domingo, 15 de abril de 2012

10 de julio de 1999

Permanezco entera
en el retablo de la vida.
Persisto tercamente,
transcurro,
sigo fiel a mí misma.
Me parezco cada día más a
aquella que elegí ser
en un día lejano.
Me aparto de las corrientes de aire
para no disolver mi esencia
en suspiros inútiles.
Tengo la densidad del agua,
terciopelo que corre
tumultuoso entre piedras gigantes
y se remansa en pozas
que reflejan el cielo.

La memoria encarnada no sigue un proceso lineal. En ese mirar hacia atrás, salto de una a otra época, vuelvo al presente y veo nuevamente lo pasado. Así se han ido presentando mis escritos, algunos se van gestando en mi espacio interior, una rara mezcla de algo que es casi físico, ventral, junto con otras dimensiones, las del espíritu. Otros surgen de montañas de papeles, como este, del cual a casi trece años, suscribo una a una sus palabras. En ese esfuerzo prolongado, inacabado proceso que aún se extiende, en 1999 escribí lo que sigue y que ahora recupero.

En ese momento, y muchos otros, situándome en la otra orilla de la existencia humana, -esa, donde terminé de desmoronarme tras la huida- a la vuelta de todo, inicié la reconstrucción de mí misma. Recogí mis pedazos, un rompecabezas del que faltaban partes –mi hermano, mi tierra, tanta gente- y parecían sobrar otras –mi familia, mis hijos, yo misma-, y una vez resuelto el día a día, me pregunté quién era. En mi cabeza, había dos personas. La que había sido hasta antes de hundirme en aguas turbulentas. La que salió de allí, que negaba a la otra. Sobreviviente, quise vivir de nuevo. Para ello, de esas dos, que eran yo, debía hacer una.

10 de julio de 1999

¿Cómo empezar todo esto? ¿Cómo deshilvanar la vida y estar segura de que no terminaré con un harapo entre las manos? ¿Cómo saber si siquiera quedarán manos para seguir? Es muy difícil meterse en el pasado, recordar cada detalle y contarlo para que todos sepan, para que nadie olvide y para que nunca más, ojalá sucedan estas horribles cosas. Sé que debo hacerlo con el corazón. Mi cabeza piensa demasiado. A todo le busca explicaciones. Cada asunto debe tener una razón de ser. Entonces los sentimientos se congelan y yo me paralizo.

La vida a veces se divide en momentos de los que no hay regreso. Dejamos de ser para convertirnos en otros. Las circunstancias y las esencias cambian. Entonces hablamos del antes y el después. En mi vida hay varios antes y después. Viví y morí cosas que me transformaron totalmente y me hicieron lo que ahora soy si es que soy alguien, si es que quedó algo. Parece muy fácil dejar hablar al corazón, pero no lo es. Hay que dejarse llevar por los recuerdos, hilvanar las palabras, dejarlas fluir... pero no encuentro nada adentro. Una piedra es lo que hay en lugar de corazón. Ya no lo siento.

¿En qué me he convertido? A ratos me siento casi como una máquina que se conecta cada mañana y empieza una rutina conocida. Por la noche, cansada, mi consciente duerme o parece que lo hace y mi irracionalidad inventa mundos inéditos e insospechados en los que parece que quedó lo que yo era. En ese mundo vuelo, me encuentro con toda clase de personas, a veces soy feliz allí y la sonrisa que amanece en mi rostro se aleja cuando retomo la rutina.

A veces soy una infeliz ama de casa sudando y resoplando con una escoba, un trapo de limpiar, el desinfectante en bandolera, lista para batallar una vez más con la basura, el polvo, la ropa sucia, el desorden, los huevos estrellados, las tortillas, las telarañas, y otra vez, la basura, el polvo y todo lo demás en un interminable círculo de desgaste. Otras, soy una poco importante funcionaria que lidia con libros y computadoras en otro afán de poner orden en un mar de papeles que pareciera que no terminará.

También soy la mamá de dos muchachos más indolentes de lo que quisiera, que se han hecho enormes en menos tiempo del que hubiera pensado, con los que casi todos los días no me entiendo. Soy la esposa de un hombre que sigue siendo bueno y honesto, como ninguno de los que he conocido. Quizás ninguno de los tres esté enterado de lo que siento por ellos cuando interrogo mi corazón y le pregunto a mi cabeza que sería de mí si no estuvieran.

