sábado, 25 de enero de 2014

Retos enormes y pequeñas victorias cotidianas

Levantarme aunque me pese el alma, sonreír en lugar de llorar, salir pese a que quisiera esconderme, respirar sintiendo que estoy viva, vencer la impotencia que me insufla este mundo de injusticia.

(¿Qué tiempos son estos en los que un padre encuentra a su hijo en un barril sellado, cubierto con cemento en el fondo de un río y, aún así, desde su inmenso corazón adolorido, nos deja un legado de palabras hermosas, musicales?)

Aprender cada día a vivir con el sufrimiento por mi hermano desaparecido, lejos de lo que soy. Empaparme de lágrimas si logro aflojar el nudo que se hace en mi garganta. Aferrarme al amor hacia mi tierra –mi madre primigenia, la que guarda sus huesos-, mi madre, mi familia, yo misma.

Hacer del dolor la fuerza necesaria para sobrevivir sin brújulas ni respuestas. ¿Dónde está Marco Antonio? ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde están los desaparecidos y desaparecidas? ¿Quiénes se los llevaron? ¿De qué materia están hechos los hombres y mujeres que buscan interminablemente a sus hijos e hijas, que esperan a sus hermanos y hermanas, a sus nietos y nietas, a sus amores arrebatados por la vileza y la crueldad, que pareciera que están perdidos para siempre? ¿De qué está hecha mi madre, que ruega, espera y busca? ¿De qué debo estar hecha yo para seguir buscando y esperando?

Estar en el ahora contra el pasado que me arrastra. Derrotar a la muerte, la destrucción, la culpa y el odio que sembraron.

(Como fina llovizna o huracán traicionero, llegó, llega la muerte, sopla y se lo lleva todo.)

Entender que mi tiempo no es igual al tiempo de la historia, que esta transcurre lentamente y no se mide con los calendarios de la desesperación. Continuar aguardando con paciencia. No darme por vencida. Caminar llevando el peso de la impunidad y de la ausencia.

(Bajo mis pies, el suelo se deshace. El sendero es una masa informe, movediza, inexistente, se abre con cada paso.)

Y, sin embargo, levantar la alegría como una flor hermosa, abrazarme a la vida. Llenarme de palabras como sol, luz, bosque, catarata, música, plenilunio, cielo interminable, reverdecer, rocío, mañana, fruta, lluvia, semilla, brote, montaña, pueblo, profundo mar, amigo/as, compañera/os …

Confiar en las personas, creer en el futuro. Crear y re-crearme. Sostener la esperanza. Reconocer mi fuerza, la de un ser humano con derechos y con dignidad, como cualquiera, para mantenerme de pie, desafiante, hablando, denunciando, escribiendo y contando lo vivido para que no se olvide, demandando justicia.


(Yo sé que no estoy sola, somos millones. Solidarios/as, vamos tomados de las manos, nos abrazamos. Sabemos que la victoria es nuestra; aunque yo no la vea, talvez la verán otros ojos que pronto se abrirán.)

lunes, 13 de enero de 2014

Anularon el juicio pero no la culpa



Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro.
Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor.
En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz.
Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.
Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, 
que es robarles a los hombres su decoro.
En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.
José Martí


Con una mueca, congelada sonrisa, perpleja me enteré de la anulación del juicio por el genocidio contra el pueblo ixil. ¿Me sorprendió? Pues sí, creí que no necesitaban hacer más de lo que ya hicieron para detener el proceso si al cabo Ríos Montt ya no tarda en morirse. Me desmoroné cinco segundos.

Aparentemente, ganaron. ¡Bravo por los maestros del cinismo, las güizachadas y la desvergüenza! Traspasada por la noticia, por un instante no supe qué hacer ni dónde meterme para escabullir el golpe.

Entonces, llegaron a mi cabeza los colores, los gritos, los ayes, los suspiros, las lágrimas no lloradas. Rojo huipil, verde bosque, amarillo flor, naranja mariposa, celeste cielo; montaña adolorida, enrojecidos caminos de barro, quebradas teñidas con la sangre de los niños y niñas que estrellaron contra las piedras; las luces, el incienso y los ramos portados por las manos callosas de las mujeres ixiles, las violadas; los pies descalzos, endurecidos en los surcos de los maizales, de los hombres que huyeron por los montes, las hondonadas, las cuevas, los ríos, los barrancos; su dignidad que recorrió un camino muy largo que no se mide en kilómetros sino en años, fueron treinta, para llegar hasta donde llegaron: a un tribunal para enjuiciar al genocida.


Recordé las lecciones de ética y de historia recibidas en las voces de las y los testigos y las personas que presentaron sus peritajes junto con el espíritu de la justicia plasmado en la sentencia leída por la jueza Barrios. Reviví la esperanza que me quieren matar, esa que ha empezado a echar raíces en el suelo duro y reseco de la impunidad, y me sequé las lágrimas.

Hoy, su victoria es jurídica, si me permiten el calificativo para una resolución que salió de las cloacas del sistema de impunidad, un albañal, pero su derrota es moral aunque no les importe y su mezquindad y pequeñez no les deje enterarse. Con ella, se sitúan por encima de la justicia y de las leyes humanas y divinas –“no matarás”- y me pregunto si es por su enorme cobardía o soberbia, quizá ambas, que se niegan a dar la cara y asumir las consecuencias.

Esta resolución, que se agrega al rosario de maniobras a favor de los impunes criminales, anula el juicio pero no la culpa; es obvio, pero hay que repetirlo: los hechos no desaparecen, tampoco las pruebas presentadas y menos los testimonios de las víctimas, tampoco la sentencia, un texto que ya forma parte del acervo de la humanidad en la lucha contra el oscurantismo. Después de lo acontecido en 2013, es más, después de los informes del REMHI y la CEH, Ríos Montt no podrá escapar al juicio de la historia y tampoco sus cómplices, con uniforme o sin él, los que le antecedieron y los que le precedieron. El mundo entero los conoce como los perpetradores del genocidio y los crímenes más horrendos del hemisferio occidental. Lo sucedido tampoco se borrará de la memoria de muchos guatemaltecos y guatemaltecas justos y decentes que asistieron al juicio y acompañaron a las y los sobrevivientes.


