sábado, 15 de septiembre de 2012

Llegó septiembre con su renovada carga de tristezas


1º. de septiembre

De nuevo, inevitablemente, llegó septiembre con su renovada carga de tristezas y la inconsciente cuenta regresiva. Pero septiembre también atesora los recuerdos que me quedan de sus últimos días con nosotros. Idéntica a mí misma, me veo en un espejo de humo, sal y lágrimas. El tiempo pasa y se acumula como el polvo en las casas vacías. El dolor es una ola que, incesante, se abate sobre mi alma.
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3 de septiembre

Hace treinta y un años menos un septiembre, pese a mis sentimientos, el mundo siguió girando y los relojes y los calendarios continuaron su marcha implacable. Los años se acumularon sobre mi espalda y echaron capas de olvido en una sociedad que, por terror o por complicidad, optó por la brutal indiferencia ante un crimen que dejó secuelas impensables y poco conocidas en las 45 000 familias de las víctimas y en el país entero, que continúa postrado por la violencia y las dificultades de acceso a la justicia y al bienestar de las mayorías desposeídas.
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5 de septiembre

Treinta septiembres sin usted, mi hermano, treinta septiembres duros, imposibles, en los que, aunque no lo quiera, todo queda en suspenso y lo que se impone en mi vida es su ausencia. Empezó el trigésimo primer septiembre y me pregunto cómo llegué hasta aquí, como pude salir del abismo en que me hundí ese día maldito, cómo caminé, hablé, respiré, y, en fin, cómo seguí viviendo si mi alma estaba muerta.

Muchas cosas pasaron, querido  hermano mío, tan presente en este dolor vivo, en las lágrimas que cuelgan renuentes de mis pestañas, en este amor que me sigue impulsando a buscar su rastro en la arena del tiempo, a seguir haciendo preguntas sin respuesta.
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6 de septiembre

Lo peor de septiembre son las noches, esos minutos en los que, desprendiéndome de la rutina, quiero dar paso al descanso. Pongo la cabeza sobre la almohada, apago la luz, y aparece un viejo conocido: el insomnio. Pero no viene solo, viene con el ahogo, el sollozo apagado, la tristeza. Ni siquiera estoy pensando en usted, hermano, que pronto cumplirá 31 años de haber sido detenido ilegalmente por la G2 y desaparecido hasta hoy y que, en noches como esta, pareciera que estará perdido para siempre.
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7 de septiembre

¿A qué aferrarte, Adriana, amiga triste, cuando sentís que el aire no quiere llegar a tus pulmones? La esperanza es solo un espejismo, una ilusión, un artilugio, al que recurrimos para darle algún sentido al día – tras – día sin tus hijas, sin mi hermano. Quisiera darte aliento, quisiera que mi abrazo te alcanzara. Es frustrante no tener otra cosa que palabras, gotas de lluvia en el tejado, que enlazo para expresarte mi solidaridad.
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No lo entiendo. Me saco pedazos de mierda de la boca. Me lavo los dientes. El espejo me devuelve la imagen de la joven que fui, con la piel tersa y el cabello muy largo, cuando dudaba si podía decir de mí misma que ya era una mujer. Era joven, pero no tenía miedo.
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9 de septiembre

Su insolencia, su arrogancia, su falta de honor y dignidad al repetir “un soldado no pide perdón” son ofensivas. De azul y blanco, con fotografías de personas queridas, honestas, comprometidas, que ensucian con sus manos, marcharon exigiendo juicios justos para sus padres, abuelos, sus compañeros de armas, los genocidas, torturadores, desaparecedores, la escoria que, cobardes, no quiere asomarle la cara a la justicia. Son ombres sin honor, así, sin hache. Les falta la dignidad que les sobró a mi padre y mi madre cuando el chafa de la G2 les dijo en el Palacio Nacional “entiendo su sufrimiento, mi perro se acaba de morir”. Mi madre tuvo que detener al padre del niño desaparecido, mi hermano, para que no se le fuera encima al tipo que llevaba el uniforme en un gancho porque no se atrevía a caminar por la calle vestido con traje militar. (Noticias y comentarios, aquí)
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11 de septiembre

Jamás he visto a Adriana. No sé si podría reconocerla si me cruzara con ella alguna vez, teniendo en mi retina su imagen de las fotografías. De ellas, retengo especialmente una, la de la joven gloriosamente veinteañera. La otra es la de una mujer que, tras una vida entera atravesada por la tragedia, cierra los ojos mientras se aferra a una calavera.

Adriana abraza la muerte mientras aguarda el reencuentro con sus hijas. Glenda y Rosaura, fueron detenidas ilegalmente y desaparecidas por el ejército guatemalteco en un día maldito de un año maldito, el mismo en que la G2 arrebató a Marco Antonio de la vida. Ese 11 de septiembre las pequeñas niñas de Adriana, de 10 y 9 años, fueron tomadas por una horda de criminales junto con su padre y su familia: su hermana Rosaura, de apenas año y medio de nacida, su esposa y su cuñada.

