Un clamor se alza desde la tierra, más allá de la
muerte y el silencio, desde los cuerpos que se quedaron solos hasta de su
nombre, ocultados de la luz y de la vida por las hordas de asesinos que sembraron
la patria de cadáveres.
En esta orilla en la que nos hallamos, 1771 seres
humanos arrebatados de la vida, el derecho más básico, dulces semillas que hoy
florecen con la justicia que se alza victoriosa. Hombres y mujeres rebeldes,
resistentes, con los cuerpos y espíritus hollados por el despojo, marcados como
enemigos por los portadores de la muerte y el silencio que intentaron acabarlos
“hasta la semilla”. Sus ayes traspasan nuestras almas.
1771 pares de ojos permanecen abiertos esperando
este día. Ojos niños, de pupilas redondas, enormes, dilatadas por el miedo al
machete del soldado que cortaba cabezas y rajaba los vientres en vez cortar la mala
hierba. Ojos grandes de jóvenes muchachas, rasgados, oscuros y chispeantes, de
repente apagados por la muerte. Ojos viejos, bordeados de surcos profundos,
como los que sus dueños abrieron en el suelo para sembrar maíz. Ojos aterrados
de madres que, con lágrimas, fueron testigos de cómo ellos se ensañaban con sus hijos e hijas. Ojos que hubieran querido
estar ciegos para no ver el mal. Sus ojos que velan, incansables, hoy nos hacen
soñar con la justicia.
1771 pares de manos empujan junto a nosotros la
justicia. Manos que trabajaron y amaron con caricias calladas, creadoras de
belleza, que conocieron la tierra palmo a palmo, la sembraron y la sintieron no
solo con las puntas de sus dedos. Manos que amasaban el maíz y creaban
milagros cotidianos como pequeños soles, su diario alimento. Sus manos atadas por el odio,
mutiladas, hoy nos señalan el camino.
Al otro lado, ellos.
Nos separa un abismo. Abren sus labios para decir mentiras. Cuerpos
vociferantes, oscuros universos, criminales, agujeros negros putrefactos.
Desalmados hombres que deberán doblarse bajo el peso de sus culpas enormes.
Hombres, porque eso son, lo peor de nuestra especie. De ellos fue la gloria
tras las cruentas jornadas de balas y de sangre. Ignominiosa gloria acompañada
de las asquerosas alabanzas de sus cómplices.
La sangre y la carne de mi hermano desaparecido se mezcla
con la sangre derramada injustamente de las mujeres, hombres, niños y niñas
maya-ixiles. Mi voz se fusiona con las suyas para ser una sola. Con ellos y
ellas recorremos la historia de los pasados años, tan vivos, tan presentes,
transitando por el camino de resistencia que surca nuestras vidas. Aquí estamos,
de pie sobre la tierra que abonaron, con nosotrxs, ellxs siguen erguidos/as,
clamando con sus gargantas cercenadas, alzando los corazones cual banderas. En
el día de la justicia, no es el pasado es el futuro el que habla.
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