Guatemala es un país
extraordinario. Allí, en ese paraíso de azules y de verdes, el tiempo se detuvo
hace 500 años, el calendario
curiosamente avanza y retrocede al antojo de los detentadores del poder,
a los asesinos se les llama “señor presidente”, la gente inerme e indefensa es
la que propicia la violencia con sus reclamos de justicia y los beneméritos de
la patria son los torturadores, los violadores, los desaparecedores, los
genocidas. Su cielo está plagado de angelitos con alas verde olivo y vírgenes
violadas que lloran sangre por que les arrebataron a sus niños.
Guatemala. Una alucinación. Una
amalgama de contradicciones. Un hermoso retablo en claroscuro. Una suma de
mundos paralelos.
Durante un mes, dos de esos
mundos paralelos entraron en colisión en un agujero que se abrió en el espacio
y en el tiempo. Por un lapso muy breve, de pronto parecía que todo se movía vertiginosamente
hacia un futuro largamente esperado. Ixiles y militares en una sala de juicios.
Los patos tirándole a las escopetas, qué digo, a los helicópteros artillados, las
ametralladoras 50, los fusiles de asalto, las bombas cayendo desde un cielo que
no se apiadó de su sufrimiento, habitado por un dios a la medida de los
criminales: racista, anticomunista, dador y legitimador de los castigos más
terribles.
El 19 de marzo se inició este
sueño, doloroso y feliz, y en la sala de juicios ocurrieron milagros. Las
mujeres ixiles hablaron por primera vez públicamente sobre los horrores sin
nombre que les infligieron, todos ellos bajo la etiqueta de violencia sexual.
El mundo entero se detuvo a escucharlas. Sus voces pronunciaron verdades enormes
en su idioma ancestral y renombraron el mundo desde la dignidad y la
resistencia acallando a los vociferantes abogados de los presuntos genocidas.
Los padres y las madres llevaron en sus manos y sus corazones sus tesoros, los
recuerdos del amor a sus niños y niñas arrebatados por el odio empeñado en
destruir “hasta la semilla” mezclados con el dolor y la tristeza por haberlos
perdido brutalmente. No fue otra cosa que amor lo que los animó a continuar
viviendo y esperar ese día.
Su palabra de fuego fue más
fuerte que aquel que destruyó sus casas, sus ranchos, sus cosechas, sus vidas,
su mundo tal como lo conocían. Su voluntad y persistencia les hizo atravesar la
selva huyendo de los pintos, para
resguardarse bajo la generosa sombra de los árboles que les dieron sus frutos y
les cobijaron de las bombas que continuaban cayendo desde el cielo. También
sobrevivieron en las aldeas modelo y los polos de desarrollo, palabras bonitas
para nombrar los campos de concentración a dónde llegaron los caritativos y
bienintencionados hombres blancos que se forraron los bolsillos lucrándose con
sus miserias.
¿Qué más milagros que ver al
otrora hombre superpoderoso en el banquillo de los acusados o a la jueza
Barrios imponer su autoridad con una voz muy suave y no a balazos, como ha sido
costumbre?
Pasaban los días y continuaban ocurriendo maravillas con la ruptura del silencio que hizo posible escuchar verdades infinitamente dolorosas, lacerantes, de horrores inhumanos en un proceso absolutamente necesario para reconocernos y optar por la justicia, y ver cómo los acusados –estatuas sonrientes, mudas, insensibles- no caían muertos envenenados por sus culpas.
Mientras tanto, las arañas tejían
incansables sus telas, el sol salía cada mañana, la primavera llenó de flores los
jardines y la magia continuaba fluyendo porque de eso tendría que salir un país
nuevo. El sueño me llevó a creer que por fin Guatemala transitaría por una
senda de auténtica democratización, no el plato de babas que nos han zampado en
lugar de eso. Esta pasa por la consolidación de la independencia de poderes y
el fortalecimiento de la institucionalidad, especialmente la vinculada a la
administración de justicia que necesariamente implica la pérdida de influencia
y espacios de los poderes fácticos.
