En 1982 teníamos miedo porque había muchos muertos en la
aldea. (…)
No teníamos nada,
habían quemado nuestras cosas y no teníamos comida. (…)
Nos estaban disparando y
cabal me dieron en la cabeza.
El soldado se llevó a mi
esposo,
me quedé con mi hijo como
de seis meses.
Me agarró y me acuchilló
y tengo las cicatrices todavía. (…)
Una noche me violo, yo ya
no podía moverme, ni caminar.
Me tiraron como si fuera
una pelota y eso me da pena,
me hicieron sufrir.
El tapó la boca de mi hijo
y se lo echó encima a mi hijo,
le salió sangre por la
nariz, por la boca, por las por los ojos.
Murió mi hijo. (…)
Me violo y después me
acuchilló, todavía tengo cicatrices.
No vengo a mentir.
No tengo un delito, no he
hecho nada.
Tal vez va a haber un
cambio en mi vida por venir a hablar aquí,
porque aquí me estoy
desahogando.
Vengo a dar mi
declaración para que no vuelva a pasar otra vez,
porque por nosotras las
mujeres da pena.
Muchos soldados me
violaron.
Testiga diez
Mi cabeza es un torbellino. El aire no me alcanza. En estos días,
desbordada de angustia, con mi propio dolor a flor de piel por la desaparición
forzada de mi hermano Marco Antonio y las abominables vejaciones sufridas por
mi hermana a manos del ejército guatemalteco en 1981, he seguido los
testimonios de los valerosos hombres y mujeres ixiles que han declarado en el
juicio por genocidio que se desarrolla contra los generales Efraín Ríos Montt, ex
jefe de Estado de facto en 1982-83, y su ex jefe
de inteligencia, Mauricio Rodríguez Sánchez.
Yo sé de lo que fueron capaces. Mataron a población civil desarmada e
indefensa, a personas que no cayeron en combate. No les importó que fueran
niños, niñas o personas ancianas. No tuvieron límite alguno para ejecutar las
órdenes de muerte. Pero ahora es distinto. Ahora sé porque ellas y ellos
guardaron el dolor y la memoria para siempre, juntaron sus pasos en el tiempo
hasta llegar al tribunal en donde nos contaron del horror escarbando en sus
pechos y volviendo a sentirlo como si lo atroz estuviera pasando en este instante.
Por eso, gracias a la persistencia de los hombres y mujeres ixiles,
gracias a su valentía y coraje, gracias a su dignidad, ahora sé con, mis oídos
y mis ojos, con mi corazón y mi razón, qué pasó con la niña de don Francisco
Velasco a quien le escuché decir "a mi hija, le abrieron el pecho, le
sacaron el corazón... ¿Qué culpa tenía mi niña?”[ii]
Sé con mis lágrimas que le cortaron la cabeza a una anciana de 68 años, una
señora que tenía el pelo muy largo, y la pusieron en la cocina de un destacamento
militar, como declaró el ex mecánico del ejército Hugo
Ramiro Leonardo Reyes; él estaba con el rostro cubierto porque sabe de lo que
son capaces[iii]. Sé con rabia y con indignación lo que dijo una de las diez
valientes mujeres que declaró el 2 de abril: “Ellos querían que fuera su mujer
pero yo no me dejaba, pero ellos me cortaron la cabeza y así fue cuando me
dejé…. Yo tenía seis meses de embarazo y a los quince días nació mi bebe
muerto…”[iv] Ahora también sé y me duele profundamente que, cuando
huían, a la niña de cuatro años de doña Cecilia Ramírez Raymundo la mató una
rama que se cayó de un árbol por el peso de la lluvia y que todavía llora por
la muerte de su hijito de dos años y su madre.
Sabía y
no sabía. No es lo mismo enterarme de estas infamias en un libro que puedo
esconder por un momento cuando de pronto se convierte en un doliente corazón empapado
de sangre o me quema las manos como una brasa ardiente, que oírlo de las
propias víctimas en su idioma ancestral, gente de carne y hueso que sobrevivió
a las atrocidades. Ahora sé y también siento en el alma su tristeza y su miedo,
el peso de su tragedia inmensa, su profunda angustia pero también su
resistencia heroica, su necesidad de justicia nacida de los más grandes
oprobios y su indoblegable convicción de obtenerla.
Respirando el mismo aire que respiran las
víctimas –que reescriben la historia con grandes letras de valor y dignidad- están
los generales y sus abogados. ¿Cómo harán para no derrumbarse, para no morirse
de una vez por todas, agobiados por los
remordimientos? ¿Estarán hechos de las mismas sustancias que yo, que sus
víctimas? ¿Cómo pueden permanecer imperturbables oyendo lo que oímos, sin
llorar, sin sentir repulsión contra sí mismos, sin salir corriendo o caer de
rodillas y pedirles perdón por lo que hicieron?
Podría pensar que los dos acusados son indignos, que están
locos, que son monstruos, que pertenecen a otra especie o que seguramente están
drogados y por eso se les ve tan serenos ante tantos horrores. Pero no. Por más
que lo dude, estos especímenes son humanos como todos/as los/as que están en
esa sala, al igual que yo, que los oficiales que estuvieron en el terreno y sus
soldados, aunque actuaran como insensibles máquinas de odiar y de matar, incapaces
de percibir –y menos de sentir- el dolor que infligieron despiadadamente. En
un intento de entender qué sucede, me imagino que continúan viendo al pueblo ixil y a todos/as aquellos/as que identificaron como
“el enemigo”, sus víctimas, como cosas
insensibles, objetos distintos de lo humano con los que podían hacer
impunemente lo que hicieron, lo que ahora relatan los testigos/as.
