Tiembla tú, miserable,
con tantos secretos delitos que no castigó la
justicia;
ocúltate, ensangrentada mano,
y tú, perjuro,
y tú, simulador de virtud, que eres incestuoso,
y tú tiembla también, malvado,
que bajo capa y apariencia de honradez,
fuiste instigador de asesinatos…
¡Encubiertas maldades,
rasgad la vestidura que os disfraza,
no desoigáis tan terribles conminaciones
y apresuraos a implorar misericordia.
Shakespeare, El Rey Lear
Soy hermana de Marco Antonio, un
niño desaparecido por el ejército el 6 de octubre de 1981 y, es desde ese lugar
que ahora vivo este momento particular de nuestra historia. Por eso, lloro en
la oscuridad de mi habitación mientras lucho por acomodar en algún lado de mi
cuerpo o de mi alma los sentimientos inefables que me ha provocado la sentencia
a ochenta años de prisión inconmutables a Efraín Ríos Montt, condenado por
genocidio y delitos contra los deberes de humanidad perpetrados contra el
pueblo maya ixil.
Leo y releo la noticia. El
titular enorme. Mantuve la transmisión en vivo e hice mía la angustia de la
jueza Barrios y de toda la gente que abarrotó la sala ante una posible huída
del general convicto. Sentí el estremecimiento que recorrió a la audiencia,
llegó hasta mí como una corriente eléctrica. No me canso de repetir a quien se
me pone enfrente que creí que tendría que vivir unos 100 años para vivir este
momento que sigue atorado en mi garganta.
Siento hasta mis raíces el llanto
de Marcela, el abrazo de Ade, la voz entrecortada de María no sé si por la
señal o por las lágrimas; nos cobija un espacio común en el que se construyen
los sueños. Leo los mensajes de Ruth, las entradas del fb, los correos de Eugenia, Eida, V, R, V, Z, de LQ y tantos más, las palabras de Cristina, Idu y de J y su madre, los abrazos de “aquel” y de mi
hijo menor, el “me gusta” del muchacho que desde
el otro lado del mundo estuvo atento a lo que le sucedía al que gobernaba
cuando estaba en mi vientre. Después, oigo a mi madre en el teléfono. Con la voz
quebrada repetimos “malditos”. Ochenta años no bastan, pero son un comienzo.
El llanto, los aplausos, la
canción colectiva que no escuché pero que la imagino resonando en la sala, la
voz de la jueza señalando responsabilidades e imponiendo las penas mandadas por
la ley… demasiado para un día, como ha sido demasiado el dolor para una vida,
la mía, y la de quienes han vivido el horror y luchado por esto. Hubo de todo,
pero mis oídos se quedaron esperando una palabra del anciano convicto: el
pedido de perdón a las víctimas.
Una tormenta de emociones se
desata en mi alma. Voy de la furia al dolor, de la tristeza a una alegría
difusa, momentánea, que no llega a cuajar, y me desarma porque tengo derecho a
tragarme este bocado de vida hasta saciarme. Como hoy, siempre he llorado a solas
por mi hermano y por todos mis muertxs y desaparecidxs, en silencio,
escasamente. Reseca y ajada, no he tenido las suficientes lágrimas para
expresar el dolor que me anega desde el día maldito en que lo sacaron de mi
casa arrebatándoselo a mi madre de las manos que, hasta ahora, siguen llenas de
ausencia.
¿Cómo le digo a mi alma
encallecida que no es un espejismo? ¿Cómo me convenzo a mí misma de que lo que
vieron mis ojos y escucharon mis oídos es cierto? Mi corazón de pedernal, vacía
tumba endurecida donde guardo la memoria imborrable, poco a poco se llenará con
su luz. Voy a lavarme el alma con la lluvia bienhechora de mayo para ojalá
cerrar las llagas que continúan abiertas, supurantes. Como siempre que me
siento perdida, hoy lo estoy en esta maraña de sentimientos, me refugio en los
abrazos. Busco a mi gente que está cerca y siento latir sus corazones. A
quienes están lejos, les abrazo con mi corazón. Hecha un puño, aún siento los
viejos dolores enquistados y como una letanía, repito los nombres de los más
amados -Marco Antonio, Julio César, Héctor- junto a otro vocablo que empieza a
ser verdad en Guatemala: JUSTICIA.