Antes de que la historia los alcance, que celebren este nuevo triunfo para los genocidas que siguen escondiendo las manos después de que dispararon balas de grueso calibre, tiraron bombas, napalm y gases lacrimógenos, y ordenaron –lo que los implica como si lo hubieran hecho- degollar a niños y niñas indefensos, violar a las mujeres como un arma de guerra, torturar y asesinar a los hombres. La anulación de un juicio justo es un logro ignominioso para los que aniquilaron las vidas de doscientas mil personas y destruyeron un país que ni siquiera conciben más allá de un negocio, Guatemala S.A.

Los investigables y enjuiciables de uniforme y de saco, ¿acaso pensaron en las consecuencias de sus actos cuando organizaron, fueron parte o financiaron los escuadrones de la muerte, instalaron campos de concentración y prestaron o pilotaron sus aviones privados para ir a bombardear poblados indefensos, repletos de “enemigos” desarmados de cero a quince años?

El temor de los poderosos a la justicia es tan grande como su responsabilidad en los hechos. ¡Cuánto miedo le tienen a que se evidencie su mala entraña, su odio, su racismo, sus crímenes, y que con ello se resquebraje su imagen de gente “bien” enfundada en armanis y se deslustren sus rancios apellidos! Por eso hay que reírse de su miedo y les digo ¡no gracias! por este nuevo clavo en el ataúd en el que ya quisieran enterrar la justicia, al igual que a sus víctimas, o, como a mi hermano, desaparecerla para siempre.

No es poca cosa lo que hicieron y la costra no se la quitan de encima ni bañándose con agua bendita. Pero en Guatemala para los grandes males pareciera no haber grandes remedios por ahora, porque los aparentes ganadores han estado y siguen estando en contra de la verdad y de la ley; porque tendrían que borrar no sé cuántos artículos del código penal y aislarse de la comunidad internacional revocando los tratados de derechos humanos para librarse de la acción de la justicia; porque lo que hicieron aquí y en la luna, aunque se nieguen a reconocerlo, fue cometer delitos muy graves que seguirán ofendiendo la conciencia de la humanidad.

No obstante su prepotencia y amenazas, los petates del muerto que sacuden (tienen doscientos mil) y el miedo y la desmemoria que quieren infundirnos, fueron muchas las personas que conocieron la verdad histórica pronunciada por los labios de las mujeres y hombres ixiles en esos días imborrables de 2013; hoy se suman a quienes mantenemos la memoria de nuestros seres queridos asesinados o desaparecidos. 

Por ellos y por ellas, por dignidad, por amor y lealtad a la sangre, nuestro dedo acusador señalará los crímenes y a los criminales. Que se vayan acostumbrando y, por si acaso, aclaro que la mía, al igual que la de tantas otras y otros, es una decisión política tomada en pleno uso de mis facultades. No estoy loca y no quiero vengarme, lo que exijo es justicia; tampoco se trata de victimización, incapacidad de “ver hacia adelante” ni del masoquismo barato que emplean sus cómplices y simpatizantes para manipular a la población y a sus serviles formadores de “opinión pública”. 

No voy a lamentarme. Está demostrado que lograr la justicia para las víctimas de los crímenes de lesa humanidad en Guatemala, no es tarea de años sino de décadas. Nadie me prometió que iba a ser fácil conseguirla ni espero que sea así porque, repito, su culpa es tan grande como su miedo a enfrentarla. Su falta absoluta de dignidad, decoro, decencia y escrúpulos, les llevará a erigir todos los obstáculos inventados o por inventar para impedir que accedamos a ella.


Hay que seguir caminando. Para eso, le pido al universo que a mí acuda la rabia ante este nuevo acto de injusticia, que me sature la indignación por este insulto y, a la par, que me llene de la fuerza del tenaz e indoblegable pueblo ixil y la de todos los hombres y mujeres que, en las condiciones más adversas, continúan luchando y levantándose después de cada golpe recibido, árboles majestuosos que encarnan el decoro, la dignidad, la memoria y el anhelo de la justicia para hacer del nuestro no un país mejor, sino otro país.

jueves, 9 de enero de 2014

2013, un año más de resistencia




Ya se fue el 2013 y, como me sucede al final de cada año, me invade la nostalgia por dejar atrás una irrepetible porción de mi existencia. También es una ocasión propicia para repasar el año transcurrido y rescatar algunos momentos importantes para hacer un balance muy personal de la justicia y los derechos humanos en Guatemala. 

El año empezó duramente con el acuerdo gubernativo aprobado a finales de 2012 para limitar la jurisdicción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a casos posteriores a 1987, pero muy pronto fue derogado gracias a las presiones de la sociedad civil. Las familias y personas que tenemos sentencias o soluciones amistosas del sistema interamericano no nos quedamos calladas. En febrero, junto con las organizaciones que conforman el movimiento de derechos humanos, nos pronunciamos públicamente exigiendo la renuncia o la destitución de Antonio Arenales Forno, el promotor de dicho acuerdo, quien le ha dado su voz, pluma y rostro a esa y otras medidas regresivas con las que, de un zarpazo, pretenden negar la historia de la ignominia junto con nuestros derechos.

En enero se fortaleció mi convicción de que es posible hacer justicia en Guatemala cuando el juez Miguel Ángel Gálvez mandó a juicio a Ríos Montt por el genocidio del pueblo ixil. En marzo, abril y mayo, a lo largo de jornadas fulgurantes, los valerosos y dignos hombres y mujeres ixiles revivieron dolores abismales al narrar las verdades espantosas que cargaron durante más de tres décadas, estremeciendo al mundo entero con su tragedia. El 10 de mayo el ex jefe de Estado fue condenado a ochenta años de prisión, un hecho que puso a nuestro país en las noticias y en la Historia.