Pero ellos conspiraban. Debajo
del agua se juntaron los uniformados con las manos empapadas de sangre de
inocentes y los hombres y mujeres con cabezas
llenas de palabras, con doctorados y corbatas, cuya decencia está hecha de
Armani y de perfumes caros. De esa unión grotesca, impensable, de cada cual a
su modo renacieron amenazas, distorsiones y reparticiones injustas y mentirosas
de culpas y responsabilidades en suplementos y campos pagados porque tienen
toda la plata del mundo. Recurriendo al terror, en el ejercicio renovado de la
doctrina de seguridad nacional, defendieron mañosamente su paz, la que les da
su impunidad y la de los que mataron en sus nombres, la del clima propicio para
los negocios y el turismo, la que les dan sus autos blindados y los
apartamentos de lujo en torres residenciales. Sacaron a ventilar el petate del muerto y quisieron espantarnos con la “paz” del cementerio clandestino, esa que no
queremos más, con la “paz” del silencio.
El 18 de abril desperté
bruscamente. En un día, en mi país de maravillas y milagros, se pasó del
sainete de los abogados de la defensa que decidieron abandonar a sus representados
y declararse en “resistencia pacífica”, al drama protagonizado por la jueza
vendida y su resolución ilegal de retrotraer el proceso al 23 de noviembre de
2011, una prueba más de que el tiempo puede devolverse.
Con los ojos muy abiertos,
nuevamente constato la magnitud de las dificultades, la desvergüenza de los
presuntos criminales y sus cómplices –entre los que nuevamente figura la jueza
Carol Patricia Flores-, el cinismo de sus sirvientes, el odio y el veneno que
siguen circulando por el cuerpo social.
Ya es casi medianoche y aquí
estoy, atragantada, diciéndome a mí misma que nadie nos dijo que esto sería
fácil y que el esfuerzo sigue, y redoblado, por más empinado que sea el camino.
Y ya no pienso en mí sino en la indignación provocada por el hecho de que la
jueza Flores –igual que ellos, los criminales- se erigió por encima de la ley y
les infligió un renovado agravio a los hombres y mujeres ixiles. No solo violó
su derecho de acceso a la justicia, sino también despreció su dignidad y su
admirable valor y paciencia que les hicieron persistir hasta llevar a juicio a
los perpetradores intelectuales de los atroces crímenes de los que fueron
víctimas.
La justicia es un derecho de las
personas y comunidades que han sufrido violaciones a los derechos humanos. Es una obligación ineludible del Estado. Es
la única manera civilizada de restañar las heridas que continúan abiertas pese
al tiempo transcurrido, resolver conflictos y emprender la construcción de una
paz verdadera, no esa paz de papel, de violencia y de racismo excluyente,-en el
país de los contrasentidos- que no ha resuelto los problemas estructurales
sobre los que se asienta el bienestar de unos pocos y la miseria de las
mayorías.
Guatemala merece otro destino. Es
un país muy duro pero casi todo lo que amo está allí y también todo lo que
detesto. En alguna parte de su territorio, un mosaico de belleza portentosa en
el que conviven lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros, está lo que dejaron
de mi hermano, que encontraremos algún día para que mi sangre no quede botada
cual basura. Por ese amor que le tengo a la tierra y a mi gente, no voy a
renunciar a la justicia para Marco Antonio y para todos los niños y niñas, los
hombres y mujeres torturados, desaparecidos o asesinados brutal e injustamente
por hombres que encarnaron la codicia, el odio y el afán desmedido de
dominación, seres que no conocieron límites humanos ni divinos para ejecutar el
exterminio, que merecen ser juzgados y castigados. Con mis palabras los condeno
a todos los infiernos, a una vida de remordimientos que se alargue mil años,
hasta verlos caer rendidos por el peso de sus culpas enormes, que dure tanto hasta
que lleguen a odiarse y sus hijos y nietos no quieran abrazarlos. No quiero que
se mueran. Los condeno a que más temprano que tarde vean alzarse a la justicia
triunfante, porque les va llegar, porque les caerá como un aguacero de piedras,
como gotas de fuego agujereando sus conciencias blindadas, insensibles.
