CC acerca a José
Efraín Ríos Montt a amnistía[i]
La Corte de Constitucionalidad (CC) resolvió
ayer por mayoría
amparar al militar retirado José Efraín Ríos
Montt,
al estar de acuerdo con su planteamiento de que
se le debe aplicar
el
decreto 8-86, que contiene la amnistía a todos
los
miembros de las fuerzas armadas y a los guerrilleros,
sin ninguna excepción,
por delitos que se hubieran cometido
durante el conflicto armado interno.
La vida es una
paradoja que se mueve entre la fragilidad y la fortaleza. Todo lo vivo,
incluyéndome, está dominado por el instinto de supervivencia. Es un impulso
poderoso que me ha traído hasta el ahora. Hay momentos en los que pareciera que
se me escapa por el agujero que llevo en el costado, pero me aferro a la
existencia pensando en que también es un derecho que no se reduce a respirar,
movernos e intercambiar con nuestro entorno. Si la tengo, es para vivir
plenamente.
Este año, que casi
termina, ha sido difícil en un país difícil, sobre todo para quienes mantenemos
reclamos de justicia para nuestros/as seres queridos que fueron objeto de
crímenes de lesa humanidad. El 2013 empezó insólitamente bien y termina con un
mar de dudas acerca de lo que nos espera en los próximos meses. Es sumamente
perturbadora esta situación en la que fácilmente me deslizo por la empinada
cuesta de la impotencia y la desesperanza.
Insomne, la
madrugada es una escalera interminable hacia la luz del día. A esas horas me
visitan los terrores pasados y los pálidos miedos de ahora, fantasmas
descarnados que cavan en mi vientre y me recuerdan mi vulnerabilidad y mis
fragilidades, todo lo que creí haber dejado atrás y que me habita. ¿Cómo puedo
cerrar los ojos cada noche, hundirme en el sueño, perderme en los infinitos
abismos de mis pesadillas y confiar que mañana el mundo estará aquí y yo en él?
Aunque no hay luna llena, con la mirada dibujo el enorme globo amarillo que
flotaba a ras del horizonte en mi lejana infancia y, después, alta en el cielo
azul profundo, transparente, seguía mis pasos en el patio.
Desubicada, hay
noches en las que siento el miedo a que mi cuerpo se hunda en un laberinto de
silencio, sin salida, como ese submundo sin dioses y sin leyes al que
violentamente fueron arrastrados 45 000 hombres y mujeres en Guatemala, entre
ellos unos cinco mil niños y niñas.
Para ellos y ellas
aún no ha habido justicia. Sustraídos del mundo por los ladrones de cuerpos,
arrebatadas sus vidas por los hacedores de tragedias, los que les infligieron
torturas que no puedo nombrar sin perder la cabeza, en la renovación del
agravio, esos criminales siguen impunes. Con sus zarpazos mortales convirtieron
sus existencias luminosas en una fantasía de gente desquiciada que siguió
buscando neciamente su rastro. En aquellos años terribles, encontrarlos,
desasirlos de sus manos armadas, rescatarlos, sacarlos a la luz, devolverlos a
sus existencias cercenadas, liberarlos, fue nuestra primera aspiración. Muy pocos
regresaron con sus cuerpos maltrechos y el alma destrozada, maltratados en
modos indecibles, envueltos en silencio, anegados de culpa. De la mayoría nunca
se supo nada, ni el detalle más ínfimo.
Nunca, que terrible
palabra, rotunda, definitiva, absoluta. Es un nunca aplastante si lo enlazo con
“volví a ver a mi hermano” o “encontramos su cuerpo” o “supimos qué le
hicieron”. Es un nunca – muralla, un nunca – agujero negro, un nunca-odio que
se alzó desde Xibalbá y ensombreció mi vida. Hoy nos deberemos conformar con la
justicia, con saber qué fue de él, con sepultar sus restos.
Eso no está en mis
manos. Vuelvo a ver mi existencia enredada en torno a ese anhelo. Sin mucha esperanza
ni más poder que el de mi determinación, me siento a veces como un tapiz
deshilachado, hecho de parches y de nudos, agujereado, suelto. Una masa informe
de átomos desintegrados, una forma errante que atraviesa los días como un barco
perdido sorteando las borrascas, a merced de las olas. Estos son días llenos de
frustración, de cinismo, de inhumanidad, en los que habito en una zona gris,
camino en una cuerda floja y una línea muy tenue separa la vida de la muerte,
la lucidez de la locura. No sé cómo poner en palabras estas ganas de
abandonarlo todo, de dejar mi pellejo, de morirme un poquito o de matar esto
que no permite que el aire llene mis pulmones.
Y, sin embargo,
hasta aquí, hasta hoy, hasta este minuto me permito ser débil y dejarme abatir
por la tristeza. Vuelvo a ser yo pero más dura, más segura de que soy poderosa,
de que no me derrotan, de que no les permito que me aplasten. Quiero sentir que
soy feliz, que todos mis deseos se han cumplido, que he logrado mis propósitos,
que mi destino no se torció nunca por las decisiones de otros. Con todo lo que
soy, me aferro a mis latidos. Invento mil soles que me alumbran con cada
destello de luz envuelta en la neblina de esta madrugada en la que busco en mi
interior el más mínimo rastro de esperanza.
Me digo a mí misma
que estoy viva, que no me doy por vencida. Muchas cosas me esperan, mi
recorrido no termina todavía y no voy a permitir que la derrota me carcoma por
dentro. Debo vencer esta impotencia, esta tristeza.
Pese a todo, allá
afuera está el mundo. Sobre el cielo profundo de la noche se dibujan las nubes,
son muy blancas y hermosas, quizá un cacho de la luna menguante las alumbra o
es el aire lavado por la lluvia el que me deja verlas de ese modo. No hay
estrellas, la noche está extrañamente clara. Acallo mis pensamientos. Busco afanosa
en mis entrañas la fuerza que ha huido de mí. Invoco los nombres de los que ya
partieron para llenarme con su aliento. Debo seguir andando.
Viviré mientras
viva. Seré dura. Me levantaré cada día para afrontar lo que viene y me
dispondré a disfrutar la alegría cada vez que la sienta o a llorar para seguir
caminando, a tomar aire, a respirar profundo, a no caer sin levantarme. Me
inspiro en el poderoso ejemplo de mi madre. ¿Cómo ha hecho para llegar hasta
aquí con esa carga?
La noche, más noche
que nunca, es tinta oscura. Me rodea, me pierdo y con la luz del sol vuelvo a
mí misma. El sol se filtra apenas por las rendijas que dejan las cortinas, es
una promesa que me espera brillando en lo más alto del azul que a esta hora
quizá no esté manchado por las nubes. Me lo dicen los pájaros que saturan el
aire transparente con sus trinos. Debo hacerme fuerte con la luz, alimentarme
el alma con la hermosura de la naturaleza, no agotarme en la espera de algo que
no tengo en las manos y que aunque lo siento alejarse velozmente de mí cada día
que pasa, no renuncio a lograrlo.
Me asomo a la
ventana. Con la mirada húmeda recorro el nítido perfil de las montañas, al sur
del valle, que se alzan azules, imponentes. El cielo, ese espejo del mar,
empieza iluminarse. Es domingo y me pertenece por entero. Soy libre de vivirlo
o morirlo, de beberme las horas que tengo por delante sintiendo su dulzura o su
amargor en la boca. Puedo escoger. Ajpu cerbatanera, suelto la vida, la dejo
que fluya como un río, la desato para que corra como el agua cantando entre las
piedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario