La ciudad de Nueva
York, en esta época del año, es una selva calurosa de altísimos edificios y
varios millones de habitantes. Pasé tres días con sus noches en “la ciudad que
nunca duerme” y, por lo menos una, igual que ella, despierta.
Uno no conoce Nueva
York, la reconoce. Todos los lugares en los que estuve –en realidad, muy pocos,
la ciudad es inmensa- ya los había visto muchas veces en la tele o en el cine,
y me resultaban muy familiares. Todo pasa en esta increíble ciudad en la que se
hablan todos los idiomas de la tierra, desde King Kong hasta el desastre
financiero, pasando por la impresionante y mediática tragedia del 11 de
septiembre de 2001 cuyo memorial visitamos la tarde del miércoles.
Pero hubo dos
sitios cuyas imágenes se quedaron en mi retina y estar allí fue una experiencia
para los sentidos: Times Square y el paisaje urbano desde el funicular de la
isla Roosevelt. La primera, la vitrina del capitalismo, es un ensueño colorido,
una oda al consumo, la meca de una nueva religión, el consumismo, a la que acuden
decenas de miles de personas cada año a asombrarse y a gastar. A la medianoche
del jueves, estaba invadida por una multitud que soportaba las altísimas
temperaturas con ropas veraniegas que mostraban, más que tapar, generosas
porciones de blancas carnes, sobre todo femeninas. Una tajada de luna se alzaba
entre las cumbres de los edificios que rodean la plaza; muy abajo, la muchedumbre
parecía que se encontraba bajo los rayos del sol y no a la luz del alumbrado,
por su vivacidad y la energía con la que se movía, hablaba, comía, compraba o
caminaba, haciendo caso omiso del calor que me abrasaba por entero e
intensificaba la maldita migraña que se había apropiado de la mitad derecha de
mi cabeza.
La otra estampa es
la de Manhattan vista desde el funicular, un inmenso bosque poblado por árboles altísimos, luminosos, de vidrio y de cemento, que se elevan rectos hacia un cielo
muy oscuro, de estrellas invisibles opacadas por las luces de esta ciudad
enorme. Un cielo anochecido, sin nubes,
sin ángeles ni pájaros ni mariposas volando en ese espacio que una vez fue
atravesado por aviones mortales, es el telón de fondo de las moles de metal en
una fotografía en blanco y negro. El funicular es el que se ve en una de las
películas del Hombre Araña, como me dijo mi amigo Erick, nuestro amable guía
por una tarde en la que repasamos Coney Island, Wall Street, el ferry que lleva
a Staten Island (desde el que vimos la estatua de La Libertad), el Central
Park, la 5ª. Avenida, Harlem, Brooklyn, el barrio Astoria y los puentes y
túneles que enlazan las distintas porciones de una de las ciudades más pobladas
del planeta.
Además de reconocer
esta gran urbe –lugar común en el imaginario impuesto por las expresiones
culturales dominantes- me reconocí en las experiencias, sentimientos y aspiraciones
de María Luisa, una joven con quien también comparto deberes y lealtades hacia
nuestros seres amados desaparecidos, su padre Jorge Rosal Paz y Paz y mi
hermano Marco Antonio. Ambas nos encontramos en esta ciudad abigarrada, un espejo
de mil caras, para acompañar a las representantes de la Fundación Myrna Mack y
el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) a una audiencia
ante el Grupo de Trabajo sobre Desaparición Forzada e Involuntaria de la
Organización de las Naciones Unidas.
María Luisa y yo,
junto con nuestras madres y hermanas/os, somos parte de una comunidad muy
reducida: la de las familias de personas desaparecidas que, a décadas de
ocurridos los crímenes, seguimos tercamente exigiendo justicia, el
reconocimiento de la verdad y la devolución de sus restos. Y digo “una
comunidad muy reducida” porque, aunque la mayoría de las 45 000 víctimas
pareciera haber sido olvidada, eso no es cierto. Sin embargo, en Guatemala miles de
familiares viven en silencio y soledad el dolor causado por este crimen de lesa
humanidad -sobre todo las madres sobrevivientes al sufrimiento atroz que
ocasiona perder a un hijo o una hija de esa forma- pero el miedo continúa
paralizándoles e impidiéndoles sumarse a las demandas de justicia.