Pero el 20 de mayo la Corte de Constitucionalidad anuló el fallo cuando tres de sus integrantes gustosamente se arrodillaron ante el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF). Con su fallo ilegal, le propinaron un duro golpe a la incipiente institucionalidad democrática de la justicia; también por si hacía falta, nos recordaron con voz enardecida y prepotente que ellos son los que mandan en el país y cuáles son los límites que no pueden atravesarse. Cínica y desvergonzadamente se evidenciaron la falta de independencia del sistema de administración de justicia, su sujeción a los poderes fácticos, la podredumbre que prevalece en sus prácticas y las debilidades e inconsistencias de las que adolece el proceso democratizador del Estado y la sociedad guatemaltecos. Con su decisión, los tres jueces de la impunidad echaron por tierra los esfuerzos de un vasto grupo de actores. Entre ellos, las víctimas y los jueces y juezas que, aunque con ello pongan en riesgo sus vidas, se comportan con apego a la ley y a los principios éticos que deben guiar la vida de quienes se dedican al Derecho, sobre todo en un país como el nuestro, de tantas injusticias.

Este proceso, en el que se revelaron detalles de la implicación de los sectores económicos poderosos y la participación de figuras políticas como el actual Presidente de la República, hizo salir de sus madrigueras a los más rabiosos enemigos de la democracia y la justicia. En una típica operación de guerra psicológica, disfrazados de víctimas y héroes, vomitaron racismo y misoginia y recurrieron a demandas judiciales espurias. Con toda la plata del mundo, difundieron sus calumnias y amenazas mediante los “pasquines” insertados en un periódico de circulación nacional y otros medios.

El resultado fue la instalación de un clima de polarización, inseguridad y temor, al peor estilo de los años setenta y ochenta. Pero no se quedaron sin respuesta. Además del repudio de diversos sectores, se enfrentan a una demanda penal promovida por Irma Leticia Velásquez; además, sus actuaciones dieron lugar a una condena moral del Procurador de Derechos Humanos, emitida gracias a la denuncia presentada por numerosas personas y entidades.

A la par, con maniobras leguleyelescas y argumentos trasnochados de la peor especie, los impulsores de la negación del genocidio, la desaparición forzada y la tortura continuaron buscando la forma de ampliar la amnistía a estos delitos. De hacerlo, además de violar los derechos de las víctimas a la justicia y a las reparaciones, el Estado guatemalteco incurriría en responsabilidad internacional al incumplir las obligaciones contraídas con la ratificación de los tratados interamericanos y universales de derechos humanos, aunque este es un asunto que pareciera importarles muy poco.

Entre el negacionismo y la polarización, en 2013 se siguió con la exhumación de los restos de numerosas víctimas sepultadas en los terrenos de un cuartel militar en Cobán. A la fecha, han sido desenterradas más de medio millar de osamentas, muchas de ellas pertenecientes a niños y niñas. Con ellas, la verdad sigue brotando de la tierra y se ponen en evidencia las mentiras de los promotores de la impunidad, buenos émulos de Goebbels, el propagandista de Hitler.

Por otra parte, a lo largo de 2013 se agudizó la criminalización de la protesta. El gobierno homologó con pandilleros a los defensores y defensoras de los derechos humanos y persiguió a quienes se oponen al depredador modelo extractivista. Con el apoyo de las autoridades que persiguen y privan de su libertad a las y los dirigentes, las protestas son reprimidas violentamente por militares y policías, lo que ha cobrado las vidas de numerosas personas, niños incluidos. A estos se ha sumado un nuevo actor: los guardias privados de las empresas que cumplen funciones de sicarios. Si algo prueba esta situación es que en Guatemala la vida no vale nada frente a los grandes intereses económicos a cuya defensa y protección se suman los actuales detentadores del poder, mantenedores de un régimen represivo y destructor.

Aunado a lo anterior, se observó como el litigio malicioso y las güizachadas se emplean en la denegación del acceso a la justicia en el caso de la masacre de Totonicapán perpetrada el 4 de octubre de 2012 por un contingente de militares.

Pero no hay oscuridad sin luz. A la cabeza de muchos de los avances observados se encuentra Claudia Paz y Paz, una abogada reconocida mundialmente por su desempeño al frente del Ministerio Público. Más allá de sus logros relevantes, como los juicios contra los genocidas y desaparecedores, la Fiscal y su equipo han impulsado la depuración del personal del Ministerio Público, la implantación de procedimientos científicos y la aplicación de técnicas y metodologías de avanzada en la investigación criminal, con lo que se ha logrado el retroceso de la impunidad en los crímenes del pasado y el presente. También se destacaron la jueza Barrios al frente del tribunal que sentenció al genocida Ríos Montt, entre otros casos que le ha tocado examinar, y otros jueces decentes, como Miguel Ángel Gálvez, el magistrado César Barrientos y los miembros de la CC que no se plegaron a los mandatos del CACIF. 

El saldo no es favorable visto desde los principios democráticos y el ideal de la justicia. Es duro constatar que en 2013 Guatemala siguió siendo un país estrecho, diminuto, de bordes afilados, dominado por una oligarquía cavernaria, la más retrógrada de todo el continente, en el que el tiempo avanza en el calendario pero retrocede en la historia. Los sectores oligárquicos junto con sus aliados siguen imponiendo decisiones injustas y apuntalan la impunidad de los más grandes criminales de este lado del mundo; mantienen un sistema de exclusión, opresión y expoliación en el que se niegan los derechos más elementales a las mayorías empobrecidas y despojadas, discriminan a los pueblos indígenas y les regatean con violencia sus derechos a la consulta, a la tierra y al territorio, a la naturaleza y a ser plenamente lo que son, invisibilizando su existencia. Niegan la historia y quieren que olvidemos, que pasemos las páginas sangrientas de un pasado tan reciente y tan vivo. Nos cierran los caminos a la justicia y favorecen un estado de cosas que propicia más violencia, más muertes, más silencio, más iniquidad mientras sus bolsillos se llenan a reventar con el dinero derivado de negocios lícitos e ilícitos. 

