A Tula, Mayarí e Ixbalan en un aniversario más de la desaparición
forzada de su amado esposo y padre el 15 de mayo de 1984
forzada de su amado esposo y padre el 15 de mayo de 1984
Imagen tomada del Diario Militar |
De mi prehistoria personal atesoro el privilegio enorme de haber conocido a Luis de León, el maestro de escuela. En 1973 había participado en el movimiento huelguístico del magisterio, por lo que la organización política en la que por entonces militaba, por medio de Emilio, me delegó la tarea de acercarme al Frente Nacional Magisterial (FNM) y, de ser posible, incorporarme a su equipo. Era 1975, era muy joven y quería cambiar el mundo, una convicción que se enraizó profundamente en mí tras lo vivido y que encuentra miles de motivos para hacerse más fuerte día a día.
Una tarde de principios de ese año, un enero frío de cielos estrellados, sin
nubes, dirigí mis pasos a la Casa del Maestro, la misma que está en la 4ª.
avenida entre 5ª. y 6ª. calles de la zona 1, que albergaba a varias
organizaciones magisteriales. Además del FNM, allí se alojaban el Colegio de
Maestros, la Coordinadora Nacional de Claustros de Educación Media y dos
agrupaciones de docentes de escuelas nocturnas y de párvulos. El Frente ocupaba
el segundo piso de la parte que da hacia la avenida, a dónde se subía por una
endeble escalera de cemento hechiza,
como se dice de las cosas mal hechas.
Traspasé su vetusta entrada, un portón de madera formado por cuatro hojas,
y allí estaban Luis y Mirta, sentados en una grada, muy cerquita del suelo. Fue
la primera vez que vi su figura entrañable: el suéter negro, eternamente
sobrepuesto sobre su espalda, con las mangas hacia adelante cruzadas sobre los
hombros; su pelo también negro, liso, abundante, coronando su cabeza; los anteojos
de gruesa montura y su sonora carcajada, contagiosa. Luis se reía con todo el
cuerpo, entornando los ojos.
Esa noche me incorporé al reducido grupo del Frente Nacional Magisterial
conformado por cinco o seis gatos y gatas: Álvaro, Luis, Mirta, Nery, Elsita y
yo. Éramos el rescoldo de la hoguera del 73, el sonido del trueno que nos queda
vibrando en los oídos. El FNM era una instancia gremial desestructurada,
informal e ilegal –la Constitución prohibía la organización del funcionariado
público- conformada durante la huelga del 73, que había movilizado a decenas de
miles de maestros/as de primaria a lo largo y ancho del país. Ese fue el
preludio del repunte del movimiento popular y sindical tras varios años de
desmovilización ocasionada por la violencia terrorista estatal de los sesentas.
Este grupúsculo, como les encantaba denominarnos a los detractores de
variopintos pelajes derechosos, pretendía representar al magisterio del
departamento, pero también fungía como tal en el nivel nacional a falta de otra
entidad. Así, insignificante como parecía ser, no fueron pocos los dolores de
cabeza que el FNM les ocasionó a los ministros de educación de turno, como a
nuestra vez nos encantaba decirles, con las huelgas emprendidas entre el 73 y
el 78 y las críticas y protestas que les hacíamos llover sobre sus medidas
antipopulares. Para disputarle terreno, el gobierno creó la Unión Magisterial
Guatemalteca.
Nos reuníamos los sábados en sesiones formales de trabajo para planificar
actividades diversas, como asambleas, festejos, manifestaciones y entierros, o el
análisis de alguna disposición ministerial de política educativa o que afectaba
al gremio. Entre los sepelios recuerdo el del profesor Luis Ernesto de la Rosa
Barrera, asesinado en 1976; y el de Andrés Gilberto Cuxil, lúcido dirigente de
la huelga del 73, que falleció de leucemia. También determinábamos contenidos y
representaciones en las entrevistas con autoridades gubernamentales, entre
ellas Donaldo Álvarez Ruiz y el militar Leonel Vassaux Martínez, que fue
ministro de la Defensa de Kjell Laugerud (1974-1978), en cuya oficina me sentí
como en ese acto de circo donde alguien mete la cabeza en la boca del león.
