¿Qué soy? ¿Una línea, una
infinita sucesión de puntos? ¿Un artefacto bidimensional? ¿Un objeto
tridimensional que arde en el viento, muriendo poquito a poco cada día que pasa?
Prisionera de un tiempo
irreversible, camino hacia mi propia muerte.
¿Morir es un absoluto dejar de
ser?
Cautiva del suelo en una jaula de
tiempo, ¿es abandonar el aquí y el ahora?
¿O salir de la luz, entrar en el
vacío, en la total oscuridad, en el total silencio, y llegar a donde ni
siquiera me alcanzará el rumor de los recuerdos?
¿O morir es mutar, huir a otra
galaxia, caer en un agujero negro y nacer siendo otra, siendo otro?
Entonces, entre esos dos estados
que se rozan, se mezclan, –la vida, la muerte, la vidamuerte-, quizá muerta-viva,
me moveré en el tiempo como en una casa, erguida sobre mis piernas –dos columnas
que me sostienen desde siempre, mi siempre, árboles en el bosque de la vida que
conozco. Liberada de aquello que me ata, visitaré a la niña que fui sobre este
mundo, me quedaré a mi lado acompañándome en los momentos duros y me sostendré
la mano cuando muera.
Y los desaparecidos y
desaparecidas ¿qué son? ¿Llamas que se extinguen lentamente, que estallan como
soles y se apagan cuando se nos gasta la memoria, que se acaban cuando muere la
última persona que los ama y recuerda?
En aquel tiempo duro, fueron muchísimas
las personas muertas y desaparecidas que no se recuerdan en estos días
dedicados a los santos y los fieles difuntos. Tantos nombres. Incontables
nombres. Quisiera saberlos uno a uno, desde el primero hasta el último, en
orden alfabético, en orden geográfico, etnia por etnia, año por año.
Tanta humanidad reducida a un
dato frío, que se puede barrer bajo la alfombra, una sucesión de cifras que no
es útil para mover conciencias, que se emplea para comparar tragedias e
intentar dibujar el genocidio.
¿Cuántos ayes rasgaron la neblina
en noches y madrugadas terroríficas?
¿Cuántas bombas cayeron? ¿Cuántas
casas quemaron? ¿Cuántas milpas fueron carbonizadas?
¿Cuántas Anas violadas, cuántos
Pedros mutilados, cuántos pequeños Juanitos y Juanitas hundidos en un mar de
sangre?
¿Cuántas casas fueron allanadas
bajo el sol del mediodía?
¿Cuántos cuerpos robados a la
gente perdida en un “para siempre” que me dura una vida?
Y a ellos, ¿dónde les cabe tanta
muerte?
En estos días de fiambre, ayote
en dulce y alegres cementerios desde donde se elevan hasta el cielo barriletes
gigantes, junto con Marco Antonio quiero recordarlos en mis palabras o en mis
pesadillas, con mi memoria relegada, humeante, hecha de cristales afilados que
me laceran el alma.
Para ellas y ellos, los muertos y
muertas por el odio, los desaparecidos y desaparecidas que no existen para la mayoría, pido que
nazcan flores en los cementerios clandestinos, en los botaderos de cuerpos
torturados, donde sea que yazgan con los ojos abiertos, y en la memoria de quienes seguimos buscándolos y reclamando
justicia.
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