Solo granadas, seño
Para ir a la casa de Marta, caminé hasta la esquina y me oculté porque si salía mi prima, se iba a dar cuenta de que nadie había llegado por mí y que debía tomar un taxi. Por fin. Me subí, le di las indicaciones y me agarré duro del destartalado asiento delantero mientras el taxi blanco se enfilaba hacia el norte, por la 11 avenida. Me sonaron otra vez en los oídos: "nunca te subás a un taxi blanco, llamá un amarillo, esos sí son seguros" ¿El sortilegio de los colores?
-¿Dónde vive?
El taxista -pequeño, moreno, despeinado, con un poblado bigote negro, de unos 40 años- me vio por el retrovisor.
- En Ciudad Quetzal, seño, ¿conoce?
- Sí, pasé por allí en octubre del año pasado.
- Es bonito, me dijo, es lejos. Queda a unos 25 kilómetros del centro de la capital.
Pasé por allí en octubre; íbamos hacia Mixco Viejo, a una ceremonia maya, por un camino que se vuelve hermoso a medida que van quedando atrás casas y casas y casas y gente y más gente, con su miseria. Para llegar, hay que tomar por El Milagro, donde vivir es eso, un hacinamiento de pobreza sobre calles de tierra, bordeado de barrancos sin fondo. Se sale por el camino viejo a San Raymundo. "Solo por hoy", el rótulo de la casa de la curva que ya estaba hace treinta años, sigue ahí, idéntico a mi recuerdo, imperturbable. En algún momento, ese día de octubre, tuvimos que pasar por Ciudad Quetzal. Así que conozco. Eso le dije.
Vuelvo a la carga.
-¿Es tranquilo?
-Ahora está tranquilo, solo dos granadazos tiraron la semana pasada. Hirieron a una muchacha en una tienda, seguro no quisieron pagar el impuesto. Pero viera como era antes...
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