domingo, 27 de diciembre de 2015

Postal navideña




Contradictoria. Hundida en los cielos azules, sin nubes, inmóviles sobre mi cabeza que se llena de luz y margaritas florecientes por el anticipo de una alegría muy distinta que se abre paso a ramalazos, sentimiento increíble, y, sin embargo, triste de ausencias reiteradas y nuevas, lejanías, recuerdos que se borran como espuma en la arena, presencias inasibles, lágrimas contenidas y abrazos imposibles. 

A veces la tristeza pesa más y me arrastra a mis abismos, pero hoy no. 

 

Bajo la luz plateada de la luna, las luces de colores y el nacimiento que hubiera hecho Marco Antonio con el niñito dios que tiene su misma edad, celebramos la Navidad como lo hicimos siempre, aún en los peores tiempos. Hubo tamales, ponche y pastel de frutas, aderezados por nuestras manos con la nostalgia de la tierra, los abrazos y el cariño de amigas muy queridas, de la familia, de mi mamá, a quien siempre se le quiebra la voz a medianoche, y las palabras que vibraron desde el otro lado del oscuro y profundo mar.

Además de una alegría inevitablemente salpicada por instantes de tristeza, nos reunió el amor, ese sentimiento poderoso que nos ha traído hasta ahora, que prolonga nuestra existencia en otras que se alzan hermosas y que nos impulsa a buscar a nuestro niño y exigir la verdad y la justicia.

Esa noche hubo amor entre nosotrxs, amor hacia esa magia de azules y verdes, de la que estoy dolorosamente lejos, y hacia mi gente que sigue padeciendo los males derivados de la desigualdad y la codicia desenfrenada de unos pocos.

Con ese sentimiento, teniendo presente que las sociedades humanas se conforman para salvaguardar la vida y construir las condiciones que hagan posible el bienestar de todos/as sus integrantes, hago votos porque el 2016 nos permita avanzar en la democratización de la alegría y el disfrute del derecho a la felicidad material y espiritual de todas las guatemaltecas y guatemaltecos.