A Donaldo lo vimos varias veces. El rechoncho abogado -apodado “Coche”
(chancho, cerdo), un hombre perversamente astuto, prófugo por sus crímenes
desde hace varios años- fue presidente del Congreso y ministro de gobernación
durante los gobiernos militares fascistas de Laugerud y Romeo Lucas
(1978-1982). Esa fue otra larga y estéril discusión en el movimiento popular y
revolucionario, ¿eran o no fascistas?
Recuerdo particularmente una ocasión. En 1976, en Retalhuleu, el maestro
José Víctor Yancor Rivera fue asesinado en la puerta de la escuela, frente al
alumnado. Tono, dirigente magisterial de este departamento suroccidental, se
refugió en la capital; estaba seguro de que esas balas iban dirigidas a él y
que los criminales volverían a corregir su error.
En el FNM decidimos denunciar ambos hechos, el asesinato del profesor
Yancor y las amenazas contra Tono, por lo que, entre otras acciones,
solicitamos una entrevista a Álvarez Ruiz. Y henos allí, un trío de ingenuos
docentes en el Palacio Nacional, Luis uno de ellos, metidos en el despacho de uno de los hombres
más poderosos del régimen. Luego de las presentaciones y explicaciones del
caso, con argumentos como la obligación constitucional de proteger y
salvaguardar la vida de la ciudadanía, el ministro se despachó con una respuesta
alucinante que se quedó grabada en mi memoria; como se verá, en ese tiempo no se empleaba el lenguaje
políticamente correcto de ahora.
“Y ustedes, ¿qué creen? ¿Qué puedo ponerle un policía a todos los que temen
por su vida? Solo tengo doce mil policías y somos millones de guatemaltecos.
Además, no creo que a usted le gustaría que un policía lo siga a todas partes,
¿verdad?
Nosotros, apabullados, movimos la cabeza, negando.
“Por supuesto que no le gustaría”.
Y se dirigió a Tono: “¿A usté le sale barba, tiene bigote?” Tono
calladamente asintió. “Cambie de aspecto, déjese la barba y el bigote para
despistar, córtese el pelo de otro modo. Cambie su rutina, no duerma todas las
noches en la misma casa, use diferentes rutas. Que sus amigos vigilen que no lo
estén siguiendo…”
Mientras tratábamos de mantener la mandíbula inferior en su sitio, Álvarez
Ruiz siguió diciéndonos “Yo lo entiendo, también me tengo que cuidar. El Mico
Sandoval[i]
me quiere matar, a mí también me gustaría matarlo, pero para hacerlo tendría
que echarse a todos mis guardaespaldas, igual yo a los suyos. Pero usted, no
tiene guardaespaldas…”
A esas alturas del “diálogo”, los tres –perplejos- nos estábamos poniendo
de pie, dándole las gracias por su tiempo, caminando hacia afuera tratando de
actuar despreocupadamente. Salimos de la oficina palaciega más corriendo que
andando. La calle estaba oscura, había anochecido. Caminamos en silencio
durante varios minutos. Al final, seguramente comentamos algo con palabras como
cinismo, descaro, desparpajo. No sabíamos si reír o llorar.
No mataron a Tono, se quedó un buen tiempo en la capital y luego le perdí
la pista. Vivió aún muchos años y murió de muerte natural, siendo aún joven,
según supe después.
