17 de septiembre
Hace 34 años, usted estaba todavía con nosotros. Atesoro los días que
vivió, fueron tan pocos.
Egoísta. Ya no quisiera tener esta piedra atada al cuello, este fardo de
angustia y de tristeza ceñido a la espalda.
Ojalá pudiera acompañarme de un dios justiciero y una corte de ángeles y
santos para que lo hicieran más leve.
Si pudiera, invocaría a la amnesia para que me borrara de mí misma y
pusiera las memorias terribles en un lugar inalcanzable.
Ya sé que no se puede. La vida es un camino que no tiene regreso y
aunque el tiempo es un torrente arrasador, no voy a olvidar, no voy a
desprenderme la piel ni me convertiré en otra.
Cada año me pregunto cómo ha sido el pasado. ¿Así? ¿Tan doloroso?
Y, sin embargo, todo está bien, todo está en su lugar, menos usted.
23 de septiembre
Hoy hace 21 años mi padre trascendió. “Faltan 13 días para que se cumplan
13 años” fueron algunas de sus últimas palabras. Se acercaba otro aniversario
de la desaparición de su niño, Marco Antonio. Ya no quiso estar vivo para
entonces.
Su partida me sigue doliendo con un sentimiento dulce, amoroso, no esta
hiel amarga que destila de una llaga profunda, dolor a cielo abierto por mi
hermano.
27 de septiembre
Triste, el 27 de septiembre me tomó por asalto, me invade el 6 de
octubre. La rabia me circula por las venas. Confundida con la dignidad, con el
amor, es la lava volcánica que me ha traído hasta hoy para seguirlo buscando y
demandando justicia.
Me deslizo a las profundidades de mi alma. Desciendo a la mazmorra donde
me habita el sufrimiento, estos días rompe sus ataduras y emerge con la furia y
la fuerza de un volcán que despierta.
De las comisuras de mis párpados cuelgan lágrimas, gotas de agua
atrapadas en una telaraña. A ratos, algo me oprime el pecho y, aunque respire
como siempre, pareciera que el aire no quiere llegar a mis pulmones.
1 de octubre
A mis muertos yo sé donde encontrarlos. A veces, cuando logro hallarlos
en mis sueños, puedo conversar con ellos, tomarles las manos, sonreírles,
llorar.
¿Pero usted?
¿A quiénes alimentó con su cuerpo?
¿En qué flores renació su sonrisa?
¿Qué fue de sus ojos, de sus manos, de su joven corazón?
¿En dónde se apagó su mirada?
¿En qué momento?
¿Acaso está en la raíz de algún árbol, acrecentó la furia de un volcán o
fue pasto de peces?
¿Navegó en algún río, inerte, con los ojos abiertos sin poder ver ya
nada?
¿O nos espera bajo una costra de cemento en algún suelo cuartelario?
No lo encuentro, mi hermano, no lo encuentro ni siquiera en mis sueños.
Lo sigo buscando y perdiéndome en pesadillas angustiosas, esas en las que
pareciera que revivo su miedo, la tortura de no saber dónde estaba, a dónde lo
arrastraron, el terror indecible de que no hubo nadie para ayudarlo y
resguardarlo del dolor, nadie que lo viera y lo sintiera como un niño
necesitado de protección y de cuidados.
¿Podré hallarlo algún día?
¿Llegará el momento en que alguien me diga “esto fue él”, mostrándome un
examen de ADN o sosteniendo un largo fémur, entero, blanco, sacado de una fosa
clandestina y yo le crea? ¿Volveré entonces a sentir la tibieza de su abrazo y
su mirada chispeante? ¿Podré decirme a mí misma, con certeza absoluta, que por
fin lo encontré?
Usted vive en mí porque fuimos cortados con la misma tijera, habitamos
el mismo vientre, nos alimentamos de la leche y los abrazos de la misma mujer y
mi sangre es la suya. Pero no es suficiente, tampoco es un consuelo y no lo
siento cuando hurgo en mi alma en el lugar en que habitan todos los que se han
ido.
2 de octubre
Yo desaparezco forzadamente.
Tú desapareces forzadamente.
Él desaparece forzadamente.
Nosotros, vosotros, ellas o ellos desaparecemos
y desaparecen forzadamente.
Pero los seres humanos no desaparecemos. Nos morimos o nos matan y nos convertimos
en tierra o en cenizas. No nos evaporamos en el aire. No nos volvemos
invisibles, inalcanzables, inencontrables.
Pero sí sucedió y sigue pasando.
Entonces, los nombres de las víctimas, su humanidad, su vida, se sustituyen
por un adjetivo: desaparecido, desaparecida, esa palabra invisibilizadora, evocadora de
mazmorras oscuras, malolientes, plenas de dolor.
El diccionario ya recoge ese concepto:
desaparecido,da.
adjetivo/nombre
masculino y femenino
Persona
que se encuentra en paradero desconocido o muerta sin que se haya encontrado el
cadáver; en especial debido a catástrofe, represión policial, rapto o acciones
bélicas.
Al igual que mi niño, las decenas de miles de
desaparecidos y desaparecidas, que fueron arrebatadas
de la vida y la muerte, que continúan sin nombre, sin tumba, sin paradero conocido, siguen siendo personas amadas, nos siguen importando, las seguimos buscando y esperando.
El adjetivo convertido en sustantivo invisibiliza realidades, borra
identidades, las vuelve a desaparecer.
¿Quién es Marco Antonio Molina Theissen? Es mi hermano, es un niño, no
solo un desaparecido.
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