Sin embargo, por siempre guardaré una imagen luminosa y un ejemplo admirable: una sala de juicios repleta; al frente, el tribunal encabezado por la jueza Barrios; a la izquierda, los acusados, a la derecha, la dignidad que acusa. A lo largo de varias semanas, los militares poderosos, los que se arrogaron con violencia brutal la potestad de decidir sobre la vida y la muerte de decenas de miles de personas, debieron escuchar a las mujeres y hombres ixiles contar cómo masacraron a sus familias, violaron a las mujeres sin importar su edad y mataron a sus niños y niñas, aún a los no nacidos. Para cometer esos horrendos crímenes fueron despojados de su humanidad y sus derechos, les rebajaron a la condición de objetos y les asimilaron a la de enemigos, en una lógica mortal e implacable que no entendió de leyes humanas ni divinas. 

En 2013 fui tocada por hechos que me movieron y me conmovieron. A ratos fui muy feliz o inmensamente triste. Cumplí uno a uno mis propósitos. Cuando pienso en lo vivido, a mi cabeza acude un solo pensamiento: ¡no nos dejamos! Por eso, al margen de los desalentadores titulares, me quedo con la letra menuda con la que los mal llamados terroristas y pandilleros, los defensores y defensoras de los derechos humanos, de la naturaleza, de la tierra y el territorio, de la vida, escriben día a día la historia con su indoblegable voluntad de resistencia contra las injusticias y el despojo. En 2014 espero renovar esperanzas y energías para continuar con paciencia y terquedad invocando a la solidaridad y a la memoria. No me arrodillaré. Ahora más que nunca, cuando siento que las fuerzas me faltan y el cielo pareciera caerse sobre mi cabeza, reafirmo que soy parte de un vasto contingente de hombres y mujeres que, desde los albores de la humanidad, siente, piensa, resiste, propone y lucha por construir un mundo mejor donde quepamos todos/as, sin opresión ni discriminación. 

Recordaré por siempre a Marco Antonio y a todas las víctimas del terrorismo de Estado, seres humanos como cualquiera de nosotros que no merecieron jamás sufrir lo que sufrieron, y exigiré justicia. En total rebeldía, seguiré repitiendo sin cansarme que sí hubo genocidio, desaparición forzada y tortura, que sí son delitos perseguibles por la justicia guatemalteca e interamericana y que los perpetradores merecen ser castigados, no amnistiados.

Con un pie en nuestra realidad tan dura y tan compleja y el otro en el dulce territorio de los sueños, sé que llegará el día en que abriremos “las grandes alamedas” por donde transitarán los explotados/as y vilipendiadas/os que con dignidad “han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia".

sábado, 28 de diciembre de 2013

Una Navidad con Gaby en el corazón (una carta para su madre y su padre)

"Dad palabra al dolor.
El dolor que no habla,
gime en el corazón
hasta que lo rompe."
(Shakespeare)

Navidad. Es una hermosa mañana de diciembre. Con el corazón lastrado, sumerjo la mirada en el azul puro de un cielo transparente. La luz enciende resplandores en las hojas de las azaleas y hace que la grama brille con todos los matices del verde. El silencio apenas es roto por el zumbido de una abeja y el rumor del viento que abanica los árboles.

Rodeada de vida y de belleza, no consigo despegar los pies del suelo ni desatar el alma de esta pena. Gaby murió. Pienso y siento a su padre, Raúl, mi amigo desde hace tantos años, y a su madre, Rosario, con quien comparto la búsqueda y la lucha por nuestros hermanos desaparecidos. Con furia y con tristeza me rebelo ante la muerte por llevarse a su niña, tan joven, tan plena y hermosa, tan llena de futuro. En este diminuto y verde paraíso salpicado de lilas, fucsias, amarillos, rosados y naranjas, le reclamo a la vida por injusta y a la muerte por cruel y despiadada. 

Con todo mi ser me uní a su ruego y a la espera, a veces desesperada, a veces esperanzada, del milagro que se las devolviera. Ahora me doy cuenta que Gaby era el milagro. En sus escasos 29 años, les dio alegría y amor. Ella fue el consuelo y el refugio que necesitaron cuando se fue Amanda. La suya fue una vida muy corta pero se apresuró a dejar una honda huella, tan grande como el amor y la ternura que despertó en quienes la conocimos. Hija de sobrevivientes, sobreviviente ella misma, lo dio todo como maestra, como amiga, como miembro de una familia que ha sufrido el horror y sus secuelas de todas las maneras en que les fue infligido.

Tuve en mis manos un cuaderno que elaboró para ayudar a los niños y niñas a superar los miedos que les provoca estar hospitalizados. Está escrito con palabras que rezuman su amor por los pequeños/as que estaban a su cuidado, la responsabilidad con la que asumía su atención, la forma en la que se involucraba en la búsqueda de su bienestar.

¿A dónde te vas, muchacha dulce? ¿Con qué se va a llenar este agujero en el que se hunde el mundo? 

No soy capaz de experimentar el filo del dolor que ambos están sintiendo, junto con sus seres más cercanos y amados, tan solo suponerlo me devasta. Como madre, me asomé a sus destrozados corazones y tuve miedo; pero al abrazarte, Rosario, y escuchar tu promesa vital, sentí la fuerza de la mujer luchadora de siempre, el valor y la entereza compartidas con una estirpe de mujeres dignas, inavasallables, e, incrédula, escuché las palabras de consuelo que dijiste a quienes lloran a mares por tu hija. Tu mirada, Raúl, no podía ocultar tus sentimientos. Tu tristeza traspasó mis pupilas. Pero también son grandes tus reservas morales, tu fortaleza, y somos muchos/as quienes te queremos y estamos cerca sintiendo tu dolor inmenso para apuntalar tu alma.

Sé que no es suficiente pero, en mi impotencia, repito palabras de consuelo. Recurro a esos lugares comunes –y tan ciertos- como “ella les acompañará siempre” porque sí, porque es parte de sus cuerpos y sus almas, porque llevó su ADN impreso en cada célula y tuvo los gestos, la sonrisa, la voz, los ojos, la mirada, su manera de caminar, de ser, de sentir y de estar en el mundo iguales a los suyos. Y el amor, sobre todo, el amor que les dio y el que les inspiró.

