viernes, 19 de abril de 2013

Un fantasma recorre Guatemala, la justicia. Los criminales tiemblan


Guatemala es un país extraordinario. Allí, en ese paraíso de azules y de verdes, el tiempo se detuvo hace 500 años, el calendario  curiosamente avanza y retrocede al antojo de los detentadores del poder, a los asesinos se les llama “señor presidente”, la gente inerme e indefensa es la que propicia la violencia con sus reclamos de justicia y los beneméritos de la patria son los torturadores, los violadores, los desaparecedores, los genocidas. Su cielo está plagado de angelitos con alas verde olivo y vírgenes violadas que lloran sangre por que les arrebataron a sus niños.

Guatemala. Una alucinación. Una amalgama de contradicciones. Un hermoso retablo en claroscuro. Una suma de mundos paralelos.

Durante un mes, dos de esos mundos paralelos entraron en colisión en un agujero que se abrió en el espacio y en el tiempo. Por un lapso muy breve, de pronto parecía que todo se movía vertiginosamente hacia un futuro largamente esperado. Ixiles y militares en una sala de juicios. Los patos tirándole a las escopetas, qué digo, a los helicópteros artillados, las ametralladoras 50, los fusiles de asalto, las bombas cayendo desde un cielo que no se apiadó de su sufrimiento, habitado por un dios a la medida de los criminales: racista, anticomunista, dador y legitimador de los castigos más terribles.

El 19 de marzo se inició este sueño, doloroso y feliz, y en la sala de juicios ocurrieron milagros. Las mujeres ixiles hablaron por primera vez públicamente sobre los horrores sin nombre que les infligieron, todos ellos bajo la etiqueta de violencia sexual. El mundo entero se detuvo a escucharlas. Sus voces pronunciaron verdades enormes en su idioma ancestral y renombraron el mundo desde la dignidad y la resistencia acallando a los vociferantes abogados de los presuntos genocidas. Los padres y las madres llevaron en sus manos y sus corazones sus tesoros, los recuerdos del amor a sus niños y niñas arrebatados por el odio empeñado en destruir “hasta la semilla” mezclados con el dolor y la tristeza por haberlos perdido brutalmente. No fue otra cosa que amor lo que los animó a continuar viviendo y esperar ese día. 


Su palabra de fuego fue más fuerte que aquel que destruyó sus casas, sus ranchos, sus cosechas, sus vidas, su mundo tal como lo conocían. Su voluntad y persistencia les hizo atravesar la selva huyendo de los pintos, para resguardarse bajo la generosa sombra de los árboles que les dieron sus frutos y les cobijaron de las bombas que continuaban cayendo desde el cielo. También sobrevivieron en las aldeas modelo y los polos de desarrollo, palabras bonitas para nombrar los campos de concentración a dónde llegaron los caritativos y bienintencionados hombres blancos que se forraron los bolsillos lucrándose con sus miserias.

¿Qué más milagros que ver al otrora hombre superpoderoso en el banquillo de los acusados o a la jueza Barrios imponer su autoridad con una voz muy suave y no a balazos, como ha sido costumbre?

Pasaban los días y continuaban ocurriendo maravillas con la ruptura del silencio que hizo posible escuchar verdades infinitamente dolorosas, lacerantes, de horrores inhumanos en un proceso absolutamente necesario para reconocernos y optar por la justicia, y ver cómo los acusados –estatuas sonrientes, mudas, insensibles- no caían muertos envenenados por sus culpas.

Mientras tanto, las arañas tejían incansables sus telas, el sol salía cada mañana, la primavera llenó de flores los jardines y la magia continuaba fluyendo porque de eso tendría que salir un país nuevo. El sueño me llevó a creer que por fin Guatemala transitaría por una senda de auténtica democratización, no el plato de babas que nos han zampado en lugar de eso. Esta pasa por la consolidación de la independencia de poderes y el fortalecimiento de la institucionalidad, especialmente la vinculada a la administración de justicia que necesariamente implica la pérdida de influencia y espacios de los poderes fácticos.

