Llegó otro 30 de noviembre y empieza el 48º. año de
su desvida, en esta existencia/inexistencia dolorosa. Como los últimos 32, será
un día muy triste. El tiempo, a tono con mi espíritu sombrío, está helado; del
cielo gris se desprende una fina llovizna que me cala hasta el alma.
Desde hace más de una semana empecé a escribirle
esta carta y cada noche, en una duermevela, las palabras me toman por asalto y
empiezan a girar en mi cabeza pero no han llegado a convertirse en algo
coherente. No existen frases hechas para su natalicio, el de un niño
desaparecido. Tampoco sirven los lugares comunes de las tarjetas de los
supermercados.
Antes de continuar, debo decirle que ha sido un
largo tiempo sin usted. Esperamos su vuelta durante más de una década, no
podíamos creer que pudieran desaparecer y asesinar a un niño. Después, tuvimos
que hacernos una vida y acostumbrarnos a su ausencia a cada paso, a buscar cada
día los motivos para mantenernos en este mundo sin permitir que el dolor y la
culpa nos arrastraran al abismo, injusta culpa porque todos sabemos quiénes son
los desaparecedores.
Hoy en lugar de abrazarlo no me queda otra cosa que mirar
su foto y suponer cómo se vería a los 47 años. Jamás lo sabré, ha sido desaparecido
tantas veces. Con usted, los desalmados se robaron su imagen de los espejos, su
rostro se esfumó de las fotografías familiares y secuestraron su sombra que
caminaba al lado de las nuestras. También sigue desaparecido de la justicia que,
para mi desesperación, pareciera que no llegará nunca. Pero de nuestra existencia
no lograron arrancarlo. Con el paso del tiempo, su vida echa raíces más
profundas en la mía, también crecen mi terquedad y mi paciencia hasta
sobrepasar la magnitud de la injusticia sufrida por usted y por las demás
víctimas de los crímenes de lesa humanidad.
Tan solo era un niño de 14 años, diez meses y seis
días cuando se lo llevaron para siempre. Recuerdo sus manos, eran tersas. En la
piel lisa de su rostro moreno no había ni una arruga. Su pelo negro, abundante,
eternamente alborotado, no tenía una cana. Sus ojos chispeaban cada vez que
sonreía y mostraba unos dientes blancos parecidos a los míos. Era pecoso, alto
y grueso, desgarbado como todo adolescente que de pronto se estira y la ropa se
le achica. “Un muchacho inteligente, toda una promesa”, cuántas veces he
escuchado a mi madre decir eso de usted. Me duele infinitamente no recordar su
voz. No la olvidé, sé que yace dormida en algún lugar de mi memoria. A lo mejor
eso se debe a que estaba en la época en la que su voz infantil se convertía en
la de un hombre y mi pobre cabeza confundida no supo con cuál de las dos debía
quedarse. Todavía le guardo un librito de cuentos, su patineta, el guante de
beisbol y el capirucho de madera con figura de gato que le regaló Mamaíta.
¿Qué más puedo decirle, amado hermano mío? En otras
circunstancias muy distintas, en una Guatemala diferente, esta sería una carta
de felicitación pero se desliza por la pendiente de las lamentaciones. No quiero
seguir por ese rumbo. Entonces, que se convierta en un mensaje de promesas y
que este sea un día para renovar fortalezas y esperanzas.
Junto a nuestra madre, que reza por usted y por la
vida, la verdad y la justicia, le juro que nunca dejaré de buscarlo, que me
mantendré fuerte para lo que se venga, que encontraré su rastro y que haré lo
que sea para que su nombre no sea olvidado, para seguir borrando la desmemoria
social y el discurso justificador del “en algo andaba metido”, el “a saber” y
“el que nada debe nada teme”. Su existencia fugaz, que será siempre parte de mí,
también será recordada por el mundo, junto con la de todos nuestros niños y
niñas desaparecidos. Seguiré reclamando la información sobre su paradero, al
igual que la verdad sobre los responsables de su sufrimiento; esas también continúan
prisioneras en los archivos militares y en las gargantas de los criminales que
dieron las órdenes y en las de los esbirros que las ejecutaron.
Créame que me duele no tener otra cosa que palabras,
inútiles, impotentes palabras. Quise darle el mundo y construir una vida en la
que usted y todos los niños y las niñas fueran felices y jamás se les sometiera
a un tormento como el que le hicieron padecer. Pero eso, junto con la dignidad
y el amor, me bastan para no someterme a los dictados de los criminales y sus
cómplices de ayer y de ahora. No me callo, no me arrodillo, no olvido, no
perdono y, con todas las fuerzas de mi alma, exijo justicia y que nos entreguen
sus restos para sepultarlos como corresponde.
Así como el sol que sale cada día, sabré esperar y
persistir, Ajpú cerbatanera. Si hay algo que me sobra es paciencia. Ojalá que mi
voz, hoy un susurro que apenas agita las hojas de los árboles, un día sea viento
huracanado que arrase con los criminales.
Hermano de mi alma, dónde sea que esté, si es que
está en algún lugar del universo infinito, en otra dimensión, en el cielo,
mirándome desde cualquier estrella, adentro de mi corazón, espero que estas
letras viajen hasta sus manos llevadas por el amor de su hermana que lo quiere
y lo seguirá buscando la vida entera.
Una plegaria para él y para tantas personas, especialmente niño/as que son victimas de gobernantes hipocritas, delincuentes y falta de moral que tiene y ha tenido Guatemala. que triste
ResponderEliminarEs triste, Irma Violeta. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarApreciable compañera.
ResponderEliminarComparto tu rabia y tu dolor,igual que tu y tu familia estamos esperando a muestro hermano.
los viven en cada uno de nosotros son la vela encendida que un día no lejano nos darán la clave de la unidad como pueblo,para emncontrar la verdad y el futuro!!Un abrazo de esperanza y de rabia colectiva.Los encontraremos!!!!
Que así sea, Mario. Gracias por leer y comentar. ¡¡¡Los encontraremos!!!
EliminarApreciable compañera.
ResponderEliminarComparto tu rabia y tu dolor,igual que tu y tu familia estamos esperando a muestro hermano.
los viven en cada uno de nosotros son la vela encendida que un día no lejano nos darán la clave de la unidad como pueblo,para emncontrar la verdad y el futuro!!Un abrazo de esperanza y de rabia colectiva.Los encontraremos!!!!
Me ha hecho volver a reafirmar algunas decisiones de vida que marcan el camino todos los dias. Cada habitante de este hermoso país (en su mayoría al menos) tiene a alguien a quien mantener vivo de alguna manera, que ha sido arrebatado por la guerra, por el odio, por la codicia o la injusticia, pero también nos alimenta la garra y la confianza de que son semillas de paz que germinan en nuestras conciencias y en nuestra lucha cotidiana. Un abrazo solidario a usted y en el, a todas las hermanas que seguimos Creyendo que hay ausencias que deben valer la pena lo suficiente como para continuar.
ResponderEliminarAsí es, Diani. Compartimos luchas y dolores. Abrazos.
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