El 25 de marzo de 1980 enterramos a Hugo Rolando Melgar y Melgar. Más que el asesor jurídico de la Universidad de San Carlos de Guatemala y catedrático de su Facultad de Derecho, era el padre de mi pequeño alumno Camilo, cuando, en 1979, era la “seño Lucky”, la maestra de tercer grado en el Colegio Austriaco. Entonces, guiada por Luis de Lión quien me contaba de cómo lograba que sus niños aprendieran a expresarse por escrito, a veces hacía a un lado las aburridas clases de Gramática y nos poníamos a jugar con las palabras. Camilo escribió un cuento que entonces me asombró y conservé en mi memoria, porque me decía mucho de cómo un pequeño vivía en ese clima de amenazas y muertes que se instaló en nuestro país. Para mí es un tesoro este recuerdo, que ahora comparto en homenaje a la vida de su padre y de su querida familia.
Así, cómo me lo contó un niño hace 33 años, se los cuento.
Había una vez una joven muy bella que amaba las flores y los árboles. Su nombre era Magdalena. Vivía en un hermosísimo jardín, al que prodigaba sus cuidados cada día.
Una mañana se encontraba, como siempre, conversando con las rosas. Una viejecita amable se acercó a la puerta y la llamó:
-Ven, bella joven, acércate. Quiero hacerte un regalo
Ella, llena de curiosidad se acercó hasta la puerta. ¿Qué podría ser eso que la viejecita quería regalarle?
-Buenos días, le dijo.
-Buenos días, joven hermosa, respondió la anciana. Y agregó:
-Yo sé que eres muy buena y que amas las plantas. Pronto moriré y he decidido que debes poseer mi más valioso tesoro. Te lo mereces.
Al decir esto, metió la mano entre sus ropas y sacó con cuidado un objeto pequeño y reluciente.
-Ten. Es la manzana de oro. Consérvala para siempre. Ella te concederá cualquier cosa que le pidas por inalcanzable que te parezca.
Y diciendo esto, partió.
Magdalena la observó alejarse. Con la pequeña manzana dorada entre sus manos se acercó emocionada a las rosas para contarles lo que había sucedido. Todo el día pensó en lo que podría pedirle a la manzana milagrosa.
“A lo mejor puedo llenar de flores el desierto…”
“¿Y si le pido que se acaben los incendios que matan a los árboles?”
“Quizá logre que aquellos que están destruyendo nuestros bosques decidan sembrar árboles.”
Llegó la noche y, después de darle muchas vueltas al asunto, pensó que podría pedirle a la manzana mágica algo que había soñado desde niña: que las plantas pudieran hablar y caminar, como las personas. Eso, se dijo, haría muy felices a las rosas, las margaritas y las dalias. Siempre había sentido que ellas también tenían miles de cosas que contarle.
Decidido esto, colocó la manzana prodigiosa sobre su corazón, cerró los ojos e imploró con voz dulce, suavemente:
“Manzana milagrosa, hermosa, manzanita de oro. Si es cierto lo que sé sobre ti, haz que ahora mismo todas las plantas puedan hablar y caminar…”
Si alguien hubiera podido entrar al jardín de Magdalena esa noche, se habría quedado pasmado de ver a las rosas bailando con los pinos, correr a las margaritas, oír conversar a las violetas tímidas con los señoriales cipreses.
Lo mismo sucedió con las plantas en todo el mundo. Muchas personas corrieron asustadas cuando escucharon decir a su begonia que necesitaba una nueva maceta o a los geranios decir amablemente que ahora podría cambiarse a un lugar más soleado.
Pero Magdalena se olvidó de algo muy serio: que también existían las plantas venenosas y las carnívoras. La dionaea, la sarracenia, la nepenthes y la pinguicula, que acostumbraban comer moscas y pequeños insectos, pronto se sintieron poderosas y se unieron con la cicuta, la belladona, las adelfas y muchas más de sus inclinaciones y dominaron el planeta extendiendo su reino de oscuridad y muerte, acabando con el verdor del mundo y sojuzgando a la gente. El tenebroso dominio de las plantas venenosas y carnívoras se hacía cada vez más poderoso eliminando a todos los seres que se le oponían.
Horrorizada Magdalena y sintiéndose culpable por lo que había hecho, enterró la manzana al pie de un árbol en el último bosque que aún quedaba. Pocos días después, se murió de tristeza y de temor, pero su cuerpo fue ocultado tras los rosales por la viejecita que seguía cuidándola y tendió un cerco mágico para que las plantas malvadas no supieran dónde estaban ni una ni otra.
