Amado hermano mío:
Se lo llevaron de mi casa, pero no de mi sangre.
Se lo
arrancaron a mi madre de los brazos, pero no pudieron arrancarlo de mi memoria.
Ha estado conmigo en la tristeza, en las noches en vela, en
la espera y en la búsqueda.
Como un faro, me ha guiado a la justicia.
Y ese día, cuando esté frente a ellos, cara a cara, estará conmigo en la piel, en mis venas, en mi
mirada, en mis palabras y en mis lágrimas, dándome fuerzas para hablar por
usted y por tantos que no pueden hacerlo aunque, ni humana ni legalmente, hay
justicia posible para tantas víctimas de los crímenes que se perpetraron en
Guatemala en los años duros.