Tome usted un diccionario jurídico,
el código procesal penal y
la constitución de la república.
Confúndalos con una taza de mañas,
dos de malas intenciones,
tres de cinismo
y cuatro de perversidad.
Bata fuertemente.
Deje reposar la mezcla bajo una mesa
y espere que se cubra de moho y telarañas,
claros signos de olvido.
Mientras tanto dedíquese a sus juegos de poder.
Dele vuelo a la creatividad fabricando recursos dilatorios,
amparos,
recusaciones,
insultos y
mentiras.
Si la cosa sigue
(no dudo que le sorprenderá enormemente)
con movimiento fuerte y envolvente,
agréguele a su gusto vociferantes abogados,
jueces, magistrados comprables
–de todo hay en el mercado del cinismo y de la desvergüenza-
y pulpa de campos pagados plagados de mentiras.
Adobe la mezcla con racismo,
misoginia y muchas pizcas de miedo,
unas cuantas toneladas de amenazas públicas o veladas
y muchos litros de complicidad con sabor a odio y a traición.
Agréguele una corte constitucional a la medida
con resoluciones ojalá favorables
de olor y sabor a impunidad,
es lo que busca.
Por si hiciera falta más,
adorne con lenguaje confuso.
Cueza en horno fuerte.
Disfrute el resultado.
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