que les inspiró.

Gaby, en tu madre y tu padre seguirá tu sangre palpitando. Sos la fuerza para que sigan respirando y luchando por sobreponerse a este nuevo golpe, el de tu ausencia material. Sus brazos guardarán para siempre el calor de tu cuerpo y su memoria el destello que iluminó tus ojos.

Y yo, insignificante partícula en el vasto universo, no puedo hacer otra cosa que sentirlos muy hondo y acercarme, abrazarlos, decirles que los quiero, que lo siento, que ojalá estas cosas terribles ya no pasaran nunca.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Triste cumpleaños, querido Marco Antonio

Llegó otro 30 de noviembre y empieza el 48º. año de su desvida, en esta existencia/inexistencia dolorosa. Como los últimos 32, será un día muy triste. El tiempo, a tono con mi espíritu sombrío, está helado; del cielo gris se desprende una fina llovizna que me cala hasta el alma.

Desde hace más de una semana empecé a escribirle esta carta y cada noche, en una duermevela, las palabras me toman por asalto y empiezan a girar en mi cabeza pero no han llegado a convertirse en algo coherente. No existen frases hechas para su natalicio, el de un niño desaparecido. Tampoco sirven los lugares comunes de las tarjetas de los supermercados.

Antes de continuar, debo decirle que ha sido un largo tiempo sin usted. Esperamos su vuelta durante más de una década, no podíamos creer que pudieran desaparecer y asesinar a un niño. Después, tuvimos que hacernos una vida y acostumbrarnos a su ausencia a cada paso, a buscar cada día los motivos para mantenernos en este mundo sin permitir que el dolor y la culpa nos arrastraran al abismo, injusta culpa porque todos sabemos quiénes son los desaparecedores.

Hoy en lugar de abrazarlo no me queda otra cosa que mirar su foto y suponer cómo se vería a los 47 años. Jamás lo sabré, ha sido desaparecido tantas veces. Con usted, los desalmados se robaron su imagen de los espejos, su rostro se esfumó de las fotografías familiares y secuestraron su sombra que caminaba al lado de las nuestras. También sigue desaparecido de la justicia que, para mi desesperación, pareciera que no llegará nunca. Pero de nuestra existencia no lograron arrancarlo. Con el paso del tiempo, su vida echa raíces más profundas en la mía, también crecen mi terquedad y mi paciencia hasta sobrepasar la magnitud de la injusticia sufrida por usted y por las demás víctimas de los crímenes de lesa humanidad.


Tan solo era un niño de 14 años, diez meses y seis días cuando se lo llevaron para siempre. Recuerdo sus manos, eran tersas. En la piel lisa de su rostro moreno no había ni una arruga. Su pelo negro, abundante, eternamente alborotado, no tenía una cana. Sus ojos chispeaban cada vez que sonreía y mostraba unos dientes blancos parecidos a los míos. Era pecoso, alto y grueso, desgarbado como todo adolescente que de pronto se estira y la ropa se le achica. “Un muchacho inteligente, toda una promesa”, cuántas veces he escuchado a mi madre decir eso de usted. Me duele infinitamente no recordar su voz. No la olvidé, sé que yace dormida en algún lugar de mi memoria. A lo mejor eso se debe a que estaba en la época en la que su voz infantil se convertía en la de un hombre y mi pobre cabeza confundida no supo con cuál de las dos debía quedarse. Todavía le guardo un librito de cuentos, su patineta, el guante de beisbol y el capirucho de madera con figura de gato que le regaló Mamaíta.

¿Qué más puedo decirle, amado hermano mío? En otras circunstancias muy distintas, en una Guatemala diferente, esta sería una carta de felicitación pero se desliza por la pendiente de las lamentaciones. No quiero seguir por ese rumbo. Entonces, que se convierta en un mensaje de promesas y que este sea un día para renovar fortalezas y esperanzas.

Junto a nuestra madre, que reza por usted y por la vida, la verdad y la justicia, le juro que nunca dejaré de buscarlo, que me mantendré fuerte para lo que se venga, que encontraré su rastro y que haré lo que sea para que su nombre no sea olvidado, para seguir borrando la desmemoria social y el discurso justificador del “en algo andaba metido”, el “a saber” y “el que nada debe nada teme”. Su existencia fugaz, que será siempre parte de mí, también será recordada por el mundo, junto con la de todos nuestros niños y niñas desaparecidos. Seguiré reclamando la información sobre su paradero, al igual que la verdad sobre los responsables de su sufrimiento; esas también continúan prisioneras en los archivos militares y en las gargantas de los criminales que dieron las órdenes y en las de los esbirros que las ejecutaron.

Créame que me duele no tener otra cosa que palabras, inútiles, impotentes palabras. Quise darle el mundo y construir una vida en la que usted y todos los niños y las niñas fueran felices y jamás se les sometiera a un tormento como el que le hicieron padecer. Pero eso, junto con la dignidad y el amor, me bastan para no someterme a los dictados de los criminales y sus cómplices de ayer y de ahora. No me callo, no me arrodillo, no olvido, no perdono y, con todas las fuerzas de mi alma, exijo justicia y que nos entreguen sus restos para sepultarlos como corresponde.

Así como el sol que sale cada día, sabré esperar y persistir, Ajpú cerbatanera. Si hay algo que me sobra es paciencia. Ojalá que mi voz, hoy un susurro que apenas agita las hojas de los árboles, un día sea viento huracanado que arrase con los criminales.

Hermano de mi alma, dónde sea que esté, si es que está en algún lugar del universo infinito, en otra dimensión, en el cielo, mirándome desde cualquier estrella, adentro de mi corazón, espero que estas letras viajen hasta sus manos llevadas por el amor de su hermana que lo quiere y lo seguirá buscando la vida entera.

sábado, 16 de noviembre de 2013

El caso de Cristina Siekavizza, una lección de historia viva

Un hombre ha sido acusado por el Ministerio Público (MP) de los delitos de femicidio, obstrucción a la justicia y violencia contra la mujer porque presuntamente asesinó a su esposa, desapareció su cuerpo, huyó llevándose a sus hijos y evadió a la justicia durante más de dos años. Su madre ahora está acusada de amenazas al suprimirse el delito de obstrucción a la justicia por lo que supuestamente hizo, valiéndose de sus influencias y relaciones, para evitar que su hijo fuera encarcelado, enjuiciado y castigado de resultar culpable.

A lo largo de ese tiempo, los padres, la hija e hijo y el círculo más cercano de Cristina Siekavizza han sufrido los terribles efectos de su desaparición en vista de que se desconocen su paradero y las circunstancias de su casi segura muerte. Esta es una situación de incertidumbre torturante en la que, lo sé por experiencia, seguramente oscilan entre la esperanza de que ella esté con vida y las conjeturas terribles sobre su destino final. “Solo Dios sabe” fue la respuesta del esposo a las preguntas que le hizo la prensa a este respecto.