Ciertamente, los acusados no perpetraron estos crímenes directamente,
con sus manos, pero sí lo hicieron con sus órdenes, con los planes y
financiamientos que aprobaron, con la enorme cuota de poder que detentaron, con
su indiferencia absoluta ante la humanidad de las víctimas, con su visión de
mundo en la que se amalgamaron el racismo[v] y el
anticomunismo, un mundo en el que los pueblos indígenas no tienen cabida. Lo
hicieron con conceptos como “cada mata de milpa es un guerrillero” y con las
consignas que les hacían repetir a sus soldados en sus ejercicios matinales: “indio
visto, indio muerto” o “mujer capturada, mujer violada”.
Ríos Montt y Rodríguez Sánchez y todos los militares que junto con
ellos ejercieron el poder en 1982-83 en el Palacio Nacional, en los grandes cuarteles
y en los reducidos destacamentos militares, son responsables no solamente de
genocidio[vi],
también de etnocidio, al obligar a las personas sobrevivientes a hablar en
español, al quitarles sus trajes, al cortarles la lengua cuando hablaban ixil,
al aniquilar a las personas ancianas que son las que conservan y transmiten la
cultura, al pretender borrarlos “hasta la semilla” sacando los fetos de los
vientres de sus madres, echando niños/as vivos/as a las fosas comunes,
disparándoles a “guerrilleros” de tres meses de edad. Con ellos también son
responsables la oligarquía parásita, que se ha lucrado históricamente con el
despojo y la expoliación del trabajo de las mayorías indígenas, y los Estados
Unidos, que apoyaron política y financieramente los planes contrainsurgentes ríosmonttistas[vii].
Lo que cuentan los testigos/as ixiles no pasó una vez. Fueron centenares
las masacres documentadas por el Proyecto de Recuperación de la Memoria
Histórica y la Comisión
de Esclarecimiento Histórico. Los ejecutores fueron los oficiales y, mayoritariamente,
los soldados, casi todos indígenas, pero en una estructura rígida y vertical,
como es el ejército, ellos obedecen órdenes. Me resulta inevitable preguntar ¿cómo
los convirtieron en asesinos? ¿Qué pensamientos pusieron en sus cabezas y que
sentimientos implantaron en sus corazones? ¿De qué forma estos jóvenes
labriegos fueron transformados en seres capaces de arrebatar las vidas de
hombres, mujeres, niños y niñas de las maneras más crueles? ¿Qué les hicieron,
qué les dieron, qué les ordenaron, para que fueran capaces de cortar cabezas,
rajar vientres de mujeres embarazadas, violar salvajemente a mujeres, niñas y
niños incluyendo bebés, sepultar gente viva, mutilarla? Son demasiadas las
preguntas. Muchas de las respuestas podrían estar en la cabeza de los hoy acusados,
otras en los manuales de entrenamiento para torturar y matar, unas más en la
práctica de asesinar a alguien cercano y querido con la que los endurecieron
hasta el límite. El volumen II del informe “Guatemala : Nunca Más”, del REMHI,
titulado “Los
mecanismos del horror”, analiza estos procesos.
Ni viviendo mil vidas podría diluirse este dolor que corre espeso por
las venas de los hombres y mujeres ixiles, dolor humeante como la sangre que
anegó el suelo de Nebaj, Chajul y Cotzal. Ellos y ellas, los más humildes entre
los humildes de mi tierra, encarnan la dignidad de las víctimas de las
violaciones a los derechos humanos en Guatemala y nuestra lucha por la
justicia. Soy humana y no tengo suficiente corazón para que quepa todo su sufrimiento,
pero hoy quiero decirles que lo siento tanto, que me duele hasta lo más
profundo todo lo que les obligaron a vivir, que me agravia su despojo, que soy
una más que está a la par de ustedes exigiendo justicia y respeto a nuestra
dignidad y a la memoria de los hechos, una más que permanece fiel al amor a
nuestros seres queridos.
Mientras tanto, trato de vaciarme de la aflicción con estas letras, pero
no es suficiente. El único remedio es la justicia.
El juicio, que durará varias
semanas más, puede verse en vivo aquí: http://www.paraqueseconozca.blogspot.com/
[i] Recopilado por Periquita Pérez en la sala de
audiencias de la Corte Suprema de Justicia de Guatemala el martes 2 de abril.
[ii] Testigos narran asesinato de niños en juicio por
genocidio a Ríos Montt http://www.elperiodico.com.gt/es/20130403/pais/226602/
[iii] El soldado que acusó a los altos mandos, en http://www.plazapublica.com.gt/content/el-soldado-que-acuso-los-altos-mandos
[iv] Mujeres ixiles narran atrocidades cometidas por el
Ejército, en http://www.elperiodico.com.gt/es/20130403/pais/226580
[v] Sobre el racismo en Guatemala, ver Casaús Arzú, Marta
Elena. Guatemala: Linaje y racismo. Guatemala: F&G Editores, noviembre de
2010, 4ta. edición, revisada y ampliada
[vi] Entre otros aportes de Ricardo Falla, ver “Negreaba de
zopilotes”, en http://www.plazapublica.com.gt/sites/default/files/negreaba_de_zopilotes.pdf
y ¿Cómo que no hubo genocidio?, en http://www.plazapublica.com.gt/content/como-que-no-hubo-genocidio
[vii] Al respecto, hay un amplísimo análisis en Figueroa
Ibarra, Carlos. El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala. Guatemala:
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, BUAP /
F&G Editores, julio de 2011. Segunda edición, corregida y aumentada
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