De ese miedo
renovado en el contexto de polarización impuesto por los partidarios de los
criminales terroristas de Estado se habló en la audiencia de la tarde del
jueves 18. Allí estuvimos María Luisa y yo con la ineludible pena que determina
nuestras vidas desde hace más de tres décadas, pero también con nuestra demanda
de justicia –un derecho de las víctimas de violaciones a los derechos humanos. Ella
habló del caso de su padre, a quien no conoció físicamente pero que está muy presente
en su existencia, de la falta de cumplimiento del acuerdo de solución amistosa
firmado en el marco del sistema interamericano de protección de los derechos
humanos y de la renovación de la tortura psicológica constituida por la
denegación de justicia y los retrocesos en la política de derechos humanos del
actual gobierno.
Estos retrocesos están
expresados, sobre todo, en la postura negacionista, basada en aberrantes y
retorcidas argumentaciones “jurídicas”, de los delitos de genocidio y
desaparición forzada perpetrados por el ejército guatemalteco y otros agentes
estatales durante varias décadas. En este sentido, María Luisa les informó a
los integrantes del GT que los postuladores del negacionismo, actualmente al frente de la
institucionalidad de derechos humanos, han llegado al extremo de que, en los
informes recientes sobre el caso de su padre, ya no se menciona que él fue
desaparecido sino que se dice que fue detenido y que se desconoce su paradero.
Con esto pretenden desaparecer la desaparición forzada como delito para favorecer
a los perpetradores resguardando su impunidad. Desaparecieron a 45 000
personas, desaparecieron los archivos –y con ellos la verdad de los hechos y
del paradero de nuestros/as familiares- y, ahora, pretenden desaparecer la
figura delictiva cuya aplicación resultaría en condenas para sus perpetradores.
Por mi parte, me
referí a nuestro anhelo de justicia y a la necesidad de encontrar a mi hermano
para cerrar un círculo que, a casi 32 años de su desaparición forzada, aún
permanece abierto. Les expliqué que la dignidad, el deber y la lealtad a Marco
Antonio, a mis padres, a la verdad y la justicia, son los sentimientos que me
han animado a lo largo de mi vida y como, en el último año y medio transcurrido
a partir de la toma de posesión de un militar como presidente de la república,
se han reavivado el dolor, la impotencia y la frustración que nos provocan las
decisiones y posturas de los funcionarios del actual gobierno. Ellos, con un
extremado cinismo, no niegan los hechos cometidos sino su tipificación como
desaparición forzada.
De esta forma,
dije, nuevamente se nos revictimiza. El sufrimiento que es lo que, en última
instancia, moldea nuestra existencia, se ahonda en mí, en mis hermanas, en mi
madre que vive y espera encontrar los restos de mi hermano para sepultarlo
dignamente. Es ella, con una fortaleza que solamente puede surgir del
amor hacia su hijo, quien sigue exigiendo justicia. Y con ella, nosotras, sus
hijas. Esa aspiración ha sustituido la búsqueda de Marco Antonio vivo, tal es el
significado e importancia de nuestra demanda. Por eso, acciones ilegales como
la suspensión del juicio por genocidio contra Efraín Ríos Montt y la anulación
de la sentencia del 10 de mayo o el intento de desconocer la jurisdicción de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos para los crímenes estatales anteriores
a 1987, son duros golpes que buscan debilitar nuestra esperanza de justicia,
una oportunidad para iniciar la construcción de un país distinto en el que las
víctimas de estos horrendos crímenes, que no son parte del pasado, ejerzamos
nuestros derechos ciudadanos.
Les expliqué que la
impunidad de los perpetradores de este crimen de lesa humanidad,
imprescriptible y continuado, características que han sido negadas
reiteradamente por el actual Secretario de la Paz (que es, en sí mismo, una de
esas absurdas paradojas de nuestra inefable Guatemala dado que con sus palabras
y acciones se suma a quienes incitan a la violencia), supone la continuidad de trasnochados
esquemas de relacionamiento en los que la violencia ejercida en todos los
ámbitos se naturaliza, legitima y acepta por vastos sectores sociales. Esta
situación debilita aún más el reciente proceso democratizador, minado por las
violencias pasadas y presentes.