Y soy una exiliada. Tendría que ser muy imaginativa para suponer lo que sería hoy "si todo hubiera sido diferente y no hubiera tenido que huir de mi país". Soy alguien que sepulta recuerdos cada día para seguir viviendo; que trata de no pensar cómo eran aquel cielo y los árboles, ni el aire dulce y caliente de la costa, ni el olor a pinares de las tierras altas, ni su gente tan, tan querida.

Pocas veces me siento satisfecha conmigo misma, con lo que soy ahora. Quisiera tener más fuerzas para tantas rutinas que por tontas que sean forman ese conjunto de pequeñeces que los psicólogos o los sociólogos identifican como "vida cotidiana", que vienen a ser algo así como un mar de los sargazos en el que quedé enredada. Muevo los brazos fuertemente para no sumergirme. Quiero ser capaz de flotar y ver el cielo.

¿Qué fue lo que quedó de mí? Quizá la fuerza que me impulsó adelante cuando parecía que no había camino. La fisonomía: pequeña, frente ancha y despejada, manos de niña y brazos cortos, ojos miopes y diminutos, dientes grandes y torcidos...

¿Qué más? Talvez adentro, muy adentro, los mismos sueños, las mismas pesadillas, las mismas ganas de ver que el mundo es un buen sitio para pasar un rato antes de retirarnos hacia quien sabe dónde y no el purgatorio en el que poco a poco se me ha venido convirtiendo, tras dejar el infierno que ellos hicieron de mi vida.

¿Qué sueños? Saber, sentir, amar, vivir, hacer el bien, trabajar, hacer amigos, aprender, entender cada vez más y mejor lo que sucede, ser una gota más de furia en una mesiánica tormenta purificadora.

¿Y cuáles pesadillas? Un país repleto de generales y soldados con calles erizadas de bayonetas, cuajadas de humo y llanto, con balas persiguiéndome muy lentamente que jamás lograrán alcanzarme, y no ser yo y seguir con vida y no tener corazón sino una piedra. Y dolor, demasiado, más del que creí que un ser humano podría soportar sin morir definitivamente (porque hay muchas maneras de morirse), y ninguna lágrima.

Pero, ¿quién era yo? Una muchacha de dieciocho años que salió un día a la vida jurando que pasara lo que pasara jamás la harían dejar de sonreír. Una muchacha que escribía poemas y canciones y contemplaba los rostros adustos de la gente con la que se cruzaba y pensaba que nunca perdería la alegría.

Debo hacer un esfuerzo, preguntarme a mí misma quien fui veinte o más años después de haberlo sido. En alguna parte de mi alma sigue existiendo esa muchacha, sigo siendo fiel a la vida, a la alegría, al ansia de sentir y saber, de abarcar el horizonte de una mirada, de asir el futuro con las manos y traerlo al ahora, de ser feliz no solamente yo sino con todos, de vencer la miseria, la ignorancia, de recorrer uno a uno cada centímetro del suelo en el que vine y borrar las iniquidades, la injusticia y todo el dolor del mundo acumulado.

Por encima de todo, tenía esperanza. Creía que el bien triunfa sobre el mal siempre, que la razón estaba de mi lado y de todos aquellos con los que creí compartir estos ideales.

Aún cuando llegó la muerte a mi existencia, invadiéndome, arrebatando soles y oscureciendo lunas, mantuve la esperanza y los ideales. Llegué a creer que ella era una amiga noble y al mismo tiempo nada. La oscuridad total, el no ser absoluto, la extinción de mi sangre y de mi modo intangible de existencia. La muerte vendría alguna vez a rescatarme del silencio, el escarnio y la tortura, por eso era mi amiga. Vendría a acabar con el dolor de la prisión, del no ser, de los golpes y las mutilaciones. Ya no importaría más estar desnuda, encadenada, lejos de los míos, sin nombre, sin futuro, nadie y nada a la vez, la muerte era la salvadora.

No temía a la muerte. Salvadora y necesaria, eso era ella. Necesaria porque sin muertos no habría un país nuevo y la gente no sería feliz jamás. Había que sacrificar la sangre y debía morir hasta el último de nosotros si era necesario para lograr el triunfo. Con nuestras muertes demostraríamos la fuerza de los ideales y de las convicciones. Entonces todos creerían en ellos y lucharían tanto como nosotros mismos.

