domingo, 14 de febrero de 2016

A un mes de la audiencia de primera declaración



El 13 de enero de 2016 los presuntos responsables de la detención ilegal y clandestina, las violaciones y torturas sufridas por mi hermana Emma y la desaparición forzada de Marco Antonio, fueron ligados a proceso y enviados a prisión preventiva. Se trata de los militares Manuel Antonio Callejas Callejas, G2 del Estado Mayor General del Ejército en 1981; Francisco Luis Gordillo Martínez y Edilberto Letona Linares, comandante y subcomandante respectivamente de la zona militar de Quetzaltenango “Manuel Lisandro Barillas”; y, el S2 de dicha zona, Hugo Ramiro Zaldaña Rojas. Por ahora, se les acusa de desaparición forzada, un crimen de lesa humanidad, continuado, y delitos contra los deberes de humanidad

Marco Antonio Molina Theissen, detenido ilegalmente y desaparecido el 6 de octubre de 1981
Ha sido largo el recorrido en busca de la verdad y la justicia. Hace casi 18 años, el 25 de septiembre de 1998, fue interpuesta la demanda judicial, más de un año después de presentado un hábeas corpus (9 de julio de 1997), que fue seguido por dos procedimientos especiales de averiguación (20 de enero y 5 de febrero de 1998) tramitados ante la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Esta instancia nombró como averiguador especial al Procurador de Derechos Humanos, quien continuó con las indagaciones mediante un equipo creado para este y otros casos. En 2011, gracias a un amparo que interpusimos ante la CSJ, nuestra madre, que ha tenido un papel preponderante en las decisiones que han debido tomarse, se constituyó en averiguadora y querellante adhesiva, con lo que el peso de las pesquisas se le trasladó a ella y su representante y apoderado, con el respaldo de una entidad especializada. En el último tiempo, el Ministerio Público tomó la batuta, como debió haber sido desde el primer momento.

Las primeras diligencias ante la justicia interna (años 97 y 98) se hicieron con el apoyo del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM). En la justicia regional, hemos sido representadas por el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) desde el primer escrito elevado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, del 8 de septiembre de 1998. Seis años después, los días 26 y 27 de abril de 2004, se celebró la audiencia; el 4 de mayo la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió la sentencia de fondo y, en julio, la de reparaciones; entre ellas, se incluyeron dos muy importantes: la creación de un banco de datos genéticos, de enorme trascendencia en el país con el mayor número de personas desaparecidas en el hemisferio, y la investigación, juicio y castigo de los responsables de la desaparición de Marco Antonio.

Once años y medio después de emitida esta sentencia, se produjeron los hechos descritos al inicio. 

El 6 de enero, 34 años y tres meses después de la detención ilegal y desaparición de Marco Antonio y los hechos del caso, nuestra existencia fue sacudida por la detención de los presuntos responsables. De un momento a otro, debimos dejar a un lado todo y trasladarnos a Guatemala para asistir a la audiencia de primera declaración, efectuada del 11 al 13 de enero por el Juzgado de Primera Instancia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente, cuya titular es la jueza Judith Secaida. 

(Para no caer, debí volver la mirada hacia mi madre y su dignidad, su fortaleza, su entereza admirables. Su rostro está inmóvil. Contenida, parece imperturbable en el esfuerzo para no derrumbarse por el intenso dolor que está sintiendo. Ella quiso verlos con sus propios ojos, quiso enfrentarlos como querellante. Cuando tuvo que hablar no le tembló la voz. No derramó una lágrima. Se sostuvo hasta el final, cuando se consiguió lo que jamás creímos que llegaríamos a ver. Por fin pareciera asomarse la justicia para su niño y ella está presente y empujando. 

Emma Theissen Álvarez en la audiencia de primera declaración. La foto es de Cristina Chiquín.
A su lado, Eugenia –con su desmesurada fortaleza, con el alma tomada por su hermana y su hermano, las víctimas directas de crímenes horrendos- y yo, completamente rota. Después de escuchar por ene vez lo que sufrió mi hermana, dibujado con contornos mordientes en las palabras del fiscal, y revivir y revivir el 6 de octubre, confieso que lloré donde no me alcanzaron sus miradas. 

Volví una y otra vez a esos días oscuros y terribles a los que creí no sobrevivir. Otra vez y otra y otra y otra se llevan a mi hermana, a mi hermano… A él, no lo encontramos nunca. Perdido su rastro, no hemos escuchado jamás una palabra que nos diga dónde estuvo, donde fue asesinado, por quiénes, dónde está lo que quedó de él, de nuestro amado niño. Crueldad extrema, tortura psicológica.

Incontrolable, me recorrió por dentro un animal suelto, me oprimió los pulmones que no podían absorber el aire aunque lo aspirara a bocanadas. 

Se me desgarró el alma viéndolos, sintiéndolos tan cerca. Codo a codo con ellas, pensaba en lo que vivían las mujeres que los acompañaban: sus esposas, sus hijas, sus nietas. 

En mí arderá por mucho tiempo el fuego de lo vivido. En estos días aciagos y a la vez luminosos, quizá llegará la hora de sentirlos así, se abrieron muchas puertas en mi alma.)