En una de las oficinas de la Casa del Maestro había un mimeógrafo del
Colegio de Maestros, que dirigía el profesor Roberto Cabrera Guzmán. Era el que
usábamos a escondidas Luis y yo para imprimir “mosquitos”, que no eran otra
cosa que los volantes que repartíamos en la Tesorería los días de pago, cuando
acudían cientos de docentes a recoger sus cheques; también los boletines y
comunicados que repartíamos en las escuelas y en los medios radiofónicos y
escritos; y una hoja impresa por ambos lados titulada “Durmiendo al sueño”. El
nombre lo inventó Luis y lamentablemente no recuerdo cuál fue su explicación
para algo tan inútil como dormir al sueño. En fin, lo que
contenía nuestro modestísimo medio eran notas de no más de diez renglones en
las que se comentaba sobre política educativa y se denunciaba la situación de
la educación; también se incluían noticias sobre el movimiento de los
trabajadores/as en otros países de la región, expresando solidaridad, y
brevísimas creaciones literarias del Maestro. Ambos redactábamos las notas y a
mí me tocaba “picar” los esténciles en una maquinota de escribir Olivetti, de
mi papá.
Con la prepotencia de las edades jóvenes, esta que recuerda y escribe
confiesa con pena que “corregía” las notas de Luis. Él, al enterarse por mí de
mi osadía, solo dijo “está bueno, patoja”. Después se me cayó la cara de
vergüenza cuando me enteré que estaba cometiendo un delito de leso poeta,
escritor y novelista, ganador de los Juegos Florales de Quetzaltenango de 1972
con su novela “El tiempo principia en Xibalbá”. Encogida, me disculpé con él.
Con una de sus sonoras carcajadas le oí decir “no te preocupés, patoja”, con lo
cual me dio una lección de modestia y humildad que nunca olvidé.
Con un poco más de plata, porque todo salía de nuestros precarios bolsillos
y de las contribuciones de unos pocos fieles maestros/as al Frente, publicamos
algunos números impresos de un periódico que, si no recuerdo mal, llevaba el original
nombre de FNM. Entre los artículos que preparamos, hubo uno sobre el 25 de
junio de 1944 que escribí con base en las noticias de la prensa de la época, la
que consulté en el Archivo General de Centroamérica.
Compas solidarios, en 1976 – 77 trabajamos codo a codo en “Unidad”, el
periódico del Comité Nacional de Unidad Sindical, instancia de cuya Comisión de
Organización éramos miembros, delegados por el Frente, hasta que nos echó un ex
abogado laboralista que ahora es defensor de Ríos Montt. También del 75 al 77
fuimos parte del equipo de redacción del programa “La Voz del Magisterio”, una
radiorrevista que se transmitía los domingos a las 9 pm por la radio Nuevo
Mundo, de dónde también tuvimos que salir debido a la “lucha ideológica” y a la
“democrática” decisión de la mayoría.
Después de haber sido expulsados Luis y yo del FNM y del CNUS en 1977, con Maco Blanco, muerto en el
exilio un 1º. de octubre de 1980, formamos un grupo de estudio sobre los
problemas educativos del país y el papel y demandas del magisterio. Además de
nosotros lo integraban Marta G., Julio y Sergio. En ese esfuerzo,
fuimos apoyados por el querido profesor Carlos González Orellana y expertos/as
internacionales de la UNESCO. Desde esa trinchera, continuamos con nuestra
labor difundiendo un programa de lucha gremial que recogía demandas educativas
y laborales.
Fue entonces, después de una larga discusión sobre estos asuntos, que Luis transformó
el lema del FNM, “El maestro no es un apóstol, es un trabajador” en “El maestro
es un apóstol y es un trabajador”. De esa manera, resumió la responsabilidad
del magisterio en la formación ciudadana y en la construcción de una educación
liberadora con la que soñábamos y su derecho al goce de garantías laborales.