También vivo esta satisfacción con
los ojos abiertos, cautelosa, mirando a todos lados mientras, intento definir
esta desazón, esta perplejidad, esto que aún no tiene nombre y que quisiera
transformar en una alegría dulce, tranquila, merecida y dejarme llevar por
ella, sacándome del rígido espacio de racionalidad al que nos reducen los años
y del dolor a que nos reducen los golpes brutales, repetidos. Estoy en ese
esfuerzo, lo juro, pero en lo más profundo de mi ser lo que se remueve casi
imperceptiblemente es el agujero de las pérdidas, la tristeza por las vidas
truncadas, fueron tantas en mi generación marcada por las muertes injustas
perpetradas por hombres despreciables
Aunque me afano en la alegría, la
incredulidad y el temor se van mezclando. Viví el tiempo de los actos brutales
e inhumanos. Temo por las mujeres y hombres ixiles que hicieron posible este
proceso con el apoyo del Ministerio Público, las organizaciones y sus abogados,
temo por lxs fiscales y por los defensoras y defensores de derechos humanos,
por tantas personas que saltaron a la palestra y que por ejercer sus derechos,
al igual que antes, han sido señaladas por los enemigos de la democracia y la
justicia en sus pasquines infumables. Los que creyeron que jamás llegaría este
momento, han defendido a los perpetradores pretendiendo ensuciar a quienes
encarnan la dignidad de nuestro pueblo con su odio y su revanchismo.
Sin quererlo y sin siquiera
pensarlo, repaso las huellas de los zarpazos letales con los que ellos se vengaron sustituyendo el sabor
a triunfo por el amargo regusto de la muerte. Así pasó en octubre de 1978 con
el asesinato de Oliverio
Castañeda de León tras las gloriosas –como solía decirse en aquel tiempo- Jornadas
de Octubre. La escapatoria de mi hermana del cuartel militar de Quetzaltenango,
en octubre de 1981, les llevó a vengarse capturando
ilegalmente a mi hermano de 14 años y desapareciéndolo hasta hoy. El 26 de
abril de 1998 mataron a monseñor Gerardi, dos días después de la presentación
del informe Guatemala Nunca Más. No han cedido
un milímetro y cada palmo conquistado nos ha costado sangre. Y me digo a mí
misma que soy una aguafiestas, pero también pienso en cuánta gente traumada y
adolorida, como yo, está experimentando sensaciones parecidas.
Espero que la gente joven viva y
sienta esta nueva experiencia de una forma distinta, con alegría auténtica,
plena. Ojalá que en sus mentes y en sus corazones se fortalezca la idea
luminosa de un país diferente, uno que deberán hacerlo con sus manos a la medida
de todas las personas, donde quepamos todos/as sin que las diferencias étnicas,
políticas, de sexo o cualquiera otra que nos hace ser lo que somos se
constituyan en el pretexto para exterminarnos.
La justicia, por fin. Es
demasiado grande y demasiado frágil todavía, una pompa de jabón que se eleva en
el aire y temblorosa convierte la luz en arcoíris pintando la realidad de
Guatemala con colores distintos, no el blanco y negro de quienes se empeñan en
vivir en el pasado. La justicia es futuro y es vida, un árbol recién plantado que
hunde sus raíces en un suelo abonado con el dolor y la sangre de las víctimas
del genocidio, la desaparición forzada, los asesinatos políticos, la tortura. Deberemos
fortalecerlo y cuidarlo para que nos dé dulces frutos de paz.