No me doy por vencida. Estoy
preparada para resistir un largo tiempo, han pasado casi 32 años y todos los
que faltan desde la captura ilegal y desaparición forzada de Marco Antonio, un
niño de quince años, como el joven soldado que apareció en el pasquín de los héroes y salvadores de la patria. Eso no
quiere decir que no me duela lo sucedido ayer con la resolución ilegal de la jueza
corrupta, Carol Patricia Flores, que no me ofenda hasta lo más profundo, que no
resienta el golpe.
Letal. Ya quisieran ellos que la
afrenta de ayer nos fulminara. Pero no, tercamente no les damos el gusto.
Seguimos a contracorriente, sacando victorias de aparentes derrotas, que eso es
lo que nos sostiene; alegrías de las amarguras y los golpes, cosechando vida de
la muerte, justicia de la impunidad más abyecta, dignidad de su abismal
descaro, humanidad de lo insensible. Hay mucha vida en nuestros espíritus y
cuerpos, en esta orilla en la que seguimos construyendo caminos que parecen
imposibles hacia un futuro diferente. No lo entienden. Tampoco la necia
voluntad, ni la paciencia, tampoco la esperanza que brota cada día aunque no
cesen en sus intentos de aplastarla. La razón nos asiste, junto con la verdad,
el amor, la justicia, la solidaridad, todo lo que nos hace humanos, que continúan
alentando un futuro distinto. Hay esperanza y dignidad en las mujeres y hombres ixiles y en todas las personas que ayer y hoy llenaron la sala de juicios y salieron a la calle con rojos claveles en sus manos, no con balas; hay esperanza y dignidad en los abogados/as que les acompañan; en la jueza Barrios y quienes conforman con ella el tribunal de sentencia; en los peritos/as que nos ayudaron a entender lo sucedido.
Hoy aunque quisiera llorar a
gritos, desgarrarme por dentro de la rabia y la indignación, voy a hacer como
el pájaro que despierta a deshoras, cuando es noche cerrada, y con sus trinos
llama a la madrugada. Canto para celebrar a las mujeres y los hombres ixiles
que sobrevivieron para llegar a estos días decisivos. Ellas y ellos vencieron a
la muerte, al olvido, al rechazo y al odio, y están poniendo a prueba dos
visiones de mundo contrapuestas, la de la justicia, la verdad y la dignidad
contra la de la impunidad y el cinismo.
Talvez ahora entiendo plenamente
el verso del poeta malogrado, “nada podrá contra la vida porque nada pudo jamás
contra la vida”. Fue la vida la que fluyó en escasos treinta días, contra
siglos de todo lo contrario. La vida y el anhelo visceral de lograr la justicia,
eso no podrán acabarlo. Para eso, tendrían que acabarnos a todos y aquí
estamos.
Me siento totalmente identificado con tu sentir y en lo que expresas en tu Blog.
ResponderEliminarGracias por compartirlo, gracias por tu lucha, gracias por la Vida y la otra Guatemala que construyes desde tu ser diario.
Recorrí tu blog y estoy muy impresionado, con los músculos endurecidos y la mandíbula apretada. Es valiente y por lo mismo duele
ResponderEliminarQué emoción encontrarme al final de tu primer post con unos versos de Otto René Castillo. Si la memoria no me falla son de un poema que se titula "Comunicado". Estos y otros versos del gran poeta fueron magistralmente musicados y cantados por un trovador llamado Fernando López, seguro que lo conoces.
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