Contradictoria. Hundida en los
cielos azules, sin nubes, inmóviles sobre mi cabeza que se llena de luz y
margaritas florecientes por el anticipo de una alegría muy distinta que se abre
paso a ramalazos, sentimiento increíble, y, sin embargo, triste de ausencias
reiteradas y nuevas, lejanías, recuerdos que se borran como espuma en la arena,
presencias inasibles, lágrimas contenidas y abrazos imposibles.
A veces la tristeza pesa más y me
arrastra a mis abismos, pero hoy no.
Bajo la luz plateada de la luna, las
luces de colores y el nacimiento que hubiera hecho Marco Antonio con el niñito
dios que tiene su misma edad, celebramos la Navidad como lo hicimos siempre, aún
en los peores tiempos. Hubo tamales, ponche y pastel de frutas, aderezados por nuestras
manos con la nostalgia de la tierra, los abrazos y el cariño de amigas muy
queridas, de la familia, de mi mamá, a quien siempre se le quiebra la voz a
medianoche, y las palabras que vibraron desde el otro lado del oscuro y
profundo mar.
Además de una alegría inevitablemente salpicada por
instantes de tristeza, nos reunió el amor, ese sentimiento poderoso que nos ha
traído hasta ahora, que prolonga nuestra existencia en otras que se alzan
hermosas y que nos impulsa a buscar a nuestro niño y exigir la verdad y la
justicia.
Esa noche hubo amor entre
nosotrxs, amor hacia esa magia de azules y verdes, de la que estoy dolorosamente
lejos, y hacia mi gente que sigue padeciendo los males derivados de la
desigualdad y la codicia desenfrenada de unos pocos.
Con ese sentimiento, teniendo presente
que las sociedades humanas se conforman para salvaguardar la vida y construir las condiciones
que hagan posible el bienestar de todos/as sus integrantes, hago votos porque
el 2016 nos permita avanzar en la democratización de la alegría y el disfrute
del derecho a la felicidad material y espiritual de todas las guatemaltecas y
guatemaltecos.
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