Pero ellos conspiraban. Debajo del agua se juntaron los uniformados con las manos empapadas de sangre de inocentes y los  hombres y mujeres con cabezas llenas de palabras, con doctorados y corbatas, cuya decencia está hecha de Armani y de perfumes caros. De esa unión grotesca, impensable, de cada cual a su modo renacieron amenazas, distorsiones y reparticiones injustas y mentirosas de culpas y responsabilidades en suplementos y campos pagados porque tienen toda la plata del mundo. Recurriendo al terror, en el ejercicio renovado de la doctrina de seguridad nacional, defendieron mañosamente su paz, la que les da su impunidad y la de los que mataron en sus nombres, la del clima propicio para los negocios y el turismo, la que les dan sus autos blindados y los apartamentos de lujo en torres residenciales. Sacaron a ventilar el petate del muerto y quisieron espantarnos con la “paz” del cementerio clandestino, esa que no queremos más, con la “paz” del silencio.

El 18 de abril desperté bruscamente. En un día, en mi país de maravillas y milagros, se pasó del sainete de los abogados de la defensa que decidieron abandonar a sus representados y declararse en “resistencia pacífica”, al drama protagonizado por la jueza vendida y su resolución ilegal de retrotraer el proceso al 23 de noviembre de 2011, una prueba más de que el tiempo puede devolverse.

Con los ojos muy abiertos, nuevamente constato la magnitud de las dificultades, la desvergüenza de los presuntos criminales y sus cómplices –entre los que nuevamente figura la jueza Carol Patricia Flores-, el cinismo de sus sirvientes, el odio y el veneno que siguen circulando por el cuerpo social.

Ya es casi medianoche y aquí estoy, atragantada, diciéndome a mí misma que nadie nos dijo que esto sería fácil y que el esfuerzo sigue, y redoblado, por más empinado que sea el camino. Y ya no pienso en mí sino en la indignación provocada por el hecho de que la jueza Flores –igual que ellos, los criminales- se erigió por encima de la ley y les infligió un renovado agravio a los hombres y mujeres ixiles. No solo violó su derecho de acceso a la justicia, sino también despreció su dignidad y su admirable valor y paciencia que les hicieron persistir hasta llevar a juicio a los perpetradores intelectuales de los atroces crímenes de los que fueron víctimas.

La justicia es un derecho de las personas y comunidades que han sufrido violaciones a los derechos humanos. Es una obligación ineludible del Estado. Es la única manera civilizada de restañar las heridas que continúan abiertas pese al tiempo transcurrido, resolver conflictos y emprender la construcción de una paz verdadera, no esa paz de papel, de violencia y de racismo excluyente,-en el país de los contrasentidos- que no ha resuelto los problemas estructurales sobre los que se asienta el bienestar de unos pocos y la miseria de las mayorías.

Guatemala merece otro destino. Es un país muy duro pero casi todo lo que amo está allí y también todo lo que detesto. En alguna parte de su territorio, un mosaico de belleza portentosa en el que conviven lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros, está lo que dejaron de mi hermano, que encontraremos algún día para que mi sangre no quede botada cual basura. Por ese amor que le tengo a la tierra y a mi gente, no voy a renunciar a la justicia para Marco Antonio y para todos los niños y niñas, los hombres y mujeres torturados, desaparecidos o asesinados brutal e injustamente por hombres que encarnaron la codicia, el odio y el afán desmedido de dominación, seres que no conocieron límites humanos ni divinos para ejecutar el exterminio, que merecen ser juzgados y castigados. Con mis palabras los condeno a todos los infiernos, a una vida de remordimientos que se alargue mil años, hasta verlos caer rendidos por el peso de sus culpas enormes, que dure tanto hasta que lleguen a odiarse y sus hijos y nietos no quieran abrazarlos. No quiero que se mueran. Los condeno a que más temprano que tarde vean alzarse a la justicia triunfante, porque les va llegar, porque les caerá como un aguacero de piedras, como gotas de fuego agujereando sus conciencias blindadas, insensibles.