El caso, cuyos hechos escuetamente he descrito, es uno de los miles en Guatemala en los que hay una mujer violentada en su integridad física y espiritual y despojada de su dignidad y de su vida por un hombre. Seis mil en una década (http://nomasfemicidioenguatemala.wordpress.com/), no es la primera vez y, tristemente, no será la última que algo así suceda. Lo que lo hace particular es que el presunto femicida es el hijo de Beatriz Ofelia de León Reyes de Barreda, ex presidenta de la Corte Suprema de Justicia. En el país en el que “se ven muertos acarreando basura”, no deja de asombrarme que una abogada que formó parte de las altas cortes del país haya transgredido la ley para ayudar a su misógino hijo, un presunto asesino y desaparecedor de nuevo cuño, a sustraerse de la acción de la justicia.

Esto es lo que, a mis ojos, lo convierte en un microcosmos en el que se representan las actuaciones de la precaria institucionalidad de justicia de los años del terrorismo de Estado perpetuadas en el ahora. Configurada históricamente para encubrir a genocidas, torturadores y desaparecedores, en la actualidad se utiliza para proteger a criminales de todos los pelajes y condiciones.

Para que fuera posible asesinar y desaparecer a tantas personas, fue necesario el debilitamiento de la administración de justicia y su sujeción al poderío militar. Esto se demostró, entre otros efectos nefastos, con la absoluta ineficacia del recurso de hábeas corpus o exhibición personal, plasmado en la Constitución. Esta garantía se vino abajo al desarrollarse paralelamente a la Guatemala en la que regían las leyes, un país en el que los amos absolutos de la vida y la muerte eran militares entrenados y financiados por los Estados Unidos para combatir y aniquilar a su propia gente definida como “enemiga”.

Lo de “otro país” no se queda en simple metáfora. Fue establecida una estructura clandestina, completamente fuera de la ley, en la que los integrantes de los aparatos represivos del Estado se constituyeron en jueces y verdugos de decenas de miles de guatemaltecos/as de todas las edades y procedencias, un submundo impenetrable que jamás fue hollado por un juez contra el que se hizo pedazos otra disposición legal: que las personas detenidas debían ser presentadas en un plazo determinado ante un juez competente. Otro ejemplo es el vergonzoso arrodillamiento de los integrantes de la corte suprema de justicia (con minúsculas) de 1982-83 ante las decisiones del genocida Ríos Montt de instaurar los tribunales de fuero especial, unos esperpentos jurídicos mediante los cuales se llevaron a cabo procesos judiciales también clandestinos en los que “jueces” sin rostro ni nombre ni ubicación conocida, porque una ventanilla del ministerio de la Defensa no podía ser considerada como tal, condenaron a muerte a casi una veintena de personas, sin ninguna garantía ni resguardo de su derecho a la defensa.

A la par, en un proceso muy complejo en el que se imbrican, entre otros factores, el anticomunismo, el terror -que caló muy hondo en el cuerpo social-, el conservadurismo, el machismo propio de un sistema patriarcal, la inducción de culpa sobre las propias víctimas de este crimen de lesa humanidad, imprescriptible y continuado, se reforzó una cultura favorecedora de la impunidad. Esta mantiene sus efectos no solo en la población, sino, lo más preocupante, en quienes tienen en sus manos la delicada función de impartir justicia.

Otro de sus resultados perversos es la naturalización de la violencia manifestada, entre otras cosas, en el elevado número de homicidios que se observa en la actualidad, mayor que en los tiempos del terror estatal y el llamado conflicto armado interno. Como es sabido ampliamente, muy pocos crímenes son denunciados y muchos menos terminan en condena. En este sentido, los números son contundentes, la impunidad alcanza a más del 90% de los delitos del presente y a la casi totalidad de los relativos a las violaciones a los derechos humanos.

La cultura de la impunidad y la violencia no se queda en un esquema de pensamiento, una retorcida visión del mundo y las relaciones sociales, sino que propicia y favorece una serie de prácticas legales, pero no legítimas -como el abuso del amparo, las recusaciones, la renuncia de los abogados defensores y otras maniobras dilatorias- e ilegales, entre ellas la amnistía (ilegal desde que la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció en el caso “Barrios Altos” que las leyes de extinción de culpabilidad de las violaciones a los derechos humanos son violatorias de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), las amenazas, atentados, intentos de soborno y compra de voluntades judiciales.

Estos dos últimos años, con la llegada de un militar a la presidencia, eso se ha amalgamado con una campaña mediática y otras acciones típicas de una operación de guerra psicológica que reforzó las posturas negacionistas incrustadas en la institucionalidad creada por los acuerdos de Paz, a la medida y conveniencia de los terroristas de Estado.

En ese pantano es donde hunden su raíces las Cortes Suprema y de Constitucionalidad, los tribunales y el MP, una instancia que muy recientemente ha sido sometida a un proceso de institucionalización sobre la base de principios democráticos que está seriamente amenazado de ser llevado a una vía muerta y hasta de retroceder por circunstancias conocidas.

Cuando se habla de la falta de independencia, ineficacia y debilidad de la institucionalidad de la justicia, no hay que dejar a un lado que la responsabilidad por la sujeción del sistema judicial al ejército y al poder en su conjunto no solo en aquellos años (basta con mencionar el juicio reciente de genocidio como ejemplo) tiene nombres y apellidos. Son personas de la índole de la otrora eminente abogada las que contribuyeron a instaurar en Guatemala una cultura y una práctica de impunidad y a mantenerla, misión de quienes continúan enquistados en elevados puestos de decisión, verbigracia los tres magistrados de la CC que han pasado por encima del mandato de esta institución para meterse en el quehacer de los tribunales ordinarios.

Con la impunidad prevaleciente, víctimas y victimarios conviven día a día en una relación social tóxicamente desigual. Estos siguen imponiendo decisiones y manipulando al sistema a su antojo, venga otra vez la mención del caso de genocidio a corroborar estas palabras. La garantía de impunidad también ha hecho posible que presuntos criminales sean elegidos para cargos públicos, de allí que siga siendo cierto lo que una vez dije, con pena y con vergüenza, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos: en Guatemala a los asesinos y a los ladrones se les llama “señor presidente”, “señor diputado”, “señor ministro”.

Por eso considero que el caso de Cristina Siekavizza es una lección de historia viva [i] y de memoria de hechos, actitudes y comportamientos encarnados en personas que lamentablemente no están en el pasado. No debería de extrañarme que la antiguamente encumbrada abogada haya actuado de la manera en que lo hizo, un hecho que me parece indignante y que me lleva a reclamar ¿en manos de quiénes está la administración de justicia en Guatemala?