Por ese tiempo, pudo haber sido en 1979, Luis recibió una misteriosa invitación
–misteriosa para mí, porque nunca supe de dónde provenía- para un encuentro magisterial
en algún país de África. Se fue, volvió, y aparte de las discusiones
interesantes, me contó que lo que más le había asombrado era la forma de comer
(“todos metíamos las manos en el trasto de la comida”). En su paso por Nueva
York, donde le tocó hacer escala, estaba aburrido y talvez temeroso de poner un
pie en la calle, cuando se le acercó un empleado de la limpieza y le preguntó
“¿usté es guatemalteco?”; ante su respuesta, inquirió “¿quién ganó el
campeonato? ¿Los rojos o Cobán Imperial? Esto último lo relataba entre grandes
carcajadas y, sorprendido, hablaba sobre la increíble coincidencia de que el
muchacho no solo era guatemalteco, sino que había estudiado en la escuela Clemente
Chavarría, donde él daba clases. El compatriota resultó ser un excelente guía y
anfitrión, lo sacó del aeropuerto y se lo llevó a conocer la ciudad. Muchos
años después, en un viaje en el que hice escala en un aeropuerto gringo, me
atreví a preguntarle a un joven si podía acompañarlo a hacer compras;
increíblemente, era chapín, de la zona 8 y había estudiado en esa misma
escuela…
Pese a la diferencia de edades, quince años, Luis y yo nos hicimos amigos.
Lo respeté y lo quise tanto que cuando pensaba que un día de aquellos
seguramente nos iban a matar, me decía a mí misma que su muerte iba a dolerme mucho.
Un día, conocí a su familia: Tula, su esposa, la inspiradora de su poesía
amorosa; y a sus niños, Mayarí y Luis Ixbalanqué, ahora adultos. Visité su casa
y me prestó sus libros. Ambos compartíamos el amor por las letras y por la
docencia. Con él y por él conocí la obra de Miguel Hernández, César Vallejo,
Luis Alfredo Arango, Francisco Morales Santos, Mario Roberto Morales, Juan
Rulfo, José Luis Villatoro, Marco Antonio Flores y otros escritores de aquí y
de allá.
Generoso, compartía conmigo sus formas de enseñar a disfrutar de la lectura
y a escribir a sus pequeños alumnos de la escuela Clemente Chavarría de la zona
8, donde trabajó después de estar en el Sur, en Escuintla, y en una aldea
cercana a la capital, Las Escobas, “donde el viento era tan fuerte que era
capaz de levantarte del suelo y llevarte muy lejos”. Producto de sus enseñanzas
fue mi breve experiencia con mis propios alumnos/as, de donde salió en el 79 “El cuento de Camilo”.
En nuestras muchísimas conversaciones de camioneta –vivíamos por el mismo
rumbo, el de la ruta siete- me contaba de su obra mientras yo, secretamente,
soñaba con llegar a ser la heroína de alguna de sus novelas. Muchas veces me
mostró los manuscritos de sus poemas, así conocí “Acerca del venado y sus
cazadores”, su homenaje a Oliverio Castañeda de León tras su asesinato el 20 de
octubre de 1978. Cuando la muerte llegó para quedarse entre nosotros, escribió
“Epitafio” y, con una gran sonrisa, me enseñó “Acerca del poeta y sus
creaciones”, en el que en cuatro breves líneas manifestaba su vocación
revolucionaria; y, así, conocí muchos otros.
Años después, probablemente en 1984, fui testigo de su sufrimiento cuando
su hijo, que era aún menor de edad, fue detenido porque se encontraba en la
sede de la organización Amigos del Arte Escolar (AMARES), que casualmente
estaba situada al lado de una casa ocupada por una organización político
militar que fue destruida por el ejército.
Ese año lo vi con alguna frecuencia. Por casualidad me fui a vivir muy
cerca de San José Las Rosas, de camino a El Milagro, donde estaba su casa
sencilla y modesta como él, maestro pobre, la que había construido con sus propias
manos. La seña era un alto arbusto de chipilín en la entrada, vestido de
mariposas amarillas. Allí llegaba con mi niño de meses a compartir preocupaciones,
a componer el mundo mientras el nuestro se caía a pedazos y a escuchar sus Poemas del Volcán de Fuego, leídos
despacito y con voz suave, mientras tomábamos café sentados a la mesa. Al lado,
mi hijo en su carruaje, adormilado por el calor de las tardes de marzo.