Gaby, en tu madre y tu padre seguirá tu sangre palpitando. Sos la fuerza para que sigan respirando y luchando por sobreponerse a este nuevo golpe, el de tu ausencia material. Sus brazos guardarán para siempre el calor de tu cuerpo y su memoria el destello que iluminó tus ojos.

Y yo, insignificante partícula en el vasto universo, no puedo hacer otra cosa que sentirlos muy hondo y acercarme, abrazarlos, decirles que los quiero, que lo siento, que ojalá estas cosas terribles ya no pasaran nunca.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Triste cumpleaños, querido Marco Antonio

Llegó otro 30 de noviembre y empieza el 48º. año de su desvida, en esta existencia/inexistencia dolorosa. Como los últimos 32, será un día muy triste. El tiempo, a tono con mi espíritu sombrío, está helado; del cielo gris se desprende una fina llovizna que me cala hasta el alma.

Desde hace más de una semana empecé a escribirle esta carta y cada noche, en una duermevela, las palabras me toman por asalto y empiezan a girar en mi cabeza pero no han llegado a convertirse en algo coherente. No existen frases hechas para su natalicio, el de un niño desaparecido. Tampoco sirven los lugares comunes de las tarjetas de los supermercados.

Antes de continuar, debo decirle que ha sido un largo tiempo sin usted. Esperamos su vuelta durante más de una década, no podíamos creer que pudieran desaparecer y asesinar a un niño. Después, tuvimos que hacernos una vida y acostumbrarnos a su ausencia a cada paso, a buscar cada día los motivos para mantenernos en este mundo sin permitir que el dolor y la culpa nos arrastraran al abismo, injusta culpa porque todos sabemos quiénes son los desaparecedores.

Hoy en lugar de abrazarlo no me queda otra cosa que mirar su foto y suponer cómo se vería a los 47 años. Jamás lo sabré, ha sido desaparecido tantas veces. Con usted, los desalmados se robaron su imagen de los espejos, su rostro se esfumó de las fotografías familiares y secuestraron su sombra que caminaba al lado de las nuestras. También sigue desaparecido de la justicia que, para mi desesperación, pareciera que no llegará nunca. Pero de nuestra existencia no lograron arrancarlo. Con el paso del tiempo, su vida echa raíces más profundas en la mía, también crecen mi terquedad y mi paciencia hasta sobrepasar la magnitud de la injusticia sufrida por usted y por las demás víctimas de los crímenes de lesa humanidad.


Tan solo era un niño de 14 años, diez meses y seis días cuando se lo llevaron para siempre. Recuerdo sus manos, eran tersas. En la piel lisa de su rostro moreno no había ni una arruga. Su pelo negro, abundante, eternamente alborotado, no tenía una cana. Sus ojos chispeaban cada vez que sonreía y mostraba unos dientes blancos parecidos a los míos. Era pecoso, alto y grueso, desgarbado como todo adolescente que de pronto se estira y la ropa se le achica. “Un muchacho inteligente, toda una promesa”, cuántas veces he escuchado a mi madre decir eso de usted. Me duele infinitamente no recordar su voz. No la olvidé, sé que yace dormida en algún lugar de mi memoria. A lo mejor eso se debe a que estaba en la época en la que su voz infantil se convertía en la de un hombre y mi pobre cabeza confundida no supo con cuál de las dos debía quedarse. Todavía le guardo un librito de cuentos, su patineta, el guante de beisbol y el capirucho de madera con figura de gato que le regaló Mamaíta.

¿Qué más puedo decirle, amado hermano mío? En otras circunstancias muy distintas, en una Guatemala diferente, esta sería una carta de felicitación pero se desliza por la pendiente de las lamentaciones. No quiero seguir por ese rumbo. Entonces, que se convierta en un mensaje de promesas y que este sea un día para renovar fortalezas y esperanzas.

Junto a nuestra madre, que reza por usted y por la vida, la verdad y la justicia, le juro que nunca dejaré de buscarlo, que me mantendré fuerte para lo que se venga, que encontraré su rastro y que haré lo que sea para que su nombre no sea olvidado, para seguir borrando la desmemoria social y el discurso justificador del “en algo andaba metido”, el “a saber” y “el que nada debe nada teme”. Su existencia fugaz, que será siempre parte de mí, también será recordada por el mundo, junto con la de todos nuestros niños y niñas desaparecidos. Seguiré reclamando la información sobre su paradero, al igual que la verdad sobre los responsables de su sufrimiento; esas también continúan prisioneras en los archivos militares y en las gargantas de los criminales que dieron las órdenes y en las de los esbirros que las ejecutaron.

Créame que me duele no tener otra cosa que palabras, inútiles, impotentes palabras. Quise darle el mundo y construir una vida en la que usted y todos los niños y las niñas fueran felices y jamás se les sometiera a un tormento como el que le hicieron padecer. Pero eso, junto con la dignidad y el amor, me bastan para no someterme a los dictados de los criminales y sus cómplices de ayer y de ahora. No me callo, no me arrodillo, no olvido, no perdono y, con todas las fuerzas de mi alma, exijo justicia y que nos entreguen sus restos para sepultarlos como corresponde.

Así como el sol que sale cada día, sabré esperar y persistir, Ajpú cerbatanera. Si hay algo que me sobra es paciencia. Ojalá que mi voz, hoy un susurro que apenas agita las hojas de los árboles, un día sea viento huracanado que arrase con los criminales.

Hermano de mi alma, dónde sea que esté, si es que está en algún lugar del universo infinito, en otra dimensión, en el cielo, mirándome desde cualquier estrella, adentro de mi corazón, espero que estas letras viajen hasta sus manos llevadas por el amor de su hermana que lo quiere y lo seguirá buscando la vida entera.

sábado, 16 de noviembre de 2013

El caso de Cristina Siekavizza, una lección de historia viva

Un hombre ha sido acusado por el Ministerio Público (MP) de los delitos de femicidio, obstrucción a la justicia y violencia contra la mujer porque presuntamente asesinó a su esposa, desapareció su cuerpo, huyó llevándose a sus hijos y evadió a la justicia durante más de dos años. Su madre ahora está acusada de amenazas al suprimirse el delito de obstrucción a la justicia por lo que supuestamente hizo, valiéndose de sus influencias y relaciones, para evitar que su hijo fuera encarcelado, enjuiciado y castigado de resultar culpable.