Este caso es un claro ejemplo de cómo la gente poderosa cruza la línea que separa la legalidad de la ilegalidad cada vez que les conviene para resguardar sus intereses, una frontera que debería estar nítidamente trazada para todos los guatemaltecos/as ya no digamos para las y los profesionales del Derecho, sobre todo los jueces/as y magistrados/as de quienes esperamos una ética distinta, de servicio y acatamiento de la ley y basada en principios democráticos y de derechos humanos.

Sin embargo, hay esperanza. En Guatemala se libra una batalla entre lo nuevo y lo viejo, entre la decencia y el cinismo, la razón y la fuerza, el abuso de poder y la igualdad en el acceso a la justicia, el imperio de la ley y la impunidad, entre el olvido por decreto y la memoria amorosa a nuestros seres queridos violentados. En un terreno, aún desnivelado, se enfrentan jueces/as y fiscales decentes, insobornables, fieles defensores de la legalidad y de la independencia judicial junto a defensoras y defensores de los derechos humanos, las familias y las agrupaciones de las víctimas contra los operadores/as de justicia y los sectores de poder –entiéndase el cacif- que siguen manteniendo que esta es como las culebras, que solo muerden los pies de quienes van descalzos.

Para nuestro orgullo, en el país de lo imposible, han surgido figuras como la de la Fiscal General, la jueza Yassmín Barrios y demás integrantes del tribunal de juicio en el caso de genocidio, junto a las de otros/as juristas que enaltecen y dignifican la administración de justicia y, con su esfuerzo y valentía, contribuyen a la construcción de la institucionalidad propia de un Estado democrático de Derecho.

Producto de ese esfuerzo mayúsculo son los procesos contra genocidas, desaparecedores y torturadores que han concluido con una condena después de superar los mil y un obstáculos interpuestos por sus abogadetes mafiosos apoyados por los partidarios de la impunidad, empeñados en mantener una situación que les favorece.

Por Cristina Siekavizza, sus hijos y todos los que han sufrido en carne propia esta tragedia, espero que este proceso sea llevado con apego a las leyes y que prevalezca la justicia por encima de las maniobras dilatorias que ya empezaron a darse. Eso contribuirá sin duda al fortalecimiento de las instituciones y abonará el terreno para que se cumpla nuestra demanda de justicia igual para todos y todas y para todos los casos, los pasados –como el de la desaparición forzada de mi hermano Marco Antonio y muchos más- y los de ahora.

Pensando en su sufrimiento y en el de las personas que la quieren, sobre todo en su madre, su hija e hijo, cuánto quisiera que Cristina jamás hubiese desaparecido y que estuviera viva y libre. Tal como lo deseé por mucho tiempo por mi hermano, cuánto quisiera que esta historia, y todas las historias similares, tuviese un final feliz.




[i] Como la concibe el académico J. C. Cambranes, la historia viva “Son los hechos históricos que en otro país pertenecen al pasado, pero que en Guatemala, después de siglos, continúan siendo el presente”. En: Ruch'ojinem qalewal: 500 años de lucha por la tierra : estudios sobre propiedad rural y reforma agraria en Guatemala. Guatemala, Cholsamaj, 2004, p. 17.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Suelto la vida, la dejo que fluya como un río

CC acerca a José Efraín Ríos Montt a amnistía[i]

La Corte de Constitucionalidad (CC) resolvió ayer por mayoría
amparar al militar retirado José Efraín Ríos Montt,
al estar de acuerdo con su planteamiento de que se le debe aplicar
 el decreto 8-86, que contiene la amnistía a todos
 los miembros de las fuerzas armadas y a los guerrilleros,
sin ninguna excepción,
por delitos que se hubieran cometido
durante el conflicto armado interno.

La vida es una paradoja que se mueve entre la fragilidad y la fortaleza. Todo lo vivo, incluyéndome, está dominado por el instinto de supervivencia. Es un impulso poderoso que me ha traído hasta el ahora. Hay momentos en los que pareciera que se me escapa por el agujero que llevo en el costado, pero me aferro a la existencia pensando en que también es un derecho que no se reduce a respirar, movernos e intercambiar con nuestro entorno. Si la tengo, es para vivir plenamente.

Este año, que casi termina, ha sido difícil en un país difícil, sobre todo para quienes mantenemos reclamos de justicia para nuestros/as seres queridos que fueron objeto de crímenes de lesa humanidad. El 2013 empezó insólitamente bien y termina con un mar de dudas acerca de lo que nos espera en los próximos meses. Es sumamente perturbadora esta situación en la que fácilmente me deslizo por la empinada cuesta de la impotencia y la desesperanza.

Insomne, la madrugada es una escalera interminable hacia la luz del día. A esas horas me visitan los terrores pasados y los pálidos miedos de ahora, fantasmas descarnados que cavan en mi vientre y me recuerdan mi vulnerabilidad y mis fragilidades, todo lo que creí haber dejado atrás y que me habita. ¿Cómo puedo cerrar los ojos cada noche, hundirme en el sueño, perderme en los infinitos abismos de mis pesadillas y confiar que mañana el mundo estará aquí y yo en él? Aunque no hay luna llena, con la mirada dibujo el enorme globo amarillo que flotaba a ras del horizonte en mi lejana infancia y, después, alta en el cielo azul profundo, transparente, seguía mis pasos en el patio.

Desubicada, hay noches en las que siento el miedo a que mi cuerpo se hunda en un laberinto de silencio, sin salida, como ese submundo sin dioses y sin leyes al que violentamente fueron arrastrados 45 000 hombres y mujeres en Guatemala, entre ellos unos cinco mil niños y niñas.

Para ellos y ellas aún no ha habido justicia. Sustraídos del mundo por los ladrones de cuerpos, arrebatadas sus vidas por los hacedores de tragedias, los que les infligieron torturas que no puedo nombrar sin perder la cabeza, en la renovación del agravio, esos criminales siguen impunes. Con sus zarpazos mortales convirtieron sus existencias luminosas en una fantasía de gente desquiciada que siguió buscando neciamente su rastro. En aquellos años terribles, encontrarlos, desasirlos de sus manos armadas, rescatarlos, sacarlos a la luz, devolverlos a sus existencias cercenadas, liberarlos, fue nuestra primera aspiración. Muy pocos regresaron con sus cuerpos maltrechos y el alma destrozada, maltratados en modos indecibles, envueltos en silencio, anegados de culpa. De la mayoría nunca se supo nada, ni el detalle más ínfimo.

Nunca, que terrible palabra, rotunda, definitiva, absoluta. Es un nunca aplastante si lo enlazo con “volví a ver a mi hermano” o “encontramos su cuerpo” o “supimos qué le hicieron”. Es un nunca – muralla, un nunca – agujero negro, un nunca-odio que se alzó desde Xibalbá y ensombreció mi vida. Hoy nos deberemos conformar con la justicia, con saber qué fue de él, con sepultar sus restos.