Para evitar la
revictimización y superar los retrocesos impuestos por los partidarios,
cómplices y simpatizantes de los genocidas, torturadores y desaparecedores, el
Estado guatemalteco debe cumplir con sus obligaciones internacionales en
derechos humanos. Entre ellas, son primordiales las sentencias de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), las soluciones amistosas de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos y las recomendaciones de los
órganos de derechos humanos de la ONU, como el Grupo de Trabajo sobre Desaparición
Forzada e Involuntaria. Por ejemplo, el cumplimiento de la sentencia de la Corte
IDH en el caso de Marco Antonio supondría que para la búsqueda e
identificación de los restos de las personas desaparecidas se tendría, como
herramienta fundamental, un banco de datos genéticos; además, se contaría con un
procedimiento expedito para el reconocimiento de la muerte presunta; y se
establecería lo que desde siempre ha sido una demanda de las organizaciones de
familiares de personas desaparecidas: una comisión nacional de búsqueda con
apoyo del Estado y acceso pleno a los archivos militares. Esta última no ha sido
aprobada por el Congreso de la República pese a que, desde hace bastantes años,
el proyecto de ley 3590 cuenta con dictámenes positivos.
Las representantes
de las organizaciones que acudieron a la audiencia, Marcia Aguiluz, por CEJIL,
y la Directora de la Fundación Mack, ilustraron al GT con abundantes datos y un
rico análisis sobre el viraje de la posición gubernamental relativa a los
compromisos internacionales del Estado en derechos humanos. Se refirieron a la
campaña de intimidación promovida por los sectores de derecha que defienden la
impunidad de los crímenes del terrorismo estatal, constituida por ataques
públicos plasmados en pasquines distribuidos masivamente, campos pagados y
columnas de prensa, junto con amenazas y otras acciones de hostigamiento
dirigidas en contra de la comunidad de derechos humanos y juristas
comprometidxs con la justicia y la verdad. También comentaron las burdas
maniobras de abogados inescrupulosos que fueron avaladas por una Corte de
Constitucionalidad que no dudó en emitir una resolución ilegal con tal de
alejar de la cárcel a Ríos Montt, condenado a ochenta años por genocidio y
delitos contra los deberes de humanidad.
No sobra decir que
el GT estaba al tanto de las peripecias del proceso por genocidio y su
vergonzoso desenlace y expresaron su consternación y solidaridad con las
víctimas y sus representantes. Al término de la audiencia, se les solicitó pronunciarse
públicamente sobre estos asuntos y visitar el país lo más pronto posible para
expresar su apoyo a las personas y organizaciones que están impulsando la
justicia en los casos de violaciones a los derechos humanos: los defensores y
defensoras, jueces, juezas, fiscales, abogados/as, organizaciones de víctimas y
de derechos humanos y las y los familiares de las personas desaparecidas.
Hacer justicia y reconocer la verdad, como dijo la admirable jueza Barrios del caso de genocidio, “ayuda a sanar las heridas del pasado. La aplicación de la justicia es un derecho que asiste a las víctimas. Estos hechos no deben volver a repetirse, porque el pueblo de Guatemala desea vivir en paz”. Con esas palabras, cuyo significado comparto plenamente, cerró su intervención María Luisa.
Hacer justicia y reconocer la verdad, como dijo la admirable jueza Barrios del caso de genocidio, “ayuda a sanar las heridas del pasado. La aplicación de la justicia es un derecho que asiste a las víctimas. Estos hechos no deben volver a repetirse, porque el pueblo de Guatemala desea vivir en paz”. Con esas palabras, cuyo significado comparto plenamente, cerró su intervención María Luisa.
Reconocer la verdad, es un paso importante para llegar a la justicia...Mi admiración y respeto, querida Lucky...
ResponderEliminarGracias por tu comentario, colibrivenada. Concuerdo con vos en que si no se logra avanzar en ese sentido, en Guatemala continuará campeando la violencia.
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