Después de esa semana de una intensidad desacostumbrada, contra lo que quería –que era quedarme en Guatemala para cuidar la llama recién encendida- tuve que volver al que ha sido mi lugar los últimos treinta años. 

(Pero, ¿cómo volver a mí después de esto? ¿Dónde pongo la rabia que me quema? ¿Qué hago con este huracán en el que se convirtió mi sangre? 

El corazón es una copa desbordante de sentimientos difíciles; la cólera, la indignación, la culpa, la tristeza, se salieron completamente de su sitio, fueron olas muy altas que me sacudieron y me llevaron muy lejos.

Me da miedo llorar y no ser capaz de detenerme.)

Otra vez escindida. Estaba y no estaba. Era yo, pero no totalmente. Cerraba los ojos y veía los rostros de los acusados. En mi cabeza seguía resonando la voz del fiscal y se repetían incesantemente las preguntas que hubiese querido hacerles. Contradictoria, además de la determinación y terquedad, en mí confluyeron mil dudas y temores asociados con la complejidad del caso, sus riesgos e implicaciones. 

Tuve que ser paciente para juntar el alma con el cuerpo, sacudirme la tragedia, regresar a mi cotidianidad y despertar del sueño/pesadilla en el que estuve inmersa. 

Para sentirme entera, en el aquí y en el ahora, debí efectuar muchos regresos: al presente, porque mi tiempo interno era el de 1981; a mi vida, a mi entorno, a mí misma. También tuve que sepultar el sufrimiento en ese olvido cotidiano que me permite no morir cada vez que revivo esos momentos.

Para derrotar a todos los demonios que me tomaron por asalto, debí invocar a Marco Antonio, al amor que le tengo y le tendré siempre, y a los ya idos (debo decir sus nombres: Carlos, mi padre; Ernestina, mi abuela, Mamaíta adorada; Magalí, mi hermana; Julio y Héctor, mis cuñados, asesinados por el odio en 1980 y 1984); a mi madre y hermanas, monumentos a la dignidad y la vida, a mis hijos y a las pequeñas criaturas que retoñan en nuestros costados. 

Me reencontré con los insignificantes objetos que hacen coherente mi existencia. Me busqué en el espejo, ojerosa, reseca, con la expresión quizá un poco más triste. Las líneas de mi rostro cansado reflejaban las huellas de lo visto, lo oído, lo sufrido en esos días de sueño y pesadilla. Todo estaba en su sitio. Constaté que sigo siendo idéntica a mí misma, la que he sido y seré hasta que me muera, aunque el agua tibia no ha logrado arrancarme la costra que me envolvió en ese espacio estrecho en el que se repitió –ahora con palabras acusatorias, como parte de un proceso judicial- la tragedia en la que convirtieron nuestras vidas.

He vuelto a lugares conocidos, pero hay instantes en los que aún me siento perdida en el tiempo, en mi dolor pero, endurecida nuevamente, las lágrimas huyen de mis ojos. 

Indudablemente, lo de enero es un paso adelante que valoro en todo su significado, que aún no me cabe en el corazón, la cabeza o la garganta. Después de tanto tiempo, se activó la maquinaria de la justicia gracias a quien fue nuestro abogado durante muchos años, a un equipo de fiscales cada vez más tecnificados, capaces y comprometidos (gracias, señoras Fiscales Generales) y una familia decidida a llegar hasta donde sea necesario para que esta se realice.


Pero este no es un cuento de hadas ni una película de Hollywood con varitas mágicas y finales felices. Lo sucedido jamás será borrado, pero hoy se abre la posibilidad de que las atrocidades padecidas por mi hermana y mi hermano, injusta y desmedidamente violentados, no queden impunes.

Absolutamente racional, escéptica, solo creo en lo que puedo tocar con mis manos y eso es lo logrado en la audiencia de enero. Esta postura es un intento de no ilusionarme vanamente porque lo que va a suceder no depende de mi voluntad, son muchos los factores en juego, pero quizá al final, si hay un día después de la justicia, pueda sentir la esperanza, la satisfacción y, talvez, aunque sea un segundo, la felicidad por lo logrado, sentimientos que afloran dificultosamente en tragedias tan hondas.

Gracias a la familia, más unida que nunca, y a quienes nos envolvieron con su abrazo, su compañía, su solidaridad, cerca o lejos, seremos capaces de absorber este dolor amargo, estos momentos duros. Con todas y todos, somos uno y nuestra fuerza se multiplica para lograr el cometido: la justicia. Esto, junto con la solidaridad recibida, son lo más cercano a la alegría que puedo experimentar en estas circunstancias.

En nuestro ánimo, con más ímpetu, persiste la decisión de redoblar esfuerzos para lo que aún nos queda por hacer, por vivir y revivir. 

Hoy, a un mes de la conclusión de la audiencia de primera declaración con resultados satisfactorios, me aferro a la dulce rutina. Retomo los libros en la página que los dejé antes de “esto”. Me tiendo sobre la grama y me sumerjo en el cielo. Reconforto mi alma adolorida con árboles, flores, nubes y mariposas. Me dejo envolver por los abrazos y la tibieza del corazón del cielo y, por la noche, le sigo los pasos a la tajada de luna que se asoma a mirarme. Me preparo para lo que nos falta.

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