Era una muerte disfrazada de vida, una vida distinta en la memoria del pueblo que nos llevaría al sitial de los héroes y de los mártires y nos reconocería como los mejores. Una muerte que mantendría la esperanza, en las palabras del poeta.

También era una muerte disfrazada de amor. Amor hacia la patria, amor hacia la gente, hacia los pobres, los obreros y los campesinos, los niños sin pan, sin techo y sin escuela. Morir por la patria era la demostración más grande del amor hacia ella y todo lo que representa.

Ahora sé lo que es la muerte, esa clase de muerte. Y no hay regreso ni memoria imperecedera que mantenga con vida a tantos compañeros y compañeras que fueron vilmente asesinados o desaparecidos en el baño de sangre que ensombreció a mi patria. Lo cierto de esta muerte, la infligida por manos despiadadas, es la soledad de las viudas, la orfandad de los padres sin sus hijos e hijas, y la orfandad de los hijos sin sus padres y madres, la tristeza perenne de los hermanos y hermanas, la llaga abierta, purulenta y sangrante todavía de sus muertes injustas y de los criminales libres.

Pero eso no existía en mí cuando era una muchacha esperanzada de 18 años, preñada de humanidad y de futuro. No existía cuando Gloria una tarde de mayo, de esas que marcan el antes y el después, con su cabello largo y negro y su sonrisa irónica, con un cigarro eterno temblando entre sus labios mientras hablaba, me presentó a la organización y me pidió que militara con ellos. Quinta calle y quinta avenida, a las tres de la tarde, una que en mi recuerdo sigue siendo clara y soleada, en la esquina del parque Centenario, circundado de árboles habitados por lo que talvez eran miles de pájaros que hacían sus nidos en ellos y cuando el sol terminaba de hundirse en el oriente inundaban el aire con sus raros sonidos. Me gustaría ahora saber qué clase de árboles y qué clase de pájaros había allí para poder consignarlo. Digamos que hacía calor, que el sol ya había pasado por el centro del cielo y se acercaba al ocaso y al final de la calle iluminada parecía que terminaba el mundo. Algo así como una calle con columnas de Hércules y un abismo al final, pero soleado.

No importaba quien fuera, Gloria o cualquiera otra persona, lo mismo hubiera dado, ni para qué organización. El caso es que yo esperaba ese momento con ansias. Seguramente me emocioné. Seguramente reclamé la tardanza en acercárseme, que estaba tan puesta, alborotada, disponible, deseosa de irme a ese otro mundo que existía al final de la calle, al traspasar las columnas de Hércules. Un mundo poblado de héroes y heroínas valerosas que se enfrentaban al mal y a la miseria y que a la hora del triunfo, que estaba al alcance de mis manos, a la vuelta de la esquina, overnight, seríamos reconocidos con asombro por el resto de la gente que no sabía nada y que se acercaría a abrazarnos y a decirnos que gracias, que nunca se hubieran imaginado que yo también formaba parte de ellos. Yo. Una molécula insignificante contribuyendo a la redención de los miserables de la tierra. Yo, que ahora vuelvo mi cabeza para atrás, hago a un lado los años duros, la persecución y el terror que no tardarían en llegar, y me veo de nuevo ingenua, transparente, inocente, pobre de mí.

Desde ese momento, el primero de muchos del antes y el después, mi cabeza se pobló de imágenes de insurrecciones y banderas inundando los parques y las calles, aclamando el advenimiento del futuro. Triunfante, yo también llevaría una bandera. También flores que deberían ser rojas y fragantes. Y después de las plazas delirantes el mundo sería un lugar perfecto, lleno de gente feliz, de niños saludables, vestidos y calzados, de amor y de alegría.

No había duda de esto. La revolución estaba a la vuelta de la esquina, pero el hacerla resultó ser una calle muy larga, una nueva Vía Dolorosa de este lado del mundo, con demasiados Cristos escarnecidos y muertos en silencio.

1 comentario:

  1. Letras intensas que me desafían a pensar en mi propia existencias: en mis ayeres, en mis "hoyes" en mis mañanas... Letras que parecen pesimistas pero llenas de realidad, de conciencia, de incertidumbres y paradójicamente de certezas. Gracias por tus letras Lucre.

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