A la memoria de mi papá que añoró regresar y está enterrado en suelo ajeno.
Guatemala es una galaxia, una
constelación de agujeros negros y estrellas luminosas, erráticos cometas, polvo
cósmico. En su pequeño territorio múltiples y complejas realidades se
entrecruzan, se mezclan, se separan, se oponen, se enfrentan, se superponen,
pero también se ignoran mutuamente. Detrás de la preciosa imagen de postal se
ocultan vidas miserables, la insultante opulencia, conflictos sin final,
innumerables rostros hambrientos, insatisfechos, invisibilizados.
Hay tantas ideas de patria como
patriotismos y construcciones ideológicas acerca del país de la eterna
primavera, la eterna tiranía, la eterna balacera.
En Guate – mata aún se muere de
hambre y la mitad de los niños y niñas padecen desnutrición crónica; el 51% de
la población vive en condiciones de pobreza, sin acceso a salud, educación ni
vivienda digna. Por si fuera poco, en el país de los abismos y contrastes, mientras
el ingreso per cápita es la mitad del promedio latinoamericano, allí se forjó
aceleradamente la fortuna de un multimillonario que sustituyó al mexicano
Carlos Slim en el primer puesto que ostentaba en la lista de los hombres más
ricos de la región.
En Guate – bala la violencia y la
criminalidad de todos los calibres siguen cobrando víctimas. En este difuso
espacio –en el que se borran las fronteras entre el dinero sucio y el no menos
sucio, asociado con el despojo de la tierra, la sobrexplotación laboral y la
evasión de impuestos- se mata a las mujeres, se trafica con todo lo que se
mueve, incluyendo personas de todas las edades, y el ministro de gobernación es
asesorado por criminales convictos. Allí la justicia sufre de impunidad, la
seguridad es para el capital depredador de la vida y la naturaleza, prevalece
la cultura de la muerte con su menosprecio por la vida, la naturalización de la
violencia y la inducción de culpa sobre las víctimas, las de ayer y las de
ahora.
Apesta la Guate - mala ensuciada por
la politiquería barata donde lastimosamente, sin importar el puesto, quien no
engaña y roba es porque está muerto/a, los diputados camaleónicos se venden por
docena y a los delincuentes se les sigue diciendo “señor presidente”, “señor
ministro”, “señor diputado”.
Cuando busco palabras para
describir esas realidades agobiantes, a mi mente acuden vocablos como cinismo,
oportunismo, falta de escrúpulos, desvergüenza y tantas más que se quedan
cortas para expresar la magnitud del pozo sin fondo en el que mantienen al
país.
Con estas, y otras más, contrasta
Guate – maya, un país del que todos/as se enorgullecen siempre y cuando los
pueblos indígenas no se muevan de la foto para dejar de ser un objeto
folklórico y demandar el respeto a su dignidad y a su vida y la realización de
sus derechos como personas y como colectividades.
También están la Guate –rica en
cultura, gente y recursos de todo tipo- y la Guate – bella, una tierra mágica
dotada con una naturaleza deslumbrante a la que, sin embargo, cuando la mirada
la traspasa se revela la aguda conflictividad desatada por la voracidad del
gran capital; para este no hay belleza sin una máquina registradora al lado,
tintineando al ritmo de los dólares.
La entrañable Guate - buena está
hecha de personas amables, sencillas, honradas, inteligentes, esforzadas, creativas
y trabajadoras. De sus manos brotan el pan, las tortillas, los frutos de la
tierra y las más hermosas creaciones del intelecto y el espíritu.
Con su “patriotismo” emponzoñado
y depredador, militares y oligarcas pretenden imponernos violentamente una visión
de un país en el que todo –tierra y naturaleza- es una mercancía y la gente un
estorbo innecesario para sus negocios, un obstáculo para el “desarrollo”. Ante
la oposición que esto genera, como ha sucedido históricamente, son cercenados y
violados los derechos y libertades y se reduce el ya de por sí precario espacio
de ejercicio de la ciudadanía. Al mismo tiempo, con un anticomunismo trasnochado
se deslegitima y criminaliza a aquellos/as que en ejercicio de las libertades
de asociación, participación y expresión defienden los derechos humanos, la
vida y la naturaleza y demandan justicia para los crímenes del pasado y del
presente. Sin garantías, la participación comunitaria, política y social se
constriñe a los cauces de la rebeldía, la desobediencia, la insumisión y la
protesta, opciones riesgosas duramente castigadas por el autoritarismo. A la
par, se nos prescriben maneras de ser y comportarnos de modo que si una colectividad
o persona rompe los mandatos del poder, con ese “patriotismo” con el que nos
odian tanto, es perseguida y castigada, sometiéndola a la represión violenta, el
terror de las bandas de seguridad de las empresas privadas y la policía, la
cárcel y, en no pocos casos, la muerte.
En ese país -al que los militares
y oligarcas con su codicia, su racismo y autoritarismo fascista transformaron
en una vía dolorosa donde aún se busca y espera a incontables personas
desaparecidas y siguen impunes los autores materiales e intelectuales del
genocidio- cotidianamente se perpetran crímenes contra quienes defienden la
vida y la naturaleza. Hay ejemplos recientes: los hechos trágicos de San Juan
Sacatepéquez, donde mataron a ocho personas, y la represión contra cientos de
comunitarios/as del pueblo cho´rti´, en Camotán, que reclamaban la pronta
aprobación de la ley de desarrollo rural; allí también se detuvo injustamente a
la comunicadora Norma Sansir.
Con el patriotismo del que hacen
gala en campañas electorales y publicitan sus marcas, los extremistas
autoritarios celebraron la independencia de un país que entregan sin dudarlo al
capital extranjero. El suyo es el país equis porque excluyen, explotan, expolian y tratan como extraños a los propios; exilian o exterminan al insumiso/a y expulsan cada día a grandes contingentes de población que parten en busca del bienestar que nunca lograrán si se quedan.
Frente a la Guatemala que se
escribe con grandes titulares sobre asquerosas farsas, dolorosas tragedias y
hechos que delatan la persistente inmovilidad y anquilosamiento de las
estructuras y relaciones económicas, políticas y sociales ancladas en el
autoritarismo, la falta de solidaridad, y la cultura de la violencia y de la
muerte, me quedo con la Guatemala descrita en la letra menuda que relata el
esfuerzo diario por vivir, crear y resistir, por cambiar esa realidad
lacerante.
Soy una con la tierra de mi madre,
mi padre y mis abuelas, la que guarda y envuelve los restos de mi hermano. La matria
que amo y que me duele, la que me da mi identidad, es la Guatemala
revolucionaria, rebelde, insumisa, en resistencia siempre; la tierra de la
gente digna, mis hermanos y hermanas, que no se arrodilla, que lucha y que resiste indoblegable, que se
niega a permitir el saqueo, las nuevas y viejas esclavitudes, la depredación de
la naturaleza y de la vida, la que no acepta la Guatemala de mentira y de
mentiras.
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