A lo largo de ese tiempo, los padres, la hija e hijo y el círculo más cercano de Cristina Siekavizza han sufrido los terribles efectos de su desaparición en vista de que se desconocen su paradero y las circunstancias de su casi segura muerte. Esta es una situación de incertidumbre torturante en la que, lo sé por experiencia, seguramente oscilan entre la esperanza de que ella esté con vida y las conjeturas terribles sobre su destino final. “Solo Dios sabe” fue la respuesta del esposo a las preguntas que le hizo la prensa a este respecto.

El caso, cuyos hechos escuetamente he descrito, es uno de los miles en Guatemala en los que hay una mujer violentada en su integridad física y espiritual y despojada de su dignidad y de su vida por un hombre. Seis mil en una década (http://nomasfemicidioenguatemala.wordpress.com/), no es la primera vez y, tristemente, no será la última que algo así suceda. Lo que lo hace particular es que el presunto femicida es el hijo de Beatriz Ofelia de León Reyes de Barreda, ex presidenta de la Corte Suprema de Justicia. En el país en el que “se ven muertos acarreando basura”, no deja de asombrarme que una abogada que formó parte de las altas cortes del país haya transgredido la ley para ayudar a su misógino hijo, un presunto asesino y desaparecedor de nuevo cuño, a sustraerse de la acción de la justicia.

Esto es lo que, a mis ojos, lo convierte en un microcosmos en el que se representan las actuaciones de la precaria institucionalidad de justicia de los años del terrorismo de Estado perpetuadas en el ahora. Configurada históricamente para encubrir a genocidas, torturadores y desaparecedores, en la actualidad se utiliza para proteger a criminales de todos los pelajes y condiciones.

Para que fuera posible asesinar y desaparecer a tantas personas, fue necesario el debilitamiento de la administración de justicia y su sujeción al poderío militar. Esto se demostró, entre otros efectos nefastos, con la absoluta ineficacia del recurso de hábeas corpus o exhibición personal, plasmado en la Constitución. Esta garantía se vino abajo al desarrollarse paralelamente a la Guatemala en la que regían las leyes, un país en el que los amos absolutos de la vida y la muerte eran militares entrenados y financiados por los Estados Unidos para combatir y aniquilar a su propia gente definida como “enemiga”.

Lo de “otro país” no se queda en simple metáfora. Fue establecida una estructura clandestina, completamente fuera de la ley, en la que los integrantes de los aparatos represivos del Estado se constituyeron en jueces y verdugos de decenas de miles de guatemaltecos/as de todas las edades y procedencias, un submundo impenetrable que jamás fue hollado por un juez contra el que se hizo pedazos otra disposición legal: que las personas detenidas debían ser presentadas en un plazo determinado ante un juez competente. Otro ejemplo es el vergonzoso arrodillamiento de los integrantes de la corte suprema de justicia (con minúsculas) de 1982-83 ante las decisiones del genocida Ríos Montt de instaurar los tribunales de fuero especial, unos esperpentos jurídicos mediante los cuales se llevaron a cabo procesos judiciales también clandestinos en los que “jueces” sin rostro ni nombre ni ubicación conocida, porque una ventanilla del ministerio de la Defensa no podía ser considerada como tal, condenaron a muerte a casi una veintena de personas, sin ninguna garantía ni resguardo de su derecho a la defensa.

A la par, en un proceso muy complejo en el que se imbrican, entre otros factores, el anticomunismo, el terror -que caló muy hondo en el cuerpo social-, el conservadurismo, el machismo propio de un sistema patriarcal, la inducción de culpa sobre las propias víctimas de este crimen de lesa humanidad, imprescriptible y continuado, se reforzó una cultura favorecedora de la impunidad. Esta mantiene sus efectos no solo en la población, sino, lo más preocupante, en quienes tienen en sus manos la delicada función de impartir justicia.

Otro de sus resultados perversos es la naturalización de la violencia manifestada, entre otras cosas, en el elevado número de homicidios que se observa en la actualidad, mayor que en los tiempos del terror estatal y el llamado conflicto armado interno. Como es sabido ampliamente, muy pocos crímenes son denunciados y muchos menos terminan en condena. En este sentido, los números son contundentes, la impunidad alcanza a más del 90% de los delitos del presente y a la casi totalidad de los relativos a las violaciones a los derechos humanos.

La cultura de la impunidad y la violencia no se queda en un esquema de pensamiento, una retorcida visión del mundo y las relaciones sociales, sino que propicia y favorece una serie de prácticas legales, pero no legítimas -como el abuso del amparo, las recusaciones, la renuncia de los abogados defensores y otras maniobras dilatorias- e ilegales, entre ellas la amnistía (ilegal desde que la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció en el caso “Barrios Altos” que las leyes de extinción de culpabilidad de las violaciones a los derechos humanos son violatorias de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), las amenazas, atentados, intentos de soborno y compra de voluntades judiciales.

Estos dos últimos años, con la llegada de un militar a la presidencia, eso se ha amalgamado con una campaña mediática y otras acciones típicas de una operación de guerra psicológica que reforzó las posturas negacionistas incrustadas en la institucionalidad creada por los acuerdos de Paz, a la medida y conveniencia de los terroristas de Estado.

En ese pantano es donde hunden su raíces las Cortes Suprema y de Constitucionalidad, los tribunales y el MP, una instancia que muy recientemente ha sido sometida a un proceso de institucionalización sobre la base de principios democráticos que está seriamente amenazado de ser llevado a una vía muerta y hasta de retroceder por circunstancias conocidas.

