sábado, 31 de octubre de 2015

Que nazcan flores en los cementerios clandestinos



¿Qué soy? ¿Una línea, una infinita sucesión de puntos? ¿Un artefacto bidimensional? ¿Un objeto tridimensional que arde en el viento, muriendo poquito a poco cada día que pasa?

Prisionera de un tiempo irreversible, camino hacia mi propia muerte.

¿Morir es un absoluto dejar de ser?

Cautiva del suelo en una jaula de tiempo, ¿es abandonar el aquí y el ahora?

¿O salir de la luz, entrar en el vacío, en la total oscuridad, en el total silencio, y llegar a donde ni siquiera me alcanzará el rumor de los recuerdos?

¿O morir es mutar, huir a otra galaxia, caer en un agujero negro y nacer siendo otra, siendo otro?

Entonces, entre esos dos estados que se rozan, se mezclan, –la vida, la muerte, la vidamuerte-, quizá muerta-viva, me moveré en el tiempo como en una casa, erguida sobre mis piernas –dos columnas que me sostienen desde siempre, mi siempre, árboles en el bosque de la vida que conozco. Liberada de aquello que me ata, visitaré a la niña que fui sobre este mundo, me quedaré a mi lado acompañándome en los momentos duros y me sostendré la mano cuando muera.

Y los desaparecidos y desaparecidas ¿qué son? ¿Llamas que se extinguen lentamente, que estallan como soles y se apagan cuando se nos gasta la memoria, que se acaban cuando muere la última persona que los ama y recuerda?

En aquel tiempo duro, fueron muchísimas las personas muertas y desaparecidas que no se recuerdan en estos días dedicados a los santos y los fieles difuntos. Tantos nombres. Incontables nombres. Quisiera saberlos uno a uno, desde el primero hasta el último, en orden alfabético, en orden geográfico, etnia por etnia, año por año.

Tanta humanidad reducida a un dato frío, que se puede barrer bajo la alfombra, una sucesión de cifras que no es útil para mover conciencias, que se emplea para comparar tragedias e intentar dibujar el genocidio.

¿Cuántos ayes rasgaron la neblina en noches y madrugadas terroríficas?

¿Cuántas bombas cayeron? ¿Cuántas casas quemaron? ¿Cuántas milpas fueron carbonizadas?

¿Cuántas Anas violadas, cuántos Pedros mutilados, cuántos pequeños Juanitos y Juanitas hundidos en un mar de sangre?

¿Cuántas casas fueron allanadas bajo el sol del mediodía?

¿Cuántos cuerpos robados a la gente perdida en un “para siempre” que me dura una vida?

Y a ellos, ¿dónde les cabe tanta muerte?

En estos días de fiambre, ayote en dulce y alegres cementerios desde donde se elevan hasta el cielo barriletes gigantes, junto con Marco Antonio quiero recordarlos en mis palabras o en mis pesadillas, con mi memoria relegada, humeante, hecha de cristales afilados que me laceran el alma.


Para ellas y ellos, los muertos y muertas por el odio, los desaparecidos y desaparecidas que no existen para la mayoría, pido que nazcan flores en los cementerios clandestinos, en los botaderos de cuerpos torturados, donde sea que yazgan con los ojos abiertos, y en la memoria de quienes seguimos buscándolos y reclamando justicia.

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