Como una planta arrancada de la tierra, su tierra, mi madre se marchita. Huérfana de su niño desde hace treinta años, siento que su paciencia se acaba y veo cómo la rabia llena su pecho cada día.
Son treinta años, como treinta puñales clavados en su cuerpo, desángrandola.
Es demasiado tiempo sin respuestas y ya se acerca octubre. Otro octubre, hecho de llantos y de lluvia, sin que mi madre sepa qué pasó con su hijo, qué le hicieron y quiénes, dónde quedó su última huella. Torturantes preguntas que le roban el sueño, sigilosas.
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