En un país en el que las palabras
pierden su significado y a los asesinos se les llama “señor presidente”, “señor
ministro”, “señor diputado”, la justicia para las víctimas del terrorismo
estatal hará que los procesos sociales y políticos cobren un sentido más humano
y evitará que se repitan los hechos terribles. Los detentadores de poderes
mortales, aplastantes, los sectores que han usurpado un país entero y que han
llegado a creerse los dueños de nuestras vidas, los dadores de muerte, los
mentirosos, los torturadores, los genocidas, los desaparecedores, tendrán que
entender que los tiempos cambiaron.
La hasta hace muy poco elusiva
justicia sigue siendo un asunto pendiente para Marco Antonio y millares de víctimas
más. La sentencia del 10 de mayo nos da esperanzas, nos demuestra que se puede obligar
a rendir cuentas a los otrora poderosos criminales, que nadie es superior a la
ley y que la vida es un valor sagrado que se debe respetar.
Nada de lo que hicieron ha aplacado
esa sed, no lograron arrebatarnos la dignidad tampoco y nada nos detendrá en
este camino por más que lo llenen de obstáculos. Si hay algo que nos sobra es paciencia.
Por mi nawal, soy Ajpu, el triunfo de JunAjpu e Ixbalamke sobre los señores de
Xib’alb’a que trae luz y claridad a la humanidad. El día Ajpu es el día del
gran Ajaw, el padre, y su representación solar; simboliza la grandeza, la
fuerza de la vida, la fuerza corporal y el triunfo del bien; el día de servir a
los demás, pedir por la vida y la fuerza y por el triunfo del bien sobre el mal.
Tengo el sello del Q’anil, mi misión es señalar el camino y plantar la semilla.
Soy cerbatanera y buena cazadora, tiradora, y caminante, sembradora, seguiré
luchando por sentirme feliz, porque la felicidad hay que construirla,
conquistarla y cuidarla como el capullo de una flor delicada.
Este escrito es estremecedor. En pocos párrafos se resume buena parte de la sangrienta historia de esta patria reducida a finca por la horda de filibusteros que se apropiaron de todo, de tierras, recursos y vidas.
ResponderEliminarGracias por su comentario, estimado amigo o estimada amiga.
ResponderEliminaryo soy antigueño y vi como el ejercito en una panel blanca con una cobra en el vidrio de atras secuestraba a estudiantes y sospechosos en antigua. hubo un destacamento en la finca florencia y yo trabajaba en conasa en el proyecto de carretera mixco san lucas. vi como el ejercito asesino a medio dia a un maestro de san lucas.me acuerdo de un tal teniente wilber o wilmer y un asesino que se llamaba raquel melendez o menendez que ya lo mataron.eran como de jutiapa.creo que en esa finca hubo un cementerio clandestino.tambien asesinaron al tecolote un drogadicto que solo dilinquia era de apellido pellecer.tambien masacraron a la familia pelen. yo estudiaba de noche tambien supe del asesinato y violacion de una patoja muy bonita solo recuerdo que le deciamos flory junto a su novio aparecio asesinada y violada en santa maria en las faldas del volcan de agua y asi veiamos como estos asesinos operaban en sacatepequez los ayudaba el caballon o chenton un oreja de la policia aun vive en antigua por el barrio el chajon.estos asesinos nos contaban que dia a dia raquel melendez degollaba a sus victimas y les daba un tiro en la cien y despues los tiraban en otros departamentos para confundir a la poblacion.a un estudiante de apellido dubon tambien se lo llevaron en un carrito rojo marca honda con otro mi cuate vimos como los secuestradores se bajaban el pasamontañas y jamas se supo de este estudiante.habria que investigar este destacamento ahi talvez hay un cementerio clandestino.
ResponderEliminarHay un millón de historias de horror en nuestro país, como estas que nos esboza Anónimo. Estas líneas reflejan una parte de las atrocidades padecidas.
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