Luis fue quizá la última persona a la que dije adiós cuando me fui de Guatemala el 26 de marzo de ese año desgraciado. Nos juntamos una noche por la Kodak, cerca
de la escuela de Pamplona y, al despedirme le pedí que, por favor, por vida
suya, saliera del país. “No puedo, no tengo medios económicos para moverme ni
para dejar segura a mi familia”, esa fue su respuesta desoladora. Tampoco
quería dejar solos a Tula y a Ixbalan. Mayarí había volado fuera del país y su
carta para ella me acompañó en la huída. Con mucha tristeza, haciéndonos los
fuertes que aquí no pasa nada, nos abrazamos. Jamás lo volví a ver.
En septiembre de ese año, en un vagón del metro mexicano me encontré a
Otoniel Martínez, el poeta. Mi corazón, encallecido por la muerte reiterada,
apenas tuvo un sobresalto cuando le oí decir que Luis estaba desaparecido desde
el 15 de mayo. Aún guardo las lágrimas que debí haber llorado cuando me enteré
de su detención; esta se dio en el marco de un operativo que acabó con el
intento de mantener el trabajo político en la capital, cuando las bandas militares
capturaron ilegalmente y desaparecieron a varios compañeros y los arrastraron a
las cárceles clandestinas.
La foto de Luis, su nombre, filiación política y los datos de su captura y
posterior asesinato están en la página 33 del Diario Militar, donde alguien escribió a mano “05-06-84:
300”, el código de la muerte. Sus restos no han aparecido aún. Quién sabe con
cuántos poemas fue enterrado, como si fuera cualquier cosa en una fosa
clandestina en un cuartel cualquiera. Allí yace todavía al lado de quienes
corrieron su misma maldita suerte, decretada por los uniformados. ¿Cabrían en
esa tumba improvisada todas las hermosas palabras que anidaban en su alma?
¿Cuántos niños más hubiesen aprendido a amar los libros y las letras y cuántos
muchachos y muchachas universitarias dejaron de tenerlo como profesor?
Hurgo en mi interior. Encuentro, junto con la tristeza, todos los
sentimientos, el respeto, la admiración, el cariño que le tuve y le tengo al
maestro, al poeta pobre y, sin embargo, dueño de una enorme riqueza espiritual.
Revivo con nostalgia nuestra camaradería, él, el profesor; yo, su discípula,
que sigue atesorando todas sus enseñanzas y tratando de poner en práctica la de
aprender de las demás personas y de mi propia experiencia, tanto como de los
textos. Gracias a Luis, pero también a Marta, a Maco, Julio y Sergio, entendí
que tengo una fracción del mundo en mi cabeza, que debía compartirla y juntarla
con las demás para crear, para conocer, para tejer los sueños, las canciones, y
para hacerlo todo nuevo, entre eso, un mundo de justicia.
Luis de León/Luis de Lión era un ciudadano y padre de familia, un maestro; también
era un poeta, novelista, cuentista y revolucionario, un comunista. Por eso lo
detuvieron y lo desaparecieron, dejando a Tula y a sus jóvenes hijo e hija en
una situación de total desamparo. Lo mataron los amos de la palabra estéril,
falsa, letal, los decidores de mentiras, los pronunciadores de las órdenes de
muerte. Los criminales de uniforme nos privaron de sus enseñanzas y de su verbo
hermosamente fértil. El alfabeto quedó huérfano de este maestro de origen
kakchiquel, que puso en el mapa a su pueblo, San Juan del Obispo.
No sé si verdaderamente aprendí a ser modesta a su lado, a respetar el
aporte de todas las personas en el trabajo colectivo, a escuchar con respeto y
atención las voces diversas y a darle a cada una el valor que merece, pero
trato. De lo que sí estoy segura es de que Luis de León, el maestro, y Luis de
Lión, el poeta, escritor y novelista, fueron mis guías y mentores, los formadores
espirituales que me acompañan hasta el día de hoy.
