Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Jorge Manrique
Vida y muerte. Eros y Tanatos. Nuestro ser y estar en el mundo se mueve entre dos
polos, la afirmación y la negación, la construcción y la destructividad. La
vida y la muerte libran una batalla cotidiana en nuestros cuerpos, nuestro
cabello está formado de materia inerte. Cada día, millones de células se acaban
y renacen. Es un continuo; como el día y la noche o las dos caras de una
moneda, la vida y la muerte están trenzadas en nuestras existencias
individuales y sociales.
Llega un momento en que el río de
nuestros días deposita sus aguas en el mar “que es el morir”, como dijo el
poeta, y en Guatemala este ha dejado de ser en muchas ocasiones un hecho
cotidiano que se experimenta humanamente como un acto privado y natural. En las
estadísticas, quienes se mueren de amor o enfermedades se cuentan junto a
quienes se acaban por el frío y el hambre causados por la violencia estructural,
los/las que son asesinados a balazos como producto de la violencia delictiva o
con las miles de mujeres víctimas de la letalidad del pensamiento patriarcal y
machista.
En Guatemala uno se muere o lo
matan de muchas maneras diferentes. Es una sociedad hecha a golpes, a pura
crueldad y explotación de una partida de infrahumanos y sus bandas de sicarios,
con uniforme o sin él, impulsados por la codicia, el odio, el racismo y por un
cavernario pensamiento excluyente que conduce a prácticas depredadoras, al
despojo y a la destructividad. Son los mismos que ya lo tienen todo en sus
bolsillos y en sus cuentas bancarias, pero quieren tener más. Para sostenerse
en su mínimo e ilegítimo espacio de dominación, buscan algo imposible: el
control absoluto de nuestro pensamiento y la manipulación de nuestra voluntad por
medio de la fuerza y el terror, el silenciamiento, el perdón y olvido y el
“divide y vencerás” que sigue prevaleciendo en las iniciativas políticas
populares, que son debilitadas y aniquiladas desde su propia génesis.
Pero, pese a las adversidades,
sigue habiendo personas que luchan y resisten, que ponen la dignidad y la
justicia por delante de los grandes y mezquinos intereses con los que se
desgobierna Guatemala. Entre ellas se destacó el magistrado César Barrientos. No
tuve la oportunidad de conocerlo, lo vi una vez tras una audiencia en la Corte
Interamericana, pero sé muy bien que fue gracias a él que la Corte Suprema de
Justicia emitió resoluciones sobre la autoejecutabilidad de las sentencias del
tribunal interamericano que hicieron incuestionables jurídicamente nuestras
demandas penales en más de una docena de casos. Asimismo, hizo aportes al
estudio del derecho indígena y contribuciones importantísimas a su
reconocimiento; se esforzó por humanizar el proceso penal y, fiel a los
principios de los derechos humanos, combatió la pena de muerte. Aún así, la
gente que trabajaba con él ya ni siquiera se molestaba en saludarlo.
Su partida está rodeada por su
propio silencio y solo cabe la especulación respecto de lo que lo motivó a
quitarse la vida. Por su trayectoria y compromiso con el fortalecimiento del
Estado de Derecho, la lucha contra la corrupción en el seno del poder judicial
y el impulso a los derechos humanos, particularmente de los pueblos indígenas,
fue sometido a incontables presiones junto con su familia. Finalmente, su hijo
fue acusado de trata y, al contrario de otros altos funcionarios/as judiciales
en casos de alto impacto -como la ex presidenta de la CSJ que encubrió a su
hijo, el principal sospechoso del asesinato y desaparición de Cristina Siekavizza-
el magistrado Barrientos no intervino para protegerlo.
Aunque fue su mano la que accionó
el arma con la que horadó su cerebro, la bala fue disparada desde una Guatemala
suspendida en el tiempo, desde las profundidades de una historia que pareciera
no moverse hacia ninguna parte en un país que retrocede a los abismos de los
que creíamos haber salido, dominada por aquellos que históricamente se han
negado a una paz auténtica, con verdad, justicia y democracia.
Esa bala llevó todo el peso del
poder retrógrado que ha recurrido a acciones criminales cada vez que se siente
amenazado; la pistola fue cargada por el miedo que cundió en quienes estaban
cerca de él y la falta de solidaridad individual y social hacia una persona que
mereció todo nuestro reconocimiento y gratitud. Su aislamiento es el mismo que
Asturias describe magistralmente en “El Señor Presidente”, un retrato de
nuestra alma timorata, sometida, arrodillada ante el poder.
