El 27 de septiembre de 1981, hace 33 años, fue capturada Emma en un retén
del ejército.
Siento en la piel los golpes que le dieron, su incontenible miedo, el
cuerpo y el alma desgarrados. Admiro la entereza con que cerró la boca para no
pronunciar los nombres ni las direcciones que le exigieron sus captores, con
absoluta saña y cobardía. Admiro su valor para salvar su única posesión, la
vida.
Tras nueve días de sufrir los tormentos que fueron infligidos por hombres
despiadados a su cuerpo menudo y su indoblegable espíritu, escapó del cuartel
militar “Manuel Lisandro Barillas, de Quetzaltenango. El décimo día,
enfurecidos, llegaron a mi casa y nos arrebataron a Marco Antonio bajo la
mirada angustiada de nuestra madre. Su amor y su abrazo no fueron suficientes
para librarlo del zarpazo del odio.
No hemos vuelto a verlo ni a saber de él hasta ahora. Es un desaparecido
más, una palabra cualquiera que nombra la peor de las torturas.
Aquellos fueron días terroríficos, de muerte y de silencio. Estos son días
de rabia y de recuerdos dolorosos, de llanto contenido, en los que me pesan el
alma, el corazón, la vida entera. Me hundo en la tristeza. El río subterráneo
que me recorre siempre, ha emergido con fuerza, como todos los años,
arrasándome.
Son diez días que se han prolongado durante 33 años.
Con furia, los re-vivo, rememoro el instante que define mi vida.
Estoy en carne viva y me asombro de seguir respirando.
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