Algunos de sus poemas están en http://www.literaturaguatemalteca.org/lion4.htm
Casa
Museo Luis de Lión, en San Juan del Obispo, Antigua Guatemala
[i]
Mario Sandoval Alarcón, fundador del
ultraderechista Movimiento de Liberación Nacional que le dio sustento político
a la intervención estadounidense de 1954 y se declaró “el partido de la
violencia organizada”
(http://connuestraamerica.blogspot.com/2012/01/guatemala-el-pais-de-nunca-jamas.html)
(http://connuestraamerica.blogspot.com/2012/01/guatemala-el-pais-de-nunca-jamas.html)
gracias por este nuevo aporte a la memoria, vinieron a mi corazón los recuerdos de la última visita que hicimos a su casa, al museo que Mayarí insiste en mantener y vimos a Tula y a Luis... así como a las nietas y nieto de Luis... hoy, más que nunca, es necesario preservar nuestros recuerdos, con el corazón en la mano...
ResponderEliminarRepito la pregunta... este Luis de Leon, es el de Antigua Guatemala??
ResponderEliminarA. M.
No había terminado de leer todo el texto cuando publique mi anterior comentario, y quiero comentarle (ya lo hice en otro texto donde hace alusión a el) que dentro de los actos de celebración del ex alumno invalista, se le rindio este año un homenaje a los mártires egresados del INVAL, y dentro de ese selecto grupo de maestros de educación primaria y algunos que no lograron graduarse se encontraba Luis de León, llego su esposa (tula) y otro grupo de familiares de mártires que dieron su vida por un mundo mejor.
ResponderEliminarA. M.
Sí, estimado A.M., es "ese" Luis de León. Qué bueno que hicieron ese homenaje. Saludos.
EliminarSupe de Luis de León cuando hice mi eps en su lugar de origen, luego supe que era egresado del mismo instituto que yo, y conforme fui conociendo mas de la historia reciente de mi país, me di cuenta que eran muchos los mártires que han sido buenos lideres en sus comunidades, en ese homenaje, hubo mas de 20 homenajeados, e hicieron falta mas, al leer sus relatos me surge el hervor de mis años de juventud, la felicito por sus relatos, y le cuento que al menos leo dos cada noche, gracias donde quiera que se encuentre Lucrecia, y perdón por no poner mi nombre completo, pero ud comprenderá
ResponderEliminarA. M.
De la estirpe la semilla... Gracias por recordar a mi maestro en Xibalbá... de 1976 a 1978 en la Escuela No. 11 "José Clemente Chavarría", él me puso el apodo de Sam (pues había una serie de animé del "rey del judo" y yo entrenaba ese deporte). En su modelo me hice maestro y de literatura... Cuando llegué a invitarlo a mi graduación el prof. Lisandro (director de la escuela) me contó de su desaparición forzada. Siempre lloro y oro por él. 34 años después sigue en mi corazón con el lema "Los martires se lloran y se imitan"
ResponderEliminarMomentum
ResponderEliminar(A mi maestro Luis de Lión)
Mis amigos ya se fueron
ya se fueron los amigos del alma
los que dieron aliento y esperanza
los que de la noche soñaron el día
Otros muchos no se fueron
se los llevaron…
Mi maestro en Xibalbá
amante del k’aj
y de la justicia social
Mi maestro que me enseñó
el sentir del Gaspar Ilóm
y me hizo creer en la libertad
de América
Mi maestro en Xibalbá
amante del Tziquin
y del hombre de maíz
Me enseñó el temor
y el refugio en la hermandad
que la lucha es dura
y que el grito es de libertad
Mi maestro
amante de kotz’i’j
y del hombre sin hambre
él que me enseñó el camino
del Gaspar Ilóm
(Eduardo González Gusmán, Sam)