“El
pecado de la Minga es que era una patoja bonita”. Me lo dice casi con un
gemido. Tras el gran ventanal, cae la lluvia. El mundo en este instante son él
y su reminiscencia que desgrana en palabras desde su corazón palpitante,
dolido. Vierte su congoja en mis oídos y por un momento siento que se aligera
su carga.
Las mujeres de Sepur Zarco en el tribunal (foto de Plaza Pública) |
No logro
definir el color de sus ojos, pequeños espejos brillantes por las lágrimas. A
duras penas las contiene cuando, de la hondura donde lo había escondido, extrae
con precisión quirúrgica este recuerdo atormentado y me lo avienta a la cara con
su voz entrecortada, vacilante.
La
historia de la Minga la oyó de su marido, un hombrón que la amó, el padre de
sus hijas, el mismo que una vez perdidas las buscó por años y años entre las
multitudes, en los sueños y en las pesadillas. Sus niñas no crecieron. Ella no
envejeció. Él sí, pero está vivo pese a que estuvo detenido, a que fue
torturado, a que colgaron su enorme y pesado cuerpo y mientras pendía del techo
o la pared –se me escapa el detalle- vio a los soldados verdeolivos hacer fila
para violar a su mujer, la Minga.
Se
esconde para que no mire su rostro. El bocado se me atraviesa en la garganta.
Me pregunto cómo puedo comer mientras él se esfuerza por contener el llanto y dibujarme
con palabras ese recuerdo horrible.
Afuera,
el agua forma diminutos embalses en los que se refleja un cielo gris, sucio, que
se cae a torrentes.
Cuando lo
detuvieron, la Minga y sus hijas lo acompañaron al destacamento situado en
Sepur Zarco, en Izabal, Guatemala. Mientras los torturadores y asesinos lo
hacían pedazos, a ella, tirada en cualquier parte, la violaban y la violaban y
la violaban... Al volver en sí, tendido en un camastro, oyó la voz de una de
sus hijas que le pedía que ayudara a su madre rota, casi muerta.
Sus
palabras no alcanzan para describirme el sufrimiento de la Minga, pero en sus
ojos tristes adivino a una mujer ensangrentada, violada mil veces, marcada por
el odio, destrozada por las embestidas brutales de la soldadesca que, con sus
espadas desenvainadas, como miembros de un ejército catalogado como el más
sanguinario del hemisferio occidental, hizo de la violencia sexual un arma de
guerra y dominación de las mujeres consideradas enemigas. En eso no importa si
son bonitas, feas, jóvenes, viejas, les basta con que sean mujeres.
Al cabo
de veinte días, lo que aún vivía de la Minga fue muerto a tiros junto con sus
niñas.
Afuera,
cesó la lluvia, pero el sol aún no sale. Y cuando él se calla, yo me quedo a la
orilla del río Rojquipur, donde apareció la sangre asesinada de una madre y sus
hijas. Miro horrorizada a través de los ojos que las buscaron desesperadamente
por años y años y años. Respiro un aire amargo, envenenado. Bajo la sombra de los
árboles, quizá los mismos de entonces, quedaron los rastros de tres hermosas vidas
segadas injustamente. Junto con sus huesitos y los restos de las vestimentas de
Dominga, de veinte años, Anita y Hermelinda Coc, de cuatro y siete años, –maya q'eqchi's-
se encontraron sus alegrías muertas, sus posibilidades idas para siempre, el
terror de sus últimos días.
Ni la
lluvia ni yo alcanzamos a llevarnos la tristeza de ese hombre que se atrevió a
contarme este retazo de un genocidio del que aún nos falta mucho por conocer.
¿Cuántas
Mingas fueron violadas y asesinadas? ¿Cuántos niños y niñas cayeron bajo el
aliento helado de la muerte que les llegó temprano?
Ante la
magnitud de esta tragedia miles de veces repetida, no hay alivio. Nada es
suficiente. Las valerosas mujeres de Sepur Zarco solo piden lo justo. Uno mi
voz a las de ellas para clamar justicia.
***
Este es el relato que se recoge en el libro “Mujeres indígenas: clamor por la justicia. Violencia sexual, conflicto armado y despojo violento de tierras", de Luz Méndez Gutiérrez y Amanda Carrera Guerra, publicado en
Guatemala por el Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial en 2014:
El
asesinato de Dominga Coc y sus hijas
La historia de Dominga Coc tuvo un fuerte
impacto entre las mujeres esclavizadas en Sepur Zarco, como una amenaza
constante de lo que podía ocurrirles a ellas. Dominga fue capturada en este
destacamento, junto con su esposo y sus dos pequeñas hijas, Anita y Hermelinda.
En el destacamento Dominga fue violada
sexualmente en forma atroz por más de 20 soldados, frente a su esposo y sus
hijas.
El esposo de Dominga Coc sobrevivió y
cuenta: “Yo vi con mis propios ojos como los soldados pasaron uno por uno con
ella, delante de mis dos niñas. Mi esposa solo me miraba”. Luego él fue trasladado
a la finca Pataxte, donde fue sometido a torturas durante 30 días. (SZ-H-01,
entrevista, 17/02/12).
En el destacamento de Sepur Zarco tiempo
después Dominga y sus hijas desaparecieron.
Ellas habían sido asesinadas, como se
comprobó en el año 2001, cuando fueron encontrados y exhumados los restos óseos
de Dominga, así como vestimenta de las niñas, junto al río Roquepur.
***
Para no olvidar, para indignarnos, para unirnos
a las demandas de justicia para las víctimas del genocidio, la desaparición
forzada, la violencia sexual y todos los crímenes de lesa humanidad perpetrados
por agentes del Estado en Guatemala, por mucho que duela hay que leer,
escuchar, acompañar.
http://escolapau.uab.es/img/qcp/violencia_sexual_guerra.pdf
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