Hace un año, a partir de la elección de un militar como gobernante de Guatemala, se han venido observando
el reforzamiento – envalentonamiento y las manifestaciones escritas y públicas
de sectores fascistas ligados con el terrorismo de Estado que asoló el país en
una época muy reciente. Con sus opiniones fuertemente teñidas de anticomunismo y
sus señalamientos retorcidos y falsos, pretenden imponer una versión en blanco
y negro del genocidio. Es una versión muy conveniente, en ellas los presuntos criminales son los buenos y los opositores/as y las
víctimas, los malos.
Para muestra,
varios botones: las demandas inconsistentes y burdas en las que decenas de
personas –algunas de ellas con una trayectoria de décadas en la oposición
política- han sido acusadas penalmente de delitos atribuibles a las
organizaciones político militares de izquierda en los sesentas y setentas; los
comentarios cargados de odio y amenazas vertidos en columnas periodísticas o
hechos a ciertos/as columnistas de prensa; y, etiquetar como asesinos/as, torturadores/as
y terroristas a hombres y mujeres que fueron precisamente el blanco de sus
acciones.
Situados por completo en el
pasado, inmersos en una lógica contrainsurgente, sus posturas y relatos continúan
ciñéndose a la doctrina de seguridad nacional que moldeó no solo sus cabezas,
sino que también rigió las actuaciones del Estado guatemalteco, su ejército y
demás fuerzas de “seguridad” durante los años de la guerra fría. Desde esa
perspectiva, tras la contrarrevolución de 1954, la conflictividad política y
social del país se enmarcó en el enfrentamiento entre el Oeste (Estados Unidos y
el mundo libre, capitalista y cristiano) y el Este (la Unión Soviética y los
países del bloque socialista, comunista y ateo). De esta forma, el origen de
dicha conflictividad no había que buscarlo en los problemas estructurales de
Guatemala, sino en la implantación de “ideas exóticas” producto de la
intervención de Cuba y la URSS con la complicidad de la oposición política
local. Esta, según la DSN, pasaba a ser concebida como enemiga del Estado y la
sociedad, la patria, contraria a los valores cristianos, a la familia y un
largo etcétera, entre eso una dieta que incluía niños en el menú.
En ese contexto confrontativo y
autoritario, fuertemente militarizado, la seguridad nacional se constituyó en
el primer objetivo del Estado y su defensa era ineficaz en democracia y con
respeto a los derechos humanos. Así se justificó la puesta en marcha de regímenes
de fuerza, de mano dura, dirigidos a "eliminar las amenazas contra el orden
establecido" y "evitar que el país cayera en las garras del comunismo
internacional" mediante la persecución y el aniquilamiento del enemigo. Puesto
en práctica en Guatemala entre 1954 y 1996 y llevado a extremos desquiciados en
los ochentas, el enemigo estaba constituido por cualquier persona que desafiara
al poder en cualquier ámbito.
Así, metieron en el mismo saco a trabajadores/as
que se organizaban para mejorar sus condiciones laborales; intelectuales,
profesores/as y estudiantes que se alejaron de la línea de pensamiento impuesta
desde arriba; al campesinado y los pueblos indígenas que luchaban por su
derecho a la tierra, que es lo mismo que su derecho a la vida; a catequistas,
sacerdotes y religiosas que se involucraron en procesos de mejoramiento de las
condiciones de vida en las zonas rurales y urbanas o en las organizaciones
revolucionarias; a cooperativistas, periodistas que sí informaban sobre lo que
en realidad estaba sucediendo; y, por supuesto, a militantes de las agrupaciones
de centro e izquierda, legales o ilegales, armadas o no. Toda la gente que
soñaba y accionaba por construir un país distinto, con justicia, igualdad,
libertad y derechos para todos, se convirtió en un blanco de sus ataques
letales, pero también la que estaba cerca -sus familias-, la que se enteraba, la que de vez en
cuando participaba en una manifestación o en una huelga... Con el más mínimo acto o decisión se cruzaba la línea invisible que dividió a
la población en “amiga” o “enemiga”.
Es este planteamiento el que
resurge con fuerza en las manifestaciones de la derecha fascista, anticomunista
y anti lo que sea -antihumanas- porque desde estas posturas de lo que se trata es de
etiquetar cualquier tipo de discurso crítico de comunista, aunque no lo sea,
con tal de ligarlo al pasado y recurrir a los únicos argumentos que son capaces de esgrimir: las mismas sinrazones contrainsurgentes,
manipuladoras y mentirosas de antaño que dieron lugar al genocidio más grande del hemisferio occidental. A esto se agrega que ahora, en un acto de
prestidigitación -una operación de guerra psicológica, como las de sus años dorados- las acusaciones de terrorismo, tortura y asesinatos se
dirigen a quienes otrora eran precisamente el blanco de esas actuaciones
perpetradas por ellos mismos.