No me doy por vencida. Estoy preparada para resistir un largo tiempo, han pasado casi 32 años y todos los que faltan desde la captura ilegal y desaparición forzada de Marco Antonio, un niño de quince años, como el joven soldado que apareció en el pasquín de los héroes y salvadores de la patria. Eso no quiere decir que no me duela lo sucedido ayer con la resolución ilegal de la jueza corrupta, Carol Patricia Flores, que no me ofenda hasta lo más profundo, que no resienta el golpe.

Letal. Ya quisieran ellos que la afrenta de ayer nos fulminara. Pero no, tercamente no les damos el gusto. Seguimos a contracorriente, sacando victorias de aparentes derrotas, que eso es lo que nos sostiene; alegrías de las amarguras y los golpes, cosechando vida de la muerte, justicia de la impunidad más abyecta, dignidad de su abismal descaro, humanidad de lo insensible. Hay mucha vida en nuestros espíritus y cuerpos, en esta orilla en la que seguimos construyendo caminos que parecen imposibles hacia un futuro diferente. No lo entienden. Tampoco la necia voluntad, ni la paciencia, tampoco la esperanza que brota cada día aunque no cesen en sus intentos de aplastarla. La razón nos asiste, junto con la verdad, el amor, la justicia, la solidaridad, todo lo que nos hace humanos, que continúan alentando un futuro distinto. Hay esperanza y dignidad en las mujeres y hombres ixiles y en todas las personas que ayer y hoy llenaron la sala de juicios y salieron a la calle con rojos claveles en sus manos, no con balas; hay esperanza y dignidad en los abogados/as que les acompañan; en la jueza Barrios y quienes conforman con ella el tribunal de sentencia; en los peritos/as que nos ayudaron a entender lo sucedido.

Hoy aunque quisiera llorar a gritos, desgarrarme por dentro de la rabia y la indignación, voy a hacer como el pájaro que despierta a deshoras, cuando es noche cerrada, y con sus trinos llama a la madrugada. Canto para celebrar a las mujeres y los hombres ixiles que sobrevivieron para llegar a estos días decisivos. Ellas y ellos vencieron a la muerte, al olvido, al rechazo y al odio, y están poniendo a prueba dos visiones de mundo contrapuestas, la de la justicia, la verdad y la dignidad contra la de la impunidad y el cinismo.

Talvez ahora entiendo plenamente el verso del poeta malogrado, “nada podrá contra la vida porque nada pudo jamás contra la vida”. Fue la vida la que fluyó en escasos treinta días, contra siglos de todo lo contrario. La vida y el anhelo visceral de lograr la justicia, eso no podrán acabarlo. Para eso, tendrían que acabarnos a todos y aquí estamos.

2 comentarios:

  1. Me siento totalmente identificado con tu sentir y en lo que expresas en tu Blog.

    Gracias por compartirlo, gracias por tu lucha, gracias por la Vida y la otra Guatemala que construyes desde tu ser diario.

    ResponderEliminar
  2. Recorrí tu blog y estoy muy impresionado, con los músculos endurecidos y la mandíbula apretada. Es valiente y por lo mismo duele

    Qué emoción encontrarme al final de tu primer post con unos versos de Otto René Castillo. Si la memoria no me falla son de un poema que se titula "Comunicado". Estos y otros versos del gran poeta fueron magistralmente musicados y cantados por un trovador llamado Fernando López, seguro que lo conoces.

    Si no somos contactos en Facebook y usas esa red, por favor pídeme amistad, ya que yo no puedo hacerlo. Ellos me tienen castigos por publicar lo que consideran "contenidos inconvenientes" y han limitado por 30 días, nuevamente, varias de mis opciones de operar.

    ResponderEliminar