El infierno es recordarlo a usted todos los
días, no con amor sino con impotencia, con rabia y con tristeza.
Es recordar su rostro e imaginar a sus
captores, a sus torturadores y asesinos.
Es haber olvidado el sonido de su voz y perdido
su abrazo. Pensar en su vida no vivida, en los hijos e hijas que no tuvo, en
las cosas que no hizo.
Es sentir que por encima del amor está el
tormento.
El infierno es esa falta de certezas.
Es un montón de huesos que olvidaron la forma
que tenían en su cuerpo, tirados en cualquier parte, como basura.
Es querer saber, es querer encontrarlo, es no poder.
El infierno es sentir una alegría triste porque
apareció el nieto 119 y seguimos sin saber dónde está usted.
El infierno es su ausencia.
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