Hay días tristes en los que por
mis venas circula un líquido espeso, hirviente y amargo. Recorro la noche con
mi desesperanza, la luna en la ventana. La oscuridad. El llanto. La terquedad
inútil. Persistencia que no sirve de nada. En esos días tristes, sin el
consuelo del sueño al que no puedo abandonarme porque el mundo se deshoja como
un árbol marchito, yo no quiero ser yo. Ya no quiero este rostro que me ata a
mi nombre, a mi historia.
Pero… escuché lo que tenías que
decirme, impasible. Tu voz penetró mis oídos. Imperturbable, encajé el golpe
casi sin darme cuenta, han sido tantos. Cada una de tus palabras anidó en mi
cerebro y empezaron a quemarme por dentro. Al almuerzo lo sucedió una tarde
plateada, un poco fría. A ratos, algún retazo de esa verdad enorme bajaba en
forma de nudo a mi garganta o se me hacía agua y enturbiaba mis ojos. Podía
irme del mundo por un minuto entero, largo como mi vida, intentando entender
esa verdad, asimilarla sin desintegrarme, con la sonrisa evaporada, perdida en
alguna de mis aristas rotas.
Oscureció. Con tal de huir de mí,
volé, es un decir, me sentía capaz de cualquier cosa, hasta de soportar ese
veneno que me estaba matando. Quise cambiar de pellejo, de plumaje, de
apellidos y nombres, de esta historia maldita que me sigue a donde quiera que
trate de esconderme. En cualquier galaxia o agujero donde quiera perderme y
dejar esta carga imposible, este dolor que me corroe y me desgarra, me
encuentro de nuevo conmigo. No logro dejarme atrás por más que ponga en ello
mis fuerzas totales, absolutas.
Y sucedió por fin. Después del
rito que antecede a la noche -la cena, la tele, el ejercicio, el libro, el
bordado, el reloj a mi izquierda marcando el ritmo de mi vida, un baño para
aflojar el cuerpo y lavarme talvez este profundo desaliento- allí estaba el
espejo. Una superficie plana, impenetrable, brillante, que quisiera traspasar e
irme a otro mundo exactamente igual a este, pero distinto, esa magia. Allí
conservo la figura, pero quizás soy otra, no es exactamente mi piel la que me cubre
ni es mi historia la que llevo dentro. Y esta verdad ardiente, que quema mis entrañas, no
es cierta.
Armada con un cepillo de dientes
inevitablemente me encontré con mis ojos que me miraron fijamente y desataron
un vendaval en mi alma. Pero no quiero darme cuenta. Sigo cerrada, terca,
empecinada en que puede lograrse la justicia.
Imperturbable, la que soy y no
soy me da las buenas noches, se retira, se mete a la cama y duerme mientras mis
despojos tristes tratan de hacer lo mismo. Me siento un poco muerta. ¿De qué
estoy hecha ahora que me ahogo? De polvo terrenal, polvo de estrellas, de luz y
oscuridad, de viento y tempestades, de atormentada furia, de terquedad y de
paciencia.
Y, mientras tanto, sigo con mis
palabras de papel que no mellan sus almas.
No es terquedad Lucky, es espíritu de lucha, es esperanza de que en Guatemala se hará justicia, gracias por el ejemplo de constancia.
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