Eso no está en mis manos. Vuelvo a ver mi existencia enredada en torno a ese anhelo. Sin mucha esperanza ni más poder que el de mi determinación, me siento a veces como un tapiz deshilachado, hecho de parches y de nudos, agujereado, suelto. Una masa informe de átomos desintegrados, una forma errante que atraviesa los días como un barco perdido sorteando las borrascas, a merced de las olas. Estos son días llenos de frustración, de cinismo, de inhumanidad, en los que habito en una zona gris, camino en una cuerda floja y una línea muy tenue separa la vida de la muerte, la lucidez de la locura. No sé cómo poner en palabras estas ganas de abandonarlo todo, de dejar mi pellejo, de morirme un poquito o de matar esto que no permite que el aire llene mis pulmones.

Y, sin embargo, hasta aquí, hasta hoy, hasta este minuto me permito ser débil y dejarme abatir por la tristeza. Vuelvo a ser yo pero más dura, más segura de que soy poderosa, de que no me derrotan, de que no les permito que me aplasten. Quiero sentir que soy feliz, que todos mis deseos se han cumplido, que he logrado mis propósitos, que mi destino no se torció nunca por las decisiones de otros. Con todo lo que soy, me aferro a mis latidos. Invento mil soles que me alumbran con cada destello de luz envuelta en la neblina de esta madrugada en la que busco en mi interior el más mínimo rastro de esperanza.

Me digo a mí misma que estoy viva, que no me doy por vencida. Muchas cosas me esperan, mi recorrido no termina todavía y no voy a permitir que la derrota me carcoma por dentro. Debo vencer esta impotencia, esta tristeza.

Pese a todo, allá afuera está el mundo. Sobre el cielo profundo de la noche se dibujan las nubes, son muy blancas y hermosas, quizá un cacho de la luna menguante las alumbra o es el aire lavado por la lluvia el que me deja verlas de ese modo. No hay estrellas, la noche está extrañamente clara. Acallo mis pensamientos. Busco afanosa en mis entrañas la fuerza que ha huido de mí. Invoco los nombres de los que ya partieron para llenarme con su aliento. Debo seguir andando.

Viviré mientras viva. Seré dura. Me levantaré cada día para afrontar lo que viene y me dispondré a disfrutar la alegría cada vez que la sienta o a llorar para seguir caminando, a tomar aire, a respirar profundo, a no caer sin levantarme. Me inspiro en el poderoso ejemplo de mi madre. ¿Cómo ha hecho para llegar hasta aquí con esa carga?

La noche, más noche que nunca, es tinta oscura. Me rodea, me pierdo y con la luz del sol vuelvo a mí misma. El sol se filtra apenas por las rendijas que dejan las cortinas, es una promesa que me espera brillando en lo más alto del azul que a esta hora quizá no esté manchado por las nubes. Me lo dicen los pájaros que saturan el aire transparente con sus trinos. Debo hacerme fuerte con la luz, alimentarme el alma con la hermosura de la naturaleza, no agotarme en la espera de algo que no tengo en las manos y que aunque lo siento alejarse velozmente de mí cada día que pasa, no renuncio a lograrlo.

Me asomo a la ventana. Con la mirada húmeda recorro el nítido perfil de las montañas, al sur del valle, que se alzan azules, imponentes. El cielo, ese espejo del mar, empieza iluminarse. Es domingo y me pertenece por entero. Soy libre de vivirlo o morirlo, de beberme las horas que tengo por delante sintiendo su dulzura o su amargor en la boca. Puedo escoger. Ajpu cerbatanera, suelto la vida, la dejo que fluya como un río, la desato para que corra como el agua cantando entre las piedras.



[i] http://www.prensalibre.com/noticias/justicia/CC-acerca-Rios-Montt-amnistia_0_1016298381.html

miércoles, 30 de octubre de 2013

La desaparición forzada de personas, incluyendo niños y niñas, un crimen in-am-nis-tia-ble



En Guatemala, la desaparición forzada de personas fue un crimen planificado, sistemático y masivo, una política de Estado ejecutada por sus agentes que actuaron directamente, como parte de estructuras represivas, o indirectamente con el consentimiento de las autoridades. En aquel tiempo tan cercano histórica y emocionalmente, no eran cosas las que se desaparecían. Fueron decenas de miles de personas, entre ellas niños y niñas, como mi hermano Marco Antonio.

No obstante la gravedad y magnitud de los hechos, los impulsores de la impunidad y la amnistía para genocidas, torturadores y desaparecedores y sus cómplices y simpatizantes de saco y corbata, ejerciendo distintas formas de violencia simbólica niegan que la desaparición forzada es un crimen imprescriptible y continuado. Este delito se sigue perpetrando mientras la víctima no aparezca viva o muerta, provocando un sufrimiento que se prolonga indefinidamente en las familias de las personas desaparecidas y en el entorno social. De ello no tengo más evidencia que el paso de mi vida sin mi hermano desaparecido, marcado por la incertidumbre, el dolor, la angustia de su ausencia permanente y sin final previsible a menos que se haga justicia. Si multiplico mi experiencia y la de mi familia por todos los casos contabilizados, la huella de dolor y miedo de la desaparición forzada en Guatemala es incalculable.

Por eso, es un crimen de lesa humanidad, tal como está establecido por las leyes internacionales de derechos humanos y la jurisprudencia de las cortes nacionales y regionales, como la Corte Interamericana de Derecho Humanos. De esa forma, se reconoce la gravedad extrema de un delito que daña profundamente a quien la padece, a su familia y otros grupos de pertenencia y a la sociedad entera, en vista de que “(…) crea una red de víctimas que se extiende más allá de las personas directamente sometidas a esa violación de los derechos humanos”[i]

Cuando se trata de niños y niñas, según el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias, “La desaparición forzada (…) constituye una exacerbación de la vulneración de los múltiples derechos protegidos por la Declaración sobre la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas y una forma extrema de violencia contra los niños”. Esto es así, continúa el GT, debido a “La falta de madurez física y mental de los niños, así como su dependencia con respecto a los adultos… [que] los coloca en una situación de especial vulnerabilidad.” De acuerdo con la Declaración, este crimen causa graves sufrimientos a la víctima y a su familia y “los niños víctimas de desapariciones forzadas sufren un daño particularmente grave (…)” porque, además de violar múltiples derechos, lesiona gravemente la integridad física, mental y moral de niños y niñas, que sufren “sentimientos de pérdida, abandono, miedo intenso, incertidumbre, angustia y dolor (…).” Suponiendo que no son asesinados, el daño ocasionado se prolonga después de los 18 años.