Su muerte es triste no solo por
las posibles causas de su soledad y decaimiento, sino porque favorece a los
poderes fácticos que siguen obstaculizando la instauración de una auténtica
democracia en Guatemala. Para ello es ineludible construir una institucionalidad
de justicia sólida, independiente y apegada a la ley. Esto es una amenaza para quienes
lo vieron y trataron como a un enemigo, porque se sintieron en peligro por la
actuación honesta de César Barrientos como juez y magistrado, como está
sucediendo con la salida abrupta y prematura de la fiscal Claudia Paz y Paz.
En fin, "es Guatemala".
Mis palabras no son lo suficientemente duras ni afiladas para describir una
realidad que me supera. Se me descuelga el corazón al sentir que todos nuestros
esfuerzos se están yendo por las cloacas de un sistema asquerosamente corrupto,
que estira la voluntad de personas como el magistrado Barrientos hasta que ya
no da más. Hay tareas enormes por cumplir y el magistrado
Barrientos y la fiscal Paz y Paz ya no estarán en sus puestos, por razones
distintas, para seguir contribuyendo a la democratización del país.
Me duele imaginar cómo fueron sus
minutos postreros, lleno de miedo, de angustia y de tristeza, de rabia, impotencia
y soledad. No lo sé, como tampoco sé si pensó en su familia, en el impacto que
tendría su mortal decisión sobre el endeble sistema de justicia, en el futuro
que para él ya era un imposible. Talvez alzó la vista al cielo o cerró sus ojos
fuertemente anticipándose a la oscuridad que iba a llenarlo. A lo mejor oyó el
canto de un pájaro o contempló el vuelo de una mariposa pero no le importó, en
su vida ya se había impuesto el final. Quizá un segundo antes de jalar el
gatillo deseó fervientemente que ojalá más temprano que tarde se abran “las
grandes alamedas por las que pase el hombre (y la mujer) libre para construir
una sociedad mejor”.
No lo sé con certeza, no lo
llegaré a saber nunca, pero quiero creer que, como los antiguos samuráis, César
Barrientos escogió la muerte antes que el deshonor, que se privó de la vida
para no arrodillarse, que su suicidio es un grito de indignación y rebeldía que
acusa a quienes intentaron doblegarlo y hacer que renunciara a sus ideales, los
mismos que llevados por la muerte son iguales a “los que viven por sus manos…”
Muerte sobre muerte y más muerte…
Pero en medio de toda esa destrucción y ese cinismo, se abren paso la vida y la
dignidad y siguen dándose los milagros de La Puya, Santa Cruz Barillas, San
Rafael, San Juan Sacatepéquez, Totonicapán, Izabal, el juicio por genocidio, la
sobrevivencia de las mujeres violadas, torturadas y esclavizadas del pueblo
ixil y de Sepur Zarco, los medios independientes y críticos, las
columnas de opinión que me levantan el espíritu, la lucha por la sobrevivencia que libran
las mujeres y hombres migrantes, las defensoras y defensores de derechos
humanos que levantan su voz ante tanta injusticia, los jueces y juezas incorruptibles, las contadas condenas de los
desaparecedores y las personas honorables, decentes, íntegras, que
han llegado a altos cargos dentro de una institucionalidad que apenas empieza a
levantarse para hacer un país de verdad y no un juguete perverso en manos de
unos pocos.
En estos días duros -cuando no,
en Guatemala- me receto a mí misma altas dosis de resistencia para seguir
creyendo que la justicia es posible. Voy a buscar la esperanza en la necesidad
imperiosa de que esta se haga realidad para las decenas de millares de personas
de todas las edades, sobre todo de las más humildes, que fueron victimizadas
por un poder ejercido con perversidad y crueldad extremas. Me alimentaré de la
dignidad de nuestros/as héroes, los hombres y las mujeres que dedicaron sus
vidas a hacer del nuestro un país para todos/as, con bienestar y derechos para
las mayorías, cuyos asesinatos y desapariciones forzadas siguen en la impunidad
y, con los ojos abiertos, siguen clamando por justicia.
Que descanse en paz César
Barrientos y que quienes coinciden con él en ética y propósitos, sigan sus pasos.
Por este medio, expreso mi sentido pésame a su familia, a todos/as los/as que
creemos que otra Guatemala es posible y a nuestro país que sigue yéndose para
cualquier parte, menos a donde existen la paz y el respeto a la dignidad humana
y a la justicia.
Lucrecia, me ha hecho volver a llorar... como cuando recibí la noticia. El Ajaw Imox ha traído su agua en mis lágrimas, pero también en la lluvia de anoche y esta mañana, como queriendo lavar tanta inmundicia a la que estamos expuestos. Gracias por sus palabras, las sentí en el alma
ResponderEliminarEs una situación muy triste, también me dolió mucho y eso que no lo conocí. Me dolió por la patria, por nuestra querida gente sacrificada y que sigue a la espera de justicia, por todos/as nosotros/as. Abrazos.
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