Cuando se habla de la falta de independencia, ineficacia y debilidad de la institucionalidad de la justicia, no hay que dejar a un lado que la responsabilidad por la sujeción del sistema judicial al ejército y al poder en su conjunto no solo en aquellos años (basta con mencionar el juicio reciente de genocidio como ejemplo) tiene nombres y apellidos. Son personas de la índole de la otrora eminente abogada las que contribuyeron a instaurar en Guatemala una cultura y una práctica de impunidad y a mantenerla, misión de quienes continúan enquistados en elevados puestos de decisión, verbigracia los tres magistrados de la CC que han pasado por encima del mandato de esta institución para meterse en el quehacer de los tribunales ordinarios.

Con la impunidad prevaleciente, víctimas y victimarios conviven día a día en una relación social tóxicamente desigual. Estos siguen imponiendo decisiones y manipulando al sistema a su antojo, venga otra vez la mención del caso de genocidio a corroborar estas palabras. La garantía de impunidad también ha hecho posible que presuntos criminales sean elegidos para cargos públicos, de allí que siga siendo cierto lo que una vez dije, con pena y con vergüenza, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos: en Guatemala a los asesinos y a los ladrones se les llama “señor presidente”, “señor diputado”, “señor ministro”.

Por eso considero que el caso de Cristina Siekavizza es una lección de historia viva [i] y de memoria de hechos, actitudes y comportamientos encarnados en personas que lamentablemente no están en el pasado. No debería de extrañarme que la antiguamente encumbrada abogada haya actuado de la manera en que lo hizo, un hecho que me parece indignante y que me lleva a reclamar ¿en manos de quiénes está la administración de justicia en Guatemala?

Este caso es un claro ejemplo de cómo la gente poderosa cruza la línea que separa la legalidad de la ilegalidad cada vez que les conviene para resguardar sus intereses, una frontera que debería estar nítidamente trazada para todos los guatemaltecos/as ya no digamos para las y los profesionales del Derecho, sobre todo los jueces/as y magistrados/as de quienes esperamos una ética distinta, de servicio y acatamiento de la ley y basada en principios democráticos y de derechos humanos.

Sin embargo, hay esperanza. En Guatemala se libra una batalla entre lo nuevo y lo viejo, entre la decencia y el cinismo, la razón y la fuerza, el abuso de poder y la igualdad en el acceso a la justicia, el imperio de la ley y la impunidad, entre el olvido por decreto y la memoria amorosa a nuestros seres queridos violentados. En un terreno, aún desnivelado, se enfrentan jueces/as y fiscales decentes, insobornables, fieles defensores de la legalidad y de la independencia judicial junto a defensoras y defensores de los derechos humanos, las familias y las agrupaciones de las víctimas contra los operadores/as de justicia y los sectores de poder –entiéndase el cacif- que siguen manteniendo que esta es como las culebras, que solo muerden los pies de quienes van descalzos.

Para nuestro orgullo, en el país de lo imposible, han surgido figuras como la de la Fiscal General, la jueza Yassmín Barrios y demás integrantes del tribunal de juicio en el caso de genocidio, junto a las de otros/as juristas que enaltecen y dignifican la administración de justicia y, con su esfuerzo y valentía, contribuyen a la construcción de la institucionalidad propia de un Estado democrático de Derecho.

Producto de ese esfuerzo mayúsculo son los procesos contra genocidas, desaparecedores y torturadores que han concluido con una condena después de superar los mil y un obstáculos interpuestos por sus abogadetes mafiosos apoyados por los partidarios de la impunidad, empeñados en mantener una situación que les favorece.

Por Cristina Siekavizza, sus hijos y todos los que han sufrido en carne propia esta tragedia, espero que este proceso sea llevado con apego a las leyes y que prevalezca la justicia por encima de las maniobras dilatorias que ya empezaron a darse. Eso contribuirá sin duda al fortalecimiento de las instituciones y abonará el terreno para que se cumpla nuestra demanda de justicia igual para todos y todas y para todos los casos, los pasados –como el de la desaparición forzada de mi hermano Marco Antonio y muchos más- y los de ahora.

Pensando en su sufrimiento y en el de las personas que la quieren, sobre todo en su madre, su hija e hijo, cuánto quisiera que Cristina jamás hubiese desaparecido y que estuviera viva y libre. Tal como lo deseé por mucho tiempo por mi hermano, cuánto quisiera que esta historia, y todas las historias similares, tuviese un final feliz.




[i] Como la concibe el académico J. C. Cambranes, la historia viva “Son los hechos históricos que en otro país pertenecen al pasado, pero que en Guatemala, después de siglos, continúan siendo el presente”. En: Ruch'ojinem qalewal: 500 años de lucha por la tierra : estudios sobre propiedad rural y reforma agraria en Guatemala. Guatemala, Cholsamaj, 2004, p. 17.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Suelto la vida, la dejo que fluya como un río

CC acerca a José Efraín Ríos Montt a amnistía[i]

La Corte de Constitucionalidad (CC) resolvió ayer por mayoría
amparar al militar retirado José Efraín Ríos Montt,
al estar de acuerdo con su planteamiento de que se le debe aplicar
 el decreto 8-86, que contiene la amnistía a todos
 los miembros de las fuerzas armadas y a los guerrilleros,
sin ninguna excepción,
por delitos que se hubieran cometido
durante el conflicto armado interno.

La vida es una paradoja que se mueve entre la fragilidad y la fortaleza. Todo lo vivo, incluyéndome, está dominado por el instinto de supervivencia. Es un impulso poderoso que me ha traído hasta el ahora. Hay momentos en los que pareciera que se me escapa por el agujero que llevo en el costado, pero me aferro a la existencia pensando en que también es un derecho que no se reduce a respirar, movernos e intercambiar con nuestro entorno. Si la tengo, es para vivir plenamente.

Este año, que casi termina, ha sido difícil en un país difícil, sobre todo para quienes mantenemos reclamos de justicia para nuestros/as seres queridos que fueron objeto de crímenes de lesa humanidad. El 2013 empezó insólitamente bien y termina con un mar de dudas acerca de lo que nos espera en los próximos meses. Es sumamente perturbadora esta situación en la que fácilmente me deslizo por la empinada cuesta de la impotencia y la desesperanza.