En su Observación General, el GT recoge tres tipos de afectaciones por la desaparición forzada en niños y niñas: 1. son víctimas directas; 2. nacen de madres en cautiverio, desaparecidas, y son desaparecidos por sus apropiadores que cambian su identidad para ocultar su origen e impedir que sean ubicados por sus familias legítimas; o, 3. sufren la desaparición forzada de la persona o personas de las que dependen (madre, padre, tutor/a) y la estigmatización social que esta trae consigo, la que puede ahondar el trauma psicológico y emocional. 

En nuestro país, se calcula que un 11 % de las personas desaparecidas fueron menores de edad, de acuerdo con las cifras aportadas tanto por el informe “Guatemala Nunca Más”, del REMHI, como por “Guatemala : memoria del silencio”, de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Se trataría de unos 5 000 niños y niñas aproximadamente que fueron víctimas directas, cuyos casos se mantienen sumidos en el silencio y en la impunidad.

Esto sucedió pese a que en todas las circunstancias y más aún en contextos de conflicto armado, los niños y niñas deben ser sujetos de la protección especial del Estado, que está obligado a “(…) adoptar las medidas adecuadas para prevenir las desapariciones forzadas de niños o de sus padres (…) ayudar a los padres que buscan a niños desaparecidos (…) o a los niños que buscan a su padres desaparecidos (…) y el Estado debe garantizar su protección y su supervivencia, así como dar prioridad a las medidas destinadas a promover la reunificación familiar.” 

Con suma crueldad, en lugar de proteger a los niños y niñas, en esos años se les trató “como objetos susceptibles de apropiación”, con lo cual se vulneraron su dignidad y su integridad personal. El Estado guatemalteco fue promotor y ejecutor de las desapariciones forzadas de niños/as y adultos/as. Para ello, abatió la institucionalidad de justicia y pasó por encima de su propia legalidad garantizando así la impunidad de los perpetradores materiales e intelectuales.

El Estado guatemalteco no solamente no garantizó la protección especial a los niños y niñas para evitar que sufrieran la desaparición forzada en carne propia, sino también los instrumentalizó haciéndoles víctimas de este crimen atroz para infligir un durísimo castigo a sus familiares debido a sus  actividades o creencias. Con ello, violó los derechos humanos de las personas desaparecidas, adultas o menores, e incurrió en responsabilidad internacional, lo que trae consigo nuevas obligaciones: hacer justicia y resarcir los daños mediante una serie de reparaciones.

En los casos de niños y niñas desaparecidos, en la formulación de las reparaciones se toman en cuenta el interés superior del niño así como “la perturbación del desarrollo físico, emocional, moral, intelectual y social de los niños víctimas de desaparición forzada [que] tiene consecuencias a largo plazo para ellos y sus sociedades”, en razón de su dependencia de los adultos, los efectos de la desintegración familiar, su potencial vulnerabilidad y las amenazas a su desarrollo y a su vida. 

El reconocimiento y las acciones relativas a la realización de los derechos a la verdad y la justicia forman parte de las reparaciones para los niños y niñas víctimas de desaparición forzada y sus familias. En ese sentido, en la actualidad, el Estado guatemalteco continúa violando los derechos de las personas desaparecidas, incluyendo a los niños y niñas, y de sus familias al negarles “el derecho absoluto a conocer la verdad” sobre su paradero. Este derecho no solamente pertenece a los/las directamente afectados/as, sino a la sociedad en su conjunto dada la magnitud y trascendencia de los daños. Al respecto, la Declaración establece que el Estado está obligado a buscar e identificar a las personas desaparecidas, una obligación mayor cuando se trata de niños/as. Para cumplirla, debe crear instituciones adecuadas, entre ellas un banco de datos genéticos, como se estableció en la sentencia de reparaciones proferida por la Corte Interamericana en el caso de mi hermano. Esto haría posible identificar sus restos o posibilitar la recuperación de su identidad y el reencuentro con su familia legítima.

En el conjunto de las reparaciones, la justicia es una obligación ineludible para el Estado. La investigación judicial y científica del paradero de niños/os o de personas adultas debe ser inmediata y eficaz, de manera que se les ubique rápidamente con vida o sin ella y se evite la prolongación del sufrimiento. Esta debe contar con “la autorización y los recursos necesarios (…) las debidas garantías de protección y de seguridad a quienes participan en la investigación, entre ellos los familiares de las víctimas, los testigos y el personal de la administración de justicia.” Asimismo, “Los Estados han de garantizar el pleno acceso y a capacidad de actuar de los familiares de las víctimas en todas las etapas de la investigación y del enjuiciamiento de los responsables. Esas investigaciones deben hacerse como una obligación del Estado, y no deben considerarse como una responsabilidad de la familia de la víctima.” Sus resultados deben ser conocidos por la sociedad entera, no solamente los relativos a los hechos sino “en particular los responsables de ellas.”

Es imposible describir lo que significa que nos borren a un niño o a una niña de la vida. En mis escritos ya agoté el diccionario del dolor. Hoy, junto con mis vocablos gastados, tengo la rabia y el sufrimiento renovados, pero también la razón, porque cuando reclamamos justicia como familiares de personas desaparecidas estamos reclamando derechos, estamos ejerciendo nuestra ciudadanía. No se vale que se nos acuse de confrontadores o de polarizar la escena política en una sociedad que no supera la polarización en asuntos muy centrales como el acceso a oportunidades para todxs, la desnutrición de un alto porcentaje de la población infantil, el trabajo semi esclavo, el amontonamiento de la riqueza en un extremo minoritario y la miseria en otro[ii].

Las demandas de justicia para las víctimas de los terroristas de Estado se mantienen firmemente en medio de discursos manipuladores en los que veladamente se llama a una reconciliación con impunidad y el negacionismo abierto y los ataques de odio. Como hermana de un niño desaparecido, considero que no es posible la paz en Guatemala sin una solución justa a este y a todos los conflictos que se mantienen vigentes. 

No es posible que los responsables del genocidio y la desaparición forzada de 45 000 personas pretendan escabullirse de la justicia con base en maniobras sucias y en interpretaciones interesadas de una Corte Constitucional que nos avergüenza ante el mundo y nos niega el derecho de acceder a la justicia invocando amnistías ilegales. El proceso de construcción de un Estado de Derecho democrático requiere la independencia de poderes y esta debe garantizarse evitando no solo las injerencias públicas sino también las privadas, sin desmanes caciferos ni violencia polarizadora de los defensores y simpatizantes de los presuntos criminales. En el caso de genocidio y en todos los casos por venir, por un país distinto, en el espíritu de los jueces/as y magistrados/as debe prevalecer el más alto sentido de la justicia.