Desde entonces, con pocos días de diferencia, Adriana y yo junto con 45 000 familias –quizás muchas más, ese es un dato que talvez nunca se precise- habitamos en la misma dimensión, la del dolor infinito, la del silencio. Intemporales, ingrávidas y transparentes, el corazón nos pesa y a ella, ahora, su impresionante, descomunal, insondable sufrimiento, la arrastra al abismo del no ser.
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Mi corazón abraza a una niña que se hizo mujer sin su madre, apuñalada por el odio.
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¡En la buena y en la mala, con Chile está Guatemala! Esa era una más de nuestras consignas en las manifestaciones públicas tras el golpe militar que derrocó a Salvador Allende, dándole vuelta a la acuñada en el país sudamericano después de la intervención estadounidense de 1954, cuando chilenos y chilenas gritaban solidarios “¡En la buena y en la mala, Chile está con Guatemala!”.
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12 de septiembre

Hay milagros que no tienen explicación. Uno de ellos es como una madre -mi madre, Adriana y miles más en Guatemala y en todo el continente- puede sobrevivir después de un hecho tan atroz como la desaparición forzada de sus hijos o hijas. Nadie lo sabe, pero allí están y silenciosamente, mientras roen sus puños despacito, aguardan.
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13 de septiembre

Caminamos sobre arenas movedizas, sobreviviendo a la desesperanza pero con mucha rabia y convicción, sabedoras de que otras generaciones tomarán las banderas de la verdad y la justicia para nuestras niñas y niños desaparecidos. 
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28 años y siete meses de la detención ilegal y desaparición forzada de Emil, el hermano de Marylena, que donde quiera que vaya lleva su imagen en el pecho, como un tatuaje de dolor impreso sobre su corazón.
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Hay sufrimientos y sufrimientos. El de las familias de las personas desaparecidas no concluye sino con nuestra propia muerte. Se reedita cada año en los aniversarios, se atraviesa doloridamente por los cumpleaños, navidades y todas las ocasiones en que, felices, deberían estar a nuestro lado.

El dolor no se entiende. Si no se siente en carne propia o si se huye de él, parece una locura. En mi indeseable condición de hermana de un niño desaparecido, no puedo evitar estar impregnada de sufrimiento; hay días, especialmente en septiembre, en que me siento extraña, desquiciada. Me sumerjo en mí misma, disimulo, sonrío, aunque respire por la herida. La gente no quiere saber de tragedias ajenas y menos si sucedieron hace treinta o cuarenta años. En aquellos años de grave postración social, las personas a las que les asesinaron a un hijo, una hija, expresaban alguna conformidad ante el hecho diciendo que por lo menos no se los habían desaparecido, que habían podido darle sepultura.

Son muchas las facetas de estas experiencias diversas, tantas como personas tocadas brutalmente por un crimen atroz que trato de explicar de mil modos distintos para abrir los corazones de quienes no las entienden, de quienes no las han vivido, para que aunque sea en su fuero interno, apoyen la terquedad, la insistencia, la dignidad, con la que desde aquí, desde la dimensión a la que fuimos condenadxs, continuamos reclamando investigación, juicio y castigo para los desaparecedores, los torturadores, los genocidas, los perpetradores del terrorismo de Estado, los asesinos de poetas, los quemadores de libros, los fascistas que han destrozado ese trozo de azules y de verdes que es la patria.
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14 de septiembre

Desfile de faroles a las seis de la tarde. Con luces en sus manos, niños, niñas, hombres con bebés en los brazos, mamás empujando carruajes, abuelos y abuelas llevando a sus nietxs de la mano, caminan desordenadamente tras una banda desafinada que toca cumbias en lugar de marchas militares a cuyo ritmo se mecen los cuerpos y ondean las banderas rojo, blanco y azul. Hacen un alto y le cantan el japi berdey a la patria en su cumpleaños.

Nadie lleva el paso, nadie marcha alzando los brazos a la altura del hombro ni mueve los pies siguiendo el golpeteo del redoblante, nadie viste uniforme ni tiene la cabeza cubierta por kepis ni ostenta adornos militaroides en sus pechos. Tampoco se escuchan voces de mando ni aires marciales. Es un carnaval caribeño el que circula en todas las calles del país en el que vivo, a diferencia de los desfiles de mi lejana infancia en los que nos formábamos en líneas muy rectas, tomábamos distancia y nos poníamos en posición de firmes al saludar a la bandera. En esto, y en muchas otras cosas, se abre un abismo entre un país sin ejército y otro dominado por el talón de hierro de un ejército que masacró a su propia gente.

1 comentario:

  1. Lucky de mi alma, es una carga que no se va nunca de nuestra espalda, de nuestra vida. Parafraseando a Iduvina, cada letra, cada palabra, oración, pensamiento .no solo es una cachetada a los perversos que ejecutaron la ignominía, sino son espinas en su memoria, para gritarle a través de tus palabras que somos 45,000 familias que esperamos que vuelvan, aunque a veces la desesperanza nos acompaña, pero ya vez...han salido de la tierra unos, tengamos fuerzas y esperanzas que saldran los nuestros y los otros miles para condenar una vez más a los canallas, a lo más infame de la especie humana guatemalteca, los militares en los tiempos del genocidio. Te quiero entrañablemente querida.

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