Pero un día, Antonio, un joven que huía de la oscuridad, atravesaba el bosque y, sin saberlo, penetró el círculo mágico. Entonces fue cuando escuchó que alguien susurraba su nombre. Buscó arriba de su cabeza –la voz venía de algún sitio, en lo alto de un árbol- y descubrió un objeto brillante. Se acercó y ¿adivinen qué? ¡Era la manzana de oro! La tomó con cuidado, era preciosa, y ocultándola divisó una cabaña abandonada en la que podría esconderse.
Esa misma noche, las plantas carnívoras y las venenosas, que habían desplegado a todas sus fuerzas en busca de la manzana mágica, fueron alertadas. Al salir del círculo mágico, ellas supieron que había sido encontrada y era urgente localizarla y apoderarse de ella para servirse de su magia.
Mientras Antonio se disponía a acostarse, un ejército de malvadas plantas se aproximaba a la cabaña. Sin saber nada de lo sucedido e ignorante de la magia de la manzana, Antonio suspiró y mientras ellas rodeaban la casa y subían por los techos y paredes dispuestas a matarlo, él, como todas las noches, pidió que el reino de la oscuridad se terminara.
“Cuándo caerán muertas una por una esas malvadas plantas”
“¿Es que acaso no tenemos derecho a vivir y a ser felices?”
“Antes, éramos libres sobre la tierra hasta que ellas se hicieron poderosas”
No había terminado de decir esas palabras, cuando una por una fueron muriendo las odiosas plantas carnívoras y las venenosas. Sobre el bosque se alzó la luna llena, llenando con su brillo la noche, mientras Antonio se dormía.
En sueños, la habló la manzanita mágica. Estas fueron sus palabras:
“Antonio, ya salvaste al mundo con tu deseo. Debes saber que mi dueña, Magdalena, es la más bella y la más buena joven. Ella cree que se murió de miedo, pero tan solo duerme al pie de los rosales del último bosque de la tierra gracias al sortilegio de mi antigua ama. Tienes que despertarla.”
A la mañana siguiente, Antonio abrió los ojos y, recordando su sueño, tomó la manzana prodigiosa y caminó por el bosque hasta encontrar a Magdalena bajo los rosales que habían florecido nuevamente al morir las plantas venenosas y carnívoras y llenaban el aire con su perfume delicioso.
Le dijo con voz dulce:
“Magdalena, despierta, el sol salió de nuevo y la alegría ha vuelto. La oscuridad se terminó, ya no hay motivos para que tengas miedo.”
La hermosa joven abrió los ojos y se encontró con la imagen del apuesto joven de quien se enamoró perdidamente.
Por supuesto, este no sería un cuento que escribió un niño de nueve años si Magdalena y Antonio no se hubieran casado y vivido felices para siempre, en el último bosque de la tierra. Las plantas florecieron y cubrieron el mundo de colores, renacieron los bosques y, con ellos, la vida.
Ya no me recuerdo que dispuso mi entonces pequeño alumno sobre el destino de la manzana mágica. Sabedora de su gran poder, yo me la guardaría para mí solita y pediría un mundo de paz y de justicia para la humanidad entera.
(El caso del asesinato del licenciado Melgar fue recogido en el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Puede ser leído en http://raulfigueroasarti.blogspot.com/2012/03/el-24-de-marzo-en-nuestra-memoria.html)
ojalá de verdad tuviéramos la manzana mágica... nos estamos consumiendo en impunidad y olvido...
ResponderEliminarMensaje de Ada Melgar, con su autorización lo comparto: Muchísimas gracias por este regalo, hasta hoy pude leer el cuento y me preguntaba: ¿dónde quedaría la hermosa manzana mágica?, ¿seguimos buscándola no? Talvez en uno de los bosques de manzanas en Totonicapán o en San Juan Ostuncalco nazca algún día un árbol lleno de manzanas mágicas..., antes de que la voracidad de los venenosos los destruyan.
ResponderEliminarEsta historia le ha dado mucho significado a este nuevo aniversario del asesinato de nuestro Querido Padre, yo lo recuerdo cada día y lo tengo aquí cerquita en mi corazón, también al lado de mi escritorio en una foto con sus compañeros de Derecho en 1955 en un homenaje a María Chinchilla en el cementerio general.
Querida Lucky que hermoso cuento. Te abrazo en este mes de marzo cuando regresa la primavera radiante y llena de vida, aunque en el mes de ella se hayan cometido grandes crímenes que seguramente ofenderían a la manzanita mágica, como ofenden a la humanidad y con su poder nos daría verdad y justicia. Para los hijos de Hugo mi cariño de hermana en el dolor pero también en el amor por la vida.
ResponderEliminarOtro abrazo para vos, querida Marylena.
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