Con su retorcida e ideologizada campaña, los sectores fascistas alineados con los perpetradores del genocidio, la desaparición forzada y la tortura de decenas de millares de guatemaltecos y guatemaltecas, no tiene otro objetivo que perpetuar la impunidad y el silencio que continúan existiendo alrededor de estos crímenes. La difusión de versiones amañadas y mentirosas de hechos deleznables, junto con el amedrentamiento de la población, persigue mantener los privilegios de los presuntos criminales, sus familias y sus allegados, porque además de ensangrentar al país, se enriquecieron mediante el saqueo de las arcas nacionales y el despojo de tierras y propiedades de los perseguidos y aniquilados.
Con su retorcida e ideologizada campaña, los sectores fascistas alineados con los perpetradores del genocidio, la desaparición forzada y la tortura de decenas de millares de guatemaltecos y guatemaltecas, no tiene otro objetivo que perpetuar la impunidad y el silencio que continúan existiendo alrededor de estos crímenes. La difusión de versiones amañadas y mentirosas de hechos deleznables, junto con el amedrentamiento de la población, persigue mantener los privilegios de los presuntos criminales, sus familias y sus allegados, porque además de ensangrentar al país, se enriquecieron mediante el saqueo de las arcas nacionales y el despojo de tierras y propiedades de los perseguidos y aniquilados.
En tal sentido, así como está prohibida la ideología nazi en Alemania y en otros países europeos, en Guatemala se debería prohibir legalmente la difusión de las ideas ligadas a la doctrina de seguridad nacional y las prácticas políticas asociadas con ellas, con base en el elevadísimo costo humano y social que significó su implantación: el sacrificio despiadado de doscientas mil vidas de personas asesinadas o desaparecidas y la cauda de violencia y sufrimiento que continúa aquejando a la sociedad guatemalteca. Además, estas voces, que vienen desde el pasado, revictimizan a las víctimas, mueven los hilos del terror que atraviesan de arriba abajo la vida de nuestro país, atentan contra la paz, incitan a la violencia y reproducen una versión falsificada de la historia reciente. Si se analiza esta situación desde la óptica de los derechos, estos sectores cavernarios y fascistas tienen los de pensar y decir lo que les dé la gana, pero como mínimo hay expresiones que entran en el catálogo de delitos del código penal, como las injurias y calumnias, las amenazas, el hostigamiento, que al constituirse como tales deben ser perseguidos penalmente de oficio por las instituciones establecidas para tales efectos.
Teniendo como caja de resonancia
a los medios, los hombres que siguen
viviendo en el pasado, aferrados a un estado de cosas en el que pudieron
acallar las voces disidentes exterminándolas y aterrorizándolas, no quieren
enterarse que a partir de 1996 se echó a andar un proceso en el que ciertamente
aún prevalecen las promesas sobre las realidades, pero que ha impuesto las
formalidades democráticas de las que el ejercicio de los derechos políticos y
civiles es un aspecto fundamental.
Así, se entiende universalmente
que ya no son motivo para marcar a alguien como enemigo el sostener posturas políticas
de izquierda, de centro, de derecha, con todas sus variantes y combinaciones
posibles; defender los derechos humanos; expresar verbalmente o por escrito
opiniones críticas; manifestarse en contra del gobierno, la oligarquía y el
ejército; salir a la calle a plantear demandas; organizarse y luchar para
defender la tierra, la naturaleza y otros derechos de los pueblos indígenas;
exigir el cumplimiento de los derechos de las mujeres, la diversidad sexual;
demandar justicia por parte de las víctimas del genocidio, la desaparición
forzada, la tortura y otros crímenes.
NO SON DELITO todas estas y muchas otras prácticas y demandas populares. Son manifestaciones legítimas del ejercicio de ciudadanía garantizadas constitucionalmente y protegidas por los tratados internacionales de derechos humanos, por mucho que les pese, y se desarrollan en un espacio conquistado mediante las luchas y la resistencia de los sectores más desfavorecidos de nuestro país.
Tales avances son ciertamente lentos, tímidos, endebles, pero avances al fin, y deben ser defendidos contra los vientos y mareas neoliberales, autoritarias, extractivistas y militaristas, criminalizadoras de la protesta social, y contra los ataques de los cavernícolas que siguen viviendo en el pasado. Deben ser fortalecidos y traducidos en una institucionalidad democrática vigorosa que haga realidad la existencia, al menos, de un Estado de Derecho en nuestro país.
NO SON DELITO todas estas y muchas otras prácticas y demandas populares. Son manifestaciones legítimas del ejercicio de ciudadanía garantizadas constitucionalmente y protegidas por los tratados internacionales de derechos humanos, por mucho que les pese, y se desarrollan en un espacio conquistado mediante las luchas y la resistencia de los sectores más desfavorecidos de nuestro país.
Tales avances son ciertamente lentos, tímidos, endebles, pero avances al fin, y deben ser defendidos contra los vientos y mareas neoliberales, autoritarias, extractivistas y militaristas, criminalizadoras de la protesta social, y contra los ataques de los cavernícolas que siguen viviendo en el pasado. Deben ser fortalecidos y traducidos en una institucionalidad democrática vigorosa que haga realidad la existencia, al menos, de un Estado de Derecho en nuestro país.
Me parece un análisis certero, excepto por haber puesto la brújula geográfica alrevés: EEUU al este y URSS al oeste, lo que le da motivos a los detractores para descalificar.
ResponderEliminarGracias por la corrección, ya está hecha en el texto.
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