[i] Todos los entrecomillados son de la Observación general sobre los niños y las desapariciones forzadas, aprobada por el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias en su 98º. Período de sesiones (31 de octubre a 9 de noviembre de 2012). La Observación está en http://www.ohchr.org/Documents/Issues/Disappearances/GC/A-HRC-WGEID-98-1_sp.pdf.
[ii] Para ilustrar la afirmación, “el 77.3 por ciento de la riqueza de Guatemala está concentrada en los dos quintiles socioeconómicos más altos, mientras que los dos quintiles más pobres apenas acumulan el 10.6 por ciento de la misma (The World Bank, 2011)”, en http://www.unicef.org.gt/1_recursos_unicefgua/publicaciones/Rezago%20municipal%202011.pdf

martes, 15 de octubre de 2013

Che, si no te hubieran matado…

Ayer fue liberado el mítico Che Guevara tras permanecer en prisión casi cincuenta años por causas conocidas. De esa manera, pretendieron reducir a la nada su rebeldía, su hacer a lo Martí, que sigue siendo la mejor manera de decir, y su forma de lanzarse al vacío sin pensarlo.





Salió caminando de la cárcel con sus escasas pertenencias: una pipa, un libro, miles de páginas de un diario escrito pacientemente a lo largo de todo ese tiempo, sus botas, su boina estrellada y una sonrisa a prueba de infortunios.

Como una pompa de jabón, una ilusión o la neblina de las madrugadas, pareció deshacerse en el aire. Ahora, el Che ejemplo se dedica a predicar en calles y parques, en sus esquinas rotas bajo faroles que alumbran débilmente esta noche de injusticias que parecen eternas. Siempre está rodeado de muchachas, muchachos y unos cuantos nostálgicos de antes. Palomas y niños se posan en sus hombros.



El Che sonríe. De sus labios, a borbotones, fluye su ideario intocado. Más vivos que nunca él y sus ideas.

domingo, 6 de octubre de 2013

A 32 años de la desaparición forzada de Marco Antonio Molina Theissen

40.12 la detención y posterior desaparición forzada de Marco Antonio Molina
Theissen fue ejecutada por efectivos del ejército guatemalteco,
presuntamente como represalia por la fuga de su hermana Emma Guadalupe
Molina Theissen del Cuartel Militar “Manuel Lisandro Barillas”, y como castigo
para una familia considerada por ellos como “enemiga”;[i]

6 de octubre de 2013. Despierto. Es otro 6 de octubre, el 33 contando desde el día cero. Me aplastan estos 32 años sin mi hermano, arrebatado violenta y perversamente de la vida, sin justicia. Me aplasta el regodeo de los hombres sin alma, sin remordimientos, sin conciencia de su crueldad infinita.

27 de septiembre de 1981. 7:00 am. A esa hora, hace 32 años, se había iniciado la tragedia. Mi hermana ya había sido capturada por el ejército. Al pasar por un retén militar, a la altura de Santa Lucía Utatlán fue detenido el autobús de la empresa Galgos en el que se conducía de la capital a Quetzaltenango y sucedió una cosa inusual. Al registrar a la gente, le tocaron el cuerpo, lo que casi nunca hacían con las mujeres, y le encontraron documentos de una organización opositora. La apartaron del grupo y, con dificultad, convenció a sus captores de que viajaba sola, de que no conocía al muchacho que iba sentado a su lado y logró que lo dejaran ir. A partir de ese momento, fue detenida ilegalmente por hombres que no tenían facultades legales para proceder de esa forma.

Mi hermana menor en ese tiempo era casi una niña. Pequeña y asustada, estuvo todo el día tirada sobre el piso de tierra de una choza situada a unos 100 metros de la carretera. Afuera, la vida brillaba en los maizales tostados por el sol del altiplano, sentía el olor del bosque, la rodeaba un bello paisaje que no miró más. Con un zarpazo, había sido sustraída del mundo y llevada al territorio de la muerte, un submundo de horror construido en la clandestinidad, regido por hombres desalmados que no dudaron en actuar salvajemente para atacar y destruir a gente indefensa. Aún engrilletada, buscó la forma de evadirse. Sabía que al haber caído en ese laberinto letal de intolerancia y odio, su vida ya no le pertenecía.

(Ese 27 de septiembre fue domingo. Yo no cabía en mi pellejo. Se apoderó de mí una inquietud distinta, malsana. Sin saber qué pasaba, salí a caminar en un intento vano de calmarme. Con los ojos de la memoria me veo deambulando sin rumbo por las calles de Xela, sin lograrlo.)

Por la tarde, fue trasladada a la base militar de Quetzaltenango Manuel Lisandro Barillas. Antes de encerrarla en una de las barracas que hacía las veces de prisión clandestina, fue el festín de los soldados que volvían borrachos al cuartel. Se desmayó.

Sola y desprotegida, prisionera en un lugar secreto, apartada de la vida, totalmente indefensa, ocultada de nuestra vista, lejos de todo fue colocada en un lugar completamente ajeno al mundo regido por la ley y la justicia. Lejos de nuestro amor y nuestro abrazo, muy poco pudimos hacer contra la avalancha de odio que la aplastó durante nueve días.

Afuera, impotentes, silenciadxs, perseguidxs, la buscábamos. Durante los nueve días en los que fue retenida ilegalmente en el cuartel, como animal herido olfateé el aire para encontrar su rastro, quise hallar el camino que podría haber tomado libremente para hallarla sana y salva (se enfermó y está en un hospital o en la casa de alguien era mi fantasía predilecta). Pese a que de una extraña manera estaba segura de que ellos la tenían, infructuosamente recorrimos hospitales y preguntamos por ella en las empresas de autobuses que hacían el recorrido entre la capital y Xela. La única certeza que teníamos era que había abordado alguno de ellos. Una noticia nos llevó hasta las puertas de La Verbena (botados cual basura, habían encontrado tres cuerpos de mujeres jóvenes que respondían a su descripción). Temblorosa escuché que ya las habían identificado.

De Guatemala a Quetzaltenango, el territorio era un mapa en mi cabeza y la ponía en mil lugares en los que estaba bien. Me negaba a imaginármela en sus garras. Pero la búsqueda no nos llevó a ninguna parte. Íbamos de frustración en frustración, sin tiempo para detenernos a tomar aire, sin desmayo. Nadie sabía nada. Nadie había visto nada. Nadie nos dijo nada. Como siempre.

28 de septiembre de 2013. Me detengo a las puertas de mi infierno no quisiera recordar más lo sucedido en esos días. No quisiera ni suponer cómo fueron para ella, atrapada, vejada, humillada, atacada en su dignidad como mujer y como ser humano por perversos infrahumanos que intentaron convertirla en delatora. Son días de durísimas rememoraciones. Se remueven los dolores del alma que aguijonean el cuerpo. Estoy en un cuarto oscuro. Las ráfagas de luz iluminan retazos muy tristes de mi vida. Recuerdo, rememoro, re – vivo con cada una de mis células, con cada uno de mis pensamientos, dormida o despierta repaso cada maldito día.

