Si de acentos se trata, la querida Ale, mexicanísima, debe ser la única que no se pierde, porque cuando Gise habla ya no se ubica de dónde llegó. Igual pasa con Adeline que si no dice algo con erre no se adivina que vino de algún lado donde se habla francés. Y ni les cuento de Nacho, un tico que abre la boca y suena como argentino. Con la tiquísima Nancy Boom no hay problema de ubicación, con un par de maes ya uno se sitúa si le cabía alguna duda. No me había dado cuenta, pero me hacía falta verla y sentir su abrazo cálido después de aquel viaje alucinante en el que –junto con Marce- mezclamos la fosa de XX del cementerio La Verbena, la reunión con sobrevivientes de Dos Erres y una visita relámpago a Tikal. También estaba María, una chapina con acento gallego, o una gallega con todos los dichos, los dejos y la alegre jodarria chapina.
Alrededor de la mesa –en comunión de tamales colorados- también estuvimos Daniel y nuestra querida Julia, el chef, su hijo y yo. Disfrutamos de la alegría de estar vivos y, en ese instante, juntos; de estimarnos y querernos, y de comer esas exquisiteces que nos llevaron a otro lado.
Porque aparte de gatos, murciélagos y perros, incluido el increíble Barrabás –el labrador de Ale-, aficionado a la cerveza y habilísimo para clavarle los colmillos a las latas y bebérselas, inevitablemente la conversa se fue en clave chapina. Que si la campaña electoral, que si la entrevista a mano dura, que si la placa de bronce de la sexta y once rescatada del olvido y la capa de cemento por la tenacidad de Daniel, y vuelta a la Torres y a la congoja de nuestra falta de respuestas ante la casi certeza del triunfo del pasado –tan presente- en las urnas.
Sin ver más allá de ese momento, me quedo con la alegría de haber compartido el aire y el bocado con este grupo de gente tan bonita, tan querida, alegre y solidaria.
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