Insomne, la madrugada es una escalera interminable hacia la luz del día. A esas horas me visitan los terrores pasados y los pálidos miedos de ahora, fantasmas descarnados que cavan en mi vientre y me recuerdan mi vulnerabilidad y mis fragilidades, todo lo que creí haber dejado atrás y que me habita. ¿Cómo puedo cerrar los ojos cada noche, hundirme en el sueño, perderme en los infinitos abismos de mis pesadillas y confiar que mañana el mundo estará aquí y yo en él? Aunque no hay luna llena, con la mirada dibujo el enorme globo amarillo que flotaba a ras del horizonte en mi lejana infancia y, después, alta en el cielo azul profundo, transparente, seguía mis pasos en el patio.

Desubicada, hay noches en las que siento el miedo a que mi cuerpo se hunda en un laberinto de silencio, sin salida, como ese submundo sin dioses y sin leyes al que violentamente fueron arrastrados 45 000 hombres y mujeres en Guatemala, entre ellos unos cinco mil niños y niñas.

Para ellos y ellas aún no ha habido justicia. Sustraídos del mundo por los ladrones de cuerpos, arrebatadas sus vidas por los hacedores de tragedias, los que les infligieron torturas que no puedo nombrar sin perder la cabeza, en la renovación del agravio, esos criminales siguen impunes. Con sus zarpazos mortales convirtieron sus existencias luminosas en una fantasía de gente desquiciada que siguió buscando neciamente su rastro. En aquellos años terribles, encontrarlos, desasirlos de sus manos armadas, rescatarlos, sacarlos a la luz, devolverlos a sus existencias cercenadas, liberarlos, fue nuestra primera aspiración. Muy pocos regresaron con sus cuerpos maltrechos y el alma destrozada, maltratados en modos indecibles, envueltos en silencio, anegados de culpa. De la mayoría nunca se supo nada, ni el detalle más ínfimo.

Nunca, que terrible palabra, rotunda, definitiva, absoluta. Es un nunca aplastante si lo enlazo con “volví a ver a mi hermano” o “encontramos su cuerpo” o “supimos qué le hicieron”. Es un nunca – muralla, un nunca – agujero negro, un nunca-odio que se alzó desde Xibalbá y ensombreció mi vida. Hoy nos deberemos conformar con la justicia, con saber qué fue de él, con sepultar sus restos.

Eso no está en mis manos. Vuelvo a ver mi existencia enredada en torno a ese anhelo. Sin mucha esperanza ni más poder que el de mi determinación, me siento a veces como un tapiz deshilachado, hecho de parches y de nudos, agujereado, suelto. Una masa informe de átomos desintegrados, una forma errante que atraviesa los días como un barco perdido sorteando las borrascas, a merced de las olas. Estos son días llenos de frustración, de cinismo, de inhumanidad, en los que habito en una zona gris, camino en una cuerda floja y una línea muy tenue separa la vida de la muerte, la lucidez de la locura. No sé cómo poner en palabras estas ganas de abandonarlo todo, de dejar mi pellejo, de morirme un poquito o de matar esto que no permite que el aire llene mis pulmones.

Y, sin embargo, hasta aquí, hasta hoy, hasta este minuto me permito ser débil y dejarme abatir por la tristeza. Vuelvo a ser yo pero más dura, más segura de que soy poderosa, de que no me derrotan, de que no les permito que me aplasten. Quiero sentir que soy feliz, que todos mis deseos se han cumplido, que he logrado mis propósitos, que mi destino no se torció nunca por las decisiones de otros. Con todo lo que soy, me aferro a mis latidos. Invento mil soles que me alumbran con cada destello de luz envuelta en la neblina de esta madrugada en la que busco en mi interior el más mínimo rastro de esperanza.

Me digo a mí misma que estoy viva, que no me doy por vencida. Muchas cosas me esperan, mi recorrido no termina todavía y no voy a permitir que la derrota me carcoma por dentro. Debo vencer esta impotencia, esta tristeza.

Pese a todo, allá afuera está el mundo. Sobre el cielo profundo de la noche se dibujan las nubes, son muy blancas y hermosas, quizá un cacho de la luna menguante las alumbra o es el aire lavado por la lluvia el que me deja verlas de ese modo. No hay estrellas, la noche está extrañamente clara. Acallo mis pensamientos. Busco afanosa en mis entrañas la fuerza que ha huido de mí. Invoco los nombres de los que ya partieron para llenarme con su aliento. Debo seguir andando.

Viviré mientras viva. Seré dura. Me levantaré cada día para afrontar lo que viene y me dispondré a disfrutar la alegría cada vez que la sienta o a llorar para seguir caminando, a tomar aire, a respirar profundo, a no caer sin levantarme. Me inspiro en el poderoso ejemplo de mi madre. ¿Cómo ha hecho para llegar hasta aquí con esa carga?

La noche, más noche que nunca, es tinta oscura. Me rodea, me pierdo y con la luz del sol vuelvo a mí misma. El sol se filtra apenas por las rendijas que dejan las cortinas, es una promesa que me espera brillando en lo más alto del azul que a esta hora quizá no esté manchado por las nubes. Me lo dicen los pájaros que saturan el aire transparente con sus trinos. Debo hacerme fuerte con la luz, alimentarme el alma con la hermosura de la naturaleza, no agotarme en la espera de algo que no tengo en las manos y que aunque lo siento alejarse velozmente de mí cada día que pasa, no renuncio a lograrlo.

Me asomo a la ventana. Con la mirada húmeda recorro el nítido perfil de las montañas, al sur del valle, que se alzan azules, imponentes. El cielo, ese espejo del mar, empieza iluminarse. Es domingo y me pertenece por entero. Soy libre de vivirlo o morirlo, de beberme las horas que tengo por delante sintiendo su dulzura o su amargor en la boca. Puedo escoger. Ajpu cerbatanera, suelto la vida, la dejo que fluya como un río, la desato para que corra como el agua cantando entre las piedras.



[i] http://www.prensalibre.com/noticias/justicia/CC-acerca-Rios-Montt-amnistia_0_1016298381.html