27, 28, 29, 30 de septiembre; 1, 2, 3, 4, 5 de octubre. Casi nueve días. 202 horas. 12 120 minutos. Casi un millón de segundos pasó mi hermana en ese lugar en el que fue sometida a las torturas y otros tratos inhumanos, crueles y degradantes, como los define la Convención Internacional Contra la Tortura. ¿Por qué, si había cometido un delito según las leyes restrictivas de los derechos ciudadanos que proscribían a las agrupaciones opositoras revolucionarias, no fue consignada ante un tribunal?

5 de octubre de 2013. Hace 32 años mi hermana escapó del cuartel. Indoblegable, su impulso vital le permitió aprovechar la insólita oportunidad que se le presentó cuando la dejaron sola y pudo zafarse los grilletes debido a que había perdido por lo menos la cuarta parte de su peso.

La alegría nos duró muy poco.

6 de octubre de 1981. 1 pm. Detención ilegal y desaparición forzada de Marco Antonio Molina Theissen, mi hermano.

Pero hoy quiero soñar, quiero suponer que todo fue distinto.

Entonces, digamos que usted no estaba allí, hermano de mi alma, dulce recuerdo amado. Estaba en otra parte, no en ese lugar y ese momento en el que usted mismo se puso una mordaza para callar lo que muy bien sabía: el paradero de su hermana. Tampoco estaba su madre. Los dos iban tomados de las manos huyendo hacia la vida, caminando sobre un prado verde donde nacían las flores más hermosas y las copas de los árboles dejaban entrever trozos del cielo más azul, como jamás lo había visto. Digamos que nunca pasó nada, que los engendros salidos del abismo nunca llegaron a la casa con sus armas de grueso calibre para enfrentar a una madre y su hijo y arrebatárselo de los brazos. Mamá no abrió la puerta, esa misma por donde nos arrojaron al infierno, porque no estaba allí incrédula, aterrada, mirando a los tres infrahumanos que irrumpieron en ese lugar sagrado, inviolable según la Constitución, y en nuestras existencias marchitándolas.

Ellos no entraron nunca en nuestra casa y no la recorrieron arrastrando a mi madre con un arma apuntándole a su cabeza buscando armas, libros y subversivos. Allí jamás hubo otra cosa que gente soñadora, flores y luz entrando a borbotones por las amplias ventanas que daban a un corredor que no conoció pasos de botas militares.

Digamos hasta el cansancio que no se lo llevaron nunca junto con mi aliento vital, que usted no fue arrojado como basura a la parte trasera de un pick up con placas oficiales, a plena luz del día, que su madre jamás corrió tras ese carro gritando sollozante, agitando los brazos, suplicando bajo un sol implacable que también cerró los ojos y que se negó a ver la inmensa tragedia que empezaba. Desde ese día, desde esa hora maldita, en que ojalá nada de esto hubiera sucedido, su mirada luminosa fue velada por el dolor.

Ojalá no estuviera aquí, 32 años después, escribiendo a empellones una verdad tan dura mientras afuera un cielo muy oscuro se deshace a torrentes. Ojalá usted y yo, nuestros padres y hermanas, estuviéramos en otro lugar, más allá de la vida y de la muerte, donde ellos no pudieran alcanzarnos. Allí Marco Antonio ya no tiene 14 años, diez meses y seis días. Es un hombre de más de cuarenta años con una vida que se bebió en tragos muy largos, en la que no hay historias tristes de cómo nos salvamos de morir acribillados ni cómo lo que quedó de nosotros pudo salvarse huyendo de la patria, una palabra que describía un profundo amor al suelo y a la gente entre la que nacimos.

Ojalá nuestras vidas estuvieran hechas tan solo de momentos hermosos, de sueños realizados, de dulces memorias. 32 años después, lo busco hermano mío y me busco a mí misma, en la vigilia y en los sueños, adentro de mí misma, en las pesadillas, en el fondo de mi alma, en cada lugar donde pongo la mirada cada vez que voy a Guatemala. Por más de tres décadas he estado dando vueltas en laberintos oscuros, interminables pasillos judiciales, tocando puertas que no abre nadie. Parece no haber salida ni respuestas.

Y aquí estoy sin usted, apenas conteniendo el ahogo que me provocan los recuerdos atroces, haciéndome preguntas para lo que jamás encontraré respuestas -¿cómo pudieron detenerlo y desaparecerlo si tan solo era un niño? ¿De qué clase de material están hechos sus captores, sus torturadores?-. Hoy no soy otra cosa que una tumba vacía que espera sus restos. La luz del sol no alcanza a iluminar el sitio en que me encuentro. Mi corazón es una hoguera de furia, un torbellino de tristeza.

Mañana seré otra vez su hermana, la que se esfuerza cada día por seguir entera para continuar exigiendo juicio y castigo para los responsables y que nos devuelvan lo que dejaron de su cuerpo para sepultarlo dignamente. Le juro que no descansaré hasta conseguirlo.




[i] Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del 4 de mayo de 2004 http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_106_esp.pdf

viernes, 4 de octubre de 2013

La masacre de Alaska



“Nosotros no íbamos armados. Solo nuestra vara que es el símbolo de autoridad”
Carmen Catán, representante de los 48 Cantones en declaraciones a la prensa[i]

Un confuso incidente ocurrido ayer entre campesinos de los 48 cantones de Totonicapán, y las fuerzas de seguridad, dejó como saldo preliminar 7 manifestantes muertos, otros 32 heridos, además de 8 soldados del Ejército heridos y 3 vehículos quemados.

Ramas de pino quebrándose. Granizo. Pedradas. Balazos. En mis oídos resuenan los disparos. El chasquido seco de las balas me revienta los tímpanos. Caigo en un remolino. Me hundo. Las agujas de los relojes giran al revés, velozmente. El tiempo retrocede. Por un instante congelado -que ya dura más de 500 años- el pasado es presente y es futuro (ojalá no…).Vacía, en el vacío, sin forma y sin sustancia, otra vez incompleta, inacabada, como si me faltaran un brazo o una pierna, mutilada.

Protesta – rebeldía - ejercicio de derechos ciudadanos / – gritos – odio racista calibre 5.56. Otravezlamuerte. Otravezelmiedo. Una masa informe de espaldas se dispersa desordenadamente. Rojas, verdes, amarillas, multicolores espaldas. Espaldas rebozos. Espaldas perrajes. Cabezas oscuras con sombreros. Pies caites. Pies heridos. Pies zapatos huyendo. Casi medio centenar de personas –ciudadanas y ciudadanos, seres humanos con derechos- caen abatidas por el peso del tiempo que no pasa y que deja agujeros en sus cuerpos.

(Floto en el azul, no hay mariposas. Los ayes saturan mis oídos. La neblina se tiñe, otra vez, de rojo carmesí. De nuevo un río de lágrimas. Capas y capas de dolor se acumulan, el suelo es una esponja empapada de sangre. “No es la mía, pero sí es la de los míos. Me duele”. De mis ojos transparentes, casi líquidos, se deslizan las lágrimas.)

Según lo dicho por una mujer autoridad del Cantón Xantún: ”… el pueblo de Totonicapán entiende que tiene derechos, haber ido a manifestar por defender la carrera de magisterio era un deber, ya que las reformas al magisterio profundizan la exclusión y le niega oportunidades a los estudiantes, padres, madres y comunidades enteras. Se fue a manifestar, por los cambios a la constitución, ya que en el artículo 66 manipulan con un juego de palabras, que expone a las comunidades y pueblos a perder su autonomía en las tierras comunales. Se manifestó por la privatización y el alza a las tarifas de la energía eléctrica que tiene endeudada y sin el servicio a personas de distintas comunidades, desde hace once años que se viene negociando las tarifas de energía eléctrica con la empresa y no hay respuesta”.[ii]

Me torturo leyendo los comentarios a una de las tantas notas de prensa sobre este hecho repudiable de parte de cualquier persona en cualquier parte del mundo, menos en mi país. ¡Qué fácil les resulta a algunos inhumanos poner etiquetas y negar la dignidad de un ser humano para reducirlo a cosa asesinable!

Ni los muertos ni quienes estuvieron con ellos ese día eran revoltosos, ni provocadores, no estaban manipulados, no eran confrontadores... Nosotros no somos indios somos maíz, somos padres y madres que nos dimos cuenta que debemos defender nuestros derechos y el derecho de nuestros hijos…”[iii]. Entre los fallecidos debe de haber habido alfareros magníficos, agricultores, carpinteros, panaderos, comerciantes, músicos, poetas, pensadores, prodigiosos cuidadores del bosque, del agua y de la tierra. Sus pies hollaron los campos totonicapenses, esos de fotografía de postal, infinitamente verdes. Sus vidas tan preciadas, tan únicas, fueron segadas por el autoritarismo y el odio racista, sus existencias terminaron en una muerte ominosa.

Las víctimas – ciudadanas (masa multicolor enfrentada a un manchón verdeolivo) no fueron los violentos, sino los de siempre: los inermes, los que se enfrentaron a armas de grueso calibre con “piedras y palos”. Ciudadanos tan solo, gente que creyó que su derecho a la libertad de expresión sería respetado.

(Totonicapán, Monte Olivo, La Puya, Barillas, San Rafael, San Juan Sacatepéquez… Floto en la neblina ensangrentada, fría. Respiro un aire verde olivo, húmedo y pesado, hediondo a pólvora y cuartel.)

El personal militar fue emboscado y agredido con piedras y palos. Un camión militar fue quemado, afortunadamente el personal logró evacuar antes, resaltó.

Humo y niebla. Visibilidad reducida. Mentiras, encubrimientos. Los responsables de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y las garantías constitucionales bailaron la danza de las mentiras y las tergiversaciones. Se enmascararon y dijeron “yo no fui”. Se encubrieron mutuamente. Manipularon los hechos. El funcionario indicó que en casos de manifestaciones civiles, los miembros de la Policía y del Ejército portan equipo de protección como casco, pechera, botas y granadas lacrimógenas. Aseguró que los contingentes son revisados para que no porten armas letales. Daban pena las excusas, pero hay gente que les apoya, es esa misma que cree que las víctimas son culpables de lo que les sucede y que los tiempos son los de antes porque los kaibiles de ahora son los kaibiles de antes, esos que se pasean con las manos llenas de sangre.

En el discurso oficial, las víctimas son las responsables por su inconformidad, por su insumisión, por su desobediencia, por optar por sacudirse el yugo de siglos, arribar al siglo XXI y asumir su derecho a tener derechos, su derecho al respeto a su dignidad.

Recuerdo lo escrito por un columnista de prensa cuando ocurrió la tragedia y pienso que el dolor no es de izquierda, que es humano, que tampoco estoy jubilosa diciéndole a alguien “te lo dije”. No se llevó agua a ningún molino con las muertes injustas de las personas ejecutadas extrajudicialmente el 4 de octubre en Totonicapán ni se hizo un “aprovechamiento gozoso e indecente de este tipo de muertes”[iv] ¿Cuántos tipos de muertes habrá en su visión de mundo? ¿Qué le lleva a afirmar tales cosas? Estas fueron muertes de personas indígenas, de los que bajan del cerro a tamborazos, los históricamente invisibilizados, los hombres y mujeres que están en todas partes pero no quieren verlos ni escucharles. Los que Pedro de Alvarado no acabó. Los/las que resisten. 


Sin embargo, elPeriódico publica en su portada la foto de un soldado que empuña su fusil mientras es atacado por vecinos.

Pero ahora hay celulares, cámaras, feisbuc, blogs, las noticias literalmente volaron y derribaron las versiones oficiales, las manipulaciones y las falsedades. Así, la verdad de los hechos se abrió paso. Jorge Puac, uno de los protestantes, aseguró que las autoridades “nos atacaron intencionalmente, nosotros estábamos manifestando pacíficamente cuando llegaron los soldados y nos atacaron, y nos empezaron a disparar sin compasión”, comentó.

Las armas que portaban los soldados el 4 de octubre no solamente estaban cargadas con balas. Sus cañones vomitaron el odio, el racismo, la indiferencia, el desconocimiento, la marginación y la explotación, condiciones a las históricamente se ha sometido a los pueblos indígenas.


Junto con la denuncia se exigió justicia. Fueron impactantes las imágenes de la dignidad de los hombres y mujeres maya k´ichés que están al frente de las alcaldías indígenas de Totonicapán y la de los militares detenidos y enjuiciados, aunque el proceso siga “en pausa” por las maniobras de los imputados y sus defensores. Pese a las dificultades, lo bueno es que nuestros hermanos Ixiles no se quedaron con los brazos cruzados al igual que nosotros[v].

Repitamos sus nombres para que no los olvidemos: Rafael Nicolás Batz Menchú, Santos Nicolás Hernández Menchú, de la comunidad de Pasajoc; José Eusebio Puac Barreno, Jesús Francisco Puac Ordóñez y Jesús Baltazar Cayax Puac, de la comunidad de Chipuac, Arturo Félix Sapón Yax, de la comunidad de Panquix.




[i] A menos que se diga lo contrario, esta y las restantes citas son de la noticia publicada por elPeriódico en http://www.elperiodico.com.gt/es/20121005/pais/218834/?tpl=54 el 5/10/12.
[ii] Totonicapán informa, https://www.facebook.com/TotonicapanInforma
[iii] Totonicapán informa
[iv] Sin ánimo de servirle de caja de resonancia, aquí está el enlace a la nota del columnista: http://www.elperiodico.com.gt/es/20121008/opinion/218927/?p=74&tpl=54
[v] Totonicapán informa.